La increíble leyenda de las canchas de tenis de bosta de vaca: “Los visitantes escuchaban historias de gérmenes y el olor los asustaba”

En India se llegaron a disputar series de Copa Davis y torneos oficiales de ATP sobre superficie de estiércol. El mayor terror de los jugadores y por qué solía haber un médico a un costado de la cancha

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Los doblistas estadounidenses Dennis Ralston
Los doblistas estadounidenses Dennis Ralston y Chuck McKinley, durante la serie ante India en 1963, que se jugó sobre pistas de estiércol de vaca. (Foto: @USCTennisBook)

La historia del tenis está hecha de héroes y de hazañas. De partidos memorables y de otros que quedan en el olvido pocos segundos después de que terminan. También, cómo no, de un poco de magia. De partidos que se jugaron y se juegan sobre césped, sobre cemento, sobre polvo de ladrillo. Incluso sobre madera, como alguna vez usó Paraguay con éxito para sorprender a rivales poderosos en la Copa Davis. O sobre canchas que parecían de hielo, como alguna vez sufrió Argentina en una excursión a Belarús en la que era casi imposible devolver un saque. Pero también se escribió esa historia, en un tiempo no tan lejano, en canchas montadas sobre estiércol de vaca. Sí: algunas series de la Davis y torneos de ATP se jugaron en esa superficie tan difícil de concebir, al menos para nuestra mirada.

Alguna vez Juan Domingo Perón, en un intento de explicar las enormes diferencias entre las corrientes del movimiento que había creado, afirmó que los ranchos se construían con barro y paja, “pero también con un poco de bosta”. Del otro lado del mundo, a alguien en India se le ocurrió que la bosta también podía servir para montar canchas de tenis.

Los courts tenían una estructura similar a los de polvo de ladrillo, con varias capas de piedra en los niveles más bajos. La parte superior se cubría con hasta 200 litros de estiércol de vaca y grupos de trabajadores emparejaban la superficie y luego pintaban las líneas. Para el mantenimiento necesitaba capas frescas dos veces por semanas.

En los 70 se jugaba en ese tipo de canchas el Abierto de Bombay, que vio coronarse en 1977 y 1979 a Vijay Amritraj, especialista en la superficie amén de uno de los mejores tenistas del país de toda la historia: fue 18º del ranking en 1980 y llevó a India a la final de la Davis en 1987, el año en que en primera ronda consiguió un triunfo memorable en cinco sets frente a Martín Jaite para ganar la serie ante Argentina (que se disputó en césped y no en la superficie susodicha, lo que privó a los nuestros de contar algunas anécdotas seguramente divertidas a su regreso).

Rod Laver (derecha) junto al
Rod Laver (derecha) junto al juvenil indio Zeeshan Ali tras una exhibición en una cancha de estiércol de vaca en Bombay en 1986. (Foto: @zeeshanalitennis)

“A mí no me parecía loco, pero para los extranjeros sí lo era”, comentó hace un tiempo Amritraj en declaraciones rescatadas por el sitio The Indian Express. Ya en los 80, nada menos que Rod Laver jugó en Bombay una exhibición sobre esa superficie. Y en 1994, el británico Tim Henman realizó en los comienzos de su carrera una exitosa gira en India de lo que eran los Torneos Satélite y se llevó un torneo en Ahmedabad en canchas sobre estiercol de vaca.

Cuentan quienes jugaron sobre ella que la superficie, que en los registros oficiales de ATP aparece como Clay o polvo de ladrillo, era un poco más rápida que la de Roland Garros, sin la posibilidad de “patinar”, y a la vez más lenta que el césped y el cemento. Y que tenía la ventaja de ser acolchada, lo que era bueno para evitar dolencias en las articulaciones.

Leander Paes, la leyenda del tenis indio que se retiró recientemente y llegó a ser medallista olímpico y número 1 del mundo en dobles, había jugado sus primeros partidos en esas canchas. Leander fue talentoso y pícaro dentro del court. Fuera de ella se declaraba fanático del comediante estadounidense Jerry Seinfeld y mostraba cuando podía su habilidad para declarar. A la hora de hablar de aquellas canchas de estiércol de vaca, no dudó: “Para ser sincero, olían bastante mal”. También se formó en ellas Sania Mirza, otra eximia doblista nacida en India que llegó a lo más alto del ranking de parejas y se mantiene en actividad.

