“No me siento campeón del mundo. Estuve ahí, ayudé a mis compañeros de alguna manera, pero al no jugar es muy difícil decir ‘me siento campeón del mundo’. Si hubiese jugado un ratito, la cosa sería diferente”. De esta manera, se sincera Rubén Oscar Pagnanini, uno de los 22 argentinos que levantaron la copa en 1978.
El oriundo de San Nicolas, provincia de Buenos Aires, fue parte del plantel albiceleste comandado por César Luis Menotti, aunque no jugó durante el torneo, siendo el suplente del defensor por derecha, Jorge Olguín.
“Alguien de los 22 tenía que quedarse sin jugar y la decisión del Flaco fue correctísima. No busco excusas, pero mi sentimiento interior dice otra cosa”, revela El Gato a sus 73 años, alejado del mundo del fútbol, quien debió sortear un difícil inconveniente de salud.
“Me cuido porque tengo que operarme de la cadera. Ya lo intenté hace tres años, pero cuando me trasladaban hacia el quirófano me subió la presión a 26 y estuve dos días en terapia intensiva, pensé que me moría”, confiesa el ex defensor, quien administra una inmobiliaria en su lugar de nacimiento.
Mas allá de su presente, Pagnanini tuvo una carrera de ensueño. En 1968 debutó en Estudiantes de La Plata jugando en el equipo alternativo de Osvaldo Zubeldía. Ganó cuatro títulos, dos copas Libertadores en 1969 y 1970, la Intercontinental del 68 y la Interamericana del 69. En ese periodo, compartió vestuario con Carlos Bilardo, Eduardo Manera y la Bruja Verón, hasta que en 1977 pasó a Independiente para jugar al lado de Enzo Trossero, Ricardo Bochini y Omar Larrosa, entre otros.
“Trabajamos a full para cumplir un objetivo: Independiente tenía que demostrar su calidad de juego. Era un equipo con una mentalidad ganadora, con un buen trato de la pelota, el paladar negro del fútbol. Fue la época más gloriosa de la institución”, recuerda el ex lateral derecho que se mostró triste por la situación que atraviesa el Rey de Copas.
“Estoy dolido. El presente nada tiene que ver con aquellos tiempos de gloria, cuando primero estuvo Julio Grondona y luego, Don Pedro Iso. Ambos le hicieron honor al cargo de presidente. Era un club grande, serio, ordenado y respetuoso. Hoy es todo lo contrario”, cuenta Pagnanini, quien ganó dos títulos con la camiseta roja, los Nacionales del 77 y el del 78.
Tras su paso por Avellaneda, recaló un año y medio en el Minnesota de los Estados Unidos para luego regresar a nuestro país en 1980 y cerrar su carrera en Argentinos Juniors junto a Diego Armando Maradona.
“Compartí cancha con la Bruja Verón, un crack. Con Mario Kempes, un monstruo. También, con Ubaldo Fillol. Pero Pelusa tenía 18 años, mamita querida, qué monstruo y qué jugador por Dios. Jugué cuatro meses con el más grande de todos los tiempos; no habrá otro igual. Vi muchísimos, pero como Maradona ninguno”, subraya Pagnanini mano a mano con Infobae.
-¿Qué es de su vida, Rubén?
-Acá estamos, tratando de durar un poco más. Ya tengo 73. Me cuido porque tengo que operarme de la cadera. Ya lo intenté hace tres años, pero cuando me trasladaban hacia el quirófano me subió mucho la presión y estuve dos días en terapia intensiva; pensé que me moría. Me agarró un poco de miedo, mas que nada porque le soy útil a mi familia todavía. Fue una prueba que no salió bien, pero me voy a operar antes de que termine el invierno. Tengo a mis nietos, los quiero disfrutar. También a mis hijos, que han formado familia y que están luchando a brazo partido en este mundo difícil de convivir, que no sabemos cómo vamos a terminar.
-¿Estuvo al borde de la muerte?
-No quise ser tan directo, pero sí, me subió la presión a 26 y estuve complicado. No me quedó ninguna secuela por suerte. Ahora, si me hubiera muerto no sentía nada y listo. Lo peor que podría pasarme es quedar hemipléjico o sufrir otra secuela, pero por suerte no tengo nada. Gracias a Dios quedé como estaba. El único problema es el desgaste que tengo en mi cadera.
