El mediocampista central que se erigía como la voz de mando de la Tercera División de Atlanta, con perspectivas de jugador profesional, supo crecer con la pelota en los pies y la pasión por el boxeo en la sangre. Sin embargo, el fallecimiento de su papá, que construyó su amor por los dos deportes y lo llevó a recorrer el Luna Park en aquellas históricas veladas de los sábados, con los campeones argentinos que soñaban con calzarse el cinturón del mundo, trastocó sus planes.
El inconfundible Walter Nelson cambió el verde césped y el cuadrilátero por los micrófonos en las transmisiones, y su trayectoria alcanzó niveles inimaginables. Más de 50 años de carrera en los medios, con viajes a las Copas del Mundo incluidos; latiguillos que marcaron a fuego su periplo –que hoy continúa vigente en Radio La Red-; sus incursiones en programas que mostraban la contracara de los atletas y un estilo con lenguaje popular constituyeron a uno de los relatores más reconocidos del país.
El autor de frases como “¿lo digo o no lo digo?” o “¡qué digo gol, recontra golazo!” había decidido ponerle final a su aventura después de Sudáfrica 2010, pero el apoyo de su familia fue clave para que continúe dándole su impronta a los partidos. El desafío de Qatar 2022, a pocos meses del inicio del Mundial, motoriza su ambición.
— ¿Cómo fueron tus inicios en el periodismo deportivo?
— Yo arranqué prácticamente trabajando. Tenía 21 años y a esa edad conocí a mi mujer, que es la hija de Osvaldo Caffarelli, un gran periodista de aquella época. Y en el año 1972, que cumplí 22, comencé definitivamente. Si vos hacés las cuentas, son 50 años de periodismo… Me dijeron, en Radio L12 de Tucumán, si yo me animaba a hacer vestuarios de los partidos. Les dije que sí porque era lo mío, después de haber jugado tanto tiempo al fútbol. Mi debut fue un San Lorenzo-Lanús en el Viejo Gasómetro.
— ¿Con qué recursos contabas en ese momento? Porque hoy, con dos clics, podés enterarte de todo y buscar información
— No había prácticamente nada, no existían los teléfonos ni estaba tan avanzada la tecnología. Era todo sacrificio; micrófono, vestuario y punto. Averiguábamos todo llamando por teléfono a los jugadores y al técnico. Antes tenías un acceso mucho más fácil, porque ahora tenés que llamar a los jefes de prensa.
— Vos tuviste una breve carrera futbolística en las inferiores de Atlanta y Huracán. ¿Cómo fue esa experiencia y por qué no continuaste?
— En Huracán jugué en octava y novena porque la familia era muy amiga de los hermanos Juan y Bautista Rago, los mánager de Ringo Bonavena. Mi mamá me mandaba al Globo a entrenar porque me decía ‘te veo muy flaquito, tengo miedo de que te enfermes’ (risas). Hice una prueba y quedé, siempre de cinco… Al otro año acompañé a unos amigos a una prueba en Atlanta, solo por estar con ellos: el DT me dijo que fuera a firmar, pero le advertí que estaba en Huracán. Curiosamente, mis amigos no quedaron.
Como yo no quería viajar tanto hasta Parque Patricios, porque vivía en Palermo, me había picado el bichito de ir al Bohemio. Igual, mi papá se enojó, no me quisieron dar el pase y quedé un año sin jugar. Después sí arranqué en Atlanta, y fui avanzando, quinta, tercera… Jugué con algunos muy buenos jugadores, Pichón Rodríguez, Rodrigo López, que después fue a River y salió campeón. Pero después murió mi viejo, y como yo era hijo único, no teníamos recursos económicos muy grandes: tuve que empezar a trabajar. Me vinieron a buscar dos veces de las inferiores y le dije que no podía.
Después entré a ENTEL, donde hacía horas extras y ganaba muy bien, y hasta me animé a jugar un campeonato intersindical durante cinco o seis años, mientras hacía el trabajo de periodista. Cuando arranqué en Radio Rivadavia, en el ‘76, renuncié en Teléfonos y le di para adelante con mi vocación. De todas formas, nunca dejé, aún hoy sigo jugando con mis amigos.
