Las vivencias del Sapo Villar, el jugador con más partidos en la historia de San Lorenzo: la parte de su cuerpo que exhibe el museo del club y la crítica a Bilardo

Vistió la camiseta del Ciclón en 446 partidos oficiales, un récord que nadie le quitó todavía. A los 78 años, se toma tres colectivos para ir a entrenar a los juveniles del club de sus amores

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A los 78 años, el Sapo Villar todavía sigue ligado a San Lorenzo
A los 78 años, el Sapo Villar todavía sigue ligado a San Lorenzo

“Yo llegué siendo nadie a San Lorenzo y hoy ser el jugador que más veces vistió la camiseta es un orgullo. San Lorenzo en mi vida, es todo. Gracias a Dios la vida me dio la oportunidad de representar estos colores”. De esta manera, se presenta Sergio Bismark Villar, popularmente conocido como el Sapo, quien jugó 446 partidos en el Ciclón de manera oficial y convirtió 6 goles.

El uruguayo nació en Montevideo el 5 de enero de 1944. Hoy, a los 78 años, no hay quién no lo conozca en la Ciudad Deportiva del Bajo Flores cuando se presenta los sábados para trabajar en el fútbol recreativo del club, dando consejos a chicos de 6 a 16 años.

Tengo que caminar 20 cuadras y tomar tres colectivos para llegar al Nuevo Gasómetro. Todo pasa en la vida, como no va a pasar una situación como ésta”, cuenta resignado el lateral derecho que fue campeón invicto en 1968, bicampeón en 1972; y obtuvo su cuarto título en 1974.

El Sapo fue integrante de Los Matadores, el primer campeón invicto del fútbol argentino. También, se dio el lujo de jugar en el Viejo Gasómetro y guarda en su casa, como se guarda un tesoro, un pedazo del estadio que lo vio brillar tantas veces en Boedo: “Después de muchos años, me regalaron un pedazo de tablón. Es una reliquia”, describe el ex defensor con mucha emoción.

En diálogo con Infobae desde Saavedra, el Sapo analiza el presente del club de sus amores. Además, revela qué parte de su cuerpo se expone en un frasco de formol en un museo de Buenos Aires, critica a Carlos Bilardo y al Toto Lorenzo como entrenadores, al mismo tiempo que explica qué fue lo que sintió cuando desapareció el Viejo Gasómetro en 1979.

Jugó 446 partidos en el Ciclón de manera oficial
Jugó 446 partidos en el Ciclón de manera oficial

¿Qué es de su vida, Sergio?

— Estoy bien. En mi casa, cuidándome. Cumplo 78 años y voy a estar rodeado de mi familia, también de mi amigo Luis Velázquez que se recibió de abogado. Por ser una persona grande tomo más recaudos. Pero por suerte, ya tengo las tres vacunas.

— ¿Eligió vacunarse en el mismo lugar donde ganó cuatro títulos con San Lorenzo de Almagro?

— Sí, donde estaba ubicado el Viejo Gasómetro, en Inclán y Avenida La Plata. Ahí gané cuatro títulos y fui feliz. Yo vivo en Cornelio Saavedra. No me queda cerca Boedo. Pero igualmente como extraño ir para allá, elegí ese lugar para vacunarme

— ¿Cómo fue volver a ese sitio donde brilló tanto tiempo?

— No está el estadio, pero sí la tierra santa. Cuando llegaba al sitio recordaba las veces que había entrado con la camiseta azulgrana. Fue un momento de mucho recuerdo, nostalgia y emoción. Cuando fui futbolista, pisaba esas instalaciones todos los días, salvo el día de descanso posterior al partido.

— ¿Cómo fue su llegada al conjunto de Boedo?

— Estaba desarrollándome en Defensor de Montevideo y me vino a buscar San Lorenzo. Llegué a Buenos Aires y me entrevistaron en una oficina ubicada frente al Viejo Gasómetro. Allí, firmé mi primer contrato. Luego, fuimos al almorzar. Tras el conclave, me presentaron el Viejo Gasómetro, que era una maravilla. Lo primero que conocí cuando arribé a Buenos Aires fue el estadio de Boedo que era una cosa inmensa comparado a las canchas que había en mi país. Muchos tablones de madera que en mi país no existían.

— ¿Qué sintió al jugar en el Viejo Gasómetro?

