Sergio Batista y su historia de Selección: del día en el que casi se baja de la gesta del Mundial 86 al inesperado “efecto Bilardo” que llevó hasta su casa

La camiseta celeste y blanca ofició de segunda piel en la vida del Checho, que fue campeón y subcampeón del mundo. En una entrevista con Infobae, repasa su carrera con el combinado nacional: sus anécdotas con el Doctor y con Maradona

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El Checho, de 59 años,
El Checho, de 59 años, abrió el cofre de los recuerdos en un bar de Villa Urquiza

“Me siento muy honrado de compartir con Diego Maradona y Daniel Passarella el hecho de ser los únicos campeones del mundo como futbolistas que llegamos a dirigir a la Selección. En una imaginaria mesa chica, discutiríamos mucho, intercambiaríamos posiciones, pero con el placer de haber tenido ese logro en nuestras carreras. Una charla bien futbolera con Diego, el más grande de todos y Daniel, el mejor número 6 que vi en Argentina”.

El Checho Batista entrecierra los ojos, se acomoda en la silla del bar y deja volar sus recuerdos de Selección, en una fría mañana de Villa Urquiza. El calor lo fueron poniendo las anécdotas y las vivencias de un campeón del mundo que tuvo a la celeste y blanca como su segunda piel.

“Mi primer contacto con la Selección fue en el torneo Esperanzas de Toulón, en junio del ‘83, al poco tiempo de que Bilardo asumiera como entrenador. Era un sub-23 con que el perdimos por penales la final con Brasil. Aunque daba sus primeros pasos en el cargo, Carlos era exactamente igual que siempre (risas). Un obsesivo de cada detalle, ya sea en los entrenamientos, las concentraciones, las charlas y los videos. Lo recuerdo muy serio y que imponía un gran respeto, pero que estaba completamente enfocado en el objetivo: llegar bien al Mundial ‘86, aunque faltaran tres años. Solo hablaba de eso y te iba preparando”.

En las temporadas ‘81 y ‘82, Argentinos Juniors había sufrido hasta las fechas finales para mantener la categoría, archivando los tiempos gloriosos de luchar por ser campeones de la mano del genio de Maradona. Pero el ‘83 es un año bisagra con la llegada de Ángel Labruna como DT. El Checho comenzó a elevar su nivel, hasta llegar a su mejor versión en el ‘85. Sin embargo, el llamado a la Selección mayor se hacía esperar: “Como Carlos es de La Paternal teníamos gente en común y por ellos sabía que me tenía en cuenta. Mi objetivo era estar ahí y la mejor manera era tratar de romperla en Argentinos Juniors en cada partido. Me bajoneó un poco no disputar las Eliminatorias, porque supuse que el grupo de muchachos que consiguió la clasificación iba a ser el que viajara a la Copa del Mundo, sin embargo, en el mes de octubre me llegó la convocatoria junto a otros muchachos nuevos también, como Tapia, Almirón y Cuciuffo, para disputar los dos últimos partidos de ese año, que fueron amistosos contra México. Fue un momento muy lindo, pero también de responsabilidad, porque no podía fallar, ya que apenas faltaban siete meses para el Mundial. Empatamos los dos encuentros, pero quedé satisfecho y Bilardo también”.

Batista y Maradona tenían una
Batista y Maradona tenían una gran amistad. En Italia 1990 compartían habitación.

