Sabía que era la oportunidad de su vida y subió a ese tren en Jujuy con el energizante impulso de la transformación. Viajó varias ciudades parado hasta que encontró un asiento recién por alguna recóndita estación cercana a Tucumán. Fueron 48 horas en total las que tardó hasta que la locomotora dejó de frenar en cuanto pueblo se cruzó desde su Ledesma natal hasta Buenos Aires. Marcos Anguila Gutiérrez quizá lo intuía, pero no sabía que estaba dando el paso clave para convertirse en uno de los arqueros símbolo del fútbol argentino de los 90 cuando decidió abandonar su casa para probarse en Huracán. Se destacó por años en el alto nivel, estuvo a punto de llegar a una de las selecciones más icónicas de los últimos tiempos y hasta vivió un resonante romance con la renombrada actriz Graciela Borges.
Casi una década en un alto nivel con el buzo del Globo durante aquellos años de explosión mediática del fútbol show lo inmortalizaron en la memoria de los fanáticos. “En esa época tuve las mejores ofertas para irme. Yo me manejaba la parte contractual. En el 93 me llamó Racing, en el 94 estaba lo de River, en el 95-96 Bilardo con Macri querían comprarme para Boca y en el 97 antes de irme a México me junté con un empresario para ir al Valencia de España, querían hacerme un contrato de tres años y el primero iba a ser suplente de Zubizarreta que se retiraba en Francia 98. Pero ellos creían que podía tener pasaporte comunitario por descendencia de Gutiérrez, pero yo ni sabía lo que era pasaporte comunitario”, se ríe a la distancia de aquellos años dorados en una entrevista con Infobae.
Hijo de un operario, recuerda cómo aquel pibe de clase media de Jujuy se convirtió “en clase baja cuando llegué a Buenos Aires”. Amigo de chico de Ariel Ortega desde aquellos picados por plata en Ledesma, Anguila edificó una carrera en el país durante veinte años en los que pasó por el mencionado Huracán pero también por Talleres de Córdoba, Newell’s, Argentinos Juniors, Olimpo y San Martín de Tucumán, más allá de unas experiencias por México (Toros Neza y Necaxa) y Chile (La Serena).
“Cuesta el retiro. Pensé que lo podía manejar, pero no nos preparan. Tomé la decisión en diciembre (2011), nos fuimos de vacaciones con la familia y cuando llegó el año lectivo me cayó la ficha. Todos arrancaron su rutina y yo quedé descolocado, no encontraba el lugar. Tuve unos meses bravos”, explica sobre aquel día que le puso punto final a una vida dentro de la cancha. La luz del show se apagó repentinamente y atrás quedaron también esos días de explosión mediática absoluta cuando su profesión se combinó con el amor: estuvo en pareja con la prestigiosa actriz Graciela Borges a fines de los 90.
— Te tocó pasar por momentos de mucha exposición, ¿sentís que eso en algún momento te mareó?
— No, siempre entendí que todo lo de la fama era prestado, era momentáneo. Cuando salía de las prácticas me sacaba los guantes y el buzo de arquero, trataba de ser una persona normal. Más allá de que el momento te llevaba, que ibas a comer a algún lado y por ahí la gente se te acercaba. Sabía que era parte de lo que hacía, que no iba a ser para toda la vida. Nunca quise vivir con ese personaje.
— En ese momento que estabas en pareja con Graciela Borges estabas en las tapas de revistas de medios que no eran deportivos, ¿cómo conviviste con eso?
— Fue fuerte, shockeante. Nunca lo había medido, no pensé la trascendencia que iba a tener, lo tomaba como una relación más. Obviamente me traté de aislar, pero era imposible. No podía salir a ningún lado, te seguían a todos lados. Esos seis meses previos antes de irme a México fueron desbordantes porque salía de mi casa a entrenar y tenía guardia de fotógrafos, querían ver la primicia. En un momento hasta llegué a hablar con el director de una revista para decirle: “Hace una semana que están los muchachos ahí afuera y yo hago vida normal, por favor levantame la guardia”. Ella era una persona muy conocida y para los medios era una relación media imposible porque yo era del fútbol y más chico; ella, actriz y más grande, de otro ambiente. Las pocas veces que fui a comer fue cuando me sacaron fotos, pero nunca quise hacer una nota.
