El origen es diverso, ya que puede provenir desde la infancia, ser adquirido en las divisiones inferiores o bien por la creatividad de la tribuna. Pero lo cierto es que ese apodo que recibe un futbolista lo acompañará de por vida y será también, un eslabón más en la cadena del reconocimiento.
En varias ocasiones han llamado la atención los seudónimos curiosos que han adquirido los jugadores, que se remontan a los inicios y llegan hasta nuestro días, con las más originales definiciones.
Un buen punto de partida es viajar un siglo atrás para encontrar a Juan Bottaso, uno de los más grandes arqueros de la historia. Nacido y criado en la barranca de Quilmes, prontamente se destacó bajo los tres palos de Argentino de esa ciudad. Una tarde al enfrentar a Racing, club donde luego desarrollaría buena parte de su exitosa campaña, tuvo una labor tan extraordinaria que los hinchas lo sacaron en andas del campo de juego y el afamado periodista Chantecler lo inmortalizó en la crónica de El Gráfico como “Cortina metálica”, por la sensación de invulnerabilidad. Fue uno de los guardavallas argentinos en el Mundial de 1930, disputando la semifinal y la final.
En aquellos tiempos fundacionales del profesionalismo asomó, primero en Quilmes y más tarde en Racing, donde alcanzó la consagración, un jugador con una particular habilidad: Vicente Zito. Se destacaba por su virtuosismo, pero también por ser demasiado individual. Su mote fue “La bordadora”, por la manera en que iba hilvanando jugadas dejando un tendal de adversarios a su paso
Eran las épocas que el fútbol argentino se convirtió en un verdadero fenómeno de masas, o pasión de multitudes, como diría luego José María Muñoz. Mucho tuvo que ver en esa conmoción la aparición de Bernabé Ferreyra en River Plate, que por la violencia de sus disparos fue llamado “El mortero de Rufino”. Tanta era su fama, que Luis Sandrini hizo en el cine un personaje similar titulado “El cañonero de Giles”, película en la cual actuó el propio goleador de los Millonarios.
En una línea de tiempo imaginaria nos encontramos con Mario Boyé, tremendo goleador con las camisetas de Boca y Racing, que por la potencia de sus disparos y su fortísimos cabezazos recibió el mote de “El Atómico”. Fue el autor del famoso tanto con el que la Academia superó a Banfield en cancha de San Lorenzo, para consagrarse campeón de 1951 en una muy disputada y recordada final.
Los torneos nacionales que tuvieron lugar entre 1967 y 1985, fueron muy importantes en el intento de la federalización del fútbol argentino. Equipos de toda la geografía nacional competían con los que habitualmente disputaban el Metropolitano. Uno de los símbolos de aquellos campeonatos fue Norberto “Llamarada” Eresuma, llamado así por el color rojizo de su cabellera. Alto, de gran potencia física, fue un imponente artillero que siempre jugaba en los cuadros de Mar del Plata, ya que lo hizo para Kimberley, Aldosivi y San Lorenzo. En éste último logró la hazaña de consagrarse goleador del Nacional ‘76, el mismo en el que Diego Maradona debutó en primera división.
Jorge Ghiso arribó con apenas 9 años a las infantiles de River y fue parte de una camada inolvidable de jóvenes que llegaron a primera división, como el Beto Alonso o Juan José López. En una de sus primeras prácticas, el entrenador le comentó a otro chico “Mirá qué parecido que es este pibe a Vitrola”, en comparación a otro que también jugaba allí. En ese entrenamiento uno le pidió la pelota así y quedó Vitrola para toda su carrera. Incluso, como el mismo admite, la mayoría lo conoce así y no por su nombre.
Cuando era apenas un pibe de 19 años le tocó debutar en primera división en el arco de Racing, ante la expulsión de Ubaldo Fillol, en una escandalosa pelea con el Loco Carlos Enrique en 1988. Cuando tuvo su posibilidad, se asentó en la valla de la Academia y luego en la de Lanús, desde donde llegó a la Selección, siendo titular en Francia ‘98. A Carlos Roa se lo conocía como “Lechuga”, ya que por aquellos años, no era habitual que un futbolista fuera vegetariano y se alimentara de esa forma, lejana a las habituales costumbres de sus compañeros.
