11 historias del Ferro campeón invicto del Nacional 82: las pretemporadas extremas, la cábala desconocida y las ocurrencias de Griguol

Se cumplen 40 años del primer título del Verde en Primera División: los campeones se reunieron en una cena a pura nostalgia, en la que contaron la intimidad de un plantel que marcó una época

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La foto de los campeones
La foto de los campeones que todos los presentes quisieron tener. Incluso, alguno se sumó al flash (Ferrocarriloeste.com.ar)

El 27 de junio de 1982, un mar de hinchas verdolagas se agolpó en el campo de juego tras el pitazo final en Caballito. El desahogo de los fanáticos de uno de los clubes más humildes del fútbol argentino, que impuso su sello de la mano de un equipo sin figuras pero carente de fisuras, con la estructura y la sintonía de grupo como bandera, y la rigurosidad para hacerle frente, de igual a igual, a los grandes del certamen doméstico, representaba mucho más que un simple festejo. Era la consolidación de la revolución. Era el primer título de Ferro Carril Oeste, en Caballito, entre su gente, y contra todos.

Aquel Torneo Nacional erigió a Oeste como el mejor elenco de la competición local por escándalo: una primera fase casi perfecta, que le permitió quedar primero en su zona con 13 victorias y tres igualdades en 16 cotejos, le permitió acceder al mata-mata. Con su estilo pragmático, bajó a Independiente Rivadavia en los cuartos de final en doble partido e hizo lo propio con el siempre aguerrido Talleres de Córdoba en semis. La consagración en la instancia decisiva ante Quilmes, en un torneo en el que acabó invicto, fue solo la frutilla del postre de un proceso que comenzó a inicios de los años ‘80, de la mano de Carlos Timoteo Griguol, y que ya había dejado un sabor amargo por los subcampeonatos conseguidos en el Metropolitano 1981 –frente al Boca que tenía a Maradona como estandarte- y en el Nacional del mismo año –contra un River liderado por Mario Alberto Kempes-.

A 40 años de la gesta histórica, los ídolos se vistieron de gala en una noche con sabor a melancolía en la Confitería El Greco, allí donde, hace cuatro décadas, los jugadores celebraron la primera estrella que permite apreciarse en el escudo. El reencuentro, organizado por la agrupación Primero Ferro, tuvo como aliciente la participación de los hinchas, que pagaron su entrada para estar cara a cara con los campeones. A salón lleno, los jugadores que construyeron la columna vertebral del Verde, junto a aquellos que esperaban su oportunidad en el banco de suplentes, rememoraron momentos icónicos de un elenco que pasó a los anales de nuestro fútbol.

Las pretemporadas eran exigentes y el entrenador cordobés, que había planteado una serie de ejercicios estrechamente vinculados con la mejora de la capacidad física, casi como un pionero en la materia, concentraba a sus dirigidos en el hotel del sindicato de Luz y Fuerza, ubicado en Villa Giardino. Al Viejo lo escudaban Luis Bonini, preparador físico con origen en el básquet y que, posteriormente, sería elegido por Marcelo Bielsa para formar parte de su cuerpo técnico; y Enrique “el Profe” Polola, una eminencia dentro de la institución, quien llegó a ser coordinador de las famosas Vacaciones Alegres de Ferro.

Las imágenes de la final ante Quilmes

Jorge Brandoni, que recaló en Oeste luego de un breve paso por Defensores de Belgrano y que se mantuvo firme en el puesto de volante central, recordó los duros entrenamientos que les generaban más de un dolor de cabeza, pero que terminaban rindiendo frutos en el césped: “¡Era una locura! No dábamos más, yo llegué a vomitar en varios momentos. Igual, empezaban los partidos y éramos aviones. Yo me acuerdo que nos cronometraban hasta la llegada al hotel. Nos levantábamos 7.30 casi siempre. Después ganábamos 4-0 y te sentías en una nube”.

El Profe, que también supo hacerse cargo de la pensión de San Lorenzo, resaltó que Timoteo no negociaba el esfuerzo a pesar de la experiencia de varios jugadores y destacó que utilizó un curioso método para no generar mala sintonía con el grupo: “Un día Luis se enferma y Griguol me dice ‘el entrenamiento lo tenés que hacer vos’. Yo sinceramente, ¡les tenía un miedo bárbaro a Rocchia y a Cañete! Los muchachos eran mis ídolos y los tenía que hacer correr. Encima Timo me ordenó que tenían que correr 14 kilómetros. Pensé que me mataban. Para que no me cagaran a trompadas, me ponía en medio de todos y empecé a contar cuentos (risas)”

Aquel inicio de campeonato había sido auspicioso gracias a una base constituida por el propio Griguol: varios de los jugadores fueron persuadidos para sumarse a las filas verdolagas provenientes de otros clubes en los que Timo había dejado huella, junto a la amalgama de juveniles surgidos del seno de Oeste. Oscar Américo Agonil, que se desempeñaba como marcador de punta derecho, no pudo decirle que no a su conductor: “Un día se me acerca Griguol, que lo había tenido en Central, y me dice ‘¿querés venir a Ferro?’ Yo no estaba tan convencido, pero le dije que sí. Al segundo me respondió ‘bueno, si no te gusta, te quedás un año y te vas’. Al final me quedé nueve (risas). Eso representa el club para mí”.

