“En mi opinión no hay un método para atajar penales, es más intuición que otra cosa. Lo que yo solía hacer era observar bien al pateador, cómo se paraba y perfilaba al llegar a la pelota. También me ayudaba el hecho de conocerlos. Si bien no había la enorme cantidad de medios que hay ahora, se transmitía un encuentro por semana por televisión y se podía analizar allí. Lo que sí hacía era leer las síntesis de los partidos en los diarios del día lunes, donde se detallaba quien había ejecutado y a dónde. Lógicamente tenía en cuenta cómo estaba el resultado hasta ese momento, porque no es lo mismo rematar ganando 3-0 que perdiendo 1-0, donde van a lo seguro”.
La tarde estaba pintada de gris atrás de los vidrios del bar, para no desentonar con el invierno. En el calor de la charla, José Perico Pérez ejemplifica con claridad cada recuerdo, ayudándose en los gestos con sus manos, la mismas que lo llevaron a la fama por ser un especialista atajando penales. Esa pequeña hazaña a la que fue habituando a los hinchas de River, Independiente y Unión a lo largo de la década del ‘70, tan cercana en los recuerdos y tan lejana en algunos aspectos.
“En nuestra época no había entrenador de arqueros y ni se hablaba de eso. Las prácticas eran con el preparador físico, que era el que te peloteaba y te hacía hacer ejercicios específicos. Por suerte en River tuve técnicos que eran muy buenos pateadores y con ellos entrenaba, como el caso de Ángel Labruna o el Vasco Urriolabeitia, que le entraba muy bien. Eran cosas básicas, mientras que hoy se trabaja más en velocidad y reacción”.
Un pibe criado en Barracas que tuvo devoción por el fútbol, el mismo tema que lo apasiona en esta tarde de julio y que es parte de su vida. Perico es palabra autorizada para hablar de los arqueros actuales con quienes comparte el don de la intuición a la hora de los penales: “Dibu Martínez posee muchas condiciones, con una gran preparación física, personalidad y desde allí parte con ventaja. Si tiene suerte, tendremos arquero por varios años. También atraviesa un gran momento Rossi, de Boca, con capacidad para los penales. Los chicos de ahora están más pulidos, tienen que saber jugar con los pies, pero allí radica un detalle fundamental, ya que no se debe abusar de eso. A quienes lo hicieron, les costó caro”.
“Si hubo un precursor absoluto y un adelantado en el puesto, incluso en el hecho de saber con la pelota en el pie, fue Amadeo Carrizo. En mi opinión no hubo, hay, ni habrá uno igual a él. Fue un fenómeno a quien tuve la suerte de conocer, cuando estaba en las inferiores de River y él atravesaba el final de la carrera. A él le debo el hecho de que se me conociera por el apodo. A mí me decían así porque era el seudónimo de mi papá y fue el gran Amadeo que me sugirió: “No digas más que sos José Pérez. Decí Perico Pérez” y quedó para siempre. Era un gran tipo, muy generoso, que jamás te marcaba un error, sino te mencionaba cómo se podía solucionar. Cuando volvíamos con mi viejo del Monumental, agarraba la pelota marca Pulpo y salía a la vereda, con la poca luz que iba quedando, para jugar a ser Amadeo Carrizo”.
Aquel rebelde empedrado de Barracas supo de los sueños del pibe para emular a su ídolo, con el rebote irregular de la Pulpito de goma. El destino le iba deparar la alegría de ocupar su puesto, apenas un año después de la ida del legendario arquero de River Plate, cuando le tocó su presentación oficial el 28 de septiembre del ‘69: “Un sábado por la tarde, Ángel Labruna me indicó que iba a ir al banco de la Primera en la vieja cancha de Platense. Antes de terminar el primer tiempo se lesionó Hugo Carballo y me llegó el turno. El tema es que no tenía ni atados los botines (risas). Pienso que es el debut ideal que deberían tener todos los jugadores, porque no tenés ni angustia ni presión”.
