A La Guapa le hubiese gustado ser campeona. Lo dice con la voz apagada mientras ve hacia el suelo y baja el nudo de la resignación con un buen sorbo de agua. Cada declaración que trae a la memoria sobre tiempos añejos la dibujan con la ternura que cada guerrera cuida de mostrar sobre la lona. Carmen La Guapa Montiel fue la segunda licencia profesional emitida por la Federación Argentina de Box. Retadora de las grandes, descuidada por los dueños de la última palabra. Una mujer que salió a pelearle a la necesidad en cada campanada del sol que la dejaban nocaut al toc toc de la luna…
Comenzó en el boxeo a los 31 años. Para marzo de 2002 se convirtió en boxeadora profesional, luego de concretar 22 combates amateurs: “Nunca pensé ser boxeadora. Si me lo preguntaban hace 20 años los hubiese tratado de locos. Igual de chica siempre miraba boxeo porque teníamos un televisor que sólo agarraba bien el canal 2 y todos los fines de semana pasaban peleas”. Carmen recuerda el entusiasmo de aquellos sueños que guardaba en la inocencia de la niñez: “Mi sueño siempre era dedicarme al fisicoculturismo y poder tener mi propio gimnasio. Quería generar un espacio donde las personas que tuvieran problemas, pudieran desarrollar el músculo y mejorar la calidad de vida”.
Aprendió a vivir con lo que tiene, mucho…, poco…, depende la mirada. Está en el barrio Los Pinos, en el partido de La Matanza, provincia de Buenos Aires. Pero nació en Morón. Y es allí donde todo inició para Carmen: “Empecé a entrenar pesas y como no podía pagar la cuota le dije al señor que iba a dejar hasta que tuviera la plata para volver. Me propuso que le pagara con trabajo para ayudarlo en la parte de rehabilitación con adultos mayores. Yo estaba chocha. Un día, voy a la parte de arriba del gimnasio, que nunca había ido, y escuché el ruidito de la soga contra el piso. Vi las bolsas de boxeo colgadas y le empecé a pegar a mi forma. Por joder. Cuando sonó el minuto de descanso salió el profesor, me moría de vergüenza. El tipo me dijo que si me animaba me enseñaba”. Para entonces, esa situación era solo una anécdota más para ella, pero el correr de los días y el hechizo ya lanzado, le cambiarían el rumbo.
Conversar con La Guapa es danzar entre la risa y la compasión. La primera porque nunca deja de hacer chistes hasta con ella misma y la segunda, porque toda su expresión es el reflejo de una niña pidiendo mimos en silencio, una niña a la que no le pegó el aire de las buenas rachas. Hace un pequeño vaivén en la conversación y retoma aquel momento en que se volcó al deporte de los puños: “Entraba a trabajar a la siete de la mañana y salía a las once de la noche. Limpiaba, ayudaba con las clases. Hacía de todo ahí. Un día el dueño del gimnasio no me quería pagar hasta que lo tuvo que hacer y me retiré. Me encontré en mi casa de nuevo sin trabajo. Necesitaba hacer algo. Era como si el cuerpo me pedía moverme. Así que me dije que iba a empezar a practicar boxeo”.
Toma nuevamente la botella, y otro sorbo de agua le aceita los recuerdos: “Empecé a entrenar, pero pasaron cinco meses y sentía que no avanzaba. El boxeo en ese momento no estaba preparado para la mujer. Un tipo dijo que yo pegaba fuerte y me podían hacer pelear, pero mi entrenador dijo que no porque yo no sabía ni pararme. Después de eso escuché sobre el profe Ocampo”. A los días de dicha situación, le prestaron una bicicleta para poder llegar hasta el Fortín. Carmen se presentó frente al nuevo profe con la lengua afuera y bañada en transpiración. Ese fue el primer lugar donde entrenaría de verdad. “El profe Ocampo al verme me preguntó qué buscaba. Eso fue un lunes y él me pidió que vaya de nuevo el jueves para tomarme una prueba. Lo hice y me quedé. Pasé de todo ahí, no cosas malas, pero sí discriminación por ser mujer. Era la única en ese momento. Por ejemplo: les daban agua a todos y a mí no. Yo no era nada ahí. Para ellos yo era una mujer que tenía que estar lavando los platos”.
Pese a los momentos de ninguneo, Carmen persistió convencida de estar en el lugar correcto. En una oportunidad le pidieron que no faltara porque iba a hacer exhibición con La Quirico – Patricia-. Ella pensó que le estaban tomando el pelo: “De repente, en los entrenamientos, me empezaron a dar agua, a aflojarme los brazos, me dejaban que le pegue a la bolsa y me corregían. Ahí me dí cuenta de que era verdad. Hice la exhibición y estuvo bien. Al tiempo el profe me dice que haría otra con La Tigresa. Recuerdo que tenía en mi casa un recorte de cuando ella había ido a pelear con Christy Martin. Tenía una bolsa también, ¡le pegaba con unas ganas a esa foto!”