— Fue espectacular. Las gradas eran diferentes a las del Nuevo Gasómetro. Recuerdo que vine de Montevideo; y en la primera cancha que me tocó jugar fue ahí. Tenía sectores de tierra y otras de pasto. Me fui adaptando con el correr del tiempo y fui conociendo donde picaba mejor la pelota. Sabía en que sectores no podía rifarla al ras del piso. Conocía todo de esa cancha. Hasta sabía en que lugares del estadio se amontonaban las monedas, los encendedores y otros objetos que se le caían a los hinchas que estaban en las gradas.

— ¿Qué conserva de aquel estadio mítico?

— Después de muchos años me regalaron un pedazo de tablón. Un hincha que de chiquito iba a la cancha y me veía jugar, me llamó por teléfono y me regaló una parte del Viejo Gasómetro. Es una reliquia que tengo en casa. De San Lorenzo recibo continuamente el cariño de su gente.

— ¿Cómo se produjo el salto a la Primera?

— Me contrataron para jugar directamente en Primera División. No hice las inferiores ni pasé por la reserva. Teníamos un técnico en aquel momento que se llamaba Tim, Elba de Pádua Lima, que fue el único brasileño que dirigió en nuestro país. Ni bien lo conocí, me miró y no me dijo nada. Yo era petiso y no llamaba mucho la atención. Luego, el entrenador me vio entrenar y me dijo: ´La camiseta número 4 es suya´. Y desde que debuté en el 68´ en la victoria ante Atlanta por 5 a 1 en Villa Crespo no me sacó más. Fui un defensor limpio que no te hacía falta ni te iba al humo, sino que esperaba el momento justo para quitarle el balón al rival. De esta manera, los wines quedaban desparramos.

— En 1968 debutó en San Lorenzo e inmediatamente se consagró campeón…

— Sí. Primero en un cuadrangular que se jugó en Mar del Plata por el torneo de verano. Luego, se armó el equipo que jugó el Metropolitano y se consagró campeón invicto el mismo año, de la mano de Tim que fue un director técnico que te dejaba jugar. A los brasileños le gusta que uno juegue. En el entretiempo, mucho no hablaba. Pero corregía los errores que habíamos cometido y nos marcaba los defectos del rival. Siempre acertó con todo.

— ¿Qué siente al tener la marca de ser el jugador que más veces vistió la camiseta de San Lorenzo?

— Yo llegué siendo nadie a San Lorenzo y hoy ser el jugador que más veces vistió la camiseta es un orgullo. San Lorenzo en mi vida es todo. Gracias a Dios la vida me dio la oportunidad de representar estos colores. Jugué casi 13 años en San Lorenzo porque la temporada de 1981 no lo voy a contar ya que disputé muy pocos partidos. Casi siempre fui titular, salvo cuando estuve lesionado. Cuando me rehabilité, tuve que esperar un tiempito para recuperar mi lugar. Salí cuatro veces campeón; una de manera invicta. Recuerdo que con mi primer sueldo le compré un televisor a mi mamá

— ¿Cuánto cobraba cuando firmó su primer contrato?

— Cobraba muy poquito. Por ejemplo, si en Uruguay ganaba dos pesos, en la Argentina percibía cinco. Luego me enteré de que mis compañeros ganaban el doble que yo. Y yo quedaba muy lejos de los que ellos percibían. Pero sí cobraba mucho más de lo que lo recibía en mi país.

— Cuando llegó inmediatamente se metió a la gente en el bolsillo, ¿Qué coreaba la hinchada cada vez que lo veía jugar?

“Y chupe, chupe, chupe, no deje de chupar, el Sapo es lo más grande del fútbol nacional”. Además, como no me conocía nadie para alentarme me decían “uruguayo, uruguayo”. Yo no estaba acostumbrado a ese cántico en mi país. Entonces, un día se me acercó Miguel Ángel Tojo y me dijo: “Cuando te canten ‘uruguayo, uruguayo’ tenés que saludar. Debes levantar las manos en agradecimiento a los hinchas”(risas).

— ¿Cómo fue ser parte de Los Matadores, el primer campeón invicto del futbol argentino?