Perico y Rubén Sánchez fueron los dueños de los arcos de River y Boca, respectivamente, durante los primeros años de la década del ‘70, entre el duelo de estilos que habían protagonizado Amadeo Carrizo y Antonio Roma en los años anteriores y el que sostendrían Ubaldo Fillol y Hugo Gatti tiempo más tarde: “La rivalidad entre estos grandes adversarios no cambió nunca, porque eso lo hace básicamente la gente. En mi caso, además, yo vivía en Barracas, plena zona boquense… Fui protagonista de un Superclásico que quedó en la historia, como fue el que ganamos en cancha de Velez por 5-4 en 1972, con un resultado tan cambiante que parecía de cuento. Nos pusimos 2-0, le atajé un penal a Suñé, al rato perdíamos 4-2 y nos quedamos con la victoria con un gol de Morete sobre la hora. Cada uno tiene lo suyo, porque tuve la suerte de disputar también los clásicos de Avellaneda y Santa Fe, que era bravo de verdad (risas). Como la zona de confluencia de ambos es cercana, se vive de manera particular. El día anterior ya no podíamos salir a la calle”.
Hay un partido en la carrera de casi todos los futbolistas que es sinónimo de su trayectoria. Ese que queda en la memoria del hincha y su leyenda se va pasando de generación en generación. El 22 de abril próximo se van a cumplir 50 años de la tarde en que Perico Pérez alcanzó uno de sus puntos más altos: “Huracán tenía un equipo extraordinario y llegó puntero e invicto al Monumental. Todo lo ocurrido ese día se potenció por la categoría de nuestro rival y por quién pateó los penales, que era nada menos que Miguel Brindisi. Yo lo tenía visto y sabía que acostumbraba tirarlos a la derecha del arquero. El primero fue al terminar el primero tiempo y se lo atajé así. Cuando faltaban 15 minutos, Pinino Mas nos puso arriba 1-0 y sobre la hora le cobran otro penal a Huracán. Cuando me estaba preparando, me di cuenta de que el encargado iba a ser Roque Avallay, pero escuché cuando Miguel insistió en querer hacerlo él. En ese mismo momento razoné que lo iba a hacer igual que el anterior. Y se lo desvié otra vez. Lo que más me quedó de ese día fue que al entrar al vestuario, después de que los hinchas me pasearan en andas, me encontré con mi viejo, que nunca estaba ahí y lo habían ido a buscar. El tema es que la cosa siguió en varios de los partidos siguientes, donde les atajé a Sánchez de All Boys, Saccardi de Ferro y casi se lo saco a Pascuttini de Central, pero no llegué porque estaba lesionado en un tobillo, al punto que después de esa jugada, pedí el cambio”.
Hace 50 años la repercusión de los hechos era infinitamente menor a lo que ocurre ahora. Sin embargo, las hazañas de Perico a la hora de los penales superaban largamente a los medios deportivos: “Titanes en el Ring atravesaba uno de sus momentos de mayor popularidad y eran los ídolos de los chicos. Una revista me juntó con ellos en el estadio Monumental para una producción y, por supuesto, vinieron con sus vestimentas muy llamativas, una cosa inesperada para mí, pero que disfruté. Otra anécdota viví en Salta cuando viajamos para jugar un amistoso, donde coincidimos con un grupo de gente de teatro que estaba de gira. Me tocó compartir el ascensor del hotel con Bárbara Mujica y otra actriz. Mientras subíamos, ella le dijo: ‘Mi marido (David Stivel) está como loco porque se enteró que acá está Perico Pérez, el que ataja los penales y lo busca por todos lados’ (risas). Por supuesto que no sabía quien era yo. También en ese año participé de un disco, que me lo propuso el Pato Carret, que cantaba dos canciones y yo contaba cómo atajar los penales. Anduvo bastante bien y tuve la suerte de que Palito Ortega, que solía estar en los entrenamientos del club, me avivara para que figurase como intérprete, para poder cobrar, sino no hubiese percibido ninguna regalía. A River venían muchos artistas a compartir los entrenamientos, hecho que a ellos los ayudaba para la distensión. Uno de ellos era el folclorista Roberto Rimoldi Fraga. Cuando se casó, nos invitó con Pinino Mas a la fiesta, que fue en la quinta de Olivos, ya que su novia era la hija del entonces presidente Alejandro Lanusse. Esa noche se vivieron cosas increíbles, como que el General desapareció por varias horas, porque le habían avisado que podía haber una revuelta en el país. Nos reímos mucho con Bonavena, porque fue cuando le dijo a Lanusse: “Con la pinta suya y la guita mía hacemos destrozos” (risas).
