Comandante Nicanor Otamendi. Los aires de pueblo sano que no se resignan nunca. Localidad equidistante de Miramar, la querida vecina, y de Mar del Plata, la hermana mayor, la de los sueños de progreso. Círculo Deportivo es el nombre del club y allí un chico practicaba la mayor cantidad de deportes que podía, en la que era su segunda casa. En las quimeras de la adolescencia no estaba ser futbolista y la trama se escribía en los cuadernos de la diversión amateur. Hasta que una casualidad llevó a Guillermo José Trama a comenzar su carrera, que quedaría revestida de goles y títulos a lo largo de 15 temporadas.
“Con 15 años empecé a jugar en la primera de Círculo, que participaba de la Liga Marplatense, donde me destacaba como goleador. En 1971 se produjo una recordada huelga de futbolistas y como Kimberley de Mar del Plata estaba disputando el Nacional, pidieron dos refuerzos a Círculo y allí fuimos con el arquero. A mí me tenían visto de enfrentarnos y significó un orgullo. Fue toda una experiencia increíble, porque el partido era contra Belgrano en Córdoba, por lo que subí por primera vez a un avión. Cuando llegué al estadio me dieron un par de botines Adidas, que recién había salido, que eran maravillosos y más para un pibe como yo”.
En los archivos quedó registrado que aquel 14 de noviembre ingresó a los 79 minutos por Omar Cuesta en la derrota de Kimberley por 3-1, en lo que fue su única presentación oficial con esa camiseta. Sin embargo, iba a continuar en el fútbol grande, más allá del fin de la huelga: “El médico de Ferro Carril Oeste tenía una casa en Mar del Plata, atendía a un primo que siempre le hablaba de mí. Entonces me recomendó para una prueba, que hice cuando el plantel vino a hacer la pretemporada a Mar del Plata. Por suerte me aceptaron y me fui para Buenos Aires, a vivir en la pensión del barrio de Caballito. Básicamente estuve en reserva y también me dieron la chance de la primera, donde disputé en algunos partidos. Ferro quería comprarme, pero no estaba bien económicamente y tuve que regresar a Círculo”.
El espíritu calmo que Guillermo muestra en la entrevista lo acompañó toda la vida. Y quizás allí anide una de las claves de haber tomado de la mejor manera la situación de la pausa en el profesionalismo. En 1974 participó del Nacional con los colores de Aldosivi sin mayor trascendencia, hasta llegar a mediados de 1976, cuando la trama dio un nuevo vuelco: “Mosconi era un futbolista conocido de Mar del Plata, que estaba en Mendoza. Allá habló bien de mí al punto que unos directivos de San Martín de esa provincia me vinieron a ver tras una práctica a Otamendi, con la idea que vaya para disputar el Nacional. Les dije que me dejaran consultarlo con mi esposa, porque teníamos a un bebé recién nacido. Estábamos viviendo en Mar del Plata, entonces con los viejos teléfonos tuve que pedir línea para comunicarme con ella. Una odisea (risas). Su respuesta afirmativa de irnos para allá se la voy a agradecer toda la vida”.
Trama destila humildad, por eso es reconfortante escucharlo decir “En Mendoza la rompí”, porque él no es de los que se inscriben en la largo listado de la permanente autorreferencia. “Me fue muy bien y salí el mejor número 9 en el ranking de El Gráfico. Hice muchos goles y quisieron hacer una rifa para comprarme. El partido clave para mi futuro fue contra Rosario Central. Perdimos, pero hice un golazo y el técnico rival era Alfio Basile y su preparador físico, León Martínez, había sido compañero mío en Ferro. Al comenzar 1977, Coco asumió en Racing y me llevó. Por eso fue tan importante aquella decisión de irnos a Mendoza”.
Las ilusiones del pibe de Otamendi ahora tenían color celeste y blanco y aroma de club grande. Sin embargo, estaba comenzando el peor ciclo de la historia de La Academia: “Había un combo de futbolistas muy bueno entre los más grandes, como Agustín Cejas, Daniel Killer, el “Panadero” Díaz y Carlos Squeo con los pibes que venían de las inferiores: el “Vasco” Olarticoechea, Gabriel Calderón y Juan Barbas. Fue una cosa de locos porque recién nos salvamos del descenso en la última fecha contra Platense. Esa campaña fue terrible, hacían cola para putearnos (risas). Arrancamos muy bien, pero por el tema económico tuvimos que hacer giras y amistosos y la cosa se complicó. Fuimos un desastre. Como anécdota siempre cuento esta: vamos a enfrentar a Temperley en su cancha, que peleaba con nosotros la permanencia. A los 7 minutos perdíamos 2-0 y nos gritaban de todo. Nadie quería sacar el lateral del lado de la gente de Racing por la cantidad de insultos (risas). Deportivamente me fue bien porque fui el goleador del equipo, pero no era fácil ponerse la camiseta con esa presión”.
