Brilló en Boca, San Lorenzo e Independiente, pero confiesa: “Si tuviera que elegir entre haber sido futbolista y la docencia, me quedo con la docencia”

Claudio Marangoni fue uno de los grandes N° 5 del fútbol argentino: también pasó por Inglaterra y la selección argentina. En diálogo con Infobae, repasa su carrera y deja profundas reflexiones. De sus enfrentamientos con Maradona y compartir la cancha con Bochini a la crisis del Rojo

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Claudio Marangoni, ex jugador de grandes clubes de argentina como San Lorenzo, Huracán, Independiente y Boca (Maximiliano Luna)
Claudio Marangoni, ex jugador de grandes clubes de argentina como San Lorenzo, Huracán, Independiente y Boca (Maximiliano Luna)

Uno podía ubicarse en la platea, la popular o frente al televisor. Ya desde antes de comenzar el partido, había una imagen que imantaba. Era él, parado en el centro del campo, como un faro para sus compañeros. Con el número 5 en la espalda, Claudio Marangoni parecía estar en otra escala con respecto a los restantes 21 futbolistas que habitaban en el campo de juego. En la ilusión óptica, simulaba estar por encima del resto, por un porte inconfundible y un modo inigualable de jugar y hacer jugar.

“Mi llegada al fútbol es un caso fortuito. Fui a acompañar a un amigo que se quería probar en Chacarita y por allí pasó el técnico, que era Juan Manuel Guerra, y me preguntó si jugaba y en qué posición. Le respondí que sí y que lo hacía como número 9. ‘Entre y lo miro un ratito’, fueron sus palabras. A los 15 minuto me sacó y me dijo que quería que fuese jugador del club. De ese modo inesperado arrancó la historia, aunque yo ya había jugado en River a los 10 años, teniendo como compañero a Alejandro Sabella, pero después de un año no seguí porque no me podían llevar. El tema fue que aquel día que quedé en Chacarita, no sabía cómo decírselo a mis padres, ya que en mi casa solo se trabajaba y se estudiaba, prácticamente el placer estaba restringido y casi no tenía valor. Con la condición de que no me llevara ninguna materia, porque tenía 15 años, podía jugar el fútbol. Y así fue. Además, apenas concluí la secundaria, con edad de Cuarta División, hice el ingreso a la universidad para la carrera de kinesiología, donde me recibí a los 22, con una anécdota curiosa: ya estaba en San Lorenzo y teníamos un amistoso en Brasil. Accedieron a mi pedido de permiso para no viajar y poder rendir el último examen donde obtuve el título”.

“Entre 1975 y 1976 se había conformado un gran equipo en Chacarita, donde compartí plantel con Carlos Ischia, Carlos Salinas, Ramón Adorno, entre otros, que jugaban muy bien. La llegada de Basile, en su primera experiencia como entrenador, le dio una impronta definitiva y logramos ganarle a River en el Monumental. Es cierto que peleábamos para no descender y había varias carencias (risas), pero de Chaca guardo un recuerdo extraordinario. Al Coco le debo, además, haberme potenciado las cualidades que ya tenía, porque me estimulaba para mejorar. Y era fundamental que, para él, el jugador estaba por encima del método, porque cuando éste supera a la persona, más allá del resultado, uno se queda vacío”.

El primer semestre de 1976 significó el del reconocimiento a ese volante central, pleno de calidad, que mejoraba fecha tras fecha y era elegido con frecuencia, la figura de cada domingo. Varios equipos grandes posaron su interés en él, que enfiló sus pasos hacia Boedo, con un debut soñado, en el mes de septiembre.

