Maradona murió sin reconciliarse con el único compañero que fue capaz de conminarlo a parar de consumir droga. Y mucho le dolió que en el día más triste de su vida, Passarella se negara a que Maradona fuese a darle un abrazo. Esto ocurrió durante el funeral de Sebastián, el hijo mayor de Daniel quien murió luego que su automóvil fuera arrastrado por un tren el 17 de noviembre del 95. En el fondo de su alma, Diego supo valorar aquello que ningún otro jugador le había dicho antes ni le diría nunca hasta el triste día de su muerte. Passarella en esa reunión previa al Mundial de México, le gritó en la cara delante del plantel: “Si vos jugás como sabes, somos campeones del mundo; si vos no te drogas, somos campeones del mundo; si vos te cuidas y entrenas a muerte como todos nosotros, somos campeones del mundo; ¿entendiste pibe?, dependemos de vos”. Y remató: “Y si no lo hacés te cago a trompadas…”.
A mediados de Mayo del 86′ el plantel completo que disputaría el Mundial de México se reunió, sin testigos, en una suite del hotel Dann de Barranquilla. La noche anterior, la del 14 de Mayo, había jugado un partido amistoso frente al Junior y la horrible actuación, que terminó en un empate de 1 a 1, señaló inequívocamente que el equipo había llegado al fondo de una crisis. Futbolística y relacional. No se jugaba a nada y había dos grupos enfrentados. Los líderes de esos grupos eran Daniel Passarella, quien nunca le perdonó a Bilardo haberle quitado la capitanía ejercida en los mundiales del 78′ y del 82′ y Diego Maradona, quien por admirarlo tanto lo odiaba mucho. Entre ellos estaba Jorge Valdano quien con su aplomo intentaba adecuarlos a una realidad; había que jugar un Mundial.
Sobre ese cónclave de Barranquilla no trascendieron mayores detalles porque el pacto fue: “Lo que se habla aquí muere aquí”. Las frases del día siguiente fueron obvias: “Era necesario que nos juntáramos para aclarar algunas cosas”. “Fue un encuentro muy positivo porque hablamos todos y disipamos todas las dudas”. Borghi dijo que fue la más importante de todas las reuniones habidas hasta la fecha –no precisó las anteriores– y Giusti la calificó como “extraordinaria e imprescindible”.
Recordando aquellos tiempos del Mundial 86, Oscar Ruggeri, ese extraordinario jugador, ganador de todo con las camisetas de los clubes y de la Selección –participó en seis títulos–, era en ese grupo un joven de módica participación subordinado al caudillaje de Diego. Fue así que cuando Maradona se refería a todo lo previo al Mundial de México y también en los significativos hechos de su vida, aparecen recurrentemente actores, entre quienes no está Ruggeri a quien Diego consideraba un enorme jugador y, además, un buen compañero. Aunque, en el fondo subyacía alguien que se fue a River después de haberse iniciado en Boca. En su testimonio para “Yo soy el Diego de la gente” –libro autobiográfico del año 2000—, Maradona refiere al tema de las drogas y señala a Passarella como el único compañero que se lo dijo en la cara en el marco de una agotadora reunión en el predio del América de México, a muy pocos días de comenzar aquel mundial inolvidable. En tal oportunidad, Diego me confesó:
— ”Cuando por fin nos instalamos en la concentración del América, en el Distrito Federal de México, me di cuenta, así, como un flash, que todo lo que pensaba no era un sueño y nada más. Íbamos a ser campeones del mundo. Jugamos con un equipo de ahí, del club y perdimos; fuimos a Barranquilla y empatamos 0 a 0 con el Júnior. Pero la cosa iba más allá de los resultados, mucho más. Tuvimos una reunión, sí, una reunión muy fuerte y no fue en Barranquilla, fue en México. Nos dijimos de todo, de todo… Así éramos, vivíamos de reunión en reunión. Y en una de ésas fue que me agarré con Passarella, también, pero lo contaré más adelante, en detalle, porque se lo merece”.
