Ser visitante en tu propia casa. Así es el sentimiento que tuvo Franco Baralle en su estadía en Córdoba para los partidos de las finales de la Liga Nacional de básquet frente a Instituto. Es que después del comienzo en Santiago del Estero, la fiesta se mudó a una ciudad que respira este deporte como pocas. Y si hablamos de tradición, hay que decir que el apellido del base de la selección argentina es parte del pasado de la competencia, y claro, de un presente inmejorable.
La historia cuenta que su abuelo Eder estuvo al frente de Atenas. Y papá Germán jugó muchos años en el club. Es más, salió campeón de la liga en dos ocasiones. Ahí, en el parquet del Polideportivo Cerutti, donde leyendas como Marcelo Milanesio o Pichi Campana marcaron el rumbo de un equipo mítico, se crió Franco. Y ese fue el lugar donde también aprendió a convivir con el legado familiar y las presiones que eso le produjeron en sus comienzos.
“En Atenas me pasaba. Por ser ‘el hijo de’ y mi abuelo fue presidente. Tengo mucha relación con el club, fue difícil, pero por eso trataba siempre de estar en el club. Pasé mucho tiempo ahí. En el verano, cuando no había clases, me iba a la escuela de verano. Y ahora mi hermanito hace lo mismo. Es algo que viene de siempre”, le dijo Baralle a Infobae en una pausa durante la definición del título más relevante para el básquet argentino.
Franco tiene 23 años y esta fue su temporada despegue. Con ficha sub 23 en un equipo plagado de extranjeros y que se preparó para gritar campeón a pesar de la derrota en la definición, se transformó en una pieza sumamente importante para Quimsa. Sus números lo marcaron: terminó la fase regular con un promedio de más de 11 puntos, casi tres rebotes y dos asistencias de promedio.
Es un base atlético, con buen manejo de balón, que sabe leer la defensa y rival y tiene un tiro de tres puntos que puede dañar. Así y todo, más allá de su importancia dentro de la cancha, la serie con Instituto fue especial para él. “Disfruté de estas finales más allá del resultado final. Fueron las segundas que me tocaron jugar, y las primeras con público”, confesó el base, que todavía está en etapa de seguir creciendo para sentar las bases de su juego.
“Costó mantenerse aislado. Es un subibaja de emociones”, agregó, al mismo tiempo que le dio real importancia al marco que se genera fuera del campo, con los pros y los contra que tiene sumergirse en una definición. “La gente apoya, pero en algunos casos te juega en contra. Y el murmullo que se escucha cuando las cosas no salen, es el peor. Ellos son parte del escenario, obvio, y le dan ese toque único en las canchas. Hay que saber controlar las emociones”.
Con el objetivo de crecer como jugador, Baralle contó que trabaja con un psicólogo que lo ayuda en su proceso. “Tengo bastante confianza en él, convivimos toda la pandemia. Me sirve para despejarme, liberarme, decir lo que me va pasando, las emociones. También en los compañeros, me apoyo en ellos. Y la familia, que siempre van a estar en las buenas y en las malas, ellos siempre van a estar ahí, antes que nadie”.
Además, la importancia de contar con la experiencia de su papá fue y es un plus es su recorrido. “Mi viejo, que también pasó por esa situación, fue jugador, y de él aprendí mucho. Jugué la liga con él como dirigente, cuando era secretario del club. Pero siempre le dije en ese momento que separáramos los tantos. Para mí es mi papá, no un dirigente, y no quería que se metiera ni influyera. Si bien por su puesto no tenía decisiones deportivas, fue toda una transformación para mí. Y mi viejo me ayudó bastante, cuando me sentía confundido, me ayudaba a separar los tantos”.
Con el paso de los años, Franco pudo identificar que el deporte era para él una forma de vida. Claro, tuvo grandes ejemplos en su hogar que lo marcaron. Y lo obligaron a superar esos obstáculos que tiene un adolescente que vuela alto en sus ideas.
“Yo estaba decidido a lo que quería. Mis viejos me apoyaron siempre. Un momento de quiebre fue cuando jugué el primer Sudamericano Sub 15 con la Selección. Tuve 30 faltas en el colegio por concentración y demás, y se me hizo muy difícil hacer las dos cosas. Pero tuve la chance de rendir libre, y ahí fue donde le dije que quería dedicarme 100% al básquet. Eso era lo que quería hacer, y al año siguiente rendí libre las materias, terminé el secundario y empecé paso a paso”.