Otro regreso a la querida Mar del Plata, pero ahora en carácter de veraneante, junto a los experimentados de ese plantel de Racing. A ellos consultó ante el interés de Rosario Central, que le recomendaron que aceptara en forma inmediata. “Fue un paso decisivo en mi vida. Al principio tuve a Carlos Griguol como técnico, quien me enseñó a ser profesional. Con él hice la primera pretemporada en serio de mi vida. Un fenómeno. En 1979 llegó Ángel Zof y formamos un equipazo al que llamaron La Sinfónica. Llegamos hasta las semifinales del Metropolitano quedándonos en la puerta del título que si se iba a dar en 1980″.
Y aquello fue una fiesta del pueblo canalla, superando en dos finales al muy buen equipo de Racing de Córdoba. Trama lo vivió de manera especial, dando la vuelta olímpica en el estadio Mario Kempes junto a su hijo mayor, de solo cuatro años. “Esa fue la parte linda del Nacional ‘80, pero en lo que hace a mi actuación, no tanto por algo que había sucedido justo un año antes. En la semifinal del Nacional ‘79 contra River en su cancha, en una jugada tonta, giré de golpe y en la rodilla sentí un ruido, que debe haber sido muy grande, porque Mostaza Merlo hizo parar el partido. Se me había roto los meniscos y por eso me operaron. Me costó mucho volver y quedé relegado. Jugué pocos partidos como titular en el Nacional que fuimos campeones y allí me vino a buscar Estudiantes”.
El cambio de aire necesario en el momento justo. Las ganas de volver a ser, con otra camiseta, llena de historia. Sin imaginar jamás que quedaría marcada para siempre en su vida. Sin embargo, el arranque estuvo lejos del idilio: “No tengo dudas que 1981 fue el peor año de mi carrera. A poco de debutar, me desgarré el bíceps, que es de lo más complicado. Estábamos complicados con el descenso y me apuraron para volver. Cometí ese error y me volví a desgarrar. Me querían matar porque equivocadamente decían que había llegado roto desde Central. Por suerte al año siguiente llegó Bilardo y todo cambió completamente”.
El regreso del Narigón a su casa le dio una vuelta de 180 grados a Estudiantes. La incómoda lucha por la permanencia se archivó de inmediato y los sueños anhelaban ser altos: “Era un adelantado, con una computadora en la cabeza. A mí me hacía hacer un gran sacrificio para seguir a los marcadores de punta, pero me quedó la satisfacción de que eso luego hizo Valdano en el Mundial de México. Fue el torneo más difícil que pudo haber disputado un equipo, porque fueron muchas fechas con Independiente pegado, que tenía unos jugadores bárbaros. Al ganarle a Vélez en La Plata con gol del Tata Brown en la anteúltima, sacamos una luz de ventaja y fuimos campeones contra Talleres en Córdoba. Lo fundamental era la moral que teníamos, no nos caímos nunca. Y lo que jugábamos”. Aquel título fue el trampolín para que Bilardo fuera designado como técnico de la selección. En Estudiantes asumió su amigo y ex compañero Eduardo Luján Manera, que se mantuvo en el sendero del éxito: “Él solo hizo un cambio, que fue poner a los tres 10 juntos (Sabella, Trobbiani y Ponce), con Miguel Russo como equilibrio, con Hugo Gottardi y yo como puntas”.
En este año se están cumpliendo 40 del regreso del Narigón a Estudiantes. Esa etapa duró apenas 14 meses, pero dejó una huella imborrable, porque trascendió claramente al club, al depositarlo como entrenador de la selección. Pero para los integrantes de ese plantel, fue padre, maestro, amigo y consejero.
“Bilardo era único y nos marcó a todos. En ese campeonato enfrentábamos como locales a Newell´s y yo era un desastre, me rebotaban las pelotas, no agarraba una. No era para sacarme, sino para meterme preso (risas). A los 20 minutos perdíamos 1-0 con Martino como figura. En un momento escucho que Carlos me llama y obviamente pensé que me cambiaba. Pero solo me dijo: “Andá y ponete al lado de Martino. No hagas nada, paradito ahí (risas). Eso hice y el ‘Tata’ dejó de jugar cómodo, ellos empezaron a caer y terminamos empatando con un gol mío en el segundo tiempo”.
