Antes de la Copa América era el espejo que reflejaba la luz; ahora es la luz que renueva la esperanza.
Había que ver cómo los ojos vivaces de la multitud emocionaban a sus propios ojos en el campo de juego de La Bombonera. Parecía que no quería irse para prolongar en su alma la crédula sinfonía de las tribunas: “Que de la mano de Leo Messi, todos la vuelta vamos a dar….”. Se quedó en el campo de juego todo el tiempo que pudo y se retiró al vestuario con la mirada tierna de los amantes resignados a la despedida.
El pibe Messi murió tras el éxtasis del Maracaná y se multiplicó en cada uno de sus compañeros durante el espanto que fue Rusia 2018. Por entonces la Selección era la nada a pesar de su esforzada magia; aunque él se propusiera transformar el negro del lodo en suave nieve blanca.
Ahora que es el dueño de la Selección –lo fue desde el nombramiento de Scaloni- su mirada dibuja los cosmos del mañana y bajo su liderazgo el clima de la selección es armonioso como siempre pero más fraternal que nunca. Todos los hechos directos o colaterales que hacen a la vida del equipo nacional lo demuestran. Y aunque el cuerpo técnico se ha ido consolidando y su trabajo resulta irreprochable, el símbolo más significativo del compromiso, es Messi, el único imprescindible
Antes de verlo junto a sus compañeros en La Bombonera, me pregunté ¿para qué vino Messi desde París ?
—Si la Selección estaba clasificada para Qatar...
—Si el rival, Venezuela, había quedado eliminado del Mundial...
—Si las entradas se habían agotado prescindiendo de la actuación de Messi...
—Si la situación institucional de su club, el PSG, profundiza una significativa crisis tras su eliminación frente al Real Madrid por la Champions League.... Y además, el martes habrá que jugar, vanamente otra vez, en Guayaquil ante Ecuador, ¡vaya esfuerzo!
Para todos estos ítems hay una respuesta: la causa prioritaria de Messi es el Mundial. Y su rol es ejercer un liderazgo que excede las obligaciones normales de un capitán. Ya lo vimos desde el abrazo auspicioso a cada compañero antes de comenzar, hasta picar en el minuto 80 para capturar un balón antes que salga del campo. También lo vimos vocear indicaciones, no dar por perdida ninguna pelota, hacerse cargo de todos los tiros libres y hasta ser austero en el festejo de su gol – el 3°- pues le pegó mordida, mal, sin dirección y terminó saliendo bien… Todo me recuerda al Maradona del 85′ quien jugando para el Napoli venía a Buenos Aires o a cualquier otra ciudad del mundo a jugar hasta los partidos amistosos y gratis.
Al igual que Leo ahora, Diego actuaba un domingo por la tarde en Nápoles; al término de ese encuentro volaba en avión privado a Roma y partía hacia Buenos Aires en un vuelo de Alitalia que salía pasada la medianoche. Por cierto que jugaba un martes o a lo sumo un miércoles y regresaba a Nápoles por la vía más rápida para reintegrarse a los entrenamientos de su club.
Evoco con precisión el énfasis que puso Diego cuando me confesó su sentimiento e identificación con la Selección Argentina. Ocurrió en el 2000, en La Habana y con la venas cual relieve de su cuello, dijo:
“Lo primero que me propuse en ese momento fue construir algo, una conciencia: jugar por la Selección debía ser lo más importante del mundo. Si teníamos que viajar miles y miles de kilómetros, hacerlo; si teníamos cuatro partidos por semana, jugarlos; si teníamos que vivir en hotelitos que se caían a pedazos, aceptarlo… Todo, todo por la Selección, por la celeste y blanca. Ese era el estilo que quería transmitir”.