— ¿Creés que tenías condiciones para llegar a Primera?
— ¡Sí, tranquilamente! En aquella época, era un equipo muy competitivo y nos iba muy bien. Nosotros jugábamos en una cancha auxiliar donde hoy está ubicado el Movistar Arena. Era mucho de hablar, manejaba los equipos. Era un loco, pero como cualquier pibe normal, disputaba tres partidos por semana, iba a bailar a la noche y me iba a laburar sin dormir (risas). Jugué en Palermo, después, con Roberto Leto, el Ruso Ramenzoni y Tití Fernández.
— Más allá de tu experiencia dentro de las canchas, ¿te interesaba seguir las transmisiones deportivas? ¿Te atrapaba ese mundo?
— Muchísimo, desde muy chico. Yo viví con mi abuela hasta los 14 años porque mi papá trabajaba, y tenía la radio puesta con Fioravanti, Bernardino Veiga, Ortega Moreno. Con los más grandes de la familia, íbamos a ver a Racing y a Independiente de local. Mi viejo me metió la pasión por el boxeo desde muy chico y me llevaba al Luna Park. Y si no iba por alguna razón, los sábados a la noche me encerraba a escuchar la pelea…
— ¿Cómo fueron los entretelones de la primera pelea que te tocó cubrir?
— Fui desde tan chico al Luna Park… Sí me acuerdo de la primera que fui a ver, a los 9 años: Júpiter Mansilla contra Horacio Acavallo, por el título sudamericano. Eran lindas esas noches, porque nos íbamos a comer a Las Cuartetas o al Palacio de la Papa Frita. Después, ligábamos siempre entradas gratis para asistir a las peleas de Ringo; la carrera de Bonavena la conozco desde amateur.
— Vos que viviste ambos mundos, ¿cuál es más hostil para el periodista y en cuál se puede tener más contacto con el atleta?
— El boxeador viene de un estrato social bastante complicado, con muchas dificultades a nivel personal o familiar. Son tipos que se entregan permanentemente, totalmente transparentes, arrancando desde bien abajo o siendo campeones del mundo. Hay excepciones, pero suele ser lo común. El jugador de fútbol es más complicado, sobre todo ahora. De todos modos, mis mejores amigos son de la época de antes: el Tigre Gareca, el Pato Fillol, el Pipa Higuaín, entre otros. Nos vemos muy seguido. Con Juampi Sorín y Fabián Cubero tengo una relación espectacular.
Sin embargo, con los boxeadores me unen otras cosas. Con Maravilla Martínez me llevo bárbaro y no desde la pelea con Chávez, sino desde mucho antes. De pronto, con Falucho Laciar viajé muchísimo. Es imposible no tener buena relación: hice 30 peleas por el título mundial, estuve presente en 10 Copas del Mundo, tantos otros campeonatos. Son ambientes competitivos y repletos de vanidades.
— ¿Te enriqueció como relator ejercer en dos deportes diferentes? ¿Pudiste incorporar recursos que utilizaste en una de las disciplinas para la otra?
— Los reglamentos no son los mismos, pero siento la misma pasión y la adrenalina cuando tengo que contar lo que pasa en la cancha que en un cuadrilátero. El haber jugado te da un poco de ventaja para saber cómo se maneja un jugador, cómo engancha y cómo le va a pegar segundos antes de una jugada. Las virtudes y defectos las entendés al instante, pero en el boxeo hay que estar más atento. Son tres minutos de mucho vértigo y velocidad. Después está la espontaneidad, la repentización y el estilo que vos le ponés.
— ¿Cuáles eran tus mayores virtudes durante tus comienzos, más allá de que después las pudiste pulir y explotar?