— Hoy en la vida mantienen una amistad y alguna vez dijiste que te sirvió también esa relación para crecer
— Siempre sacás cosas positivas de todo. Seguimos teniendo una relación porque nos han pasado cosas personales muy fuertes a los dos en esos momentos que estuvimos juntos. Ella estuvo muy cercana a mi familia en algunos problemas de salud, yo también estuve muy cercano a la familia de ella. Eso fortaleció la parte humana. Más allá de que la relación se cortó, siempre tuvimos ese contacto de decir estuvimos en buenos y malos momentos. Soy agradecido porque en algunas cosas me ayudó mucho, más allá de que siempre fui ordenado. Me ayudó a ver cosas que los futbolistas no vemos. Queremos jugar y no vemos tan lejos. Ella me me dijo “mirá más adelante, no mires nada más al año que viene”. Ella, una mujer con otro mundo, me aconsejó para muchas cosas. Estoy agradecido porque me hizo dar cuatro o cinco pasos adelante.
— ¿Y cómo se animó ese tipo de Ledesma a encarar a una de las actrices más importantes de Argentina?
— En el primer Gran DT que se hace yo le gano al Mono Navarro Montoya en la última fecha. Él era figura y yo venía de atrás. Salgo entre los mejores con Huguito Morales y el Mago Capria. Me invitaron al programa de Graciela en la radio porque era algo novedoso el primer Gran DT. Ahí tuvimos un ida y vuelta, como si nos conociéramos de toda la vida. Fue muy natural. Obviamente siempre una figura así te deslumbra, pero empezamos a hablar mucho porque llegué temprano. Después le di el teléfono y hablamos casi un año por teléfono. Y así se fue dando de a poco, se formó una amistad y luego se convirtió en lo que fue...
— ¿Cuánto duró la relación?
— Desde que nos conocimos, fueron prácticamente tres años de convivencia. Ella me acompañó a México.
— Cuando mirás para atrás ese momento de guardias periodísticas y que se hable de vos fuera del deporte, ¿cómo lo evalúas?
— Tuve momentos importantes donde pude haber dado ese salto de calidad al fútbol europeo. Lo que dolía por ahí en ese momento era la crítica deportiva, de periodistas deportivos, si mi rendimiento se basaba por la relación que tenía. Cuando andaba bien, decían “está pasando un gran momento en el amor”. Me comía un gol y decían “no, le va mal”. Jugaban con eso y me dolía. Para mí era una relación normal, hacíamos cosas normales. Yo le decía que vaya ella a ciertos lugares porque era su espacio. No quería entrar en ese lugar de eventos. “No lo tomés a mal pero no pertenezco ahí”. No la acompañaba porque sentía que no era lo mío.
Marcos había pasado en esa época de ser el pibito que había viajado en silencio más de 1500 kilómetros desde Jujuy a uno de los arqueros más emblemáticos del país mezclando su look pelilargo, un apodo que lo diferenciaba, su mencionado romance y, lógicamente, un alto nivel que lo puso entre los mejores del fútbol local. “Nunca lo conté, lo voy a contar recién ahora...”, advierte y arranca: “Un día vino el presidente de Huracán a la práctica, me llama a la intendencia y me dice: “Marcos, estuve en la reunión de AFA y estás convocado a la Selección. Vas a ser el tercer arquero para el Mundial 94″. Quedé schokeado, estaba haciendo un buen año. Estaba Trossero de técnico y antes de arrancar a entrenar, hace una charla y pide “un aplauso para el pibe porque nos acaban de manifestar que va a ser citado a la selección argentina”. Y después no me llevaron...