Con Independiente logró ganar la Copa Libertadores 1984
Con Independiente logró ganar la Copa Libertadores 1984

“El estado del campo de juego estaba tan malo que solo se podía hacer un gol de cabeza (risas). Y así lo hice para ganarle por 1-0 a Talleres, que tenía un equipazo, en el Viejo Gasómetro, que era una catedral del fútbol, que San Lorenzo nunca debió dejar de tener. Había que haberle buscado la manera de reformarlo. Estaba en un club grande, pero institucionalmente muy endeble, donde se arrastraban comisiones directivas que lo debilitaban cada vez más. Al no tener la cancha, también perdió su identidad. Al Ciclón lo salvó la gente. Entrenábamos en la Ciudad Deportiva, cuando era un bañado que no tenía nada, incluso no se había instalado el barrio popular 1-11-14. En mi último año allí, 1979, en medio de una gira por Japón, me vieron jugar los ingleses, ya que participaba el Tottenham. Un agente, al enterarse de que yo tenía el pasaporte europeo, comenzó a activar las gestiones y se hizo la transferencia al Sunderland. Fue una experiencia de vida, más que deportiva, porque en Argentina nací pensando que tenía muchos derechos y pocas obligaciones, pero allá me di cuenta que de ambas van a la par. En dos años nunca un compañero llegó tarde a un entrenamiento. Es una sociedad, con sus cosas buenas y malas, por la que me saco el sombrero, desde el punto organizativo y de bienestar. En el segundo año allá tuve algunas dificultades con el entrenador y decidí el regreso, sin saber si hice mal o bien, pero no estoy arrepentido, porque mi carrera tuvo una evolución increíble”.

A comienzos del ‘81, el mundo del fútbol argentino estaba en plena ebullición, ya que River había hecho una oferta concreta para contratar a Maradona, quien, de modo casi sorpresivo, pasó a Boca. En silencio, Marangoni había regresado al país: “Mi llegada a Huracán se da por decantación, porque más allá que había tenido actuaciones muy buenas en San Lorenzo, acá nadie se acordaba de mí. Ellos me propusieron un préstamo que acepté porque no tenía ofertas, a tal punto que una semana antes le había dicho a mi esposa que me volvía poner el guardapolvo para a ejercer como kinesiólogo. Me fue muy bien, en un plantel de grandes jugadores, como Carlos Babington, Claudio Morresi y el Turco García. Lo recuerdo como un tiempo de mucha camaradería, en un club donde no sobraba nada (risas). Tuve algunos contratiempos al principio, porque llevaba varios meses de inactividad, con una anécdota el día del debut, que fue contra Racing. Tuve que marcar a Juan Barbas y siempre lo vi de espaldas, porque no lo alcancé nunca (risas). En el entretiempo me agarró Pipo Rossi, el técnico y me dijo: ‘Pibe lo voy a sacar para protegerlo, porque si no nos van a matar a usted y a mí'. Había jugado tan mal que me llamaron para rescindir el contrato. Les propuse no cobrar nada hasta ponerme en forma, cosa que logré al mes y medio. El Málaga me vino a buscar y los mismos dirigentes que querían echarme, me declararon intransferible”.

Había tenido ocasión de estar frente a frente con Maradona, en los tiempos de Argentinos Juniors. Ese duelo se reeditó en 1981, con el 10 con la casaca azul y oro. Claudio abre bien los ojos y desparrama elogios sobre la mesa al evocarlo: “Enfrentarlo a Diego era un jeroglífico, indescifrable, porque estaba siempre un segundo adelantado a lo que hacíamos el resto de los jugadores. Todo lo que podía prever para anularlo, era un trabajo en vano, porque estaba más allá de cualquier condición táctica o estratégica. Hay muy buenos jugadores, otros que son fuera de serie y unos pocos que son como joyas incunables. Di Stéfano, Cruyff, Maradona y Messi pertenecen a ese selecto grupo”.