— Una de las principales recomendaciones que les hago a los pibes es que lean constantemente. Yo lo hacía y de esa manera, incorporé un vocabulario y una serie de conocimientos que me mejoraron como periodista y relator. Me apoyo mucho en el idioma popular que tiene el fútbol, quiero meterme en la piel del hincha. Digo cosas simples que el fanático busca escuchar. Lógicamente, hay límites, y cuando tiro alguna ocurrencia, quiero ser diferente sin ser chabacano. Te están escuchando miles de personas y tenés que ser claro.
— Trabajaste con varios comentaristas históricos. ¿Qué le valorabas a cada uno y cómo te manejabas con la diferencia de estilos?
— Yo trataba de adaptarme a cada comentarista que tenía, y no al revés. Incluso ahora en La Red me pasa, con Gustavo López, Hugo Balassone, Coco Ramón o Toti Pasman. Siempre digo que fui un privilegiado: todos mis colegas me permitieron potenciarme y reinventarme permanentemente. Fabbri, Macaya, Pacini y Niembro tenían un gran nivel, y sabía que me tenía que exigir al máximo en cada transmisión.
Muchos otros, además, fueron maestros en otras cuestiones que no tienen que ver únicamente con una pelota y un par de guantes. Haber trabajado con Héctor Larrea, con Beto Badía, que venían de mundos diferentes, del espectáculo, de la política, te enseñaban muchísimo. Esta es una profesión en la que vos tenés que dejar muchas cosas de lado, y la gente no lo sabe. Le quité tiempo a mi familia, al crecimiento de mis hijos… Los estoy disfrutando, aunque ya son grandes, porque tomo decisiones y porque solo acepto trabajos si me conviene o no, desde todo punto de vista. Si relatás al otro día, te tenés que privar de ir a cumpleaños hasta tan tarde, de no tomar alcohol porque tenés que estar bien. Por eso creo que fui un profesional al 100%, debo ser el relator más longevo que hay en la actualidad: tengo 72 años y sigo vigente.
— A lo largo del tiempo, construiste diferentes latiguillos, como “ta tan ta tan” o “cocodrilo que duerme es cartera”. ¿Cómo surgían? ¿Eran espontáneos?
— No los preparaba, pero sí buscaba una frase para que el televidente o el radioescucha entendiera que el gol era inminente. En un partido de Racing-Olimpo, Diego Milito tuvo una chance y tiré “ta tan ta tan”. Igual, podría haber tirado otra. Pienso constantemente qué le puedo agregar a mi relato.
Cuando veo que está por venir el tanto digo “me parece que sacan del medio”. Mismo me pasó en el Boca-Tigre, en Córdoba, porque vi que Fabra se acomodó y me salió “¿y si le pegás al arco?”. Los relatores somos más intuitivos que inteligentes, y a medida que vas creciendo en tu carrera, eso sale intuitivamente. Casi de memoria. La velocidad mental es clave. En otra ocasión, cuando el Turco Asad se perdió una oportunidad insólita, me salió “ver para creer”. Son cosas que se me van ocurriendo sobre la marcha. En ese sentido, tengo mucha facilidad. También puse apodos, al propio Gareca lo bauticé yo.
— Casi siempre se te reconoce como uno de los mejores relatores de la historia del fútbol argentino. ¿Vos creés que estás en ese selecto grupo?
— Me lo hacen ver permanentemente, también salgo bastante bien parado en las encuestas, y me hace sentir muy feliz. El día que sienta que estoy lento y que le empiezo a errar a los jugadores, yo solito me voy a apartar. Y si no, mi familia me lo va a hacer ver. Mi hija, que se crio con mi suegro, es futbolera; mi hijo es preparador físico de boxeo; y me lo van a decir. Por ahora, estoy bien y me siento bien. Es más: después de Sudáfrica 2010, estuve a punto de dejar. Trato siempre de reinventarme, aportar cosas y estar informado. Estoy como loco con las redes (risas).
— ¿Por qué razón ibas a abandonar el relato después de ese Mundial?