Tanto era su deseo por mejorar que hasta le pidió a Milanesio que lo entrenara en uno de los recesos entre temporadas. Un día, mientras estaban en plena faena, se apareció uno de los últimos argentinos que ingresó a la NBA. Señores, mano a mano, Baralle contra Campazzo. “En un receso, fui a entrenar varias veces con Marcelo. Y un día me avisa y me dice ‘mañana viene a entrenar Facu’”. Estuvo lindo, cabrón el entrenamiento. En Córdoba hay una gran tradición de bases”, destacó.
Justamente, hace algunos días el entrenador Néstor García lo confirmó dentro de la lista de la Selección que afrontará una nueva ventana FIBA de clasificación al Mundial. Junto a nombres como los del ex jugador de los Denver Nuggets, Patricio Garino y el resto de las figuras de una nueva camada del seleccionado nacional que viajará para enfrentar a Venezuela (30 de junio) y luego a Panamá (3 de julio).
“Me puso contento la citación. Es fruto del esfuerzo, del trabajo. Falta Lapro (Laprovittola), pero está la mayoría de los mejores. El Che va a poder mostrar su trabajo con los mejores jugadores. Lo disfruto mucho. Poder aprender de ellos y mejorar, y que ellos mejoren. Es algo increíble para mí″, reflexionó.
Baralle disfruta de ver la NBA, sobre todo en época de playoffs, como él mismo se encargó de decir. “Me gustan Stephen Curry, Irving y Trae Young”, remarcó, pero como espejo, no hay mejor que seguir el camino de los propios. “Me gusta ese talento, pero siempre me fijo en los bases de nuestra Selección. Facu, Nico y Luca. Son tres bases muy distintos, con cosas muy buenas. Su forma de jugar en el equipo te deja muchas enseñanzas. Son los que juegan para mí país y lo más cercano. Y de la NBA, tratamos de imitar cosas en los entrenamientos y sirven. Ellos son lo mejor de lo mejor. Aprender sus movimientos para sacar ventaja en el juego”.
En ese sentido, y luego de lo que fue el desembarco de los Manu Ginóbili, Luis Scola y demás abanderados de la generación en la mejor liga de básquet del mundo, la llegada de jugadores como Patricio Garino, el propio Laprovittola y los desembarcos más recientes de Campazzo, Deck y Vildoza, habilitaron la chance de jugar en la NBA, aunque el proceso no es sencillo.
¿Baralle cree posible lograr esa transición a lo máximo de su disciplina? “Creo que se lo mira con distintos ojos al básquet argentino. No me quiero poner a la altura de Facundo, porque a mi edad, ya tenía como tres ligas y lo habían visto del Real Madrid. Pero creo que él es un espejo, porque gracias a su trabajo y esfuerzo llegó ahí. De cómo mejoró su físico, su tiro, su visión de juego, porque de pasar a jugar en nuestra liga llegó al más alto nivel. Dominó la Euroliga, la ACB, y eso lo llevó a tener un gran Mundial y jugar en la NBA. Y eso lo hizo a base de trabajo. Si existe, sé que si trabajo, voy a estar más cerca de eso. Primero, basándome en eso, me voy a sentir mejor yo. Porque estoy enfocado para ser mi mejor versión”.
Antes de la despedida, no podíamos dejar de revelar un misterio que persigue a la familia Baralle desde hace décadas. ¿Es verdad que hay un apodo que pasó de generación en generación y que parece ser el sobrenombre para los hombres? “A mi abuelo le decían La Chancha en Atenas. Y después se le pasó a mi viejo, que debería haber sido la Chanchita, pero no sé por qué mantuvieron el original. Imaginate que para mí hubiese sido un diminutivo difícil de nombrar”, dijo Franco entre risas.
“Quedó así, seguramente a mi hermanito también le van a decir así. Acá en Quimsa no me dicen así. Si se pasa de generación en generación, estoy contento igual. No recuerdo por qué le empezaron a decir así, pero ya quedó para todos los que vinimos detrás de él”, sumó el base del futuro que tiene el básquet argentino. Uno que ya anunció que seguirá jugando en la liga el próximo año, a la espera de dar el salto y mostrar toda su capacidad en el exterior.
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