Ah... aquellas redacciones promiscuas llenas de voces bajo el incesante sonido de las teclas golpeando el papel. No sería un digno lugar de periodistas sin el humo de cigarrillos siempre agonizantes. Tampoco lo sería sin el café frío con lánguido aroma entre ceniceros colmados, apuntes desordenados y la renovada búsqueda de un título para una crónica o para una prosa que le permita al lector saber qué pasó.
Sí, aquellas redacciones de Olivettis o Remingtons, de linotipia y olor a plomo, de periodistas poéticos y correctores rigurosos, de cierres contra reloj y ediciones de “alcance” ( agregado de último momento), convivían con la consulta a viva voz ( “dame un sinónimo de…”o “qué adjetivo aplica para…”).
Por cierto que tras los grandes acontecimientos deportivos del país o del mundo la redacción de la revista El Gráfico (99 años de prestigio, credibilidad e influencia) vibraba en cada uno de sus escritorios. No obstante, hubo un hecho no deportivo que generó por mucho tiempo un estado de conmoción; fue algo excluyente, tan importante como un River-Boca , una pelea de Monzón, una final de Vilas o una pole position del Lole Reuteman. Y el tema fue nada menos que un intento de soborno denunciado por un jugador de Ferro que se llama Alfredo Ortiz, quien por entonces tenía 29 años y en diciembre próximo cumplirá 80 años.
Este hecho, escrito por mi amigo Héctor Onesime –próximo a editar un nuevo libro en Santiago de Chile– se produjo el 5 de octubre de 1971 y no tenía precedentes en el fútbol argentino. Siempre hubo suspicacias y el acerbo popular, con aquella impunidad que regala el anonimato, regó de mitos la condición de “vendido” a muchos jugadores injustamente señalados. Pero que un jugador de Primera, conocido por todo el mundo, se presentara ante el presidente de su club –Santiago Leyden, en este caso– , que éste convocara a los abogados de urgencia y que luego todos fueran a la seccional 13° de la Policía Federal a radicar una denuncia con nombres propios, no había ocurrido jamás. Y mucho menos durante la gestión del hecho, lo que permitiría trazar una estrategia jurídica y policial. La nota decía:
“No quiere medallas al mérito ni pergaminos. Apenas si se siente un oscuro soldado de algo que puede llamarse pureza deportiva. Por eso Alfredo Ortiz prefiere que este asunto no tome un cariz personal, que no se gesten elogios elevando su actitud a planos encumbrados, simplemente quiere –casi ruega– que se haga justicia. Que aquellos que salpican la limpia pasión del fútbol, encuentren su castigo. Por eso no le teme al grito de “botón”. ¿Qué es ser “botón”? ¿Denunciar a un compañero, a un amigo, a un inocente, o en última instancia a un pobre tipo que tiene un momento de debilidad? Pero desenmascarar a los que instrumentan la estafa pública, a quienes trafican con la pureza del hincha y con el esfuerzo de los jugadores, no, eso no es ser botón...; no, eso es ser simple, natural y lógicamente honrado. Nada más que eso. ¡Nada menos que eso!. . . -
Y de eso Alfredo Ortiz estaba seguro desde que recibió aquella llamada sospechosa de Daniel Szurmuk. De esa persona que tiempo atrás había sido cliente de su fábrica de ropa interior –Ortiz y su familia continúan con esa fábrica-, que extrañamente había reaparecido por su negocio para “encargar una operación de 2 millones de pesos”. Y aunque cuando hizo sus primeras consultas, recibió una invitación al “no te metas”, él ya estaba consciente de la actitud que debía tomar. Ni siquiera el reclamo tierno de su esposa- la de entonces, la de hoy María Antonieta Zingarelli tras 57 años de matrimonio- pudo quebrar su decisión. Había que jugarse, para Alfredo Ortiz era algo más que una obligación, era una necesidad.
–¡Hola..! Con Ortiz por favor. ¡Ah! Cómo le va. Mire tengo que decirle algo…
–Diga no más, lo escucho.
–No, lo que tenemos que hablar es algo serio y quisiera verlo personalmente.
–Bueno, puede ser en mi casa o en la fábrica.
–Sería preferible en su casa.
–Yo tengo que hacer mañana a las tres y media, así que tres menos cuarto lo espero.
Esto ocurrió el martes 5 de octubre. Cuando cortó el teléfono lo asaltó la seguridad de que quería hablarle del partido que el domingo su equipo, Ferro jugaría contra Banfield, claramente amenazado por el descenso. Recordó sus simpatías con ese club en los tiempos que tenían un trato más frecuente. Y fue a partir de ese momento se quedó pensando en la forma más adecuada de actuar. Hoy, igual que hace medio siglo, Ortiz lo recuerda de la misma manera, con las mismas palabras::
— Esa noche del martes tuvimos que ir al cumpleaños de un primo mío. Estábamos en la fiesta, pero yo seguía pensando en el asunto. A las doce de la noche no aguanté más y le dije a mi señora que nos fuéramos. Llegué a la sede de Ferro y cuando el doctor Leyden me vio, antes que le dijera nada, se imaginó lo que podía pasar. “Si usted viene a esta hora por aquí es por algo serio”, me dijo. Le conté el episodio y en seguida nos asesoramos con el abogado del club. En principio quedamos en vernos al otro día en el entrenamiento para ir a la comisaría y hacer la denuncia. Por la mañana en la cancha se lo conté a Imbelloni (Mario, DT, ex crack del San Lorenzo del 46) y al preparador físico Héctor Alfano, simplemente para que estuvieran informados. Como el presidente y los directivos no aparecían, llamamos a la sede, donde nos contestaron que nos esperaban allí. En principio el asesor legal del club dijo que sería conveniente que entre los testigos estuviera alguien de la AFA, pero la policía nos respondió que el caso era de su exclusiva jurisdicción. Vinieron a mi casa dos oficiales y un subcomisario y se buscaron otros dos testigos particulares. Quedaron escondidos en el pasillo de los dormitorios, separados del living por una puerta corrediza.