— Porque pensé que ya había dado todo. Se me vino a la cabeza mil veces el hecho de decir ‘hasta acá llegué’. Lo comenté en mi casa y me sacaron carpiendo (risas). Me hicieron ver que estaba profundamente equivocado, y a la luz de los hechos, tenían razón ellos. Yo me veía espectacular, pero después de tantos años… Me hubiera perdido Brasil 2014, que además de la final, cumplí uno de mis sueños, que era relatar con Macaya; y el 2018.
— ¿Cómo es la experiencia de estar en una transmisión en el marco de una Copa del Mundo?
— Es lo máximo. Siempre lo tomé con una responsabilidad tremenda, igual que durante los Mundiales juveniles que compartimos con Alejandro Fabbri en los que dirigía José Pékerman. Esos torneos son aquellos en los que tomás dimensión de que estás relatando para un país, y hay millones de personas que te están escuchando. Irremediablemente te ponés la camiseta de Argentina. Sin darte cuenta, sos parte de esa Selección y parte de los jugadores que están en la cancha. Eso no quiere decir que no podés decir que jugó mal, porque el periodismo sin opinión no existe.
— ¿Cuáles son los mejores jugadores que has visto en cancha?
— Yo tuve la suerte, por la edad que tengo, de haber visto a Pelé, a Maradona y a Messi. Para mí esos tres están fuera del lote. El Dream Team, hay que explicarle a los pibes, no fue el de Pep Guardiola, fue el de Johan Cruyff, con Bakero, con Stoichkov… y eso se empezó a construir en la Holanda del ‘74. Jugadores argentinos como Kempes, Passarella, Fillol, Bochini, si empiezo no termino más (risas). Yo jugué con Brindisi en octava y novena, nos une una gran amistad, y yo ya sabía que iba a ser un fenómeno. Al final, fue el mejor 8 que vi en mi vida.
En cuanto a los boxeadores, a Muhammad Alí solo lo pude ver por videos, pero está por encima de todos. Hay un antes y un después de él en la categoría pesados. Mano de Piedra Durán, Chávez. Monzón fue el mejor de todos acá, pero yo era un enfermo de Ubi Sacco. La década de los ‘80 fue la de oro, porque peleaban todos contra todos y era una locura.
— Tuviste una muy buena relación con Maradona. ¿Cómo la construyeron y cómo te pegó la noticia de su fallecimiento?
— Diego debuta en el ‘76 y Larrea me mandaba con el móvil para sacarlo al aire. Estaba dormido, pobre, era un pibito. Pasaron los años y él va a Boca en el ‘81, yo ya trabajaba en el Luna Park durante las grandes veladas. Yo lo hacía entrar todos los sábados a Don Diego después de hablar con Lectoure a pedido de Maradona. Dentro de todos los problemas personales que tuvo el 10, que son de público conocimiento, nunca se olvidaba de ningún detalle. Tenía una memoria maravillosa, y se lo hacía ver a todo el mundo.
En agradecimiento, una noche, me mandó una casaca suya del Xeneize envuelta en papel de diario, que la tiene el padrino de mi hija. Un montón de cosas vivimos… vino a Beijing a comentar en los JJOO con Fabbri y conmigo a pedido mío, me invitó a La Noche del Diez cuando fue Durán, y yo le llevé mi libro cuando ya no estaba bien, en 2019. Le regalé “Ta tan, ta tan: mis tres pasiones”, y me ayudó a entrar con el Gallego Méndez; también me hizo ingresar al vestuario del Lobo en un Gimnasia-River y estuvimos charlando de boxeo, porque tenía una gran pasión. Sin ser amigos, era una relación cálida.
Lógicamente que su muerte me conmovió y me golpeó, pero interiormente sabía que algo podía llegar a pasar. Es aún el día de hoy que lo extraño horrores. La última vez que lo vi, Bochini me convocó en Avellaneda en un Independiente-Gimnasia, con estadio lleno, y yo los presenté con el micrófono. Cuando Maradona me ve cambiándome, se acerca y me dice ‘¡otra vez acá, Walterio, te vengo a encontrar!’ (risas). Me conmovió mucho. Él te movilizaba por alguna razón y sinceramente, no tengo explicación. Tu corazón parecía que se iba a escapar del pecho.
