En un imaginario cóctel tiene que haber suerte, talento y esfuerzo. Puede aplicarse en cualquier ámbito, pero especialmente en el fútbol son necesarios en diversas dosis. Desde que era un pibe, Carlos Ischia soñó con la pelota y ésta le fue devolviendo en paredes, alegrías y tristezas. Aquel chico que asomó en Chacarita con su cabellera llena de rulos y sus botines impregnados de magia, llegó bien alto dentro de la cancha como futbolista y fuera de ella como entrenador y ayudante de Carlos Bianchi.
“En marzo de 1975, cuando estaba en la Cuarta División de Chacarita, comencé a trabajar en un frigorífico, desde las 6 de la mañana a las 2 de la tarde. Me tenía que tomar tres colectivos para llegar desde Mataderos hasta San Martín a las tres para la práctica. Un martes me dijeron que no había ropa para mí. Pensé que me habían echado (risas), hasta que vino el maestro Ernesto Duchini y me dijo que tenía que ir con la Primera porque al día siguiente iba a ser mi debut oficial. Me conocí con los muchachos en Aeroparque, la misma mañana del partido, porque viajamos a Jujuy para enfrentar a Gimnasia, donde jugué como lateral izquierdo, que era mi posición en ese momento. Perdimos 2-1 y fui un desastre (risas). Fue una eventualidad, porque regresé a mi división y a las pocas semanas asumió Basile, en su experiencia inicial como técnico de Primera. Enseguida me llamó para sumarme al plantel superior y me colocó como volante por derecha, donde rendí mucho, incluso hice un golazo en el primer partido del Metro ’76 contra Newell´s que terminó 3-3, pero regresó Ramón Adorno que era el titular, volví al lateral izquierdo y no anduve bien. En una práctica vino Coco y me dijo: ‘¿A usted le gusta jugar de tres?’, a lo que le respondí que no. Me miró y contestó: ‘Menos mal, que tranquilo me deja, porque en esa posición es un desastre (risas). El domingo vas de ocho’. Y allí quedé”.
No eran tiempos fáciles para Chacarita. Atrás habían quedado las glorias de la etapa 1969-71, una de las mejores de su historia, con equipo campeón y protagonista de la mayoría de los torneos. Archivado el traje de gala, el Funebrero había vuelto a colocarse el overol laburante para pelear por la permanencia y allí, en medio de la lucha, floreció el fútbol de Ischia.
“En el ’78 anduve muy bien y el punto máximo fue cuando hicimos de local contra River en La Bombonera. Ganamos 2-1 y le metí dos goles al Pato Fillol. A fin de año Boca comenzó a buscarme, pero no se pusieron de acuerdo con lo que pedía Chacarita, hasta que apareció Velez, puso los 200.000 dólares y me fui para allá en 1979. Tuve una gran temporada, en la que solo se nos privó la chance de ser campeones por cruzarnos, tanto en el Metro como en el Nacional, con ese River lleno de figuras. En el primero nos ganaron la final y en el segundo, por penales en los cuartos, que solo se explica porque el Pato Fillol era un monstruo. Por esas actuaciones es que Menotti me citó para comenzar a entrenar con la selección en marzo del ’80, con vistas a la gira por Europa del mes de mayo, y se dio una situación curiosa. El viernes 25 de abril empatamos con River 0-0 en el partido final de la fase de grupos de la Libertadores y como quedamos igualados en el primer puesto, disputamos un desempate en cancha de Independiente el lunes 28 por la noche. Volvimos a empatar, esta vez 1-1 y avanzamos nosotros por mejor diferencia de gol en la zona. Volvimos a Liniers, que era una fiesta por la clasificación, y desde allí me tenía que ir a la concentración de la Selección en José C. Paz. Saludé a mi familia y con el auto arranqué solo para allá. Llegué como a las dos de la madrugada y por suerte la gente de la cocina estaba avisada (risas). Cuando me senté a comer, llegaron los muchachos de River, que eran como cinco, y yo no sabía qué hacer ni qué decir, porque les veía las caras de tristeza, hasta que Passarella me dijo: “Si querés podés hablar, no tenemos problemas con vos, el problema es con nosotros que perdimos”.