-¿Qué es lo que padece?
-Una artrosis, tengo la cabeza del fémur gastado. La idea es poner una prótesis e ir mejorando, producto de una buena recuperación que debo llevar a cabo.
-¿Cuándo empezó a sufrir artrosis?
-No lo puedo asegurar, pero creo que arrancó cuando era jugador profesional. Tengo algunos de mis ex compañeros que sufren también artrosis, sin embargo, juegan al tenis, al padel, pero yo no puedo caminar dos cuadras seguidas.
-¿Cómo hace para movilizarse?
-Si tengo que ir al supermercado voy en auto, aunque sea a dos cuadras de mi casa, porque si voy caminando no sé si vuelvo; me tendrían que ir a buscar.
-¿A qué se dedica?
-Administro una inmobiliaria, en sociedad con otro muchacho. Cuando puedo voy al local, si no están mis empleados.
-Cuándo se retiró como profesional, ¿qué rumbo tomó?
-Hice el curso de entrenador y dirigí en las ligas amateurs de la Provincia de Buenos Aires. Además, en dos oportunidades comandé a Olimpo de Bahía Blanca. Después de un tiempo, opté por dejar todo, ya que en uno de los clubes que dirigí en San Nicolás no me había ido del todo bien. A raíz de eso, me agarró un bajón anímico. Cuando estaba en las malas, me costó reaccionar a tiempo. Entonces decidí dar un paso al costado. Lo mejor hubiese sido ponerles el pecho a las balas, pero no me sentía cómodo. Después, entrené a juveniles y me terminé aburriendo. Largué todo y me dediqué a la ganadería.
-¿Pudo hacer un buen colchón de dinero para vivir cómodo?
-No tenía para tirar manteca al techo, tuve que pelearla desde abajo como un productor chico. Fui un tipo muy precavido y cuidadoso con el dinero. Adaptado a la enseñanza que me dieron mis padres y con la idea de que para tener algo hay que ahorrar. Entonces, todo lo que pude ganar, lo ahorré. De esta manera, me hice una casa, adquirí un par de propiedades y nada más, con eso vivo. Y además, cuento con una jubilación mínima porque estuve aportando por convicción propia.
-¿Tuvo que aportar de su bolsillo para hoy cobrar una jubilación?
-Sí, exactamente. Los clubes donde estuve aportaron, pero tarde. Entonces, no es lo mismo que aporten todos los meses, a que lo hagan cuando abandonás el fútbol, porque se termina deteriorando el dinero y perjudica al futbolista en un futuro. En mi época era difícil ponernos de acuerdo con Agremiados y fue una batalla que los jugadores no supimos ganar. Hoy no me quejo porque gracias a Dios, jugué, estuve ahí y tuve la suerte de estar en la selección argentina.
-Salió campeón del mundo en 1978 y es uno de los 22 que levantaron la copa…
-No me siento campeón del mundo. Estuve ahí, ayudé a mis compañeros de alguna manera, pero al no jugar es muy difícil decir “me siento campeón del mundo”; no es tan así. Si hubiese jugado un ratito la cosa sería diferente, pero no tuve esa suerte, aunque lo agradezco igualmente. Alguien de los 22 tenía que quedarse sin jugar y la decisión del Flaco fue correctísima. No busco excusas, pero el sentimiento interior es otro.
-¿Fue uno de los últimos en sumarse a la lista definitiva?
-Sí, el último. Luego del partido que Independiente empató con Talleres en Córdoba en enero de 1978 y se consagró campeón con ocho hombres, me citaron al seleccionado nacional. Fui unos meses a prueba, hasta que el entrenador decidió definir a los 22 y entré entre los últimos. Fue un gran halago y una emoción haber sido parte del grupo. Tenía más expectativas de quedar afuera que adentro de la lista definitiva. En la previa al Mundial no había jugado muchos encuentros oficiales. En cambio, existían otros que venían del año 74, que fueron campeones en Toulon y quedaron afuera.
-¿Levantó la copa del 78?
-Sí, la tuve entre mis manos. Fue una gran emoción y es innegociable.
-¿Tiene la medalla?