Juan Carlos Loustau junto a Claudio Marangoni
Juan Carlos Loustau junto a Claudio Marangoni

A pesar de la irregularidad inicial, Maranga se afirmó en el centro del campo de Parque Patricios y en un año y medio, retomó, e incluso superó, el nivel mostrado en sus inicios. Lo quiso Estudiantes, pero firmó para Independiente, un club con un estilo de juego ideal para él. Fueron como dos piezas de rompecabezas que calzaron a la perfección: “Era un equipo de caciques, donde ninguno se creía así. El nivel técnico y de competencia era muy alto, con la exigencia de estar siempre a tono. Pasar mal la pelota era mal visto. El cuadro lo armó Nito Veiga y con la llegada de Pastoriza se terminó de hornear, hasta llegar a lo más alto, al punto de que es muy recordado por todos los hinchas que pudieron verlo. Era casi una selección y marcó una época, llegando a lo máximo en la final de ida de la Copa Libertadores 1984 contra Gremio en Porto Alegre, donde jugamos perfecto. Los diarios de Brasil les pusieron 10 puntos a cinco o seis futbolistas nuestros. Dimos una cátedra de fútbol ante un rival de altísimo nivel”.

De todos los momentos atravesados en seis años inolvidables con la camiseta roja con el número 5 en la espalda, que parecía pintado a su figura, los encuentros con Bochini tienen un lugar destacado: “El Bocha era un fuera de serie, un jugador único, que rompió el molde, al punto de hacer cosas que me maravillaban dentro de una cancha. Su capacidad de inventar era interminable. Entre las vivencias con él voy a elegir una anécdota: Yo le dije que cuando encaraba y veía que no podía dar un pase, me la diera mí, para hacer la pausa y dársela de nuevo. Me respondió: ‘¿Para qué te la voy a pasar a vos? Yo tengo que ir para adelante, no necesito pasártela’ (risas). Yo lo veía en situaciones comprometidas, con cinco rivales por delante y pensaba: por ahí no, pero él encaraba y pasaba. Tenía una idolatría interminable y que el estadio de Independiente lleve su nombre es un acto de justicia”.

Fue contemporáneo de una época pletórica a nivel apellidos en las canchas argentinas. En su puesto había muchas otras figuras y quizás eso no le permitió tener continuidad en la Selección. Con la asunción de Bilardo parecía que había llegado su momento: “Era un técnico meticuloso, que tenía otro sistema de juego, pero que también le dio resultado. Era muy trabajador y pendiente de cada detalle. No le gustaba arriesgar, quería tener seguridad y que el equipo no descuidase nada. En San Lorenzo en 1979 no tuvimos éxito, luego se marchó a Colombia y mantuve una excelente relación con él, al punto que, en 1982, cuando regresó me pidió para Estudiantes y se enojó porque me fui a Independiente. Estuve muy cercano en sus inicios en la Selección y después… no sé qué pasó. Quedé afuera y nunca tuve oportunidad de hablarlo con él, pero está claro que cuando no te eligen, hay que tener la suficiente capacidad para admitirlo. La Selección en mi carrera fue como algo que se iba interponiendo en mi vida, incluso desde los tiempos de juvenil, no tuve continuidad. Nunca pensé en lo que me falta, siempre fui agradecido a Dios por todo lo que tuve”.

Los 11 titulares de Boca la tarde del primer gol oficial de Perazzo, nada menos que contra River en el Monumental. Parados: Hrabina, Simón, Carrizo, Navarro Montoya, Marangoni, Abramovich y Tavares. Agachados: Graciani, Perazzo, Tapia y Barberón
Los 11 titulares de Boca la tarde del primer gol oficial de Perazzo, nada menos que contra River en el Monumental. Parados: Hrabina, Simón, Carrizo, Navarro Montoya, Marangoni, Abramovich y Tavares. Agachados: Graciani, Perazzo, Tapia y Barberón