En el mes de enero de 1986 un grupo de jugadores encabezados por Carlos Salvador Bilardo, inició una aventura desconocida y con ribetes por momentos insólitos. Una estadía de varios días en la ciudad de Tilcara en busca de la aclimatación a las condiciones de México: “Solo ese grupo pudo afrontar semejante experiencia. Carlos nos había mentalizado tanto de lo que significaba ser hombres de Selección, que nos bancamos todos esos días en una ciudad muy linda, pero donde no había nada, a diferencia de ahora que es distinta. No había otra cosa que hacer que correr y jugar al fútbol. La gente no tiene noción de los lugares donde entrenábamos. Era pura tierra y si encontrabas una mata de pasto, te sacabas una foto para ver que era cierto (risas). Trabajábamos en tres turnos: 8 de la mañana, 12 del mediodía (con 40 grados porque era enero) y luego a las 6 de la tarde. Fue una odisea, pero hay que reconocer que nos hizo muy bien como preparación para el objetivo de jugar con calor y altura. Vino un periodista francés a hacer la cobertura y dijo: “Si corren así en México, son campeones del mundo”. Carlos nos hizo un lavado de cabeza tremendo y nos hizo asimilar su manera de ser: un sacrificio permanente, saber que el reconocimiento viene después y que hay que estar atento a todo. A mí me pasaron cosas increíbles, como volver a mi casa y darme cuenta que mi vieja, por ejemplo, había corrido un jarrón de lugar apenas unos centímetros. Eso nos inculcó Bilardo”.

Entre marzo y abril, la selección hizo una gira por Europa que dejó más dudas que certezas por el rendimiento. Derrota con Francia 2-0 y dos ajustadas victorias ante clubes: Napoli 2-1 y Grasshopper 1-0. El clima en Argentina se había tornado en contra de la Selección, con un intento de destitución del entrenador: “Uno de los grandes aciertos del técnico fue la decisión de irnos de Argentina 40 días antes de comenzar el Mundial. Nos fueron a despedir 15 personas a Ezeiza (risas). Lo que pasaba era muy injusto, porque nosotros aceptábamos las críticas futbolísticas, pero lo otro era demasiado. Es para felicitar a Julio Grondona por su actitud de bancarlo al técnico pese a lo que sucedía, como los que decían que no iban a ir a México porque nos volvíamos en primera rueda. A dos semanas del debut con Corea, disputamos un amistoso con el Junior de Barranquilla que terminó 0-0. Luego tuvimos una reunión los 22 jugadores, que fue fuerte, ya que se dijeron las cosas que había que charlar y salimos fortalecidos. Pasados más de 35 años, nadie de afuera sabe lo que allí se habló. Me quedó una anécdota porque Bilardo me sacaba en todos los entretiempos y ese día también, entonces me calenté porque pensé que lo hacía por cábala y me quise volver a Argentina. Me pararon el periodista Miguel Vicente y mi viejo, que por teléfono me dijo: “¿A dónde querés ir? (risas). Es un Mundial. Quedate ahí por favor”.

El lunes 2 de junio había llegado la hora de la verdad. Era el momento de enfrentar a Corea del Sur y ya no habría tiempo para excusas. Sin embargo, a partir de ese momento, el equipo comenzó a funcionar como nunca lo había hecho antes: “Teníamos los nervios lógicos del debut, por eso varios nos despertamos temprano, pero nadie salía de la habitación hasta que el Vasco Olarticoechea ponía música, una de las tantas cábalas que había. Cuando escuchábamos que se accionaba el grabador, arrancábamos. El rival era duro en lo físico, pero los superamos sin mayores problemas, porque sentíamos que estábamos confiados y seguros. Después del partido contra Italia volví a discutir con Bilardo porque en el entretiempo me preguntó si estaba bien y le respondí que sí, porque ese partido no era en la altura, pero a los 15 del segundo tiempo me sacó y le hice un gesto. A la noche me dijo de tener una reunión, siempre con un testigo, que en ese caso fue nada menos que Diego, los tres solos. Me empezó a decir un montón de cosas y le respondí que le pedía disculpas por el gesto, porque lo ve la gente, pero si lo tengo que insultar de nuevo, lo hago. Diego nos miraba y nos decía a uno y otro: “Bueno, listo, dejénse de joder, ya está”. Y la relación siguió bien desde allí. Nos sacaba a mí o al Gringo Giusti, nos hacía quedar sentados en el banco, no nos podíamos ir al vestuario y gritaba fuerte las indicaciones. Lo hacía para que nosotros escucháramos y aprendiéramos, pero eso me lo confesó muchos años después y le dije: ‘Carlos: me lo hubiera comentado antes y nos evitábamos las peleas’ (risas). Fue un adelantado en todos los sentidos”.

