La familia Pérez, allá en el sur del Gran Buenos Aires. Origen de trabajo, de lucha diaria para ganarse el pan. Un apellido común y una historia como tantas, con la diferencia que en ese hogar crecía un pibe que pronto iba a demostrar condiciones para el fútbol. El esfuerzo de papá, con el oficio de mecánico de heladeras para darle lo mejor a los suyos iba a ser coronado por el orgullo de ese hijo que pronto apareció en los medios, con apodo heredado y que sería su sello por siempre: Hugo Perico Pérez
“Mi llegada a Racing es una linda historia. Yo era el único hincha de la Academia en mi casa, la oveja negra (risas), porque los demás eran de Independiente. El panadero del barrio me veía jugar en mi club, Biblioteca Nicolás Avellaneda, hasta que un día me dijo si quería ir a probarme. Fuimos en su camioneta y a la semana quedé. En la primera práctica conocí a Juan Carlos Palomino, que me puso el apodo, porque cuando tuvo que anotar mi nombre, me preguntó si era algo del ex arquero. Le respondí que no, pero en el entrenamiento me quiso dar una indicación, se olvidó el apellido y empezó a los gritos: Perico de acá, Perico de allá, y listo, ya quedó”.
El apellido común podía llevarlo al anonimato, pero la historia se escribió pronto de otro modo. Enseguida se empezó a hablar de él por sus cualidades dentro de la cancha y el destacarse en los partidos de reserva, que se disputaban antes que la primera: “Jugar en la tercera con la gente que iba llenando la cancha, era como una tesis de la facultad. Había hecho todo el recorrido y ese era la hora de la verdad. Le servía al futbolista, porque la mochila de la presión se te iba llenando de a poquito y al técnico, para evaluar como vos tomabas tanto el aplauso como la reprobación. Eso se perdió en el torneo local y debería volver”.
El inicio de la temporada 1987/88 fue arrasador para Racing. Al comenzar las revanchas, sufrió varias lesiones que obligaron al entrenador a hacer muchos cambios. En ese contexto, había llegado el momento de Perico: “Basile era un fenómeno. Habíamos terminado de merendar y salíamos de la concentración rumbo al micro para ir a enfrentar a Independiente en nuestra cancha. Me había anunciado que ese sería mi primera partido como titular. Cuando estaba por subir con el resto de los muchachos me llamó aparte para que fuese con él en su auto, que era un BMW gris cortito. Mientras abría la puerta y me sentaba, solo pensaba en que macana me había mandado (risas). Arrancó y me preguntó porque pensaba que él me ponía. Le dije una serie de cuestiones futbolísticas y me paró de golpe: “No pibe, nada que ver. Usted juega porque es de Valentín Alsina y todos los de ahí se la aguantan”. Tuve la suerte de entrar con el pie derecho, porque ganamos 3-1 y anduve muy bien. Enfrente había enormes rivales como Islas, Clausen, Giusti, Marangoni y Bochini”.
El cielo cercano de la Academia estaba más limpio y celeste y blanco que nunca en los últimos años, porque un puñado de meses más tarde rompería el maleficio de no ganar títulos al obtener la primera edición de la Supercopa: “Somos los últimos campeones internacionales de Racing y es un orgullo enorme, porque la gente nos lo sigue recordando a cada paso. Era un grupo de verdad, porque nos seguimos juntando y los mayores, como el Pato Fillol o Rubén Paz, eran referentes que nos educaban. Me tocó entrar aquella noche contra Cruzeiro en el Morumbí donde había 100.000 personas en las tribunas, pero Coco confió en mí y estuve a la altura. Como hincha del club, fue hermoso ser protagonista de un partido inolvidable. Enseguida salimos de gira por Europa, donde enfrentamos al Nápoli de Diego y luego íbamos a Francia a disputar un partido por el pase del Vasco Olarticoechea. Un día estábamos reunidos y el Coco, con ese vozarrón tan particular, me pidió que me parara: “Perico: le quiero informar que Bilardo lo ha pedido para disputar los Juegos Olímpico de Seúl”. Fue muy lindo, porque los muchachos se pusieron a aplaudir y enseguida me volví solo haciendo Roma – Zurich – Madrid – Buenos Aires. Fui titular en un buen equipo, que podría haber ganado una medalla, pero nos eliminó Brasil 1-0 en cuartos de final en un partido cerrado. Al regresar me rompí los ligamentos contra Instituto en una cancha llena de barro. Sentí un dolor diferente, pero seguí jugando, hasta el momento que ejecuté un tiro libre y al terminar de patear, sentí que la pierna se me había desprendido, que estaba de costado. Por suerte, con la operación y el yeso, se reconstruyó rápido, volví pronto y nunca más sentí dolor en esa zona”.
