Jugaba en el Ascenso, viajó a probarse a Italia y Maradona lo invitó a vivir con su familia: el “error” en su primer día y el apodo que Diego le puso a Passarella

Hugo Campana, ex Chacarita y Argentino de Merlo, solo conocía a Pelusa de las Inferiores, pero el astro lo “adoptó” apenas se lo cruzó en Italia. Del picado que jugó casi en muletas al día que Diego le prestó su Porsche

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Campanita y Pelusa en Nápoles:
Campanita y Pelusa en Nápoles: Diego se acordaba que su protegido, en Inferiores, era "rápido"

Son pocos los privilegiados que lograron acceder al círculo íntimo del mejor futbolista de todos los tiempos. Sin embargo, un experimentado jugador con trayectoria en el Ascenso argentino fue a probar suerte a Europa con la ilusión a cuestas y una serie de ribetes inesperados lo pusieron cara a cara con Diego Maradona. El 10, recién llegado a Nápoles, cobijó durante 20 días al centrocampista en el hotel en el que se hospedaba y compartieron momentos inolvidables: los picados en los que Pelusa se jugaba la vida, las críticas a Daniel Passarella cuando la interna albiceleste todavía estaba lejos de explotar y la hospitalidad de la familia del astro oriundo de Villa Fiorito, con Claudia Villafañe y Don Diego a la cabeza, marcaron a fuego a Hugo Campana. De compartir cancha con los Cebollitas en las categorías menores de la mano de Argentino de Merlo a dormir en la suite de la leyenda.

-¿Cuándo y cómo arrancó tu pasión por el fútbol?

-Como todo pibe, me inicié en el baby fútbol, en Caballito Juniors. En ese momento tenía diez años y jugué durante cuatro. Ese proceso fue hermoso porque había confraternidad, había hasta intercambio de chicos entre nuestro club y otras instituciones de Uruguay, entonces por ahí pasabas una semana en Montevideo. El sueño de todos era pasar a Ferro, porque estábamos cerquita y en ese momento era un equipo muy bueno, de la élite de Primera División, pero no era nada fácil.

Me pasó que, en uno de los partidos del baby, el técnico rival también estaba en Chacarita. Entonces, me dijo que si yo hacía una prueba y quedaba, iba a ser titular. Eso me entusiasmó mucho. Ahí arranqué mi etapa y estuve entre Novena y Reserva, de 1973 a 1979. Me ha pasado de enfrentar, en Inferiores, a Ramón Díaz, a Diego Perotti, a Mario Husillos…

-¿Cuán influyente fue tu tío, Francisco Campana, el máximo goleador de la historia del Funebrero, para tu incursión en el club?

-Yo no tenía tanta relación con él, y mi tío fue, durante mucho tiempo, el coordinador de fútbol de Argentinos Juniors. Es más: curiosamente, tuvo mucho contacto con Maradona. Siempre me pasaba que, cuando jugábamos contra el Bicho, quería sobresalir porque sabía que Francisco me estaba mirando, y representaba una doble motivación.

Después, a él le fallece la señora y viene a Chaca como DT de inferiores, pero la etapa de la institución no era buena, desciende el equipo y a mi tío lo desvinculan, por lo que no fue tan trascendente.

-Buena parte de tu trayectoria fue en el fútbol de ascenso. ¿Qué cosas mamaste y qué incorporaste para lo que llegó después, tu paso por Europa?

-Tengo el mejor de los recuerdos. Después de que me voy de Chacarita, porque pedí el pase, no terminé definiendo nada hasta que llegué a Argentino de Merlo. Ahí, pude disfrutar de compartir cancha con varios de los Cebollitas. A los jugadores les pasa eso: mientras van pasando por las categorías menores, se frustran. De todas formas, en ese club nos abrieron las puertas y hasta me dieron una prima. No pudimos ascender, pero fueron años buenos y llegué a inaugurar el estadio.

En ese momento, al escuchar una historia sobre otro tío mío, me picó el bichito de jugar en el exterior. Ricardo Campana, que tuvo una carrera como profesional en los ‘60, estuvo en Ferro y viajó a Australia, donde se convirtió en el único argentino en jugar para la selección oceánica. ¡Hasta le hizo un gol a la Roma en un amistoso! Pero cuando estás en la C cuesta mucho.

