El año 1984 marcó un cambio en la vida de Mario Eduardo Bevilacqua, aquel delantero de Talleres de Córdoba y del River Plate comandado por César Luis Menotti. A comienzos de esa temporada, una lesión en la columna lo tuvo al borde de abandonar el fútbol, cuando solo hacía un año había llegado a jugar en la T, procedente de su Santiago del Estero natal.
“Sufrí una escoliosis de columna, producida por un golpe en la cadera, que provocó que la cuarta y quinta vértebra lumbar se inclinaran hacía la parte izquierda. Entonces, me produjo una pubalgia crónica y empecé a sentir dolor en el bajo vientre. Eso solo se podía corregir poniendo un clavo de 3 centímetros. Tenía 21 años y parecía el final de mi carrera. Fueron tres meses con mucho dolor, la pasé muy mal y alejado de las canchas”, recuerda el oriundo de La Banda.
Luego de 90 días de visitar acomodadores de huesos y curanderos, el ex futbolista decidió dejar su recuperación en manos de Dios, y a partir de allí se transformó “en un mensajero de Jesucristo” y por eso se ganó el apodo de El Pastor.
“Me hacían mesoterapia para calmar los dolores, pero no era suficiente, no podía jugar. Entonces, me aferré a Dios, que me escuchó, y me encomendé a él. Le pedí un milagro en mi columna. Al cuarto mes, comencé a entrenar de manera normal, y gracias a Dios la pubalgia se curó y los dolores desaparecieron. A partir de ahí, me congregué en una Iglesia Cristiana como El Pastor. Empecé a hablar de Dios y experimenté mi llegada a él. Hoy soy feliz y no me avergüenza contar de que Dios me salvó”, revela Bevilacqua, que predica desde hace 39 años.
El santiagueño nació el 31 de octubre de 1963. Disputó oficialmente 309 partidos y convirtió 89 goles. Vistió las camisetas de Talleres, River, Deportivo Español y Filanbanco de Ecuador, pero se quedó con las ganas de jugar en Independiente, Racing, San Lorenzo o Boca, clubes que buscaron contratarlo, pero por diferentes motivos no se dio su traspaso.
“En el Xeneize tenía fecha para hacerme la revisión médica, pero el empresario que iba a poner plata para pagar mi transferencia no apareció. Independiente me quería a préstamo, pero Talleres sólo aceptaba una venta. En la Academia, Settimio Aloisio (mi representante) no se llevaba bien con el ex presidente Juan Destéfano y en San Lorenzo no tenía buena relación con el ex mandamás Fernando Miele. Así que me fui a River”, describe.
En un mano a mano con Infobae, el entrenador de las juveniles del Club Mitre de su provincia admite que “no rezaba en los vestuarios de River, porque no me animaba, lo hacía en privado”, y afirma que “en mis primeros pasos como creyente, en los pasillos de Talleres se decía: ´A Mario le lavaron la cabeza, anda en otra´. Y no era así. Yo caminaba tranquilo sabiendo que a mi trabajo lo defendía entrenando todos los días”.
-¿Qué es de su vida, Mario?
-Estoy en Santiago de Estero. Me siento bien, trabajando en las divisiones inferiores del Club Atlético Mitre, club donde hice mi etapa formativa como futbolista. Hoy milita en la B Nacional. Hace 10 años que me desempeño en esta función. Siempre estuve vinculado al fútbol. Desde que colgué los botines, me incliné por entrenar en las divisiones juveniles porque prefiero enseñar antes que comandar un vestuario de mayores. Trato de buscar la tranquilidad y sé que los chicos me la dan más que los grandes. En lo económico no es lo mismo, pero se justifica desde el lado de la paz interior.
-¿Estás bien económicamente?
-Sí, vivo bien. Me vino muy bien venirme a Santiago del Estero cuando se nombró presidente del club a Guillermo Raed, con quien hablé sobre una propuesta y acepté para estar cerca de mi familia y de mis seres queridos.
-Debutaste en Primera División en Talleres de Córdoba. ¿Cómo viviste el cambio de provincia?