El equipo que disputó la
El equipo que disputó la final de México 1986: Sergio Daniel BATISTA, Jose Luis CUCIUFFO, Julio OLARTICOECHEA, TORWART Nery Alberto PUMPIDO, Jose Luis BROWN, Oscar Alfredo RUGGERI, Diego Armando MARADONA; vordere Reihe v.li.n.re.: Jorge Luis BURRUCHAGA, Ricardo Omar GIUSTI, Hector Adolfo ENRIQUE, Jorge Alberto VALDANO (Bongarts/Getty Images)

El paso firme y el rendimiento en alza eran los denominadores de ese equipo que se había instalado con autoridad en los cuartos de final del Mundial, desmintiendo a los agoreros que sostenían que no pasaba la primera ronda. Había llegado el choque clave, el que se iba a perpetuar en la memoria de un pueblo: “Fue una satisfacción enorme haberle ganado a Inglaterra, por pasar a las semifinales, pero sobre todo porque sabíamos que la gente en Argentina lo esperaba especialmente y era un compromiso distinto, que valía doble. El gol de Diego… ¿Qué te puedo decir? Dentro de la cancha jamás pensás que podía terminar en eso. Con VAR, quizá la tiran para atrás y la anulan porque le cometí una infracción a un inglés en el arranque de la jugada. Solo alguien como Maradona puede hacer un gol así, en un Mundial, en semejante partido y con un campo de juego donde la pelota saltaba, no rodaba. No es normal lo que pasó, yo no lo podía creer, me acerqué al festejo y solo me salió insultarlo. ¿Qué le iba a decir? ¿Qué lindo gol que hiciste? En el vestuario al terminar fue maravilloso por la sensación del deber cumplido”.

Y vaya si estaba cumplido el deber. Inglaterra afuera, con el mejor gol de los todos los tiempos y tres días más tarde, otro concierto del mejor Maradona para eliminar a Bélgica y poner a Argentina en las puertas de la gloria. Pero había que saltar la valla siempre compleja de Alemania: “Para el partido con los coreanos estábamos más nerviosos que en la final, porque teníamos una confianza enorme y, además, sin subestimar a los alemanes, nosotros éramos mejores. Y eso se plasmó en la cancha, pese a que nos hicieron dos goles de córner, en una jugada practicada durante tres años. Sin embargo, ahí, con el 2-2, apareció el temple del equipo, porque nos miramos entre todos adentro del área y sabíamos que lo ganábamos. Y así fue con el gol de Burruchaga, que siempre dijo que cuando se arrodilló y me vio llegar, se le hizo la imagen de Jesucristo por la barba. Enseguida miré el reloj y solo quedaban cinco minutos. Cuando tuve la copa en las manos, comencé a agradecer a la gente que me ayudó, sobre todo el sacrificio que habían hecho mis viejos. Fue una emoción inigualable”.

La gloria de México ‘86, tan inesperada en la previa como maravillosa en su conquista, había quedado atrás y Bilardo, más temprano que tarde, se activó con miras a retener el título en Italia ‘90. Entre ambos Mundiales, Batista fue una columna del equipo, siendo titular en 38 de los 45 partidos que disputó la Selección: “La motivación fue igual, pero más aliviados. En realidad, solo un poco por cómo era Carlos (risas). Con Giusti estuvimos viendo otra vez los mismos videos, ahora para ayudar a integrar a los más jóvenes, la nueva camada, porque el resto de la nuestra se fue a jugar al exterior. Nadie tenía el puesto asegurado por el hecho de haber sido campeón del mundo”.