Ya teniendo en la cabeza esa idea, me voy a Excursionistas y ahorraba unos mangos con un laburo paralelo. Justo calza con una de las etapas más gloriosas de la historia del Villero, estuvimos al borde del ascenso. Ya en el ‘84, un tipo que se llamaba José Alberti me vio jugar acá, y yo sabía que había llevado a un par de chicos al torneo regional de Italia, a la zona de Nápoles, cuando todavía de Diego no se sabía nada. Entonces, emprendimos esa aventura con un chico que estaba en Argentinos y se llamaba Fabián Debrassi. Salió la posibilidad de ir a Sicilia.

El recorte en la Gazzetta
El recorte en la Gazzetta della Sicilia que marca la llegada de Campana y la comparación con Diego

-¿Cómo fueron esos primeros días?

-Lo que me jugó mucho fue el desarraigo. Se siente mucho dejar la familia, tu hogar, no fue fácil. No me sentía cómodo. Me sorprendí a mí mismo haciendo cosas que jamás pensé que podía llegar a hacer. Estaba en un equipo, el Barcellona, que recientemente había ascendido. No me equivoqué tanto, y descubrí que la única cancha que tenía pasto era la mía, las demás eran de ripio. Todo dependía de quién pagaba y allá no era tan visible. Por eso, le dije al presidente, con un mal italiano “si no vienen a verme, me voy a Nápoles”. Salí en un par de diarios, en La Gazzetta de Sicilia. Yo ni había jugado con Maradona pero me emparentaban, y se ve que era más una movida de márketing que otra cosa.

En ese momento me la jugué, de total aventurero, me fui a esa ciudad. Increíblemente, Fabián frecuentaba mucho a Claudia Villafañe y yo pensé que eso nos podía servir de puntal para ver qué era lo que podíamos hacer.

-¿Cómo es que se había conocido tu colega con Claudia? ¿Y la conexión con vos?

-El papá de Debrassi, el Chino, era un jugador conocido. Esto de las casualidades es tremendo, porque, junto con el padre de la Tata, tenían en sociedad el buffet del Bicho. Fabián había generado una amistad, de esas que se arman en los clubes. En base a ese vínculo se facilitó todo. Y Diego me miraba jugar… Era común que la categoría que terminaba de jugar en Inferiores se quedaba para ver a la siguiente. Por eso, cuando nos reencontramos un par de veces, ya grandes, Maradona decía “Campanita, yo me acuerdo de que vos eras rápido”. Me habrá visto siempre bien (risas).

Encima, ¡él con mi tío no tenía el mejor de los recuerdos! Una vez, hubo una huelga de futbolistas en Argentinos en 1976. En ese momento, los dirigentes lo apretaban a Francisco, DT del equipo de La Paternal, para que lo pusiera al 10. ¿Por qué? Porque con 14 años, hubiera jugado en Primera antes que Pelé. Jugaron contra River, el técnico del Millonario era Ángel Labruna, y el Campana mayor dijo que no lo iba a poner. ‘No está para entrar’, aseguraba. Entonces ingresó otro pibe, González, y a Maradona no lo puso. Si vos buscás, varias veces habló mal de mi tío (risas).

-¿Y el primer encuentro con Diego en Italia, cómo se dio? ¿Qué sentiste en ese momento? Llegabas con una mano atrás y otra adelante.

-Diego nos recibe en el hotel, muy protegido por su representante Jorge Cyterszpiller. Nos habló después de un entrenamiento, nos trató bárbaro y en la charla que tuvimos en el lobby, nos invitó a su suite. Eso me sorprendió mucho porque nos abrió el corazón. Era un adelantado, porque me dijo todo lo que yo necesitaba. Habló, escuchó, contaba confidencias tremendas.

Ese día, igualmente, me mandé una cagada enorme. En un momento me dice “sentite como en casa”. ¡Y le inundé el baño! Me quería matar (risas). La habitación era gigantesca y tenía una caja de recuerdos. Siempre se dijo que Claudia recortaba todo y era verdad, puedo dar fe. Yo estaba durmiendo al lado… Me quedé con él la primera noche y, posteriormente, me propuso que me quedara viviendo con don Diego. Así estuve, con el papá del mejor jugador de la historia durmiendo 20 días.