-Me fui a los 18 años desde Santiago a Córdoba. Dejé Mitre y me compró Talleres, donde jugué ocho años. En 1986, pasé a préstamo a Filanbanco, un equipo de Ecuador. Después, volví a la T para recalar en 1988 en River Plate. Luego, me fui a Deportivo Español en la temporada 91/92. Y regresé a Talleres para cerrar mi carrera en 1994. Cuando colgué los botines, agarré el buzo de entrenador de menores.
-¿Qué balance hacés de tu paso por la institución cordobesa?
-Muy buen balance, los mejores años de mi vida deportiva. Caí en el momento justo y preciso. Talleres estaba bien, en Primera, y me tocó hacer las primeras armas a los 18 años. Me tocó enfrentar equipos del Nacional y del Metropolitano desde 1983 hasta 1985, inclusive. Para mí, fue un sueño, y encajé muy bien en el conjunto cordobés, en una época dorada.
-Tu buen momento en Talleres te permitió pegar el salto a River…
-Sí. El club cordobés me quiso vender, no prestar. Aparecieron varios interesados en Buenos Aires, pero el más concreto fue River. Estuve muy cerca de jugar en Boca y en Independiente, pero se truncó.
-¿Qué fue lo que pasó?
-En el Xeneize me reuní con Carlos Heller, ex vicepresidente de la entidad, y habíamos arreglado todo, estaba cerrado de palabra con él y Antonio Alegre, ex presidente, dos fechas antes de que terminara el Campeonato 88. De esta manera, tenía fecha para hacerme la revisión médica, pero el empresario que iba a poner plata para pagar mi transferencia no apareció y se truncó. Mas allá de eso, quería tener un paso por un equipo grande y me hubiera gustado jugar en Independiente.
-¿Por qué ese club?
-Porque me tocó enfrentarlo y era el equipo sensación. Estaban Enzo Trossero, Villaverde, Néstor Clausen, Ricardo Giusti, Claudio Marangoni, Ricardo Bochini y Jorge Burruchaga, que había regresado de Francia. Era el equipo del momento, pero me quería a préstamo y Talleres sólo aceptaba una venta. Entonces, ahí apareció River durante esa semana con Settimio Aloisio como empresario y me compró.
-Era el representante del momento.
-Exactamente. Manejaba muchas figuras como Alfaro Moreno, Gabriel Batistuta, Abel Balbo, Roberto Acuña y Roberto Sensini, entre otros. Recuerdo que iba a su oficina y no podía estar cinco minutos conversando con él porque tenía llamados de todos lados. En dos días se armaba un viaje a Italia y después regresaba a nuestro país. Cuando pude charlar, me comentó: “Mirá Mario, compré tu pase. Con el club que venga y ponga más plata, te presto y jugás ahí. Te quiere Independiente, pero no me satisface la plata que me dan. Tengo que recuperar el dinero que puse”.
-¿Racing y San Lorenzo también pretendían comprarte?
-Sí, pero Settimio me dijo: “En la Academia no me llevó bien con Juan Destéfano (ex presidente) y en el Ciclón no tengo buena relación con Fernando Miele (ex presidente). Así que vas a jugar en River”. Así que fui a parar al Millonario con César Luis Menotti como entrenador.
-¿Qué recordás de tu paso por ese club?
-Resulta que el Flaco llevó a varios jugadores y éramos dos por puesto. Estaba lleno de figuras como Oscar Passet, Ángel Comizzo, Daniel Passarella, Jorge Higuaíin, el Loco Enrique, Claudio Borghi, Checho Batista, Omar Palma, la Vieja Reynoso, Milton Melgar, el Polilla Da Silva, Abel Balbo, Julio Zamora, el Pelado Centurión y Jorge Rinaldi, entre otros.
-¿Por eso se te complicó jugar allí?
-Sí, hicimos un buen campeonato, pero no salimos campeones. Era la época en la que si empatabas se definía por penales. A César no le gustaba nada esa definición, se fastidiaba. Entonces, cuando el partido terminaba igualado, se metía en el vestuario y no elegía a los ejecutores de penales.
-¿Quién hacía la lista?
-Sus ayudantes de campo. Él se enojaba y comentaba: “Cuando ganamos nos llevamos los tres puntos y cuando empatamos se define por penales. El sistema no me gusta. Los equipos no te salen a jugar de la misma manera, salen a buscar la igualdad”. Entonces, durante la ejecución de penales no los veías a César porque se iba al vestuario directamente.