— Fue fabuloso y algo extraordinario. En el ordenamiento de las casacas me tocó vestir la número 2. Ese equipo era una maquinita y un relojito. Tenía fuerza, calidad, cabeza, remate, atajadas con dos arqueros muy buenos como Irusta y Buticce. Era un placer para mi jugar al lado del Sr. Albrecht, que tenía mucha personalidad; de la Oveja Telch, de Rendo que era muy inteligente; de Toti Veglio que te pisaba la pelota dentro del área, del Lobo Fischer que siempre iba para adelante, de Tojo que tenía una zurda maravillosa. Pero lo más importante de todo fue la confianza que te daba el técnico.

— ¿Les daba libertades también durante las concentraciones?

— Si. Nos concentrábamos un viernes por la noche en pleno centro de Buenos Aires y teníamos la libertad para hacer lo que queramos. Algunos se iban a pasear, otros a tomar unas copas. Pero nadie se pasaba de la raya.

— ¿Es cierto que el Bambino Veira llegaba al entrenamiento luego de haber estado de juerga?

— Cuando vine no conocía a nadie. Pero sabía que el Bambino era un muchacho que le gustaba la farra. Cada uno es dueño de su vida. Él tenía compañeros de muchos años en el club y se relacionaba más con ellos. Nuestra relación era de profesionales, nada más. Yo no le iba a decir qué hacer y qué no. Cada uno hacía lo que quería. En ese sentido no me metí con la vida de nadie en particular. Yo era un tipo que me cuidaba y no me iba de joda.

— Luego, fueron bicampeones en 1972 de la mano de Juan Carlos Lorenzo como director técnico. ¿Qué enseñanza le dejó el Toto?

— Ninguna. La enseñanza te la dejan aquellos que te dejan jugar, que te explican algunas cosas y comprenden al jugador. En cambio, el tipo que grita, que te vuelve loco o no te da bola cuando no le servís, ese modelo de entrenador no me agrada. Recuerdo que en la previa a la final del Nacional de 1972 ante River en el Amalfitani, que ganamos 1 a 0 con el tanto de Figueroa, se me acercó el Toto Lorenzo y me dijo como debía marcar a Oscar Pinino Más, a quién había marcado en diez oportunidades. Yo no lo podía creer.

— ¿Qué le respondiste?

— “Escúcheme Maestro, no me diga nada, porque ya sé cómo marcar a Pinino, lo hice muchas veces y sé cómo juega”. Me enojé porque en lugar de alentarte, el Toto te generaba miedo. Hay técnicos que se creen que se la saben todas, pero no es así.

— ¿Qué te dejó Bilardo como entrenador en 1979?

— Otro que quería abarcar todo. Te pueden aconsejar los entrenadores, pero nada más. Pueden decirme que los wines enganchaban para adentro o para afuera. Pero después el jugador en el campo de juego debe arreglárselas. El Narigón –teníamos mucha confianza porque fuimos compañeros y rivales– quería abarcar todo y a veces no se puede estar en todos lados.

— ¿Cómo vivieron aquel momento siendo jugadores cuando les quitaron al club los terrenos de avenida La Plata e Inclán?

— Fue una sorpresa para todos. Pero ¿quién se animaba a decir algo en ese momento? No podíamos comentar en voz alta lo que estaba aconteciendo, no nos animábamos por alguna represalia. Los directivos de San Lorenzo lo tuvieron que aceptar sí o sí, no quedaba otra. Se movieron rápidamente para buscar otro estadio para jugar de local. Al no tener una cancha propia, tuvimos que alquilar varias. Sentí tristeza porque me sacaron mi segunda casa; mucha pena y desazón. Igualmente, mucho más no se podía hacer, porque la situación del país no era buena.

— ¿Por qué jugó el partido del descenso de 1981 contra Argentinos Juniors cuando lo habían borrado durante toda la temporada?

— No tenía que haber jugado aquella final porque me terminé quemando. Primero jugué por los sentimientos que tenía hacía el club. Segundo, porque me vino a buscar parte de la hinchada percibiendo que el equipo se iba al descenso. Entonces, me preguntaron: “¿Sapo te animas a jugar?”. Le respondí que “sí”. Ellos hablaron con el Toto Lorenzo y me puso en la final. Fui, jugué y me quemé porque me involucré en un descenso que no me correspondía.

— ¿Fue el día más triste de su carrera?