”Y no quiero ponerme como ejemplo, ¿eh?, pero lo cuento, lo cuento igual para que se entienda, para que se sepa lo que hacíamos nosotros por el Seleccionado -proseguía Diego. Todo pasó en mayo de 1985, justo antes del comienzo de las eliminatorias para México ‘86 y cuando yo ya era jugador del Napoli. Aunque para mí todos los partidos con la celeste y blanca eran importantes, aquellos amistosos con Paraguay y Chile sí que valían de verdad, por varias razones. Primero, porque era mi presentación en un equipo de Bilardo, mi regreso a las canchas argentinas y a la Selección desde el Mundial de España, ¡casi tres años después!; el último partido lo había jugado contra Brasil, el 2 de julio del ‘82, y desde que el Narigón asumió hasta estos partidos, había probado con muchachos que estaban en la Argentina. Ahora parece raro, pero yo estuve casi tres años sin ponerme la camiseta celeste y blanca: desde la eliminación en España hasta estos amistosos. Yo, tranquilo, porque Bilardo había sido muy claro desde el principio, no me había escondido nada a mí y no le había escondido nada a nadie: él durante todo el ‘84 había declarado públicamente que yo era la única certeza que tenía el Seleccionado, el único titular, que eso correspondía con quien era el número uno del mundo, que era el símbolo, que era el capitán porque a donde fuera, a Singapur, a China, a Alemania, a cualquier parte, le preguntaban por mí, le hablaban de mí. Ahí, en Alemania, en una conferencia de prensa le preguntaron si me iba a poner y se le adelantó Beckenbauer que estaba sentado al lado y contestó: si no lo pone él, que me lo dé a mí”.-
”Aunque yo no jugué durante todo ese tiempo, de alguna manera estaba presente: les mandaba telegramas antes de cada partido, para alentarlos, para que se dieran cuenta de que formaba parte del grupo. Eso hice, por ejemplo, en aquella gira que hicieron por Colombia y Europa, que arrancó como el culo y terminó bárbara; me sentía cerca”.
Maradona hacia y decía esto porque era la estrella, el ídolo, el líder y el capitán. Exactamente igual que Messi quien con 9 años más que Diego, entrena, sueña y siente, como lo hacía aquel en las vísperas del ‘86. Probablemente Maradona con sus 25 años sabía que tendría varios mundiales por delante, tal como ocurrió en 1990 (Italia) y en 1994 (USA). Messi en cambio sabe que éste de Qatar será su adiós a los mundiales y su ilusión es tan apasionada que viéndolo actuar semanalmente junto a grandes cracks como por ejemplo: Verrati, Donaruma, Di María, Paredes, Neymar o Mbappé queda la sensación que Leo juega en Francia para llegar al Mundial de Qatar en las mejores condiciones. Su involucramiento con el PSG es jugar lo mejor posible y punto. Y esto marca una diferencia con la situación de Diego quien tenía cada dos semanas 85.000 tifosis enardecidos en el San Paolo que le exigían salvar al Napoli del descenso (1985) y un año después ganar el scudetto, hecho que ocurrió –por primera vez en la historia- en 1987.
Messi comenzó a transitar la senda de Diego. Su grado de involucramiento desde antes de ganar la Copa América es total, dentro y fuera de la cancha. Gracias a él Lionel Scaloni se recibió de técnico, sus compañeros juegan mejor, la convivencia es solidaria y Tapia, quien fue el desafiante ideólogo de todo el proyecto, consolidó su poder como presidente de la AFA.
Sus palabras después del triunfo ante Venezuela requieren de una interpretación comprensiva: “Después del Mundial, habrá que replantear todo…”. Y esto resulta absolutamente lógico pues tendrá 35 años, jugará su 5° mundial, le quedaran 6 meses de contrato con el PSG que no tiene nada que ver con él y si lograra el campeonato del mundo, ¿qué más…?.
Messi transita la senda de Diego y con la excepción de su compadre Di María –fineza aterciopelada en la pegada – todos estos grandes compañeros de hoy, muchos de ellos figuras en importantes clubes de Europa, dirán dentro de una década la cosa más importante que les pasó en la vida: yo fui compañero de Messi en el 2022…
En el paisaje final de la prudente esperanza, Messi lleva el estandarte hacia Qatar ‘22 como Diego en el ‘86…
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