Rápidamente se incorporó al plantel campeón del mundo, con una constelación de estrellas que actuaban en su inmensa mayoría en el torneo local. Había llegado la hora del gran desafío: “Passarella era un muy buen líder y enseguida todos me hicieron sentir cómodo en la Selección. Él y el Tolo Gallego eran los encargados de elegir los equipos cuando el Flaco nos dejaba hacer picaditos. Cualquiera de los dos que ganaba, me llamaba primero a mí… ¡Y estaba Maradona! (risas). Creo que se lo hacían a propósito para bajarle un poco los decibeles, porque alguna declaración de Diego cuando quedó fuera del Mundial ’78 no había caído bien en el plantel. Con el paso de los años, todo cambió y mejoró entre ellos, hasta el conflicto en México ’86. En aquella gira de 1980 hice mi debut nada menos que contra Inglaterra en Wembley y en el segundo partido, que fue contra Austria, me di el gusto de hacer a la inversa de la mayoría, ya que realicé una muy linda jugada por la izquierda y le di el pase gol a Diego, que marcó su tercer tanto, que fue el quinto de Argentina. La única vez que marcó un hat-trick con la Selección”.
Ese par de apariciones en la exitosa gira europea lo dejaron bien posicionado en el concepto del entrenador y entre el público, que observó en él una positiva variante para complementar el juego de Diego. Pero el destino tenía otras cartas para jugar: “A comienzos de septiembre se inició el Nacional y en la primera fecha recibimos a Racing en Liniers, la tarde de la vuelta oficial de Bianchi a Vélez luego de 7 años en Francia. En una jugada vamos a trabar con Olarticoechea, ambos con limpieza, pero mi pie estaba en el aire y el choque me hizo una distensión de ligamentos, lesión que en ese momento era para enyesar. Me costó volver y eso me llevó a perderme los partidos amistosos de la Selección y el Mundialito en Uruguay. El ’81 no lo arranque bien, pero lentamente fui volviendo a mi nivel a tal punto que un día me llamó a casa Ricardo Pizzarotti, que era el preparador físico de Menotti, para decirme que el Flaco me estaba siguiendo, que tenía mucha esperanza en volver a contarme como alternativa de Diego y que iba a estar en la lista para la concentración previa al Mundial de España que se iniciaba en febrero del ’82. Tres meses antes, jugando contra Racing de Córdoba, gambeteé a tres rivales y cuando iba a patear al arco, un defensor me trabó con las dos piernas desde el suelo, di una vuelta por el aire y me rompí el ligamento del tobillo. Me quedaron como 15 puntos de esa operación y no pude ir a la Copa del Mundo”.
Esa espina celeste y blanca quedó clavada en forma dolorosa en su vida, pero no se la pudo sacar tampoco en el ’86: “En el ’84 y ’85 en Junior de Barranquilla anduve muy bien, con grandes actuaciones, pero sabía que Bilardo no me iba a llamar, porque no me quería. Decía que era un jugador desordenado. Qué se yo, cosas de él. Jamás me convocó”.
No le alcanzó para llegar a la Selección, pero aquellos años en el fútbol colombiano fueron muy exitosos y son recordados hasta el día de hoy por los simpatizantes que disfrutaron una de las mejores versiones de Carlos Ischia: “En el ’86 pasé al América de Cali, gracias a la influencia de Julio Falcioni, que era el aquero. Allí ganamos el octogonal por el título, venciendo en la anteúltima fecha al Deportivo Cali, donde tuve la suerte de hacer un golazo. Ese mismo año disputamos la final de la Copa Libertadores contra River. De ese día tengo una gran anécdota: vinieron unos muchachos de la barra de Boca con una camiseta para que Gareca se la colocara debajo de la de América y él me pidió que me la pusiera yo. No tuve ningún problema y cuando salimos a hacer el reconocimiento del Monumental, fuimos con Falcioni hasta donde estaba la popular de River y allí me levanté el buzo rojo y les mostré la de Boca. No tiene nombre lo que nos putearon (risas). Me lo recordaron mucho con el paso de los años”.
A mediados de 1989 regresó al país para volver a lucir la V sobre el pecho. Fue apenas una campeonato en Liniers y en la temporada siguiente, como desandando el camino, se puso la casaca de Chacarita en el Ascenso, como broche de su carrera. Un año y medio después de abandonar, inició su faena como ayudante de campo de un viejo conocido: “El profe Santella era profesor mío en la escuela de técnicos y allí me comentó que Bianchi le había mencionado que le ofrecieron venirse desde Francia para dirigir a Vélez y estaba viendo cómo armar el cuerpo técnico. Llegó para fin de 1992, enseguida arregló y ambos fuimos parte de su equipo desde el comienzo. A Vélez lo tenía claro porque era el equipo que más seguía y por eso le pude dar a Carlos los detalles de los futbolistas. En el primer torneo, Clausura 1993, ya fuimos campeones con una anécdota divertida. Visitamos a Estudiantes a la tarde y teníamos que esperar que no ganara Independiente, que recibía a la noche a Belgrano. Igualamos 1-1 y Carlos decidió que había que seguir concentrados. Luego de la cena, los muchachos se fueron a las habitaciones y nos quedamos de sobremesa con los dirigentes y yo era el único que tenía una radio. Nadie sabía nada, hasta que me saqué los auriculares y me paré sobre la mesa a gritar que éramos que campeones (risas). Nos fuimos para Liniers y la cancha estaba repleta, porque Vélez llevaba 25 años sin títulos”.