— ¿Qué pasó?
— No sé, nunca les pregunté a los dirigentes. Me pasó lo mismo en el siguiente ciclo, 94/98. Vino el presidente, me dijo que iba a ser uno de los convocados para arrancar el ciclo nuevo, pero no se dio. Me fue a ver Passarella a varios partidos. En un partido contra Central me pusieron nueve puntos en los diarios, se comentaba que me iba a llamar porque fue a verme Passarella y declaró que me iba a ver a mí. Pero no me convocó. Cuando salió lo de México sabía que tenía que irme porque era una oportunidad económica, si bien en ese momento te perdías en el radar porque no era como ahora. Cada uno en la vida tiene un destino marcado, soy especial en algunas cosas. Nunca me llevé bien con los representantes porque me gustaba defender mis cosas y nunca supe negociar eso de mi personalidad. Pensé que por rendimiento iba a llegar, pero muchas veces no se da.
Ese teléfono que sonaba incesantemente durante su etapa dentro de la cancha un día dejó de ser requerido. Anguila entendió que todo lo que había vivido como deportista era pasado. Ya no lo buscaban clubes para ficharlo, dirigentes para arreglar problemas del vestuario, fanáticos para tener una foto o periodistas para entrevistarlo día a día. El furor del fútbol empuja hasta la cima pero el silencio del adiós puede agarrarte mal parado.
“Cuando jugaba, el teléfono sonaba a cada rato. Por ahí estaba comiendo y te llamaban dirigentes, un compañero, periodistas... Cuando me retiré, muchas veces miraba el celular porque pensaba que estaba en silencio, porque no te llama más nadie. Queda un vacío en todo sentido. Por ahí a mi señora le pegó más mucho más fuerte que a mí. Me decía “cómo puede ser que si pasaba algo en el club te llamaban a vos y hoy no te llama nadie”. Yo entendí que iba a ser así porque lo aprendí de los malos momentos. Creo que ahí es donde empieza todo ese desorden emocional en el que nosotros, los jugadores, por ahí no nos podemos acomodar”, reflexiona.
También llega un desacople económico lógico por la sangría entre aquellos sueldos abultados que paga el fútbol de elite y el desempleo: “Es un tema. La gente se imagina que el futbolista vive con lujos... La generación mía vivía bien, pero siempre tuve la realidad de lo que era mi familia. Mis hermanos laburaban y les costaba. Entonces viví bien, pero traté de manejarme y no gastar todo lo que gané. No nos preparan para saber administrarnos. Los representantes hacen su negocio y los dirigentes quieren que firmes el contrato y lo que hagas con la plata es problema tuyo. Muchas veces hay gente que se acerca al futbolista porque creen que es plata fácil. Hay muchas cosas del entorno que le hacen daño al futbolista. Sabía que los amigos del campeón iban a aparecer. Aparecieron y sabía que debía convivir con eso. Me tenía que apoyar y confiar en los que siempre estuvieron cerca”, aclara hoy desde el rol de un entrenador que espera otra oportunidad luego del intento también de ser asesor de los jugadores (evita la palabra representante) que no colmó sus expectativas.
— ¿Pudiste identificar a los amigos del campeón? ¿Qué actitudes tienen?
— Aparecen en la vida de la nada, se te acercan, te empiezan a frecuentar. Sabés que es gente que aparece porque estás en un buen momento. Quizá son hinchas del club y es el momento. Vas a una reunión, a un asado. Nosotros somos seres humanos y ahí es cuando tenemos que apoyarnos y saber hacer un equilibrio.
— También están las cosas positivas como los amigos de toda la vida, como Ariel Ortega...
— Sí, éramos amigos de la infancia. Compartimos los mismos amigos, las mismas canchas de fútbol. Vivíamos a dos cuadras de diferencia. Si bien es más chico, siempre se juntaba con los más grandes porque sabía que los sábados siempre armábamos partidos por plata para tener un manguito para salir. Ariel tendría 13 o 14 y quería jugar. Ya tenía eso del enganche, el freno, la gambeta... Era muy chico y no lo queríamos exponer, lo hacíamos jugar un ratito en el segundo tiempo, lo cuidábamos.