Con desconfianza en las capacidades de La Guapa para semejante compromiso, decidieron que lo mejor era que primero hicieran un guanteo a puertas cerradas entre ellas. El profe quería ver si Carmen se aguantaba los golpes de la Tigresa: “Me subí y cuando le pegué una primera mano se re calentó Marcela. Me empezó a ametrallar a piñas. Pero yo estaba acostumbrada a hacer guantes con los hombres. Eso te va haciendo fuerte”. Si hablamos de aguante, Carmen Montiel estaba más que curtida en la materia. Con el tiempo no sólo se convirtió en sparring de la licencia número uno, sino que hizo sus tres primeras peleas cuando tuvo en mano la libreta del alta profesional: “Lo que me hubiese gustado es haber podido pelear con Marcela de forma pareja, bien. O sea, yo bien alimentada, con vitaminas. De igual a igual”.
“Con Alejandra Oliveras enfrenté a una boxeadora de verdad”, afirma mientras lanza el pensamiento de que Acuña siempre fue sólo un nombre. “Con Locomotora peleamos dos veces, en 2005 y 2008. La última fue cuando logré tirarla. Para la primera, meses antes, estaba más para colgar los guantes. Estaba muy enojada y triste porque sentía que no me valoraban como boxeadora”.
Un día en el gimnasio se encontró con Chaparro y la Tigresa. Carmen sólo había ido para entrenar un poco, sin intención de pelear. A los días, Chaparro se le acercó con una tentadora oferta: “Me dice que tenía una peleita, pero yo le dije que para mí ya estaba, que no. Me terminó convenciendo. Tenía solo 17 días para prepararme. Llegué al pesaje, en Córdoba, muerta de hambre. Cuando Alejandra se sacó el buzo para subirse a la balanza y la veo, lo primero que pensé fue ¡Dios mío esta mujer me va a matar! ¡Nunca había visto una boxeadora tan musculosa! Mientras se preparaba para el pesaje, Chaparro se peleaba por lo que le iban a pagar. Mi pensamiento era que no se pelearan para que no me arruinaran la oportunidad. Porque aunque fuera poquito, eso me servía para pagar mis deudas y comer al otro día. Ni siquiera me importaba lo que me podía pasar o no arriba del ring, sino que iba a poder tener algo de plata”.
Consciente de sus limitaciones, cargaba con un hambre de futuro que la impulsaba en una búsqueda permanente de mejorar en lo que se consideraba capaz: “Después me fui a Rafael Castillo con Roly Mendoza. Ahí aprendí bien a caminar el ring, a mirar las manos de mi rival, a moverme más y no sólo ir para adelante como un camioncito. Era un diamante en bruto difícil de pulir, pero con algo de paciencia y cariño… quizá, La Guapa hubiese sido campeona…”
Con el tiempo su nombre dejó de ser anunciado en los cuadriláteros y no se hicieron despedidas en el Luna Park para Carmen. Ni siquiera en algún club de su zona: “No me retiré, no me conseguían peleas. Me decían que me iban a quitar la licencia porque nunca ganaba. Pero siempre peleaba con las mejores. Así nunca iba a ganar. Me hubiese gustado seguir boxeando un poco más. La federación me enterró. Soy la segunda licencia y no existo. Eso aún le duele. No esperaba laureles, pero al menos una mención especial entre los cuadros de las encumbradas que decoran el estadio de la FAB. Eso hubiese sido lindo…”
Colgó los guantes. Continuaron las changas y la jardinería pasó a ser el espacio de creatividad para sanar el alma. Además, se dedicó a dictar clases en la casa o en la plaza con el afán de que los chicos sepan que hay algo mejor que estar en una esquina tomando o drogándose: “Mi único sueño pasó a ser el seguir conectada con el boxeo”.
Carmen Montiel es una guerrera que aún continúa en la búsqueda de un rinconcito para su corazón en este mundo. Una boxeadora que siempre fue al frente. Dura. Nunca perdió por KO. La Guapa pasó de pelear por un sueño a pelear sólo por unos pocos pesos que le llenaran la heladera unos días.
“Aprendí que nada tienen que ver las personas que manejan el boxeo con lo que siento por este deporte. La adrenalina que se siente ahí arriba, las luces, la gente, enfrentarte a otra persona que se preparó como vos… es hermoso”.
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