Nombrar al Buenos Aires Lawn Tennis Club es mencionar a un ícono entre los clubes argentinos, que excede el mundo del tenis, a pesar de ser el único deporte que se practica, más allá de otras actividades recreativas. Una institución que se fue transformando y transformó un deporte en más de un siglo de existencia.
“El Buenos Aires”, como la calle lo reconoce, cumple 130 años desde que a fines de 1891 y comienzos de 1892, un grupo compuesto de residentes ingleses y argentinos, aficionados a este deporte, comenzaron a darle forma a la idea de fundar un club en el que se pudiera practicar el apasionante lawn tennis.
Como casi todos los deportes, el de la raqueta y la pelotita también se practicaba los fines de semana y estaba muy arraigado en algunas zonas de la pujante ciudad capital y de zonas cercanas a la metrópoli.
El BALTC no fue el primer club de tenis de la argentina, ni siquiera de la Ciudad de Buenos Aires, pero sus dirigentes le dieron un perfil a la entidad que lo hizo trascender mucho más allá de las fronteras nacionales. Desarrolló un deporte, impulsó deportistas de fama internacional, albergó futuras estrellas de otros países y creó un estadio que se transformó en bastión de los equipos nacionales y en “La Catedral” del tenis argentino. Y para muchos fue más que eso, como lo reconoce el recordado estilista del tenis Ricardo Cano. El ex jugador profesional, compañero de Vilas, capitán de Copa Davis y, hoy, capitán del BALTC sostiene que para él, “el Buenos Aires significa todo, es mi segunda casa, como lo es para muchos. Estoy aquí desde los 14 años y es donde aprendí y me superé”.
En más de 100 años, el club y el actual predio tienen su historia conocida, pero existen otras que sólo pocos conocen o recuerdan, y éstas son algunas de ellas.
Los logros deportivos
El estadio del Buenos Aires Lawn Tennis Club, con los años, terminó transformándose en el bastión de los equipos argentinos de tenis y durante la Copa Davis se transformaba en una fortaleza, sobre todo, en los años ‘70 y ‘80, para después rehacerse en el Siglo XXI. Por eso fue sede en 42 de las 68 series en las que Argentina jugó de local.
Son muchas las gestas y los partidos que guarda ese estadio: el abrazo Vilas-Clerc, la hazaña de Jaite ante Alemania, la solicitada contra Checoslovaquia, la presentación de La Legión y tantos otros. Pero persisten tres íconos en el tiempo.
La primera victoria de Argentina sobre Estados Unidos se dio en el polvo de ladrillo del Buenos Aires. Vilas podía darle los dos puntos a la Argentina, pero se precisaba un tercero. “En aquel momento venía mucha gente a vernos”, recuerda Ricardo Cano, compañero de equipo de Guillermo en esa época. “Guillermo traccionaba mucho y venían por él. El resto éramos parejos”, continúa recordando “Richard”.
Pero la sorpresa comenzó a gestarse en la primera jornada, el 29 de abril de ese 1977, Vilas le daba un anticipo a Gottfried de lo que sería la final de Roland Garros y lo derrotaba con facilidad, mientras que Ricardo Cano vencía en cuatro sets a Dick Stockton, dejando esa huella como una de las mejores marcas de su carrera. “Siempre digo que le gané, pero que 15 días antes él me había cagado a pelotazos en otro torneo. Fue un placer ganarle por primera vez a Estados Unidos. Nosotros competíamos siempre con sudamericanos y, de repente, aparecimos en el tenis mundial”, rememora Cano.
La serie se cerró un 1 de mayo con otro triunfo de Guillermo que puso el 3-1 definitivo.
Vilas se hace socio del club
De la mano del escribano Juan José Vásquez, Guillermo Vilas llegó a los torneos de la Capital argentina y, en agosto de 1967, se incorporó como socio jugador al Buenos Aires Lawn Tennis Club. Se alojaba en los dormitorios bajo la Tribuna Central.
En 1971 conquistó por primera vez el Río de la Plata, título que repetiría otras tres veces más. Pero el triunfo más recordado fue el de aquella final de 1973 ante el sueco Bjorn Borg.