— ¿Hacía diferencia ya?
— Sí, por eso lo poníamos un rato, porque los primeros roces los agarrábamos nosotros. Jugábamos con zapatillas en cancha de tierra y en cada frenada de él... ¡se levantaba una tierra! Siempre tuvo eso. En River se potenció, pero Ariel trajo el potrero al profesionalismo. Todo lo que hacía en el potrero lo trasladó al profesionalismo: las mismas frenadas, los mismos enganches, todo lo que vieron.
— ¿Tanta gambeta no hacía que se calentaran esos picados?
— Sí, se picaban obviamente, no había árbitro, la patada que se cobraba era de la cintura para arriba. Cuando pasaba eso, los grandes saltaban por nosotros. Por ahí le querían pegar a un pibe y venía un grande a copar la parada. Ariel era el más chico, tendría 14 años, y había de 21 o 22.
— ¿Cómo fue ese primer viaje a Buenos Aires para probarte a Huracán? ¿Viniste con él?
— Me vine primero. Él se quiso venir al año siguiente. La única forma para abaratar costos era venir en tren. Salí de Jujuy un domingo a las 9 de la mañana y llegué el lunes a las 11 de la noche a retiro. Me tenía que probar el martes a la mañana. Viajé parado desde Jujuy a Tucumán porque no había asientos. El viaje duró como 40 horas. Frenaba en todos los pueblos, en ese tiempo el tren entraba a todas las estaciones: Jujuy, Salta, Tucumán, Santiago del Estero.... Yo iba comiendo lo que encontraba, cuando era el horario de la comida compraba algo, un sánguche al paso.
— Tu apodo también colaboró para diferenciarte en el recuerdo del futbolero, ¿quién te bautizó?
— Cuando llegué a Huracán, Gabriel Puentedura (arquero) me bautizó porque relacionaba todo con la pesca. Fue uno de los pioneros que me empezó a decir Anguila. En mi pueblo me decían Tenaza, porque atajaba. Y acá pasé a ser el Anguila Gutiérrez, quedó instalado de por vida. Hoy me paran por la calle y no me dicen “Marcos Gutiérrez”. Nadie se acuerde de mi nombre. Hace tres años fui a Buenos Aires, bajé del avión y me tomé un taxi; el tachero me miraba por el espejo, me dijo ‘vos sos el Anguila Gutiérrez’, ni se acordaba mi nombre. El mito en los vestuarios siempre está dando vueltas en el morbo de la gente. Quedó instalado. Te conocían más por el apodo que por el nombre.
El sólo resonar de su apodo arrastra en el aire el fútbol de los 90. El de los latiguillos de Marcelo Araujo, el de los buzos de arquero diseñados para cada estilo, el de las figuras que se sostenían un tiempo en su club. Anguila es un emblema de esa época aunque seguramente en su carrera quedó la hendija para sumar alguna perlita de resonancia en el fútbol del exterior, el título con el Huracán de 1994 o quizás cristalizar aquel llamado en falso a la Selección. Una década bajo los tres palos del Globo y los distintos pasos por diversos equipos del país fueron suficientes para hacer que su figura sea sinónimo de un torneo argentino que ya no está. “El fútbol es muy exitista. Tuve buenas personas que me aconsejaron y otras que se aceraron por el momento. Pero le tengo que agradecer al fútbol: antes que un Mundial o ganar la Libertadores, lo importante es que me dio la posibilidad económica de darle soluciones a mis papás cuando estuvieron enfermos de gravedad y hoy a los 51 años poder seguir disfrutando de un abrazo de mi viejo. Gracias al fútbol tuve un mango en el bolsillo para decirles ‘venite a Buenos Aires a atender’”.
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