-¿Qué enseñanza te dejó Menotti?
-Un técnico muy sencillo para trabajar, estaba encantado con él. Todo se trabajaba en la cancha y las charlas eran muy cortas, de 10 a 12 minutos. No era partidario de hablar de lo técnico, sino desde lo motivacional. Nos aconsejaba con frases positivas. Un tipo con una sabiduría impresionante.
-Luego, te tocó ir a Deportivo Español, ¿por qué no la pasaste bien?
-Porque había un presidente problemático como Ríos Seoane. Tuve problemas, pero no futbolísticos. Tenía a Pancho Ferraro como entrenador, que llegó con José Yudica. Había un buen plantel de jugadores como el Puma Rodríguez, Pedro Catalano, Longo, Batista, Correa, Sasone, Carlos Bustos, Albornoz, Parodi y Caviglia, entre otros. Yo quería quedarme en esa institución, pero tenía que arreglar mi continuidad porque estaba a préstamo por dos años y se vencía el vínculo.
-¿Qué pasó?
-El Gallego Ríos Seoane no se llevaba bien con Settimio y el presidente quería que renovara contrato, pero cobrando el primer año y jugando gratis el segundo. Le dije: “¿Cómo voy a trabajar sin cobrar? Nos sentamos y arreglamos. No puedo jugar con un contrato fraguado”. A todo esto, me respondió: “El Tano Aloisio me quiere cobrar de nuevo un préstamo y es mucha plata. Si te quedás, es una continuación de éste y no uno nuevo”.
-¿Qué hiciste?
-Como no tenía nada en concreto con Español, arreglé de palabra con San Martín de Tucumán, club que me llamó por intermedio de don Ángel Tulio Zoff, pero Seoane no me largaba. Al final, el fallo salió a favor de Deportivo Español. El presidente de la AFA, Julio Grondona, me dijo: “O jugás en Español o quedás un año libre”. Tuve que regresar, pero quedé una temporada inhabilitado para jugar. Talleres me quería hacer un amparo, pero lo rechazó la Asociación del Fútbol Argentino.
-¿Sufriste una especie de castigo por parte Ríos Seoane?
-Sí, porque no se llevaba bien con Settimio y caí en la volteada. Mi representante quería llevarme a Rosario Central, pero abonarme con la venta de Bisconti. Yo no podía irme a otro club y esperar que vendieran a un compañero para cobrar. Entonces, me mantuve un año ahí y volví a la T.
-¿Que lesión sufriste que casi te lleva a abandonar el fútbol?
-A principios de 1984, cuando había llegado a Talleres de Córdoba, sufrí una escoliosis de columna producida por un golpe en la cadera, que provocó que la cuarta y quinta vértebra lumbar se inclinaran hacia la parte izquierda. Entonces, me produjo una pubalgia crónica y empecé a sentir dolor en el bajo vientre. Eso sólo se podía corregir poniendo un clavo de 3 centímetros. Tenía 21 años y parecía el final de mi carrera. Fueron tres meses con mucho dolor, la pasé muy mal y alejado de las canchas.
-¿Los médicos que te decían?
-”Mario, hay que corregir este problema. Vas a perder un poco de movilidad, pero debés operarte”. Fue durísimo. Tenía dos caminos que tomar: el fin de mi carrera y aguantar el dolor de por vida, u operarme y ver cómo quedaba. Ahí empezó mi búsqueda de Dios. Pensaba: “Señor, si esto me está pasando es porque no era un ferviente devoto...”. De esa manera, me empecé a aferrar a él y le supliqué: “O me sacás adelante o me das otra misión que me guste, porque quiero volver a jugar al fútbol”. Le pregunté: “¿Cómo se soluciona esto?”. Porque no soportaba el dolor y vivía llorando en la pensión de Talleres.
-¿A qué te aferraste para recuperarte?