En los dedos de una mano se pueden contar los partidos que la Selección jugó bien entre el ‘86 y el ‘90. Hasta Diego se mostró un escalón debajo de su nivel. Había llegado el momento de defender el título, pero desde la previa ya las cosas estaban complicadas: “El grupo era sólido, nos llevábamos bien, pero quizás faltó plasmar más la relación entre los jóvenes y los que veníamos del proceso anterior. Futbolísticamente no nos salieron las cosas como en el ‘86, pero había una enorme dignidad, sacando coraje desde donde parecía imposible. La derrota en el debut con Camerún fue un golpe terrible y la amenaza de Bilardo de querer tirar el avión si nos eliminaban en primera ronda, sabíamos que podía ser verdad. Yo compartía la habitación con Diego y me dijo: ‘Yo no vuelvo ni loco en ese viaje, porque es capaz de hacerlo’ (risas). Teníamos que enfrentar a Brasil por los octavos de final y Carlos me sacó de la titularidad, algo que me enojó mucho, porque el equipo jugaba mal y parecía que yo era el único culpable. Declaré algunas cosas en caliente, porque supuse que no era una determinación del técnico, que tenía que venir de otro lado. No me gustó, pero lo entendí, porque la prioridad siempre era el grupo, además era consciente que mi nivel había bajado porque estaba lesionado del tendón de Aquiles. Un día fuimos a ver a un médico, ya instalados en Italia y este hombre, al revisarnos, dijo: Batista es un oficinista y a Ruggeri si le dan un pelotazo en la pierna, se le rompe (risas). Ingresé en el segundo tiempo con Italia y me sacaron la segunda amarilla, que me dejó fuera de la final, que al revés que en el ‘86, los alemanes estaban mejor, pero igual se le pudo ganar”.

En Argentina jugó en Argentinos
En Argentina jugó en Argentinos Juniors, River, Chicago y finalizó su carrera en All Boys

Allí se clausuró el ciclo del Checho como jugador de la Selección. Pero esa relación se retomaría, como los grandes amores, unos años más tarde, ya en la función de entrenador: “No me puedo quejar de lo que me dio el fútbol, ya que pude compartir con los dos más grandes jugadores de la historia que yo vi: Maradona como compañero y Messi como entrenador. Quizá me llegó muy pronto la chance de dirigir a la Selección. Arranqué con los juveniles y al poco tiempo ganamos la medalla dorada en los Juegos Olímpicos de Beijing con un equipo impresionante, donde además de Lio estaban Riquelme, Agüero, Di María y Mascherano, entre otros. Un grupo excepcional que disfruté muchísimo. Por hacer mal las cosas, desaprovechamos esa camada en los Mundiales. No podés cambiar de técnico tantas veces en poco tiempo como hizo Argentina. En la mayor me fue bien, pero soy consciente de que si no lograba el objetivo me tenía que ir, como le pasó a Bielsa y a tantos entrenadores. En la Copa América 2011 éramos locales y debíamos ser campeones, pero nos quedamos afuera en cuartos y se cerró mi ciclo. Me queda la satisfacción de haber dirigido a Messi, un verdadero fenómeno también fuera de la cancha, que te hace todo simple y sencillo. Traté de ponerlo en el lugar donde más cómodo se siente y de acuerdo al equipo que teníamos. Se portó 10 puntos con nosotros”.

Una persona estuvo siempre mientras Batista se vistió de celeste y blanco, tanto en los tiempos de jugador como de entrenador, y fue nada menos que Julio Grondona, el presidente de la AFA con quien tenía una gran relación: “Tuve tratos distintos con él, pero me quería muchísimo. Fue el mejor dirigente de fútbol que conocí: inteligente, vivo, capaz, astuto, con sus errores como toda persona, pero era un adelantado. En parte sentía que me apreciaba como a un hijo, lo mismo que su esposa. El trato cotidiano nunca fue de jugador o técnico a directivo, era distinto”.

La charla podría seguir muchas horas más, porque el protagonista es un verdadero apasionado y es un placer escucharlo. Frente al frío, es un bálsamo ese sol espléndido del mediodía que se descuelga desde un cielo limpio, apenas matizado por alguna nube, que dan el marco ideal al saludo de despedida, con los colores celeste y blanco, que tiñeron el diálogo futbolero y viven en el alma del Checho.

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