— ”Ahí definimos que éramos nosotros contra el mundo, así que más vale que tiráramos todos para el mismo lado… Y tiramos, ¡cómo tiramos! A mí las concentraciones siempre me ataron, siempre me ahogaron, pero aquella vez fue distinto porque nos sinceramos, porque nos dijimos las cosas en la cara. A partir de eso, todo creció”.
— ”Para que nadie invente giladas, lo cuento todo: nosotros nos habíamos peleado en la concentración del América de México, en el Distrito Federal, donde vivíamos para la Copa del Mundo del ‘86. La historia fue así: yo llegué quince minutos tarde a una reunión junto con los… rebeldes. Eso éramos, según Passarella, Pasculli, Batista, Islas… ¡Quince minutos tarde llegamos! Y entonces nos comimos un discurso de Passarella, con el estilo de él, bien dictador: que cómo el capitán iba a llegar tarde, que esto, que lo otro. Lo dejé hablar, lo dejé hablar… ‘¿Terminaste?’, le pregunté. ‘Bueno, entonces vamos a hablar de vos, ahora’, le dije”.
— ”Y conté, delante del plantel completito, todo lo que era él, todo lo que había hecho él, todo lo que yo sabía de él. Y se armó el lío grande, ¡grande, grande! Porque en aquella Selección, hay que decirlo, había dos grupos. Por un lado, los que apoyaban a Passarella. Su banda. Ahí estaban Valdano, Bochini, varios… Passarella les había llenado la cabeza y por eso decían que nosotros habíamos llegado tarde porque estábamos tomando falopa, y que esto, y que lo otro… pero, más que nada, por supuesto, eso de que estábamos tomando falopa y esos éramos nosotros, mi grupo”.
— ”Entonces yo le dije: está bien, Passarella, yo asumo que tomo, está bien… Alrededor nuestro, un silencio tremendo. Yo seguí: pero acá hay otra cosa: no estuve tomando en este caso… No en este caso, ¡mirá vos! Y, además, vos estás mandando al frente a otra gente, a los pibes que estaban conmigo… ¡Y los pibes no tienen nada que ver! ¿entendiste, buchón?”.
— ”La única verdad es que Passarella estaba queriendo ganarse al grupo de esa manera, sembrando cizaña, inventando cosas, metiendo palos en la rueda. Quería ganárselo desde que había perdido la capitanía y el liderazgo; lo tenía atragantado, lo tenía acá. Porque él fue un buen capitán, sí, y yo siempre lo dije. Pero yo mismo lo desplacé: el gran capitán, el verdadero gran capitán, fui, soy y seré yo”.
— ”Después de eso, cada vez que podía, él me jugaba feo, muy feo; lo agarró a Valdano, que es un tipo muy inteligente, a quien todo el mundo escuchaba, incluido yo, que era capaz de estar cuatro horas con él sin poder meter un bocadillo, y le metió en la cabeza que yo estaba llevando a todos a la droga. ¡Que yo estaba llevando a todos a la droga! Entonces me planté, en el medio de esa reunión, y en nombre de mis compañeros y en nombre mío, por supuesto, le grité a Passarella: ‘¡Acá nadie toma, viejo, acá nadie toma!’”.
— ”Y lo juro por mis hijas que no tomamos, que en México no tomamos. Pero como estábamos sacando los trapitos al sol, se me ocurrió hacerla completa:
—A ver, ya que estamos… Estos dos mil pesos de teléfono que tenemos que pagar entre todos, porque nadie se hace cargo, ¿las llamadas de quién son?”.
— ”Nadie saltó, nadie contestó, alguno miró el piso… No volaba una mosca. Lo que no sabía Passarella es que por aquellos tiempos, en 1986, parece que hace un siglo ya, las cuentas telefónicas en México tenían detalle: en la factura venían los números, uno por uno… Y el número era el de él, ¡hijo de puta! Ganaba dos millones de dólares y se hacía el boludo por dos mil. Eso sí que es tomarle la leche al gato”.