— Sí, el día más triste, con mucha pena y con mucho análisis post final, porque me habían corrido del equipo por haber saludado en un político de turno. Nunca me había metido en política. Sin embargo, se tomaron revancha contra mí y así les fue. Porque hay gente que hoy no puede entrar al club y se la buscó.

— ¿Es verdad que en un museo de San Lorenzo existe una parte de su cuerpo en formol?

— Sí. En la Platea Norte del Viejo Gasómetro existe el Museo Jacobo Urso, que lleva el nombre del ex jugador del club. Allí, se expone mi menisco derecho en formol. Un día, el director del Museo de aquel entonces me pregunta: “¿Tiene algo para donar al club?”. Le respondo que “sí”. Entonces, les llevé un par de botines que usaba en 1968 y que pesaban 32 kilos cada uno (risas). Cuando fui a dejárselos, le conté que tenía uno de mis meniscos en un frasco en formol. Inmediatamente me respondió: “Tráigalo, que eso no existe en ningún museo del mundo”. Así que se lo llevé. Todavía se conserva mi menisco derecho en el museo del Nuevo Gasómetro. Está a la vista de todos y se lo puede visitar.

— ¿Quién le puso como apodo “El Sapo”?

— En Montevideo me la pasaba jugando en los charquitos de agua. Cuando mi mamá me mandaba a comprar al supermercado, aprovechaba para refrescarme y me tiraba en el charco de la esquina de mi casa. Un día, me vio una vecina y le dijo a mi madre: “Su hijo es un sapito, se vive tirando en los charcos”. Otro vecino lo escuchó y cada vez que me veía pasar, me decía: “Ahí va el sapo”. Y así me quedó para siempre.

"Tengo que caminar 20 cuadras y tomar tres colectivos para llegar a la ciudad deportiva", cuenta Villar, que a los 78 años sigue yendo al club para entrenar a juveniles
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— ¿Conserva el Fiat 128 que manejaba hace 10 años?

— No, ya no lo tengo. Primero tuve un Fitito verde y luego me compré un Fiat 128. Hoy, no tengo auto. Viajó en colectivo. Hoy trabajo en el fútbol recreativo del club, dando consejos a chicos de 6 a 16 años. Los sábados por la mañana voy a la Ciudad Deportiva del Bajo Flores junto al Negro Ortiz, Héctor Scotta y Antonio García Amaijenda para participar en un futbol recreativo con chicos menores que quieren aprender a jugar a la pelota. Tenemos diferentes categorías. Estamos con los niños dos horas por la mañana, al mediodía almorzamos, y a la tarde, disputan el futbol recreativo.

— ¿Viaja en colectivo desde Saavedra?

— Sí, porque vivo muy lejos de la cancha. Hace poco tiempo sacaron el único colectivo que me llevaba desde mi casa al Viejo Gasómetro, la línea 112. Ahora, tengo que caminar 20 cuadras y tomar tres colectivos para llegar a la ciudad deportiva.

— Es el jugador que más vistió la camiseta de San Lorenzo. ¿El club no le puede pagar un remis todos los sábados?

— No lo sé, hoy me tomó tres colectivos. Primero, el 71. Luego, camino ocho cuadras para subirme al 15. Me bajo en la intersección de las avenidas La Plata y Fernández de la Cruz, donde me subo al 101 que me deja frente a la puerta principal de la sede. Todo pasa en la vida, como no va a pasar una situación como ésta.

— ¿Qué observa de la actualidad de San Lorenzo?

— Lamentablemente, no satisfizo lo esperado por los hinchas ni tampoco por los directivos. Hay jugadores que llegaron de los denominados equipos “chicos” y cuando llegan al Ciclón les pesa la camiseta. San Lorenzo es un equipo grande y de mucha tradición. Salieron muchos cracks de este club. Tiene una historia rica y enorme. Hoy, existe un manager y gente especializada en contratar jugadores. Seguramente, van a tener que pensar y analizar el actual mercado de pases cuando se recomiende a un jugador.

— ¿Qué estilo de entrenador le gustaría que tome el cargo?

— Uno con trayectoria. Al Pipi Romagnoli le falta experiencia para agarrar la Primera División. Me gusta José Pekerman para San Lorenzo. Dirigió en muchos lados pero hoy es el técnico de la Selección de Venezuela. Es grande pero él no juega y sabe de fútbol. Sería el indicado para mí.

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