-A Dios, porque me hacían mesoterapia para calmar los dolores, pero no era suficiente, no podía jugar. Pero Dios me escuchó y me encomendé a él. Le pedí un milagro en mi columna y los dolores empezaron a desaparecer. Al cuarto mes, comencé a entrenar de manera normal, y gracias a él la pubalgia se curó y los dolores desaparecieron. A partir de ahí, me congregué en una Iglesia Cristiana como Pastor. Empecé a hablar de Dios y experimenté mi llegada a él, hoy soy feliz. No me avergüenzo de contar de que Dios me salvó y de que visito amigos que están enfermos con la idea de brindar mi testimonio, y ayudarlos. Fijate que muchos ex jugadores comenzaron a acercarse al camino de Dios, a ser cristianos y a buscar la fe, gracias a los que yo les contaba.
-¿Seguís con dolores en la espalda?
-No, me curé por completo. Hoy, puedo dirigir y, al mismo tiempo, doy charlas a los jóvenes para acercarlos a Dios y sacarlos de las calles. Los médicos que me atendieron se sorprendieron de cómo se corrigieron las dos vertebras lumbares. En Santiago voy a conferencias y a iglesias para contar mi experiencia con Dios. Soy miembro de una iglesia donde me junto con chicos - deportistas. Se llama MEDEA (Ministerio Evangelístico es Amor) y tenemos una cancha con pasto sintético en el club que lleva el mismo nombre, donde me desempeñé como presidente cuando residía en Córdoba.
-¿Te gustaría dedicarte sólo a la Iglesia Cristiana-Evangélica?
-Del fútbol nunca me aparté porque me encanta, siempre busqué una conexión entre Dios y este deporte. No quiero trabajar en la Primera de un club ya que prefiero una vida tranquila y que me dé más tiempo para dedicarme a lo que la Iglesia requiera. Vivimos en un mundo muy convulsionado y esta pandemia se llevó mucha gente. El mensaje que doy a esta altura es que “hay que refugiarse en Dios”, porque uno no sabe lo que va a pasar ni cuándo sucederá, y para eso hay que confiar en él plenamente. Ante diferentes circunstancias de la vida, la gente necesita de Dios para estar bien de la cabeza. Encomendarse a él es la mejor decisión que uno puede tomar.
-¿Cómo fue tu llegada a la Iglesia?
-Cuando tuve el problema de lesión en Talleres recurrí a mucha gente por desesperación como acomodadores de huesos y curanderos, porque llevaba tres meses de dolor y no podía entrenar ni jugar. Entonces, en esa búsqueda se acercó un amigo, Raúl Villarreal, y me dijo: “Mario, veo que estás sufriendo. Soy presidente de una Iglesia Cristiana. Tenés que venir y buscar a Dios para que te ayude y guíe tu camino. Quiero que tengas un encuentro personal con él. Dios existe, es real, y quiero que conozcas su palabra, saber que está con vos y esperándote para sacarte adelante”. Y así fue.
-¿Qué le respondiste?
-Nada. Ante la desesperación y los dolores continuos, probé, me entregué a Cristo, le di mi vida, y le supliqué: “Hacé de mí lo que quieras”. Con el tiempo, cuando vi que mi columna estaba curada, dije “esto es real”. Recuperé la paz para mí y mi familia. Concurrí a la iglesia, escuché el mensaje y acepté a Jesucristo como mi señor salvador como dice La Biblia. A partir de ese día, mi vida cambió para bien, necesitaba paz para enfrentar los problemas y recuerdo una oración de la Biblia para me quedó marcada para siempre.
-¿Cuál es?
-”Yo estoy contigo. Si tu problema tiene solución, qué problema te haces. Y si no la tiene, también qué problemas te haces”. Hoy, ese es el mensaje que trato de dar. Ser evangélico significa llevar un mensaje de Dios, de paz, amor, poder, salud, prosperidad y perdón. La verdad es que me aferró a sus promesas y no a las de los políticos que no cumplen en nada. Mucha gente llega a la iglesia Cristiana-Evangélica porque los mensajes son poderosos y pude comprobar que con Dios se puede, y puedo dar fe.
-En tu etapa como futbolista, ¿rezabas en la previa a los partidos?
-Sí. Hacía una oración solo antes de los partidos, me tomaba mi tiempo. Durante la semana, mis compañeros en la práctica me pedían: “Mario, podés hacer una oración para todo el plantel y nos tomamos de la mano”. Le respondía: “Sí, claro, por favor”. En River no lo pude hacer.
-¿Por qué?
