Él es una leyenda mundial. Durante 16 años lideró el ranking internacional y su presencia en el Green Premier Padel Major de París representó el cierre de un círculo en el que la historia tuvo un componente en común: Fernando Belasteguin cumplió el sueño de llevar su talento a Roland Garros, la casa de Rafael Nadal.
—¿Cómo te sentiste durante tu participación? (llegó hasta los cuartos de final junto a su compañero Arturo Coello)
—Me sentí como un chico en Disney. Fue una felicidad plena, porque no puede haber algo más lindo que disputar un torneo tan importante en un lugar mítico como éste.
—Se dieron partidos muy cortos, ¿cuánto afectaron las elevadas temperaturas?
—Mucho. Es como jugar al tenis en Wimbledon, con el césped muy corto y recién regado. Con este clima fue todo palo y palo. Se dieron puntos muy cortos, porque las condiciones climáticas incidieron mucho.
—¿Cómo viviste la progresión del pádel en el último tiempo?
—Mirá, yo arranqué con la paleta de madera, con los alambres bajos en Pehuajó. Cuando hicieron la primera cancha de pádel en mi pueblo yo jugaba al fútbol. Era todo distinto, pero todas las profesiones van variando: antes un periodista no hacía las entrevistas con un teléfono. Hubo una evolución en todo, y si uno no se adapta a los nuevos tiempos que te exige el deporte, te podés quedar afuera. Más allá de la satisfacción que me dieron todos los títulos que gané, mi mayor alegría es la de seguir aprendiendo.
—Aparentemente te has adaptado muy bien para llegar a ser el número uno durante tanto tiempo…
—Pero nunca disfruté de un triunfo, porque más allá de una victoria o una derrota, después de cada partido me pongo a analizar por dónde me hicieron daño, dónde puedo mejorar y qué es lo que debo trabajar para potenciar a la pareja. Creo que disfrutaré de mi carrera cuando me retire.
—¿Hay algo de Bilardismo en tu forma de practicar el pádel?
—No lo sé (risas). Por lo general, el deportista pierde más de lo que gana. Si bien tuve la suerte de ser el número 1 durante 16 años, nunca dejé de pensar en seguir mejorando. Cada vez que llegaba a mi casa, decía: esto es lo que hay… y cuando me preguntaban qué iba a hacer cuando dejara de ser el número uno, pensaba en el placer que me daba seguir creciendo cada día.
—¿Y cómo se sigue mejorando cuando sos el mejor de todos?
—Muchas veces se lo magnifica al deportista, pero yo tengo las mismas preocupaciones que todos. Hoy estoy contento porque en mi profesión me va bien, pero si a uno de mis tres hijos o al resto de mi familia le pasa algo, no me va a servir de nada todo lo que tengo.
—Tu carrera te permitió conocer a muchas personalidades del deporte internacional, ¿cómo fue que se dio esa amistad con Johan Cruyff?
—Tuve la suerte de jugar al pádel con grandísimos deportistas de todo el mundo. Con Johan se generó un vínculo especial, porque considero que es una de las personas con mayor carisma que he conocido en mi vida. Cada charla que tuve con él, siempre me dejaba pensando. Cuando cumplí los 14 años como número uno del mundo de forma consecutiva me hicieron una comida sorpresa, pero Johan no pudo quedarse a cenar porque tenía que continuar con su tratamiento contra el cáncer. Sin embargo, vino especialmente para regalarme su emblemática camiseta de Holanda con el número 14 y una dedicatoria especial (NdA: Para el número 1 del mundo, muchas felicidades por estos 14 años). Cada vez que pienso en eso, se me pone la piel de gallina.
—¿Dónde está ahora esa camiseta?
—La tengo guardadita en mi casa. Si algún día me entran a afanar, les voy a pedir a los ladrones que se lleven todo lo que quieran, menos esa camiseta (risas).
—También Andrés Iniesta escribió el prólogo de tu libro…
—Sí, a él lo conocí por un amigo en común que le había contado mi historia y le fue gustando lo que iba escribiendo en mis borradores. Cuando lo pienso en frío, son cosas que todavía no puedo creer.