El Beto Márcico, presente. "El
El Beto Márcico, presente. "El Verde es mi primera novia, ¿vos te olvidás de tu primera novia? Yo tampoco", dijo (Ferrocarriloeste.com.ar)

Más allá de la buena sintonía entre todos los integrantes del staff profesional, la responsabilidad era una de las patas fundamentales para el DT. Roberto Walter Gargini, que disfrutó de pocos minutos en los certámenes conquistados atrás de los puntas, se ganó el reto del líder: “Estábamos en el medio del torneo y claramente no estaba a la par de mis compañeros. Un día Timo me agarra y me advierte ‘Betito, si no te ponés las pilas para correr y no te ponés en forma, no vas a jugar’. Así fue que, con Adolfino Cañete, tuvimos que aprender a convertirnos en ese cuarto volante durante toda la campaña, dándole una mano a los monstruos con los que nos tocó jugar”.

Además, el Viejo daba muestras de su rol como estratega y modificó, en varias ocasiones, las posiciones de los futbolistas en pos de hallar un engranaje colectivo duro de roer. El misionero Hugo Noremberg, que irrumpió en el plantel como mediocampista, se movió hacia adelante y acabó jugando de 9: “El Viejo tenía otra visión. Creo que otra de las claves de ese equipo fueron los cambios de posición. A mí me parece que si no me ponía de delantero, nunca hubiera jugado al fútbol. Lo mismo le pasó a Agonil, arrancó de 7 y terminó de 4. Nosotros hacíamos caso sin chistar y terminamos saliendo campeones”.

El equipo superaba ampliamente a sus rivales en la cancha, pero el estilo propuesto no convencía a algunos de los periodistas emparentados con el lirismo representado por César Luis Menotti, que situaban a Timoteo en las antípodas del buen juego. Los protagonistas, por supuesto, no estaban exentos de la polémica.

“Nos quisieron bajar el precio durante todo ese campeonato. La guerra de Malvinas copó los diarios, la gente seguía el Mundial y parecía que estaba mal que estuviésemos jugando una final: con Quilmes, dos equipos relativamente chicos, y nosotros no jugábamos como los medios querían. Yo sentí, sinceramente, el subcampeonato del ‘81 como un título y la confirmación de ese proceso un año después”, señaló el uruguayo Julio César Jiménez, dotado de una técnica envidiable. De yapa, el folleto ofrecido a todos los presentes en el ágape contaba con la imagen de tapa de El Gráfico el día de la consagración. Los excompañeros, por supuesto, exclamaron con sorna: “¡Justo esta nos pusieron!”.

Palito Brandoni toma la palabra
Palito Brandoni toma la palabra ante la propuesta del conductor del evento el periodista Guillermo Panizza (Ferroweb)

De todas formas, las críticas en las principales tiradas no provocaban zozobra en la atmósfera que atravesaba al elenco. Palito Brandoni dio detalles de una iniciativa ininterrumpida que los jugadores respetaron a rajatabla una vez por semana, acompañados por sus familias: “Solíamos reunirnos una vez por semana con los muchachos y con nuestras familias una vez por semana en la cantina ‘A Los Amigos’. Incluso, antes de volvernos a juntar en este evento, organizamos un asado y nos pusimos al día. Ya pasaron 40 años… y con otros no nos veíamos hace 30″. En aquel establecimiento gastronómico, los chefs homenajean al Viejo con los “vermichelis a la Timoteo”, que tiene como ingredientes a la salsa scarparo, anchoas en aceite, queso rallado y albahaca.

La comunión no pudo evitar que los jóvenes fueran artífices de algunos deslices que, lejos de preocupar a los miembros del cuerpo técnico, aparecían como circunstancias propicias para infundir valores que atravesaban sus prestaciones en la cancha y les daba herramientas para desenvolverse en la vida cotidiana, cuando la burbuja del profesional de alto rendimiento explota. El defensor Juan Carlos Lamolla fue testigo de una nueva forma de hacer docencia en vivo y en directo.

“Estábamos entrenando doble turno en Pontevedra y estábamos dando la vuelta grande. Bonini me dice ‘mirá que te tomo el tiempo, eh’. Habrán pasado cinco o seis kilómetros y había un montón de patos. Varios de nosotros todavía estábamos en la pensión, y se me ocurrió que podíamos comer pato con los muchachos. ‘Es por tiempo, hay que seguir’, me dijeron mis compañeros. Que sí, que no… Con Ramón Viera les salimos al cruce, le dio un voleo a uno y lo agarramos. Saqué el buzo verde, me lo puse atrás y salí a los piques. Cuando vuelvo, Bonini me manda a calentar, pero le dije que estaba descompuesto y que tenía que ir al baño. ‘¡Polaco, vení acá!’, me gritó, pero yo fui y colgué al pato de una percha en el vestuario (risas)”, graficó el ex Atlético Ledesma.