Y continuando con el rubro de los arqueros, nos detenemos en un histórico hombre de Ferro, como Fabián Cancelarich, quien también estuvo muchos años en la selección, aunque nunca llegó a disputar un partido oficial. Fue el suplente de Sergio Goycochea en Italia ‘90. Al llegar a la primera del cuadro de Caballito, ya tenía el singular apodo de “Teresa”. Se lo habían puesto sus compañeros, porque decían que su larga cabellera rubia se parecía a la de una señora que trabaja en las instalaciones del club.
Fue un goleador implacable en su Uruguay natal, destacándose con la camiseta de Peñarol y llegando muy joven a la selección en el Mundial ‘90. Aquella característica la repitió en Boca, a donde arribó de la mano del Maestro Oscar Tabárez. Sergio Martínez hizo gritar muchas veces a los hinchas Xeneizes, que adoraban a Manteca, apodo que le quedó apenas instalado en Argentina, cuando el preparador físico Herrera, le dijo: “Manteca, andá a pesarte”. Escucharon nada menos que Márcico y Giunta y ese sobrenombre quedó por siempre, desplazando a “Pásula”, que es una especie de pajarito y que era como le decían en su tierra.
Fue ídolo absoluto desde el primer día que puso un pie en Banfield, tras haber comenzado en Deportivo Laferrere y continuado en El Porvenir. Con su magia, el Taladro regresó a primera división en 2001 y tras el fallecimiento siendo muy joven, su imagen se elevó hacia el mito. José Luis Sánchez fue y será por siempre “Garrafa” para el mundo del fútbol, seudónimo que también tenía su papá, que trabajaba repartiendo garrafas de gas comprimido en el conurbano bonaerense
También hay casos particulares, donde el apodo es muy especial y hasta el propio protagonista desconoce su origen. Tal el caso de Rubén Darío Piaggio, hombre que a largo de su trayectoria vistió la camiseta de 15 equipos de 8 países distintos, le marcó una tarde 3 goles a Boca jugando para Ferro, pero jamás supo porque le pusieron “Ciruelo”.
Asomó en la primera de River con iguales dosis de timidez y talento. Enseguida se ganó un lugar en el equipo titular y en la selección. Pablo Aimar es un referente del fútbol argentino de comienzos de este siglo, que tiene dos apodos con palabras similares. Por un lado “Payaso” por una producción que hizo para un diario vestido de ese modo y por el otro “Payito”, derivado de su padre, que siempre fue llamado “Payo” en su querida ciudad de Río Cuarto
Julio Ricardo Cruz fue un temible goleador, que marcó muchos tantos en Argentina y en el exterior, con varias etapas en la selección nacional. El mito señala que lo apodan “Jardinero”, porque desarrollaba esa tarea cuando jugaba en las inferiores de Banfield, pero su hijo, actual delantero del Taladro, contó que la realidad dice que su papá estaba en la tercera del club del sur y al finalizar una práctica se subió a un tractor para hacer una broma. Enseguida subió a primera y al 5° partido le marcó un gol a Boca. Un periodista que había visto aquella escena, dijo que era el jardinero del club y así comenzó la historia.
En este derrotero de apodos, hay uno que tiene un merecido lugar entre los más destacados y es el del uruguayo Carlos “Discoteca” Núñez, mote que le fue colocado en su país, por su permanente gusto a las salidas nocturnas. Con el paso de los años, el propio protagonista contó que siendo joven lo enojaba, pero que luego se lo tomó bien, pero jamás desmintió el origen del seudónimo.
Es un arquero identificado con Rosario Central, pero un momento inolvidable de su carrera fue el paso por Gimnasia donde fue dirigido por Diego Armando Maradona. Jorge Broun tiene uno de los apodos más singulares de nuestro fútbol: Fatura. Lo heredó de su padre, que desde muy joven se dedicó a la elaboración y comercialización de facturas, aunque reconoce que, a diferencia de él, nunca se dio maña con el amasado.
En la actualidad sigue la tendencia con el “Mugre” Corvalán. “Cuando era chico, mis amigos al terminar de jugar estaban limpios y yo no. Como llegaba muy sucio siempre a casa, me quedó”. Nicolás “Fosa” Ferreyra, quien tiene ese mote porque actuando en Estudiantes de Río IV contra Sarmiento en cancha de Unión, cayó al foso al costado de un arco. Y el especial caso de “Saltita” González, que lleva ese seudónimo pese a haber nacido en Jujuy, pero la explicación es que de muy chico se mudó de una provincia a otra.
Un repaso por casi 100 años de nuestro fútbol. Ese donde la habilidad y los buenos jugadores parecen inagotables, como el ingenio para colocarles los mejores apodos
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