-Se la regalé a mi madre, que en algún lado la debe tener. Gracias a mis padres soy lo que soy y fue mi regalo para ella. Tengo una sola camiseta firmada por todos mis ex compañeros, por Menotti y el profesor Pizzarotti, y está guardada bajo cuatro llaves, no sale de acá. Tengo cuatro hijos y no se las regalo por miedo a que se peleen, entonces me la quedé. Cuando la quieren ver, la tocan, la miran y la disfrutan a su manera.
-¿Le ofrecieron dinero para comprársela?
-Sí, sí, pero nunca la vendí bajo ningún punto de vista. El utilero nos dio tres a cada futbolista. Las otras dos se las regalé a mis mejores amigos. Una a cada uno. Hay gente que te ofrece dinero por esas casacas, pero son recuerdos que le quedan a uno e imborrables. Hay cosas que no se compran con dinero, por ejemplo, la medalla. Es una reliquia que tiene que ser guardada de por vida y hay que hacerle honor todos los días. Es lo que nos tiene que quedar como recuerdo a los campeones del mundo.
-¿Cuánto cobró por parte de la AFA por ser campeón del mundo?
-Fueron 25 mil dólares. De ahí, le pagamos los impuestos a la DGI, entonces nos quedaron en mano 17 mil. Si no pagabas los impuestos, no te daban nada y los tuvimos que abonar como si fuese hoy ingresos brutos.
-¿Le planteó alguna vez a César por qué no lo utilizó ni un minuto?
-No, jamás. Yo sabía las reglas de juego y el respeto que se merecía Menotti; el Flaco es un monstruo.
-¿Cómo vio aquel momento sociopolítico que atravesaba Argentina?
-Difícil, fueron días muy complicados por los episodios de violencia. Al fútbol se seguía jugando y nos tocó hacerlo en nuestro país. Nosotros no teníamos afinidad política, solo jugábamos para la gente. Nos sacrificamos y estuvimos seis meses concentrados, porque teníamos que darle una alegría a la gente, al pueblo argentino. Y creo que la meta fue esa. La concentración, las arengas y nunca nos desviamos del objetivo que nos propusimos, ganar la primera copa para Argentina.
-¿Se los valora igual que los campeones del 86´?
-No, para nada. La situación sociopolítica de aquel momento fue una mancha oscura que había en el país y nos agarró de refilón a nosotros que no tuvimos nada que ver con lo que pasaba en Argentina. Hacíamos un deporte y jugábamos al futbol, nada más.
-Debutó en Estudiantes en 1968, de la mano de Osvaldo Zubeldia. ¿Qué primer recuerdo se le viene a la cabeza?
-Tenía 19 años. Fue en un encuentro nocturno contra Colón de Santa Fe por el torneo local. Los habituales titulares estaban dedicándose a la Copa Libertadores, entonces Zubledia apeló a los juveniles para el campeonato doméstico. Tuve la suerte de jugar, pero perdimos 3 a 0. Luego de ese partido, me tocó jugar un poco más en Primera, producto de que los titulares estaban enfocados en jugar la Intercontinental.
-¿Qué recuerda de Zubeldia?
-Un maestro, palabras mayores en Estudiantes de La Plata. Todo lo que decía y hacía, uno lo tomaba con sabiduría y lo adquiría como experiencia. Utilizaba las palabras justas y sabias que te hacen temblar. Ahí empieza a sentirse el profesionalismo. Te enseñaba a ser un buen profesional.
-Después fue dirigido por Carlos Bilardo. ¿Qué puede decir de esas experiencias?
-Primero fui compañero de Carlos, luego me dirigió. Cuando Bilardo se retira en 1975, se queda como entrenador y agarra Estudiantes de La Plata. Tuvimos buenas campañas, ya que ese año salimos subcampeones de River, en el Nacional 75. Terminamos cerca de consagrarnos. Merecíamos ser campeones, pero River nos venció 1 a 0 en cancha de Vélez.
-Siendo compañero de Bilardo, ¿ya lo asesoraba dentro de la cancha?
-Sí, Osvaldo ya lo tenía como su estandarte técnico en el campo de juego. Carlos daba órdenes y transmitía las palabras de Zubeldia. Te armaba, te decía: “andá a la ataque, apretá, quedate”; son cosas que te van enseñando.