Sin embargo, uno de los referentes del plantel de Primera lo mandó al frente: “Nos vamos a almorzar y no estaba Carlos Barisio. El profe va al vestuario, vio un bolso grande y estaba el pato. Después, me agarra y me dice ‘mañana no te cambiás y venís directamente’. Ni buen día me dijo, cerró la puerta. ‘Decime una cosa, ¿qué ibas a hacer con ese pato?’. ‘Comerlo con los muchachos’, le respondí. Y casi riéndose, me contesta ‘¿y me ibas a invitar? Dale, que sea la última vez’”.

El reconocimiento a Cacho Saccardi.
El reconocimiento a Cacho Saccardi. Alejandro, su hijo mayor, lo representó entre los campeones (Ferroweb)

Claudio Crocco, destacado wing del conjunto que se consagró en Caballito, reconoció que ellos mismos solían mimetizarse con algunas cábalas o costumbres del entrenador. Incluso, antes de saltar a la cancha, el ex Universidad de Chile replicó la famosa palmada en el pecho con algunas diferencias; el encargado del golpe no era otro que el “Burro” Rocchia, caudillo y defensor goleador: “Me zamarreaba y me daba un par de sopapos. Me despertaba (risas), pero teníamos que hacerlo sí o sí. Terminamos invictos”.

A medida que Ferro avanzaba de ronda en el torneo, el nerviosismo se hacía carne. El único que siempre se mantuvo sereno fue el exentrenador de Rosario Central, que protagonizó una hilarante conversación con Noremberg durante una práctica, cuando la final estaba al acecho: “Estábamos en el medio de la cancha, Griguol dando una charla, en un momento culmine, y se calentó conmigo. ‘¡Míreme a los ojos cuando hablo!’, me tiró. Yo le respondí ‘Carlos, yo lo escucho por los oídos, no por los ojos’. Se me quedó mirando dos segundos, me dijo ‘¡tenés razón!’, y siguió hablando (risas). Ese era el clima hasta cuando estaba todo picante”.

Y en medio del infierno, cuando la rudeza y las disposiciones tácticas abundan por sobre la calidad futbolística, Alberto Márcico aparecía como un estandarte de la creatividad. El Beto, que llegó a ser galardonado por la FIFA como el segundo mejor enganche de la historia del fútbol argentino, solo por detrás de Maradona, era la única estrella dentro de un elenco que priorizaba la estructura. El 10, que aportaba goles, asistencias, lujos y enganches al nivel de los cracks, confesó que la cúpula dirigencial también fue fundamental para los triunfos que llegaron al son de su calidad.

“¿Sabés qué teníamos nosotros de bueno? Que terminábamos de jugar un partido un domingo y cobrábamos los premios un martes. Cuando fui a la selección argentina, los jugadores que estaban en clubes de acá me contaban que tenían dos o tres meses de deuda. Los dirigentes de Ferro, una barbaridad. Se comportaron siempre mil puntos. Había respeto y eso es importantísimo. El Verde es mi primera novia, ¿vos te olvidás de tu primera novia? Yo tampoco”, espetó Beto, un símbolo que estuvo alejado de la parcialidad verdolaga pero que volvió a recibir el amor de los hinchas.

Las victorias y los trofeos que hoy brillan en las vitrinas del estadio no se pueden explicar sin la trascendencia del último guerrero romántico, Gerónimo “Cacho” Saccardi, el máximo ídolo de la institución. El hombre que escogió el latir de su corazón antes que los billetes fue uno de los exponentes de una generación de futbolistas que generaba una identificación con el club de sus amores. Cacho y Ferro son sinónimos.

Otra postal de la fiesta:
Otra postal de la fiesta: se hicieron presentes Claudio Crocco, el uruguayo Jiménez, Adolfino Cañete, el Polaco Lamolla, Beto Márcico, Marcelo Bauza, Luis Adreuchi, Fabián Cancelarich, José Fantaguzzi, Hugo Noremberg, Pipo Tursi, Roberto Gargini, Oscar Agonil, Carpecho Fernández y Palito Brandoni (Ferroweb)

José Carlos Fantaguzzi mamó el liderazgo del 5 en sus primeros compases como profesional: “Fue una etapa buena, pero dura porque lo tenía a Cacho adelante. Era de esos jugadores que parecía que iban a dejar el fútbol de un día para el otro, porque corría rengo. ¡Pero era un crack! Era un espectáculo ver la pasión que le ponía. Para nosotros era un grandísimo ejemplo y era un líder que generaba un ambiente agradable”.

La velada no será el único reconocimiento al que accederán los héroes de Oeste: hoy, a partir de las 20, luego del encuentro en el que Ferro recibirá a Chaco For Ever, los seguidores del Verde podrán disfrutar de una ceremonia a través de la cual los campeones invictos recibirán, por parte de las autoridades del club, el carnet que los reconoce como socios honorarios.

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