El 2 de diciembre de 1973 quedaría grabado no sólo en el historial de la carrera del propio Guillermo, sino en la historia del tenis argentino, porque aquel día, el mejor tenista argentino de todos los tiempos conquistaría el primer título profesional de su carrera y lo haría en su casa, en el Buenos Aires, en la cancha que hoy lleva su nombre.
El partido se había mostrado favorable al sueco en los dos primeros sets, pero Vilas se recuperó en el tercero y volvió a exigir un tie break en el cuarto. En ese momento fue cuando Borg cayó desplomado sobre el polvo de ladrillo y, por dolores en la espalda, decidió abandonar el match.
El tablero marcador final de 3-6, 6-7, 6-4, 6-6 y retiró por lesión, que le permitió al Gran Willy levantar el primero de los 62 trofeos que conquistó en su carrera.
El primer trofeo de Gaby Sabatini
Formando parte del Virginia Slim, en diciembre de 1986 el Buenos Aires recibió al circuito femenino para mostrar ante su público a una estrella que, con tan sólo 16 años, ya deslumbraba al mundo entero. Gabriela Sabatini llegaba con un solo título ganado el año anterior en Tokio y en el estadio la expectativa era mutua. Ya no le quedaban grandes rivales en el cuadro, la sueca Maria Lindstrom, la estadounidense Vicki Nelson, Pato Tarabini y McNeil habían sido superadas. Del otro lado de la red, en el partido por el título aparecía una niña española dos años menor que ella que no presentaba gran dificultad para superarla, una situación que sería muy diferente poco tiempo después. Arantxa Sánchez Vicario (14 años) cedería ante la contundencia de Gabriela, quien con un 6-1 y 6-1 cerraría la semana sin perder un set y levantando, por primera vez el trofeo ante el público que aún hoy, a casi 30 años de su retiro, la sigue venerando.
El día que Bioy Casares ganó el certamen de menores
Para muchos resulta extraño que cuando se habla de los socios notables del Buenos Aires se nombre al escritor argentino Adolfo Bioy Casares. El autor de La Invención de Morel, Diario de la Guerra del Cerdo, Dormir al Sol, entre tantos títulos de su obra, solía pasar horas en el club. Trazos de su pluma acompañaron presentaciones y programas de torneos internacionales disputados allí.
En 1931, Bioy Casares ganó el certamen de menores del Buenos Aires y eso lo hizo quedarse en la institución y dejar el club KDT. A pesar de ese logro, Bioy no tendría suceso en mayores, siguió jugando con los buenos jugadores de su época, “pero no les pude sacar un set”, solía comentar.
Llegó a ocupar el cargo de vicepresidente de la institución, “tal vez porque sobreestimaron mis aptitudes”, escribió en un texto publicado en la revista por los 100 del Buenos Aires Lawn Tennis Club. Sin embargo, las discusiones en cada reunión de Comisión Directiva, las llegadas tarde a casa con Silvina Ocampo aguardando para la cena y su poca predisposición a la dirigencia deportiva lo fueron alejando, hasta presentar su renuncia al cargo.
Luego de abandonar la práctica del tenis, su paso por el club discurría en charlas con uno de los máximos dirigentes que tuvo el Buenos Aires, el doctor Billoch Caride. Como legado de esa mezcla que le brindó el deporte y la magia de su escritura, le regaló esta frase a la revista El Gráfico: “Sólo transaría para ir al cielo si me aseguraran que allá voy a tener una cancha de tenis”.
René Richard, la primera tenista transexual en Buenos Aires
Para 1976 Renée Richards ya había tomado notoriedad en el mundo del tenis, al convertirse en la primera tenista transexual y ser la primera deportista habilitada para competir de manera profesional. Por eso no pasó inadvertido su presentación en el Buenos Aires para disputar la 85° edición del tradicional Río de la Plata, el cuarto torneo más antiguo del mundo, disputado desde 1893. Los medios de la época daban cuenta de ello y lo reflejaban a su manera, mientras que en el predio era el público quien hacía los comentarios de la actuación de quien había nacido bajo el nombre de Richard Raskind y desde hacía algunas temporadas competía en el tenis femenino y luchaba por la igualdad de derechos de los transexuales.