A comienzos de 1975 llegó Ángel Labruna a la dirección técnica de los Millonarios, con el objetivo de cortar la insólita racha de 18 años sin títulos, hecho que finalmente se conseguiría, ya sin Perico en el arco: “En 1973 compraron a Fillol y yo sabía que era cantado que más tarde o más temprano, me tenía que ir. En el verano del ‘75 fui a hablar con los dirigentes de Independiente y enseguida arreglamos todo. Apenas llegué nos fuimos a la famosa gira por Asia donde usamos una camiseta de color amarillo. Era un verdadero equipo de hombres, con un talento fantástico como el de Bochini, con una claridad increíble para habilitar a los delanteros. Me di el gusto de ganar la Copa Libertadores en esa temporada, que era la cuarta consecutiva de los Rojos. La final fue en Paraguay, en desempate con Unión Española de Chile y hubo una disputa con los dirigentes, porque ellos querían que hiciésemos un amistoso con un cachet bajo. Nos opusimos y queríamos volver, pero nos dijeron que no había aviones disponibles. Entonces tomamos la resolución de regresar en micro. Y con la copa entre nosotros, más el Gordo Muñoz, que en cada pueblo que parábamos, se las ingeniaba para salir al aire en la radio. Un viaje increíble (risas). Pero hubo una mejor. Hacía tantas giras Independiente que lo habitual era tomar aviones casi todas las semanas. Un día nos encontramos en Ezeiza con el Chivo Pavoni, Commisso, Bochini y Percy Rojas y subimos a la nave rumbo a Chile. En pleno vuelo nos llamaron desde la cabina, en algo muy raro. Ahí nos comentaron que los dirigentes nos mandaban a decir que el partido se había suspendido. Nosotros pensamos que el resto de los muchachos estaban en otra parte del avión (risas). Desayunamos en Santiago y nos volvimos al rato”.
Tras casi una década como profesional, la idea del retiro comenzaba a rondar por su cabeza. Tuvo un recordado paso por Unión de Santa Fe (1976 – 77) y apenas la temporada 1978 en Platense, con milagrosa salvada del descenso incluida. “En 1980 ya estaba retirado, pero Alcides Silveyra me convenció para ir a Chacarita en Primera B. No nos fue bien y en las últimas fechas, como estaba lesionado y nadie quería agarrar, fui el DT. Terminamos descendiendo a la C. El fútbol siempre me gustó mucho y por eso hice el curso de técnico al retirarme. Apenas me recibí me llegó la oferta de Talleres de Remedios de Escalada, que estaba en Primera C y logramos el ascenso, pero después ya no quise seguir más”.
Al hacer el repaso del vínculo de Perico Pérez con el fútbol, se lo reconoce tanto por sus atajadas como por su participación como secretario general de Futbolistas Argentinos Agremiados: “El inicio de mi actividad gremial fue fortuita porque, por intermedio de Pipo Ferreiro, me enteré que había muchachos a los que se le debía mucho dinero en varios clubes, cosa que no nos pasaba en River. Me acerqué a la entidad para interiorizarme. El Pato Pastoriza era la máxima autoridad, pero justo lo transfirieron a Francia, me hizo el ofrecimiento y acepté. Me tocó atravesar dos huelgas que son muy recordadas, como la del ‘75, donde River logra salir campeón luego de 18 años con juveniles y la del verano del ‘85, por la libertad de acción de Gareca y Ruggeri, que trajo mucha polémica, pero lo que reclamaban era lo correcto. Quedaron libres de Boca y los compró River”.
En paralelo con la participación gremial, había comenzado una fructífera labor como empresario en distintos rubros y en la década del ‘90, tomó la decisión de alejarse definitivamente del mundo de la número cinco: “Compré unos canales de televisión en el Sur, en la ciudades de Trelew, Rawson y Puerto Madryn, que fue la primera emisora patagónica. Eran los tiempos iniciales del auge del cable y fueron muy buenas inversiones. Más tarde me dediqué a la logística en distintos tipos de empresas, hasta que hace unos años vendí todo y estoy más tranquilo, disfrutando de los nietos, que jamás pensé que me iban a cambiar tanto la vida”.
La misma predisposición para la charla la tuvo en el momento de las fotos. Igual que en toda su vida, como la que tenía con los pibes que lo idolatraban y que en el primer lustro de la década del ‘70, se revolcaban en los potreros y las veredas, soñando con sentirse Perico Pérez. El que adhirió su apellido y apodo, a la mágica sensación de atajar un penal.
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