Llegó Daniel Szurmuk –el intermediario, el gestor de la maniobra– nos sentamos en estos sillones y empezó a hablar. “Usted se imagina por qué vengo. El domingo juegan con Banfield; hay dos millones de pesos para los muchachos de Ferro (unos 50.000 dólares); ahora si a usted le parece que no se puede hacer nada liquidamos el asunto y yo me voy”. En ese momento sentí lástima por ese hombre y busqué una excusa (“voy a hablar con un muchacho del club”) y pasé adonde estaban los testigos. La policía me dijo que si no estaba la plata no se podía hacer nada. Y que además corríamos el riesgo de quedar sin algunos elementos de prueba, como pasó en el caso Yuliano, un entrañable y recordado jugador de Temperley que dos meses antes había atravesado la misma circunstancia. El Tano Yuliano –quien ya no nos acompaña- denunció el caso y logró que al momento en que sus sobornadores le entregaran los 200.000 pesos en la esquina de Cobo y Curapaligüe, fueran detenidos. Hombre digno el Tano que ganaba 100.000 por mes como mozo, muy poco como jugador y denunció a quienes querían darle el doble por un partido amañado… Por este hecho, la AFA le descontó 14 puntos a Nueva Chicago, club a cuyo nombre habían actuado los corruptos. Volviendo a nuestro caso, Ortiz siguió recordando:
— Volví y para disimular le pedí a mi señora el teléfono de Micó (Miguel Angel, compañero de equipo y luego DT). Quedamos en volvernos a ver al otro día. Le dije que quería que viniese algún dirigente del club. Teníamos todo otra vez preparado, pero Szurmuk (el hincha y amigo de los dirigentes de Banfield que tenía relación comercial con Ortiz) me habló por teléfono, diciéndome que iba a venir él porque los dirigentes no querían. Me dio con alguien diciéndome que era Carlos Soler, presidente de Banfield, quien me habló de la imposibilidad de que viniera alguno de ellos. Yo insistí y quedaron en que vendrían. Esperamos, pero no llegó nadie. Al otro día una situación parecida, pero el que me habla – según Szurmuk – es el señor Chassón, aclarándome que era comprometedor para ellos venir personalmente. De cualquier manera volvieron a prometer que venían y no vinieron. Pensé que habían desconfiado imprevistamente pero insistieron el sábado. Yo ya estaba cansado con tanto lío y bastante cabrero le dije: “Mire, si vienen entre las dos y dos y media de la tarde bien, sino no hablemos más, ¿de acuerdo?. También acepté que vinieran directamente Szurmuk, quién apareció a las dos y veinticinco. Traía la plata y la policía me había aclarado que cuando yo dijera “la plata está bien”, ellos intervendrían. De los nervios no podía ni contar, hasta que no sé cómo dije “la plata está bien”. Entraron los policías, lo esposaron, ante su asombro, y se lo llevaron. Al final Banfield y Ferro empataron 1-1, descendieron Platense y Los Andes e Independiente, sorprendentemente, le ganó el campeonato a Velez – que había punteado todo el torneo- en la última fecha.
Las voces más institucionales del fútbol elogiaron el gesto de Ortiz. Entre ellas la del interventor de la AFA, Raul D’Onofrio, padre de Rodolfo, el exitoso ex presidente de River. El gesto fue ponderado discursivamente por todo el mundo, pero la realidad histórica fue que el “Pelado” Ortiz no jugó más en ningún club; ni siquiera en Ferro pues unos meses después y dada la precariedad del lugar donde se adiestraba el plantel –el KDT – sin vidrios ni agua caliente, dejó de entrenar reclamando ante sus compañeros y los dirigentes un lugar más adecuado. Desde el día siguiente lo mandaron a entrenar con las inferiores. En el 69′ le ocurrió algo parecido por hablar “mucho” en el vestuario sobre los derechos de los jugadores…Tal vez por ello el entrenador Francisco Federico Pizarro lo sacó del equipo y lo reemplazó por Abel Perez, justo en el gran año de Chaca campeón. Todavía Agremiados no tenía el peso de nuestros días…
Alfredo Ortiz, llegando a los 80 disfruta de su matrimonio con Maria Antonieta, de sus 4 hijos (Elisabeth, Roberto, Cristian y Yanina), de sus 11 nietos y hasta 1 bisnieto. Son estos unidos herederos quienes se ocupan de sus negocios de ropa y de las demás actividades comerciales. La razón de su existencia ahora pasa por leer y estudiar La Biblia. Cual empírico Diacono, Alfredo se suma para comentar con otros creyentes su encuentro con Jesús para el cual – me dijo – estaba preparado. Lo hace en la iglesia El Buen Pastor de Villa Pueyrredón.
Jamás un jugador de su época se solidarizó con él tras el gesto de ponderable honestidad. Nadie nunca lo llamó. Tampoco lo hizo dirigente alguno; siquiera le requirieron su opinión cuando en el mundo del fútbol, el antiguo soborno se transformó en moderna incentivación. Para Alfredo los martes son días de oración, los viernes están dedicados al estudio de la palabra de Dios y los domingos al Evangelio de Lucas.
El fútbol desde entonces y hasta ahora, debe algunos gestos de ética. A Ortiz, ejemplo de decencia. los discípulos lo abandonaron, como a Jesús, en la última cena…
Archivo: Maximiliano Roldán
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