—Imagino que al vivir en Barcelona, alguna vez te habrás cruzado con Leo Messi…
—Sí, estuve con él varias veces. Creo que no hay un argentino que sienta más la camiseta que Messi. Hoy veo que la gente, la prensa y sus compañeros se dieron cuenta de eso y él está encantado. Viví sus mejores años en el Barcelona, y tuve la suerte de disfrutarlo. Tuve la oportunidad de conocerlo cuando fui al vestuario del club en un homenaje que me hicieron en reconocimiento como número uno del mundo, gracias a la gestión de Luis Enrique, con quien jugué al pádel varias veces en su casa.
—En breve estaremos todos atentos al Mundial de Qatar, que podría ser el último de Leo, ¿qué análisis podés hacer?
—Creo que Messi encontró un equilibrio emocional impresionante en la selección argentina y por eso se generó tanta ilusión para la próxima Copa del Mundo. Lo bueno es que pasó el momento de las críticas feroces que le hicieron mucho daño a él y a su familia. A uno todavía le cuesta creer que en algún momento lo tildaron de pecho frío. Por fin, la prensa y los hinchas se dieron cuenta de que no hay más argentino que sienta la camiseta que él.
—Es notoria tu pasión futbolera…
—Sí, claro. Soy de San Lorenzo desde chico. Cuando jugaba en San Martín en Pehuajó, me ponían de dos. Lo combiné hasta los 12 o 13 años, hasta que debuté profesionalmente en el pádel a los 15. Además, los cazatalentos de Buenos Aires siempre venían a buscar a los que hacían los goles y nunca se fijaban en los defensores.
—¿Cómo jugabas? ¿Con quién te sentiste más identificado?
—Era como Ruggeri: un central áspero con carácter; pasaba la pelota o el jugador, nunca los dos. Los cagaba a patadas a todos los que se me acercaran (risas).
—¿A quién admirabas durante tu infancia?
—Soy un fanático del deporte y a mis hijos los crio en ese mundo, porque el deporte te deja muchas enseñanzas. De chiquito seguía el fútbol, el automovilismo, el tenis… Y siempre me identifiqué con los mejores: cuando murió Senna, dejé de mirar automovilismo; cuando Tiger Woods dejó de jugar, dejé de seguir al golf. Calculo que en el tenis me pasará lo mismo con Roger (Federer) y con Rafa (Nadal). A veces extraño la guerra del Flaco Traverso con el Yoyo Maldonado en el TC 2000. Era fanático de muchos; respeto y admiro al deportista profesional, porque conozco los sacrificios que tienen que hacer durante las 24 horas del día para estar entre los mejores.
—Cuando volvés a Pehuajó, ¿la gente te hace sentir como un rockstar?
—No, ni en pedo. Yo necesito ir a Pehuajó, porque vivo en España hace 22 años y la única vez que no pude ir fue en 2020 por la pandemia. Sigo viviendo con las mismas costumbres de allá y mis hijos escuchan la música argentina. En septiembre del 2021 necesité ayuda psicológica porque llevaba un año y medio sin ver a mis viejos. Había entrado en una bajada personal, porque me hacía falta estar en Pehua. Me hizo tan bien que me quedé los 23 días de vacaciones. Mirá que Nalbandián, con quien tengo una gran amistad, me invitó a su casa, pero le dije que no podía porque necesitaba estar con la familia. Es mi cable a tierra, y la pasé tan bien que cuando volví gané mi primer torneo de la temporada.
—Hay un sentido de pertenencia muy grande, ¿sos el mismo de siempre?
—Es que cuando voy allá sigo siendo el hijo del cabezón que trabajaba en el banco. Cuando voy al gimnasio en Europa tengo a un tipo que me espera con una toalla seca para limpiarme la transpiración y cuando voy a Pehuajó salgo con el óxido en la ropa y tengo al Negro Pacheco que me caga a pedos si no dejo ordenadas las cosas. Es decir: sí, sigo siendo el mismo de siempre. Cuando me casé con mi esposa, que es de Barcelona, arreglé que cuando terminara cada Máster en diciembre me iría para Pehuajó. Fue la única condición que le puse y me dijo que sí. Durante los primeros años venía todos los días, pero después fue acortando a dos semanas, porque hay mosquitos, calor, humedad, que a nosotros nos gusta, pero no son ningún atractivo turístico (risas).
—¿Nunca te mareó el éxito?
Para nada. Mirá que el pádel me dio de todo y las marcas han sacado productos con mi nombre, pero si me entero que a mi familia le falta algo, todo lo que tengo no me sirve para nada. Así de simple.