-Luego se fue a Independiente, ¿quién lo llevó a ese club?
-En 1977, aparece la posibilidad de jugar en el Rojo de Avellaneda. Ya había perdido la esperanza de pasar a un grande porque tenía 29 años. A esa edad, era difícil que se hiciera una transferencia como esa y a un club importante. Sin embargo, me compra el Rojo y tuve la suerte de ir a un club excepcional en esos años. La verdad es que había que sacarse el sombrero. Estaba Ricardo Bochini, el técnico era Roberto Saporiti, extraordinaria persona. Además, había una buena dirigencia y buenos jugadores. Trabajamos a full, todos los días, para cumplir un objetivo. Independiente tenía que demostrar su calidad de juego. Era un equipo con una mentalidad ganadora, con un buen trato de la pelota, el paladar negro del fútbol. Fue la época más gloriosa de la institución.
-¿Está preocupado por el presente de Independiente?
- Estoy dolido. Hoy, nada que ver el presente del club con aquellos tiempos, cuando primero estuvo Julio Grondona y luego, Don Pedro Iso; ambos le hicieron honor al cargo que tenían. Era un club grande, serio, ordenado, respetuoso. Hoy es todo lo contrario. En su momento, a la sede entré dos veces, cuando firmé mi contrato y cuando lo rescindí, que me regalaron el pase por los tres años que estuve. Tras mi salida, me fui a jugar a la liga de los Estados Unidos por intermedio de Menotti, que me recomendó en el club Minnesota.
-¿Le costó adaptarse a esa liga?
-Sí, muchísimo. Estuve un año y medio. Producto del idioma, fue muy complicado y logré hacer amigos de familias españolas y de argentinos que vivían allá, y me ayudaron un montón. Luego, volví a la Argentina, pero con la firme idea de dejar el fútbol. Tenía ofertas de Vélez y Racing. Estaba sanito, no tenía operaciones ni había sufrido desgarros.
-Pero eligió a Argentinos Juniors
-Sí, jugué cuatro meses en Argentinos, y luego tenía la decisión tomada de dejar el fútbol. Hubo un problema con la dirigencia porque no me abonaban el sueldo e incumplieron con mi contrato. Yo dije: “Si no van a respetarme el vínculo, denme el pase, que yo me quiero ir”.
-En ese Argentinos, ¿compartió cancha con Diego Maradona?
-Sí, disfruté tanto de verlo a Diego entrenar y convivir con él... Pelusa tenía 18 años, pero mamita querida, qué monstruo y qué jugador por Dios. Compartí esos cuatro meses con el más grande de todos los tiempos. No habrá otro como él. Vi muchísimos, pero como Maradona ninguno. Disputé cuatro partidos en Argentinos y todos al lado de Diego. Uno de ellos fue en La Bombonera frente a Boca.
-¿Qué mensaje le transmitió Pelusa previo a ese enfrentamiento?
-”Ustedes, los defensores, lo único que tienen que hacer es recuperar la pelota y me la dan a mí”. Con eso te digo todo. Se tenía mucha fe.
-También,compartió cancha con Bochini, Kempes, Bilardo…
-Con la Bruja Verón, que fue un crack. Con Mario Kempes, un monstruo. También, Fillol. Los muchachos del 78 eran todas figuras y de primera categoría.
-Fueron muy pocos los futbolistas que trabajaron con Bilardo y Menotti como entrenadores.
-Sí, tuve la suerte de ser uno de ellos, pero los dos tienen sus verdades. No hay que ponerse de un lado ni del otro. Al fútbol se lo quiere y se lo ama porque lo más grande que tiene es que cuando se forman los grupos humanos son capaces de voltear un pared. Entonces, un grupo con convicciones es indestructible. Así que yo tuve esa suerte en Independiente, en Estudiantes, en la selección argentina.
-¿Le tocaron buenos grupos humanos?
-Siempre estuve rodeado de compañeros muy importantes, inteligentes y hombres dentro del campo de juego, y de esta manera, logré salir consagrarme con Estudiantes de la Libertadores, dos veces con Independiente. Solo me faltó la posibilidad de quedarme todo el año en Argentinos para compartir más tiempo con Maradona e intentar juntos salir campeón, que hubiese sido la frutilla del postre de mi carrera.
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