— Me mencionabas aquellos Juegos de Beijing y la gran figura era Messi, que ahora se pudo sacar la espina de ganar un título con la Mayor. ¿Cómo ves al seleccionado, a Scaloni y al propio Leo de cara a Qatar 2022?
— Argentina se sacó una mochila muy grande, pero también lo merecía la generación anterior que estuvo diez años y perdió tres finales, casi todas inmerecidas. La de Brasil fue una pena porque de siete partidos, se impone en seis y no mereció perder la instancia decisiva. No lo volví a ver nunca más y fue la mayor tristeza que me dio la profesión. Messi tenía que ganar algo importante porque acá no lo consideraban, insólitamente, y sí afuera. Creo que fue maravilloso y me parece que le va a dar un plus extra.
Leo los mima mucho, los cuida. Yo sé de la importancia que tuvo el grupo de trabajo de Scaloni, a los que conozco muy bien: Pablito Aimar, Roberto Ayala, Walter Samuel… Son grandes profesionales. Con el DT, me incluyo, lo mirábamos de reojo. Era un técnico que nunca había dirigido un equipo, que no había tenido experiencia, pero formó algo que fue clave para que Messi sintiera que podía ganar cosas, con la edad que tiene y sin la explosión.
Igualmente, como periodistas tenemos que analizar y no subirnos al carro. Yo tengo dudas porque nunca, como en estas Eliminatorias, Brasil y Argentina sacaron tantas diferencias: clasificamos cuatro fechas antes cuando, para 2018, tuvimos que ir a Ecuador contra un equipo suplente y eliminado, y el 10 sacó tres goles de la galera. Tampoco enfrentamos a selecciones muy poderosas, como dijo Mbappé. Estamos un poquito lejos del fútbol de Europa y los máximos candidatos. Quizás ahora, contra Italia, aunque haya quedado eliminada, hayamos dado un salto de calidad, porque ganaron cuatro Mundiales.
— Volviendo a lo periodístico, condujiste programas como “El Nacional” y estuviste en “Relatoras Argentinas”, que mostraban el lado B más allá de lo que pasaba en las canchas. ¿Qué te atrapó de ambas experiencias?
— No quiero dejar afuera a “Golpe a golpe”, que mostraba las carencias del boxeo o los gimnasios que no tenían los recursos necesarios como para que un boxeador pudiera llegar al más alto nivel. A mí, todos esos ciclos me hicieron crecer, me enseñaron un montón de cosas y me dieron muchísimas herramientas para mi trabajo.
De “Relatoras” me gustó la idea porque hay chicas que están creciendo mucho, y compartimos cuatro o cinco meses viendo la pasión y la actitud que le ponían. Cuando veo que tratan de esforzarse, las ayudo mucho. Si no, intento hasta donde puedo. Fue un programa maravilloso. El fútbol femenino, aquí, no tiene los recursos que debería tener. Vos vas a Europa y las canchas están llenas, y eso es porque progresa en lo organizativo y económico.
A mí me encanta que se mueva y se revolucione. Yo no tengo dudas de que mi hija, si no fuera médica psiquiátrica, sería periodista deportiva. Si la mujer se insertó en el boxeo hace muchos años, desde la época de la Tigresa Acuña, ¿por qué no puede pasar lo mismo en el fútbol? Lugar hay y siempre va a haber.
— ¿Cómo sentís que ha variado el periodismo en estos años desde que arrancó tu carrera? ¿Ves que hay una tendencia en los programas de más gritos y menos análisis?