El Narigón se fue a la Selección y en su lugar quedó Eduardo Manera, que era su amigo y ex compañero de las gloriosas gestas como jugadores del equipo que dirigió Osvaldo Zubeldía a fines de los ‘60. Cambiar para que nada cambie en la gran familia de Estudiantes, con un arranque inmejorable: otra vez campeón con Trama de protagonista: “El equipo jugaba cada vez mejor. La primera final se la ganamos en La Plata a Independiente por 2-0, donde tuve la suerte de marcar el segundo gol, después del primero de Gottardi y la revancha fue durísima, porque empezamos perdiendo, pero llegó ese tiro libre de Ponce, que se desvió en Clausen, Goyén dio rebote y aparecí para tocarla medio mordida. Muchos me cargan diciendo que le pifié (risas), pero no fue así, entró despacito y fue gol. Perdimos 2-1, pero salimos campeones”.
Guillermo Trama fue un goleador de raza, temido por las defensas y los hinchas adversarios. Sin embargo, la selección nacional fue una asignatura pendiente: “César Menotti me llevó en 1979 para disputar la Copa América, en un plantel con futbolistas que nunca habían actuado en la Selección, a excepción de Passarella. Fueron tres meses de entrenamientos y apenas pude estar en el banco una vez, contra Bolivia en La Paz”.
Más allá de sus corridas, sus ganas de entregarse por el equipo y sus gritos con cada camiseta que vistió, siempre hubo en él otra pasión, poco habitual en los jugadores de fútbol: “Desde pibe me destacaba en el colegio en plástica, porque me la pasaba dibujando en casa. Cuando llegué a Estudiantes, mis hijas eran chicas y los llevé a un atelier para que aprendieran un poco. Charlando en ese lugar con un cirujano, me contó que iba a practicar, porque se lo recomendaron como un descanso para su mano. El médico del club me motivó y me anoté. Fue una hermosa experiencia, porque me enseñaron a simplificar mis trabajos. Sinceramente fui mejorando hasta animarme a hacer un cuadro en lápiz que gustó mucho, al punto que fue puesto en una exhibición, donde se dio una anécdota graciosa, porque un hombre que observaba, al leer el nombre del autor, dijo: ‘Mirá, se llama Trama como el jugador, pero seguro no es, porque son todos burros (risas)’. La pintura también me ayudó en un mal momento, como fue 1981, cuando llegué a Estudiantes, porque no me ponían, casi nunca jugaba y me entrenaba solo. Tuve un bajón anímico importante y el dibujo fue una tabla de salvación. A partir de eso tomé fuerza y le planteé al entrenador que por lo menos me pusiera en reserva. Tuvo algunas reticencias, pero lo hizo en la anteúltima fecha. Hice 5 goles y en el partido siguiente, fui titular contra Boca en la Bombonera, donde marqué para el 1-1 y a los pocos días llegó Bilardo y cambió la historia”.
Hasta 1985 llegaron los vestigios de aquel Estudiantes ganador, pero con la ida de Eduardo Manera, más la partida de algunos de aquellos futbolistas emblemáticos, la racha comenzó a cambiar. Guillermo colgó los botines hacia finales de la década del ‘80 y el 2003 volvería a vincularse con la institución de La Plata: “Regresé para dirigir a la cuarta división y luego a la reserva. Más tarde fui coordinador y ahora llevo 8 años en la función de analistas de videos, que es algo que me gusta mucho, porque te obliga a estar actualizado en forma permanente”.
Cuando se desató la pandemia, Trama tomó la decisión de regresar a Mar del Plata, para estar un poco más tranquilo y desde allí continúa con su labor a distancia con Estudiantes: “La tecnología nos permite esa facilidad, estoy todos los días en contacto con mis compañeros y la tarea la realizo en forma virtual. El año pasado tuve una de las grandes alegrías, porque en el partido de General Alvarado, a donde pertenece Nicanor Otamendi, me hicieron un homenaje declarándome embajador deportivo. Fue emocionante por mi vínculo de la toda la vida con el club Círculo Deportivo”.
Más que merecido, porque en el ambiente del fútbol, a Guillermo se lo recuerda por su capacidad goleadora, pero más aún por su don de buena gente. Es por eso que la trama de la historia se sigue desarrollando en la dirección correcta.
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