Los tenistas indios se sentían bien locales en esas canchas. Como en 1970, cuando dieron la sorpresa en la serie de Copa Davis al vencer con comodidad a la poderosa Australia. Unos años antes, en 1965, los españoles movieron influencias y lograron cambiar la localía de una serie que se iba a disputar en el país asiático.

“Literalmente íbamos a jugar sobre mierda de vaca. Los indios la prensaban para hacer las pistas de tenis. Tenías que moverte a los saltitos como quien no quiere pisar huevos”, recordó en su momento el extenista José Arilla en una entrevista a El Periódico. Y agregó: “La primera vez que jugué en Calcuta sobre esa superficie, me asusté de verdad cuando vi a un señor con una bata blanca sentado junto al juez de silla. Me explicaron que era un médico. ‘Es obligatorio que esté ahí para aplicar la vacuna antitetánica si se cae algún tenista’, me dijeron. La verdad es que no jugué tranquilo”.

Como cabe imaginar, los tenistas indios trataban de aprovechar esa aprensión que al menos en un comienzo tenían los visitantes. “Para ellos era por un lado fascinante y por otro aterrador”, contó el extenista indio Zeeshan Ali, que aseguraba también que los extranjeros “escuchaban historias de gérmenes y el olor los asustaba”. Ante esa situación, los indios buscaban lanzarles bolas anguladas y bajas para que la cabeza y los temores jugaran su propio partido.

Sania Mirza, la doblista nacida
Sania Mirza, la doblista nacida en India que llegó a lo más alto del ranking de parejas y se mantiene en actividad. Inició su carrera en canchas de excremento de vaca

Para empezar a entender cómo llega un país a aceptar la idea de hacer courts sobre excremento bovino, es bueno detenerse en una escena que ocurre todos los años en la ciudad india de Gumatapura: miles de personas se arrojan entre sí pilas de bosta de vaca en un ritual que involucra a adultos, niños y ancianos. A la amplia mayoría de los foráneos, la imagen no solo les causará repulsión sino que pensarán en el riesgo de infecciones que corren quienes se ven expuestos de esa manera a los excrementos.

La mirada es totalmente opuesta para los que participan de la “batalla”: sienten que están inmersos en un ritual sagrado que además los protege, ya que creen con fervor que ese estiércol tiene propiedades curativas. Es que bien lo saben aquellos que han cambiado pañales a un bebé, al que hay que disuadir de que manotee o meta el pie en lo que anduvo dejando por ahí: la noción de asco ante el excremento no nace con el ser humano, sino que va siendo adquirida durante la vida. Es una cuestión cultural que, como queda claro, puede no ser igual en todos lados.

Las vacas tienen un significado sagrado para la religión hindú, que es la predominante en India. Son un símbolo de fertilidad, en conexión con la tierra y la naturaleza. Está prohibido su maltrato y sobre todo, bien en contrario de lo que es habitual por estos lares, el consumo de su carne.

Más aún: en los portales indios de noticias abundan las historias acerca de las diferentes utilidades que se le da al excremento de vaca. A mediados de 2020, un organismo gubernamental especializado en el diseño de jabones y productos diversos a base de orina y estiércol de vaca informó que había desarrollado un chip con esos productos, que protegía contra la radiación de los teléfonos móviles. Y en 2021, en el estado indio de Gujarat, un gran número de personas cubrió su cuerpo de materia fecal de vaca en la creencia de que podía ser un remedio contra el COVID-19.

Así, no sorprende tanto que alguien haya imaginado hace un tiempo que el estiércol que producen algunos de los cientos de millones de vacas en India, si era debidamente tratado, podía usarse como superficie para canchas de tenis. Para fines de los 90, esas canchas empezaron a quedar atrás, en general a manos de las de cemento, que tenían necesidades de mantenimiento mucho menores. La dictadura del progreso dejó tan solo en el recuerdo a aquellas canchas que, desde este lado del mundo, cuesta creer que hayan existido.

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