— A veces me satura un poco, porque desde el mediodía hasta la noche es todo lo mismo. A no ser que salte algo de último momento, que sacuda la rutina con información, siempre es igual. Trato de estar informado, veo ciclos que me gustan y otros no tanto. Disfruto mucho más los programas de opinión y debate futbolero. La descalificación es horrible, pero se ve que eso mide y hoy el rating es fundamental. Casi que no importa que el producto sea de buena calidad. Perdonando la expresión, parece que a mucha gente le gusta el puterío, pero a mí me gusta el periodismo.
— ¿Cómo ves a las nuevas camadas de periodistas y relatores en los medios?
— Como hay gran cantidad de medios, tienen que cubrir, y de pronto aparece una gran cantidad de jóvenes que no tuvieron un recorrido para estar debidamente preparados. Es lo que hay y es de la forma en la que se presenta ahora. Antes no había tantos lugares y por eso yo me tuve que ir a relatar a Chacabuco. Cambiaron los tiempos y hay que adaptarse a eso. Los años terminan capacitándote, hacen que generes experiencia y te desarrolles. Hay camadas en los que a algunos les va a costar más, como en todas las actividades.
— ¿Más allá de esa construcción que marcás, es necesario contar con un talento innato?
— Yo relataba partidos cuando me quedaba solo en la casa de mi abuela; pienso que eso marca un poco lo que vas a hacer. Yo creo que sí. Siempre digo que a un comentarista le costaría mucho más relatar que en el caso contrario. Dentro de la rama del periodismo deportivo somos una raza rara, particular, porque estamos permanentemente inventando cosas. Nunca nos escapamos del trámite del partido y de los protagonistas. Para eso hay que tener mucha inventiva, memoria, velocidad y espontaneidad.
— Vos mismo has ido variando y te involucraste en programas como “Los 8 Escalones”, donde sos un habitual. ¿Cómo surgió esa posibilidad?
— A mí me gustan ese tipo de programas porque son de cultura general, y lo miramos mucho con mi señora. El periodismo deportivo no existe, tenés que estar informado en todo lo que pasa. Las enfermedades, el mundo, qué es lo que pasa, el espectáculo, la política… Me parece que antes estaba todo más encasillado, era todo estructurado. “Los 8 Escalones” es un ciclo que te enseña, porque aprendí muchas cosas que no sabía. De pronto, me pasa que encuentro cosas y las involucro en mi relato.
Vivo en el barrio de Agronomía, y hay una pintura de Gustavo Cerati en el bajo nivel de la Avenida Beiró. En las paredes, pusieron una frase de una canción: ‘Parece que me pierdo en el camino, pero me guía la intuición’. Me quedó en la cabeza y la tiré en un partido de River con Borré, cuando arrancó desde mitad de cancha. El fútbol es tan amplio… y tiene que ver con la vida misma.
— Más allá de las plataformas actuales, como YouTube, que permiten repasar tu trayectoria, quizás varios jóvenes te reconocen por tu rol como jurado. ¿Sentís que lograste conectar de esa manera?
— Me lo hacen notar en la calle, es terrible. Tiene tanto rating y tanta trascendencia, a pesar de que yo no me doy cuenta, que me hablan constantemente del programa. Estuve almorzando con mi mujer en Devoto, un día de semana con poca gente, y seis o siete personas se me acercaron yendo para el auto desde el restaurant, hablándome del tema. ¡Hablan mucho más del programa que de mis transmisiones! (risas).
— Después de tantos años de carrera, ¿te queda algún sueño pendiente, algo por cumplir?
— Todo lo que viene ahora es de upa. Voy a cumplir 72 años, y todo lo que pensé que me iba a ocurrir en todo este tiempo se fue dando. Nunca me puse objetivos, viví el presente tratando de superarme y mantenerme. Esa era mi gran obsesión. Hoy se llega mucho más fácil que antes, lo más difícil es sostenerse. Tengo vigencia desde que comencé en 1972 y me pone feliz. Increíblemente, tengo la misma voz de cuando tenía 20 años, y eso es genético. Lo que venga ahora, bienvenido sea. Ni soñando pensé que iba a lograr tantas cosas. Las ganas de relatar en Qatar, donde ya estuve dos veces, no me las saca nadie.
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