-En esas jornadas, ¿compartieron alguna rutina? ¿Cómo era la vida del papá del mejor de todos los tiempos?

-Solíamos comer en el primer piso del hotel. Con la connivencia de su viejo, y como me veía medio bajón, Maradona siempre me cargaba y hacía que me llamaran diciendo que mi mujer se quería comunicar conmigo, para hacerme participar un poco. Por su parte, Don Diego siempre fue de pocas palabras pero te sentías acompañado. Iba con él a todos lados y eso es un valor enorme. Yo me sentía muy representado por su estilo, esa figura laburante, que se levantaba temprano a la mañana. Con la mirada te decía todo.

-También formaste parte de varios picados con Pelusa.

-Sí, y hubo una vez que yo no estaba bien físicamente, Cyterszpiller esperando afuera con mis muletas, y el 10 me llamó para que yo entrara a la cancha. Todo eso se armó porque había venido Quini –delantero español ídolo del Barcelona-. Corrí dos minutos y Diego, tan competitivo, me dice ‘Campanita, ¡andá al arco!’. No quería perder ni en un partido así. Te integraba constantemente. Los días eran tan intensos que tengo pantallazos de la convivencia.

En una vuelta, cuando todavía nadie sabía nada sobre su pésima relación con Daniel Passarella, Maradona me lo describió como un “guapo de cartón”. Fijate lo que pasó luego en el Mundial de México… Creo que fui uno de los primeros en enterarse que no se querían ni un poquito.

-Como compañero o como rival, ¿qué resaltabas cuando lo veías con la pelota en los pies?

-Quizás nadie comparta con lo que yo voy a decir (risas). Realmente, al verlo jugando conmigo, me parecía un tipo normal, que no hacía nada extraordinario. Probablemente regulaba y hacía todo a media máquina, pero yo esperaba que hiciera esos golazos que metió miles de veces, que tirara un enganche espectacular, que amagara a medio equipo. Yo le presté mucha atención y lo vi así. Obviamente que no es medida, la medida son sus casi 20 años de carrera. Me dio esa sensación y tenerlo de cerca me bajó un poquito la expectativa.

La postal de uno de
La postal de uno de los reencuentros en Buenos Aires: Campana, junto a su familia, y Diego

-Tuviste varios entrenamientos a solas con Fernando Signorini, que suele dar recomendaciones más ligadas a lo filosófico, varias reflexiones profundas que no tienen que ver con lo deportivo. ¿Qué te dejó esa experiencia?

-Yo realmente no lo conocía y me enteré después de que era el personal trainer. Se abrió completamente conmigo y le estoy muy agradecido. Hablábamos de que él no me entrenaba para que yo mejorase, sino como un acompañamiento para levantarme un poco el ánimo. Todavía hoy nos mandamos cosas por WhatsApp y nos respondemos. Fernando me invitó un día a su departamento y siempre comentaba que el fútbol se estaba corriendo cada vez más a un lugar más deshumanizado, en el que los jugadores son máquinas y están siendo controlados constantemente. Siente el fútbol de una manera muy particular.

-¿Cómo fue el contexto de tu despedida en Italia?

-Yo me pagué la vuelta y no tenía muchas ganas de decir que me iba. Tenía que regresar un 19 de septiembre y Claudia quería ir a una capilla en la que se licúa la sangre de San Genaro. Entre que extrañaba y soy medio cagón, se me acerca y me dice “quedate tranquilo que se licuó, el avión no se te va a caer” (risas). Lo único que me dolió es que yo le pedí a Diego una camiseta, para llevármela de recuerdo, y me la negó. Encima, era un Maradona que recién caía, por lo que los hinchas tenían mejor conceptuado a Daniel Bertoni que a él; todavía no era el monstruo que fue después.

Unos años más tarde, yo tenía ganas de que mi señora lo conociera y el 10 nos invitó a su casa, cuando había vuelto a Boca. Me acuerdo que estábamos por salir y vimos el hermoso Porsche que tenía. Ahí me miró y me dijo “Campanita, ¿querés darle un par de vueltas?”. Tenía esas cosas… Siempre me recibió, un fenómeno.