-No lo sentía, no rezaba en los vestuarios de River, porque no me animaba, lo hacía en privado. También en mi departamento con mi esposa y mis hijos, que son cristianos. En su momento, rezábamos por mis compañeros y le pedía a Dios por cosas que necesitábamos, como por ejemplo la salud y el trabajo para todos. Cuando conocí el cambio que Dios hizo en mi vida quería lo mismo para ellos. En la previa a los encuentros rezaba solo, y si alguien quería acompañarme se sumaba, pero trataba de hacerlo solo para que no dijeran “Mario está loco”. En River no me contrataron para hacer una oración en el vestuario ni que se agarraran todos de la mano, sino para jugar al fútbol.
-¿Menotti aceptaba que rezaran en el vestuario?
-Yo no quería llegar a River y estar con una Biblia debajo del brazo. Él quería que yo le respondiera adentro de la cancha y así lo hice cuando pude, no le iba a pedir permiso para dar una oración en el vestuario. En mis primeros pasos como creyente, en los pasillos de Talleres se decía: “A Mario le lavaron la cabeza, anda en otra”. Y no era así. Yo caminaba tranquilo sabiendo que mi trabajo lo defendía entrenando todos los días.
-¿Quién decía esas cosas?
-Había ex compañeros y dirigentes que decían: “A Mario le lavaron la cabeza, está en otra”. Además, comentaban que me hacían notas periodísticas referidas a El Pastor y no como futbolista. A raíz de eso, muchísima gente llegó a la Iglesia por mi acercamiento a Dios, porque pensaba: “Mirá, un deportista que se anima a sacarse una foto con una Biblia debajo del brazo frente a una Iglesia”. Lo veían bien.
-¿Es cierto que tu llegada a la Iglesia cristiana-evangélica te sirvió para sacar a los chicos de las calles, sumergidos en las drogas?
-Sí, esto es algo que hago todos los días. Veo que Santiago del Estero está muy necesitado, y que Córdoba pasa por la misma situación. El flagelo de las drogas es algo que golpea muchísimo y hoy es moneda corriente. Observo chiquitos en las calles mal vestidos, con frío y aspirando una bolsa de Poxi-ran. Es horrible ver eso y alguien tiene que ir por ellos.
-¿Tomaste ese camino?
-Sí, fui a verlos, a hablarles, se los llevé a sus familiares, y les dije que hicieran un esfuerzo para que no estén más en las calles. Fui adolescente y, por suerte, no me tocó atravesar por esa situación. Tuve cuatro hermanos mayores que me protegieron y lucharon mucho para que me fuera bien en el fútbol. En su momento, pensé: “Estos chicos necesitan que alguien los ayude”. Así fue como me acerqué en nombre de Dios. El Club Mitre está ubicado en el Barrio 8 de abril, una zona muy humilde de Santiago del Estero de 100 mil habitantes, con gente sumergida en el mundo de la droga que corre de manera abismal.
-¿De qué manera se los ayuda?
-En la iglesia Medea de Córdoba, donde asistí mucho tiempo, el hoy encargado del departamento de Adicciones casi se me muere en mis brazos por el consumo de drogas. Hoy es el encargado de recoger niños de las calles en esa provincia. Cuando vivía allá, iba a hacer un partido de fútbol, compartía tiempo con él, le hablaba de Dios, lo cobijaba, lo escuchaba y le marcaba el buen camino. Hoy, es una persona de bien y formó una familia.
-¿Lleva tiempo?
-Sí, dedicación y mucho tiempo, que me lo hago para ir a las cárceles y visitar presos. Te encontrás con cada caso y hoy, más que nunca, sé que el mensaje de Jesucristo tiene que correr. Desde 1984 llevo predicando la palabra de Dios y se van a cumplir 39 años. Me tocó ver familias reconstruidas, hijos que vuelven a sus hogares y también imágenes durísimas, de personas que no sobrevivieron. Jesucristo dijo que “un reino dividido no va a prosperar nunca”. Como creyente, considero que la palabra de Dios es muy grande y me simplificó la vida. Cuando leí La Biblia, me aferré a todas sus promesas y mi vida cambió. Todo lo que pidamos al Padre, en el nombre de Dios, será bienvenido. Ningún Pastor te puede acercar a Dios, el único es Jesucristo.
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