Pero aquella jornada dejó otra historia interesante, que marcó a los protagonistas allí y en el futuro: “Le venía insistiendo a Carlos desde por lo menos dos meses antes que lo dejara patear penales y tiros libres a Chilavert, porque yo era el entrenador de arqueros y lo veía cada día. Bianchi dudaba por si no era gol y salía la contra, hasta que esa tarde cuando nos dieron el penal, me dijo: “Lo mando a José Luis”. Y Chila salió corriendo como loco (risas) y por supuesto lo metió. Desde ahí, no paró más”.
Ese fue el puntapié inicial de un cambio inigualable en la historia moderna de Vélez, donde se convirtió en un equipo ganador y protagonista de cada torneo que afrontaba. Una impronta que quedó por siempre, con mojones insoslayables, como la final de la Libertadores con Sao Paulo: “A Carlos lo expulsaron a los 10 del segundo tiempo y quedé a cargo, sin contacto con él por la reglamentación. Quedó atrás de una reja, cerrada con candado y escuchándolo por radio. Él me había comentado que si había penales, designara al quinto según mi parecer y lo mandé a Pompei. Antes de comenzar la serie, le dije: “Metelo por favor, porque si no, te rajan a vos y Bianchi me raja a mí (risas). La clavó en un ángulo con una precisión increíble y fuimos campeones”.
Tras la breve experiencia en el fútbol italiano, para Bianchi era el momento del regreso al país, con un prestigio bien ganado, que lo llevó a recibir muy buenos ofrecimientos. Mientras meditaba que hacer, Ischia tenía clara su posición: “A mediados de 1998 me comentó que tenía dos ofertas para volver a dirigir en el fútbol argentino y nada menos que de los dos clubes más grandes. Le dije que obviamente hiciera lo que mejor le pareciera, pero que yo a River no lo iba a acompañar, porque había tenido varios problemas con sus hinchas y no quería que se la agarraran con él por mí. Hizo las negociaciones del caso y fuimos para Boca, que era la propuesta que más lo convencía. Hicimos un gran trabajo y nos dimos el gusto de ganar todo. Fue inolvidable la primera Copa Libertadores contra Palmeiras como visitantes, donde me ubiqué detrás del arco para ir cantándole a Oscar Córdoba las características de los pateadores. Quedamos en la historia del club”.
Tras aquella gloria infinita, había llegado el momento de largarse solo en la dirección técnica para Ischia. Primero fue en Vélez, Gimnasia, Junior de Barranquilla y Rosario Central, hasta la hora del retorno a Boca en 2008, ahora como conductor principal: “Estuve un año y medio con un balance positivo, ya que salí campeón del Apertura, en el que habíamos quedado 10 puntos debajo de San Lorenzo, logramos alcanzarlos y ganar un triangular donde también estuvo Tigre. Hubo que sortear situaciones complicadas como las que viví con Caranta. En medio de una maratón de partidos, se comió goles en dos derrotas, con Tigre 3-2 y con Godoy Cruz 4-1, pero lo notaba bien. El viernes siguiente vino al vestuario y se puso a llorar porque tenía graves problemas y la hija no iba al colegio por las cosas que le decían por sus actuaciones. Me pidió no estar contra Estudiantes, cuando nos estábamos jugando la chance de seguir arriba. Quedamos así y a la noche vi en televisión las notas que le habían hecho los periodistas al salir de la práctica, en las que decía que no tenía nada y que nunca le preguntaba a los técnicos porque lo ponían ni porque lo sacaban. Me puse mal y le dije clarito al plantel lo que había sucedido y tanto Riquelme como Palermo me tranquilizaron. Por suerte, todos sabían qué clase de persona es Caranta y como se comportaba. Al final salimos campeones y teníamos equipo para ganar la Libertadores siguiente, pero quedamos afuera de manera increíble con Defensor Sporting”.
Un dejo, mezcla de dolor y frustración, habitan en sus palabras al recordar aquella campaña, en la que sintió que el presidente, Jorge Amor Ameal, asumido tras la muerte de Pedro Pompilio, quería que dejara el cargo. Y así lo hizo tras la eliminación, para comenzar el derrotero por diversos países como México, Bolivia y Ecuador, donde fue campeón con Deportivo Quito. Actualmente, mientras espera una oferta que lo seduzca para volver al ruedo, sigue mirando todo el fútbol posible, con la misma pasión de aquel chico de cabellera enrulada que soñaba con lo que logró: triunfar en el mundo de la número cinco.
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