-¿Cómo viviste el momento de su fallecimiento?

-Mi cuñada me llamó y me dijo “murió Maradona”. Me pegó, pero vos sabés que cuando lo vi salir a la cancha de Gimnasia, en aquel partido contra Patronato que se jugó en su cumpleaños, noté que estaba muy desmejorado. Siempre me hice la misma pregunta: ¿por qué una persona que entregó tanto terminó así? Mucha gente dice lo contrario, pero yo lo conocí y no tengo ninguna duda de que Diego era cuidable. Por supuesto que cometió errores, pero ¿no lo cuidaron? ¿Para lo único que servía era para ser redituable y ganar guita? Son preguntas, porque las respuestas no las tengo. Maradona ya no era Maradona y esa situación ya generaba dolor.

Se la jugó conmigo como se la jugó con muchísimas personas a pesar de que no tenía ninguna necesidad. Eso te demuestra quién era. Él me leyó los ojos y no era ningún boludo. Me jode cuando hablan de que era diferente jugando que como persona. ¡Ni en pedo! Es integral. Todavía no tomamos consciencia de lo que fue. Cuando asumió en la Selección, lo llamé al Profe para ver si podía conseguir una camiseta para mi hijo y me contestó: “¿Sabés qué pasa? Que solo tengo contacto con él en las prácticas. Después, nada más”. Fijate hace cuánto tiempo venía rodeándose así.

-Ya pasando al plano personal, después de todo lo que viviste, ¿sentís que te quedó alguna cuenta pendiente en tu carrera?

-Al contrario, yo estoy muy agradecido. Hice lo que pude teniendo en cuenta mis limitaciones. Jugué con tantos cracks que no me puedo quejar. Es lindo creerse que uno pudo más; le puse toda la garra y la voluntad, pero siempre tuve claro que tenía un techo. El fútbol mismo me dijo “es hasta acá”. Me parece que logré más de lo que pude haber logrado.

No me arrepiento de haber tomado la decisión de volver. Yo laburo en La Caja, pude tener mi departamento, formar mi familia, jugué en Saladillo y hoy estoy en un barrio muy lindo de la Capital. También hice el curso de técnico, con el papá de Higuaín, Carlitos Ischia, y lo que quise buscar afuera lo encontré acá. Incluso, en 1987 también hice la prueba en Australia, en el mismo club que jugó mi tío. Fue todo durísimo, tres días, el cambio de horario… Yo ya estaba casado; claramente comprendí que no era lo mío, pero por lo menos hice el intento (risas). La única duda que me quedó es qué hubiera ocurrido si me hubiese quedado y estaba bien físicamente.

-¿Diego te dejó algún valor que le llegaste a transmitir a tus dirigidos?

-Yo creo que, inconscientemente, sí. Haber estado con Maradona provocaba que ellos me consultaran cosas todo el tiempo. Él me dio esa posibilidad, la de contar historias, de preocuparse por la otra persona, con empatía, de transmitir todo lo que viví como lo estoy expresando ahora. Diego es fútbol puro, es lo espontáneo, es lo que nace en un vestuario; te potencia. A los jugadores míos, casi como un disco rayado, les daba una recomendación en base a lo que le había visto hacer: cambio de ritmo y pique corto.

-Vos tuviste el placer de verlo cara a cara, pero me imagino que como cualquier futbolero, disfrutaste del fútbol de Messi y también seguiste a Pelé. ¿Creés que algún jugador puede llegar a compararse con Pelusa?

-No me gustan las comparaciones, pero voy a plantear un contraste. Messi practicó años para ser el mejor en los tiros libres. ¡Lo de Diego fluía, era natural! Los que lo conocemos de pibe sabemos cuántos goles hizo calcados al de los ingleses. Visto desde mi óptica, igualmente, son todos unos fenómenos. Yo seguí al Brasil del ‘70 y lo de Pelé, con ese equipo, era un fútbol total. Para mí, el fútbol es hacer fácil lo difícil, y el brasileño lo hacía. Lo de Messi, que es inobjetable, es al revés. ¡Hace difícil lo fácil y le sale bien igual! Los tres son los mejores de sus épocas y hay que disfrutarlos como tales.

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