Ese equipo de Racing estaba llamado a hacer historia, mucho más allá de la Supercopa. Sin embargo, distintos problemas fueron apareciendo y más temprano que tarde, la bandera de la ilusión se deshilachó: “Comenzaron las diferencias con el presidente Juan Destéfano cuando me vino a buscar el Bayer Leverkusen. Me cotizaron como una Ferrari y me pagaban como un Fiat 600 (risas). A mediados del ‘91 me quería quedar, incluso arreglando sin intermediarios y en la suma que él pretendía. Cuando fui a firmar el contrato a la sede, al abrir el ascensor me lo encontré y me preguntó que hacía ahí. Le conté el motivo, me dio la mano y me dijo: “Decidimos que no vas a seguir. Así que gracias por los servicios prestados”. Así terminó mi historia con el club del que soy hincha. Antes de eso, me pasaron miles de cosas, hasta que la llamaran a mi vieja para decirle que si no arreglaba, iba a terminar en una tumba al lado del Pampa Orte. Con la gente de Racing, con el hincha genuino, tuve siempre la mejor de las ondas. El tema es que después del paso por Ferro llegué a Independiente, donde me fue muy bien. Entiendo el enojo, pero yo debía pensar como un profesional”.
El tren de su carrera pareció detenerse, pero tuvo la suerte de estar un año en la estación Caballito, donde Carlos Timoteo Griguol supo volver a ponerlo a punto como en sus mejores épocas: “Ferro me quería retener y yo tenía intenciones de quedarme, porque lo pasé espectacular allí, hasta que mi representante, Settimio Aloisio, me dijo que Independiente estaba dispuesto a hacer una buena inversión y se hizo la transferencia. Apenas llegué planteé mi posición para que todo quedara claro y sin vender humo. Dije que era hincha de Racing, algo que ahora no podría pasar, porque sería un escándalo. Estaba como técnico Nito Veiga, luego llegó Marchetta y más tarde coronamos con Miguel Brindisi, en lo que fue un proceso donde se fueron acomodando las piezas. Muchos simpatizantes del Rojo siguen sosteniendo que fue el último equipo que vieron con el estilo histórico. Eran jugadores inteligentes con equilibrio ideal de edades, por eso salía de memoria: Islas; Craviotto, Rotchen, Serrizuela, Ríos; Cagna, yo, Gustavo López, Garnero; Rambert y Usuriaga. Fuimos campeones del torneo local y más tarde de la Supercopa, por lo que me convertí en el primer futbolista en obtener dos veces ese torneo, nada menos que con los dos cuadros de Avellaneda”.
En la sinuosa relación con los hinchas de Racing, se llegó a un momento especial, que aún es recordado en la ciudad: “Independiente llevaba muchos años sin ganar el clásico de visitante. Fuimos en nuestro mejor momento y nos dieron un penal. Yo era el encargado y no dudé en patearlo, pese a que era difícil estar en mis zapatos ahí, eh (risas). Lo metí y por supuesto no lo grité, pese a que con el paso de los años le quisieron hacer creer otra cosa a la gente de Racing”.
El estrepitoso 5-0 que Colombia le propinó a Argentina por las eliminatorias rumbo al Mundial ‘94 dejó al equipo al borde de la eliminación. La última chance era un repechaje contra Australia, donde varios nuevos jugadores fueron convocados. Uno de ellos fue Perico Peréz y otro, un tal Maradona: “En octubre del ‘93 Diego regresó al fútbol argentino con la camiseta de Newell´s enfrentando a Independiente en Avellaneda, en una tarde de fiesta. Cuando salió a la cancha, rodeado de mucha gente, me empezó a llamar hasta que nos abrazamos y me dijo: ‘¿Qué hacés monstruo?’ y me empecé a reír: ‘¿Vos me decís monstruo a mí' (risas) y siguió ‘Vamos a ir al Mundial y tenemos que sacar esto adelante’' Él ya tenía el dato, porque una semana más tarde me convocaron. En ese partido lo tuve que marcar y le aclaré: “Yo te voy a estar encima y si te das vuelta, te como. Pero si te quedás de espaldas y tocás rápido, te suelto’. Cambiamos las camisetas al terminar, pero lamentablemente no la tengo más porque me robaron en uno de los tantos asaltos que sufrí, de los que ya perdí la cuenta”.