La eliminación de la Copa Libertadores, sufrida por Independiente en una noche tan histórica como dolorosa, ante Peñarol en 1987, significó el fin de una era irrepetible en el club. Había llegado la hora del cambio de aire: “Pasé a Boca porque el ciclo en Independiente de aquel grupo humano que había ganado todo estaba terminado y era necesaria una renovación. Ya llevaba un tiempo con las escuelas de fútbol y sentí que pasar a Boca era un gran desafío para el cierre de mi carrera con 33 años. Estaba el Pato Pastoriza como entrenador que me daba un grado de seguridad importante y me parecían muy serios los dirigentes Alegre y Heller. Se armó un muy buen equipo, que peleó en simultáneo el torneo local y la Libertadores, con la desgracia de un partido clave en cancha de Ferro contra Argentinos Juniors, con una tarde negra del árbitro, que nos expulsó varios jugadores por tumulto y diezmó al cuadro, porque algunos recibieron muchas fechas de suspensión. Fue un encuentro extraño, con animosidad en contra de Boca y quedó debilitado para el tramo decisivo del torneo, que terminó ganando Independiente. También se escapó la Copa, pero nos redimimos al ser campeones de la Supercopa. La semifinal contra Gremio fue inolvidable, porque tuve la suerte de hacer un golazo y nunca sabré cómo la gente se enteró que al día siguiente cumplía años y me cantaron durante quince minutos el feliz cumpleaños. Yo jugaba y saludaba, levantado la mano también para poder seguir concentrado en el partido. El público estaba como enajenado y fue tan maravilloso como inesperado y difícil de absorber. Un verdadero regalo”.

Tras la salida de Pastoriza, asumió en su lugar Carlos Aimar, un técnico joven y con quien Marangoni desarrolló una excelente temporada 1989/90. Parecía que habían congeniado a la perfección dentro y fuera de la cancha. Pero una derrota ante River en el Monumental en septiembre del ‘90, fue el principio del fin: “A veces hay desinteligencias o elecciones de camino, y la forma de transitarlos trae aparejados conflictos. El deseo del técnico de buscar un Boca sin mí era genuino de él, pero la forma de llevarlo a cabo quizá no fue la más prolija. Es algo que quedó en el tiempo y que no lo tomo como algo personal o de animosidad, tal es así que nos hemos visto y charlamos sin mayores problemas. En el fútbol intervienen muchos factores que hacen difíciles las relaciones. Siempre digo que el objetivo común es ganar, pero para cada pieza del plantel el significado es distinto. En enero del ‘91 asumió Oscar Tabárez, que no quería que me retirase, pero yo estaba muy lesionado y le planteé que dentro de la cancha no le podía ser útil, pero sí afuera. Y así comencé a trabajar con un hombre extraordinario durante dos años, analizando a los futuros rivales y al propio Boca. Luego decidí una forma de vida, cercana al fútbol, pero lejos de la competencia, hasta que una invitación de Banfield en 1997 me agarró con la guardia baja e intenté probar con la dirección técnica. No me fue nada mal, pero interiormente sabía que no era algo para mí. Más cerca en el tiempo he tenido ofertas para ser manager o director deportivo, las cuales he declinado, porque me apasiona lo que hago en chicos y adolescentes. Cuando jugás en forma profesional mirás mucho para adentro, con el foco siempre en vos mismo, por eso me encanta la docencia, porque es lo inverso, ya que lo importante es la persona a la que te brindás, dándole las herramientas para que el niño se divierta y sea feliz. Empecé con esto de las escuelas hace más de 35 años y sigo con las mismas ganas, porque es una vida dedicada al otro. No reniego de haber sido futbolista, pero si tuviera que elegir entre aquello y esto, me quedó con lo que realizo ahora”.

Era imposible no consultarle sobre la actual y dolorosa situación que atraviesa su querido Independiente, y dejó una interesante reflexión: “Las buenas decisiones traen buenos momentos, en las personas y en las instituciones. Evidentemente, no ha sido lo que ocurrió en el club en los últimos tiempos. Lejos de la época que yo viví, en la que cosechábamos sonrisas, ahora recoge embargos y juicios. Eso habla a las claras que desde hace más de 30 años se le ha hecho complejo mantener el buen rumbo”.

Pasan los años y Marangoni está intacto, por dentro y por fuera. Sus convicciones y mirada del fútbol se mantienen inalterables. Lo mismo que si uno entrecierra los ojos y lo puede imaginar parado en el centro del campo, a punto de empezar la función. Ese número 5 de las dos áreas, que se habituó a ser pasajero frecuente del gol, en una felicidad ajena muchas veces al puesto. Ese número, el cinco, que se duplicaba, cuando Maranga tenía la pelota en los pies.

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