— ”Yo prefiero ser adicto, por doloroso que esto sea, a ventajero o mal amigo. Esto de mal amigo lo digo por la historia que terminó de alejarme de él y terminó también de formar la verdadera imagen de Passarella para los demás: cuando él estaba en Europa, todo el mundo comentaba que se escapaba a Mónaco para verse con la esposa de un compañero, de un jugador del seleccionado argentino… ¡Eso hacía y después lo contaba en el vestuario de la Fiorentina, como una hazaña! Entonces, cuando Valdano vino a pedirme explicaciones en México, en esa reunión, por lo de la droga, y también a darme una filípica, que yo no podía hacer esto, que yo no podía hacer lo otro… yo lo paré en seco y le dije:
—”Pará, Jorge, la reputa que te parió… Vos, ¿del lado de quién estás? ¿Acá lo que te cuenta Passarella es verdad y lo que te cuento yo, no?”
— ”Entonces él me dijo: bueno, está bien, contame…”
— “Ya me había calmado y le respondí: no, espera, vamos a la reunión…”
— ”Allá fuimos y en la reunión, con Passarella presente, conté todo lo que sabía de él y se hizo un silencio profundo… Hasta que saltó Valdano:
—”¡Vos sos una mierda!”, le gritó al Kaiser.
— ”Ahí se rompió todo. Ahí le agarró la diarrea, el mal de Moctezuma, cuando la realidad era que todos meábamos por el culo. Ahí le dio el tirón, ésta es la verdadera historia”.
— ”Esto, todo esto que estoy escribiendo, no es de buchón: esto se lo quise decir siempre en la cara a Daniel, pero nunca me atendió. Pero se acabó: quiero terminar con esta historia de que Maradona inventó la droga en el fútbol argentino: a mí me agarraron con cocaína y eso no es ventaja, ¡es desventaja! Pero cuando la droga se usó en el fútbol argentino, ¡se usó para correr! Fue para estar a la misma altura de los alemanes, fue para ganar la Copa Intercontinental, para ganar la Copa Libertadores… Para jugar, por lo menos, esa bendita Copa Libertadores que yo nunca pude jugar”.
La inmortalidad de Diego no deja en abstracto las cosas pasadas. Su odio a Passarella era una parte de la admiración que siempre quiso expresarle y que Daniel jamás le permitió. El día que se sacaron la foto con los sombreros mexicanos en el predio del América para la revista El Gráfico, fue para apaciguar el clima de catástrofe que traducían los medios antes del Mundial. Luego de ello, Diego aceptó una nota conjunta pero Daniel se negó rotundamente.
Siempre pensé que Diego cargaba con la culpa de haberle aceptado a Bilardo la capitanía de la Selección unos días después de haber sido designado director técnico de la selección argentina. Este hecho ocurrió el 2 de marzo de 1983 a las 7 de la mañana en el hotel Princesa Sofia de Barcelona. Fue después de una breve caminata tras la cual Bilardo le entregó la cinta de capitán a Diego en el lobby del hotel. Passarella, quien por entonces jugaba en la Fiorentina, se enteró por la prensa y jamás le perdonó a Bilardo no haberlo sabido antes que nadie. El liderazgo de Passarella con muchos jugadores de la Selección era amplio e incondicional. Y podría decirse que rápidamente tenía un grupo anti Bilardo y anti Maradona. Vaya destino que no le permitió a Daniel jugar su tercer mundial, pues antes del comienzo padeció de una enfermedad gástrica que obligó a su internación. Luego, tal circunstancia se mistificó, pero la única verdad fue esa: se enfermó, no se supo si por el agua o por la ingesta de alguna comida.
Diego murió lleno de voces y de colores; de heridas y de dolores. Y en su breve paso hacia la eternidad no pudo reconciliarse con el único jugador de toda su carrera que en el último gesto de admiración lo amenazó con cagarlo a trompadas…
”Si te cuidas somos campeones del mundo…”, le dijo.
Archivo: Maximiliano Roldán
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