Radiografía de la crisis de Boca: Riquelme, el ídolo indiscutido que no sabe conducir

El Xeneize atraviesa un sismo futbolístico como no sufre desde la época del Rattín entrenador. La derrota ante Patronato es mucho más que un adverso resultado deportivo. ¿Quién lidera en Boca? Ser ídolo no es saberlo todo. Y para conducir se requiere la cabeza y no los pies

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La decepción de Boca en
La decepción de Boca en Paraná y Riquelme, responsable de la conformación del plantel y la elección del cuerpo técnico

Hubo otros Boca agonizantes y tristes. Eran aquellos Boca donde lo que más se destacaba era la conducción institucional después del portento que había significado la presidencia de Alberto J. Armando. Después del comienzo de los sesenta, con el intento del famoso fútbol espectáculo, hubo que pagar la fiesta del obsceno derroche de aquellos contratos que resultaban inviables para la economía del país y, mucho más, para sus instituciones sin fines de lucro.

Se trataba de unos vínculos en dólares que le costaron años de reconstrucción a Boca y también a River, bajo la presidencia de Antonio Liberti. Esa época pasó. Primero se reordenaron los clubes económicamente y luego fueron retomando el rol asignado por la historia. En el caso de Boca Juniors habían quedado como anécdotas fatales camisetas pintadas con fibrones, sponsors de vino barato, viajes al interior en ómnibus, amistosos en cualquier parte del país donde hubiera un peso y el pobre Antonio Rattín permitiéndose sin ningún ánimo desdoroso poner de wing en un segundo tiempo de un partido amistoso de Bragado a su amigo Guillermo Coppola para cumplirle un sueño imposible. Por cierto que esto le costó el puesto a Rattín e inició una nueva era en Boca Juniors. El club estaba en peligro y la fórmula Alegre y Heller lo rescató administrativa e institucionalmente, sin lograr los grandes éxitos deportivos, que vendrían luego con la presidencia de Macri.

Todo ese camino generó que los hinchas de Boca Juniors -los de antes y los de ahora- dejaran el pasado como un hecho cuyas consecuencias establecían claramente que las derrotas solo serían amargantes reveses deportivos, lejos de sentimientos vergonzantes.

Sin embargo, cincuenta años después, parece una pesadilla el presente por el que atraviesa futbolísticamente un club cuyos dirigentes subsidiarios resultan más importantes que sus dirigentes institucionales con una opinión determinante que nunca la tuvieron históricos referentes en épocas donde un presidente cumplía su rol como tal.

Es así como valdrá la pena evocar un hecho ocurrido en los setenta y se trató de algo paradigmático para tener muy en cuenta. No se trata de un simple anécdota. Antes bien, podría interpretarse como una doctrina boquense. Y es la siguiente: Boca perdía partidos, el director técnico era Juan Carlos Toto Lorenzo, los hinchas reclamaban una actitud diferente en cada encuentro, los jugadores mantenían su posición de cierta falta de compromiso… El presidente -Boca siempre tuvo presidente- Alberto J. Armando le pidió a su secretario Gonzalito, de manera intempestiva y sorprendente, que lo llevara inmediatamente a La Candela, el predio donde estaba concentrado el plantel esperando un encuentro frente a Estudiantes de La Plata. Con buen criterio, Gonzalito le dijo: “Presidente, recién se concentran, espere a que lleguen todos para cenar. Armando atendió la sugerencia de su experto chofer, secretario y enorme boquense, y fue a las nueve de la noche.

Una vez que ingresó en el predio de La Candela y se aseguró que todos los jugadores citados por Lorenzo se encontraban sentados a las mesas llevando a cabo la cena previa al partido, pidió silencio y les dijo: “Mientras yo sea presidente de Boca, este señor -señalando a Lorenzo- será el director técnico, de manera que quien no esté de acuerdo con sus órdenes, sus tácticas y la formación de los equipos, levante la mano y váyase a su casa ya mismo”. Luego preguntó “¿Hay alguien que no quiera jugar en Boca?”. Luego de diez segundos de silencio, Armando miró a todos y dijo “suerte para el partido de mañana. Hay que ganar”. Y se retiró junto a Gonzalito para volver a la Capital. Tras ese hecho Boca Juniors volvió a la senda del triunfo.

La historia demuestra que Boca siempre tuvo presidentes que cumplieron su rol y técnicos que fueron respaldados por sus presidentes. La pregunta siguiente es: ¿ello ocurre ahora? Y la respuesta sería si Miguel Russo no tuvo respaldo después de ser campeón, y Battaglia no tuvo respaldo después de ser campeón, ¿cuál es el crédito de Ibarra como director técnico y de qué manera los jugadores advierten coherencia, disciplina y apoyo?

Cualquiera puede perder con Patronato, también contra Argentinos Juniors o San Lorenzo, y aunque cuesta creer en estos rendimientos jugando solo un torneo, el tema no pasa por el resultado sino por el orden, la armonía y la coherencia.

Lo que Boca está demostrando no son solo fallas tácticas o técnicas, Boca también muestra comportamientos que resultan cuanto menos arbitrarios toda vez que si al que gana se lo echa. ¿Cuál es la diferencia para el jugador o conductor entre el triunfo y la derrota?

Se sabe que en el fútbol de la actualidad las mayores coincidencias convergen a la importancia del liderazgo. ¿Quién lidera en Boca? ¿El presidente, la Comisión Directiva, el director técnico, el Consejo de Fútbol o todo está supeditado a la voluntad de Riquelme?

Daría la impresión de que la figura del vicepresidente en ejercicio del Consejo del Fútbol Profesional de Boca Juniors resulta tan determinante como no ocurre en ninguna otra institución, puesto que los aficionados, especialmente los hinchas, sospechan cuál es el rol de cada uno. Y es así como pueden responder en cualquier club, quién es el presidente, quién es el secretario deportivo y quién es el director técnico. A la luz de los acontecimientos objetivamente evaluados, en Boca Juniors, a diferencia de otras instituciones, una persona es la suma de todo eso. Y cuando ello ocurre es posible perder contra Patronato por tres a cero. Sin buscar más culpables que aquel que cambia técnicos, contrata jugadores, prescinde de los mismos, se rodea de amigos y hace valer para ello su merecida idolatría.

Ser ídolo no es saberlo todo. Es haber seducido con su arte y el arte lo ejercieron los pies y para conducir se requiere cabeza.

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