Fueron juntos hacia Australia en aquella expedición que tuvo mucho de nerviosismo y poco de fútbol. El 1-1 dejó abierta la puerta para la revancha en el Monumental, donde ya no había margen para el error y Perico atravesó una situación dramática: “Me tiré al piso para cortar una contra, un rival saltó, me dejó los tapones en la cara y me partió la nariz. Quedé como noqueado en el césped y cuando logré abrir los ojos, al primero que vi fue a Diego. Al levantarme, acompañado por el doctor Ugalde, me salía sangre sin parar, también por la boca. Me puso dos tapones y seguí, hasta que en el entretiempo me metió dos fierros, uno en cada fosa nasal, para acomodar el tabique y poder seguir. Logramos ir el Mundial, donde conformamos, quizás, el plantel donde mayor unanimidad había entre el público: no faltaba nadie. Soy un agradecido al Coco Basile por haberme llevado a una Copa del Mundo, que terminó siendo durísima por lo de Maradona. En el día previo al partido con Bulgaria, cerca del mediodía no había nadie en el comedor. A los pocos que estábamos nos pareció raro. Pasó el profe Echavarría y comentó que le había dado positivo al 10. Fue una bomba atómica, porque se había cuidado como nunca, comiendo coliflor y entrenando tres veces por día. Era una persona con un carisma como nunca vi en la vida. Él mejoraba cualquier ambiente”.
La tempestuosa eliminación en USA ‘94 decretó el fin del ciclo del Coco Basile en la Selección y en su lugar asumió Daniel Passarella, que llamó a Perico en su primera convocatoria. A los pocos meses, en medio de la disputa de la Copa Rey Fahd (actualmente Copa Confederaciones) se produjo su pase al fútbol español: “Se me había hecho un pequeño desgarro en la semifinal y por eso no jugué la final, pero siempre quise que quedara claro que no por estar en tratativas con el Sporting Gijón no iba a querer estar. En España pasé años fantásticos y me quedó una gran anécdota. En 1996 rompimos una racha de 16 años sin poder vencer al Madrid en el Bernabéu, con el agregado que habían venido a verme Charly García y Andrés Calamaro, que era un ídolo absoluto con Los Rodríguez. A la noche fuimos a cenar para festejar y se sumó Joaquín Sabina. Nos divertimos como locos y hay historias de esa mesa que no se pueden contar porque son increíbles (risas)”.
El periplo europeo concluyó a mediados del ‘98 y sintió que era el momento de armar las valijas para el regreso definitivo, que no fue en Avellaneda sino en La Plata: “Fui a Estudiantes, un lugar de gente maravillosa, familiar, siempre liderado por referentes, donde la pasé muy bien, pero ya me empezaron a dar ganas de largar. Siempre doy el ejemplo de esto con la pava del mate (risas). Yo sabía que debía salir de mi casa a las 8 para llegar bien al entrenamiento, hasta que un día me dije: tomo dos mates más y voy. Después eran cuatro hasta que una vez puse la pava de nuevo. Ahí me di cuenta que era el final, ya no había más ganas. Fui hasta la casa de mis viejos y les comenté la decisión, pese a que tenía ofertas de varios lados. Jamás tuve ganas de volver”.
El anonimato, ese espectro que espera agazapado para atacar, es uno de los peores adversarios de los ex jugadores. No fue el caso de Perico, que estaba preparado para el día después, pero que sin embargo volvió a los medios lejos de la pelota: “Me agarró el corralito con los ahorros de toda la vida. Ahí había muchos años de patadas y horas de mi trabajo. Fui a la primera marcha de protesta y me hacían notas porque era conocido, yo no quería liderar la movilización. La cosa se fue haciendo cada vez más grande y con Nito Artaza fuimos los primeros en reunirnos en el Fondo Monetario Internacional sin tener ningún tipo de cargo ni vinculación con entidades financieras o el estado. Yo era un ciudadano que estaba muy tranquilo y hablaba con jueces o funcionarios como lo hago con mis conocidos. Por supuesto que me ofrecieron cargos políticos o lugares en las listas, que nunca acepté”.
El tumultuoso diciembre de 2001 con el inicio del corralito, también trajo el título de Racing tras 35 años “Lo viví como hincha en platea de Vélez y tuve al lado a Mario Firmenich. Una cosa increíble”. Tiempo después su única y breve experiencia como técnico en Ferro, hasta llegar a este presente, de disfrutar en familia, con su hijo que le sigue los pasos en la 9° de La Academia: “El futuro es de él. Está ahí porque quiere y le gusta y eso me encanta”. Y una actividad laboral sin vinculaciones con la número 5: “Creé una empresa con la que promocionamos acciones de marketing para distintos tipos de clientes”.
El recorrido valió la pena, Perico. Seguro que tu viejo, el mismo que se deslomaba para cumplirte los sueños arreglando las heladeras del barrio, está orgulloso por no haberte alejado del camino. Un sendero lleno de fútbol, risas y anécdotas.
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