Pero, más allá de esta elección de género, la discusión estaba planteada en la diferencia física y de potencia que, por naturaleza, tenía Richard por sobre la mayoría de sus rivales. Sin embargo, durante la semana de competencia en Buenos Aires, René le aclaraba a un medio de televisión nacional que “en el circuito hay jugadoras tan altas y fuertes” como ella y que “en el tenis no tiene tanta importancia la diferencia física, sino lo bien puedas jugarlo”.
La estadounidense extendió su paso triunfal y se quedó con el título del Río de la Plata, al vencer en la final a una jovencita de nombre Ivanna Madruga, por 4-6, 6-2 y 6-2. Al término de la final, la cordobesa diría que, “por momentos, era como jugar con un hombre”.
Los dormis, techo para las futuras figuras
El Buenos Aires fue convirtiéndose en el epicentro del tenis argentino y fue captando jóvenes valores, por eso, cuando se construyó el estadio, se pensó en que tuviese sectores de guardado y de contención, en los que pudiera albergar a aquellos jugadores provenientes de otras provincias o países, sobre todo, durante la ampliación de 1953. Debajo de las plateas se acondicionaron cuartos con camas que, durante las series de Copa Davis, funcionaban como vestuarios.
Así fue como, debajo de esas tribunas, durmieron los sueños de un rubiecito zurdo de Mar del Plata, que llegaba a la Capital en búsqueda de hazañas deportivas y un título universitario. Guillermo Vilas fue uno de los tantos que despertaba en las mañanas bajo los muros de La Catedral del tenis. Todo formaba parte del sacrificio que debía hacerse si uno no contaba con todos los recursos o pretendía acceder a un entrenamiento de alto rendimiento en el club faro del tenis argentino.
Esos escalones también fueron el techo que abrigó las noches del paraguayo Víctor Pecci, los hermanos salteños Grimolizzi, Roberto Argüello, Carlos Castellán y tantos otros más que vieron concretar su ilusión de jugar tenis profesional.
Los “fulbitos” donde Vilas jugaba de delantero
En los ‘60 y los ‘70, “los sábados a la tardecita” el club se transformaba y el fútbol pasaba a ser el deporte que congregaba a las figuras del tenis que, hasta pocos minutos antes, se encontraban compitiendo en un torneo de individuales o Interclubes. “¿Cuánto te falta para terminar?”, se escuchaba desde el costado de las canchas en donde todavía quedaban algunos compitiendo, buscando reclutar jugadores para el “fulbito”. “Los partidos de fútbol de los sábados llegaron a ser casi tan importantes como el tenis, se les daba muchísima importancia”, recuerda Guillermo Caporaletti, periodista y líder en el escalafón Senior del tenis nacional. Varios eran los equipos de 7 u 8 jugadores que se armaban para jugar. La mayoría de las veces se mezclaban a medida que iban llegando, otras, jugaban los más grandes contra los más jóvenes. Sin embargo, el encuentro principal de fútbol en el Buenos Aires llegaba cada 25 de diciembre, en el clásico “solteros contra casados. Se jugaba a muerte”, recuerdan.
Nadie quedaba al margen de estos encuentros, si hasta Guillermo Vilas era atraído por estos partidos en la canchita pegada al estadio.
Lo hacía con mucha precaución y cuidando su físico. A él le gustaba mucho atajar, pero temía lastimarse las manos, así que prefería jugar como delantero. Eso sí, no se podía ni siquiera pensar en rozarlo. Era la joya que se estaba puliendo en el club. Rolando Hanglin, Guillermo Salatino, Ricardo Cano, Víctor Pecci, algunos nombres que supieron cambiar la de 6 centímetros de diámetro por una N°5, en el fondo del Buenos Aires Lawn Tennis.
Estas son algunas de las anécdotas ocurridas en estos 130 años del club, parte fundamental del “deporte blanco”, testigo privilegiado del pasado, del presente y del futuro del tenis argentino.
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