Fernando Signorini: “¿Maradona podría haber vivido más? No, ése era el lugar, ése era el momento, ésa era la manera”

El histórico preparador físico personal de Diego, a quien además acompañó en su aventura como técnico de la Selección, firmó un libro con sus vivencias junto al astro. En diálogo con Infobae, explicó por qué él sí podía decirle que no al Diez, su mirada sobre el contexto de su muerte y el momento más especial que disfrutó a su lado

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"El ciego" y "Pelusa", juntos
"El ciego" y "Pelusa", juntos cuando conducían a la Selección que jugó el Mundial de Sudáfrica 2010 (AFP)

-Bueno, Diego, hoy vamos a hablar con Fernando, a quien vos has mencionado tantas veces. ¿Qué tenés para decir delante de él?

Diego manifestó que siempre habíamos tenido una buena relación, que yo lo había ayudado mucho y ese tipo de cosas. Yo, nada, sólo observaba. En un momento, Vilena Aragón (entonces psiquiatra de Maradona) le preguntó:

-Alguna vez lo invitaste a Fernando a tomar cocaína?

-No, nunca -contestó Diego.

-Mentira -repliqué yo, de inmediato.

Todos me miraron.

-¿Qué es eso? -cuestionó el psiquiatra.

-¿Cómo qué es eso? Él me invitó un día.

Diego se mantuvo callado, con la mirada perdida hacia abajo.

-¿Lo podés contar?

Relaté con mucha calma la situación que ya precisé en uno de los capítulos de este libro, que un día, por pedido de Diego, había ido a la casa de su hermana en Nápoles. Que allí, en un dormitorio, él me había ofrecido probar la cocaína. Que yo me había negado.

-¿Es verdad? -preguntó Vilena Aragón

-Sí -respondió Diego, algo retraído- Yo me había olvidado. Con el miedo que le tenía a éste...

-Perfecto, dejamos acá. Con esto terminamos por hoy -sentenció Vilena Aragón.

Nos levantamos y salimos al pasillo para tomar el ascensor. Primero bajaron el psiquiatra, Claudia y Diego. La cabina del elevador era pequeña, de modo que yo me quedé con Navedo (el otro profesional que trataba a Pelusa) esperando el siguiente viaje.

-Perdón -le dije al psicólogo-, pero de todo esto, me queda una duda.

-Sí, ya sé perfectamente a qué se debe. A vos te sorprendió que Diego dijera que te tenía miedo.

-Exactamente, porque siempre tuvimos una relación excelente.

-El miedo del que Diego habló no es el miedo físico. No. Vos, en cierto sentido, representabas para él la autoridad que a él le faltaba. El padre no estaba en Nápoles, y vos asumías, para él, el rol de la autoridad. En definitiva, lo que hizo Diego en la casa de su hermana fue ponerte a prueba. Si vos hubieras dicho que sí a la droga que él te ofrecía, habrías dejado de ser quien eras, te habrías convertido en uno más. Seguramente vos, cuando le dijiste eso en Napóles, habrás temido que, al otro día, él te dijera ‘no te necesito más’.

-Sí, pensé eso.

-Todo lo contrario, eso lo convenció de que te necesitaba más que nunca. Si le hubieras dicho que sí, él te habría respondido ‘no te necesito más’. Así, supo que podía confiar en vos, porque jamás ibas a ceder. Vos fuiste como una estaca en la que él sabía que se podía apoyar.

La tapa del libro, que
La tapa del libro, que tuvo como objetivo "contar a Diego"

La historia, contada en el epílogo del libro “Diego desde adentro” ilustra quién fue Fernando Signorini en la vida del mejor jugador de todos los tiempos. Su preparador físico personal, un rol revolucionario para los 80, pero además su amigo, respaldo, confidente; una mano de la cual asirse en los momentos turbulentos. Alguien que le podía decir que no, cuando son tantos los que aseguran que era una palabra imposible de pronunciar frente al astro.

El Ciego, apodo con el que lo honró Pelusa, se animó a contar sus vivencias junto al campeón del mundo en un libro en el que contó la colaboración de Luciano Wernicke y Fernando Molina. No es casual que use su nombre propio en el título, en lugar del apellido. Su búsqueda, aclara, fue “contar a Diego”, no a Maradona. “Nuestra relación se pareció mucho a una avenida de dos manos. Yo lo ayudé mucho, pero él también a mí. Con su carisma y generosidad, Diego convirtió una vida ordinaria como la mía en una vida maravillosa. Yo soy alto, rubio, y de ojos celestes, pero todo se lo debo a un negrito villero”, remata el oriundo de Lincoln en la obra.

-¿Por qué decidiste, a un año de su muerte, plasmar en un libro todo lo que viviste con Diego?

-Muchas veces me lo habían sugerido, no me podía quedar en un asado, en una charla, en ámbitos privados; contaba todo, y causaba mucho entusiasmo saber de él, de las cosas que habíamos vivido juntos. Era el momento de darlo a la luz, es un homenaje, un regalo para el cumpleaños que pasó.

-¿Hay algo que dudaste si contar o no, o salió naturalmente todo?

-Me propuse contar la parte más luminosa, que la tenía, era un ser radiante, ¿por qué se habla de la frivolidad, de la parte oscura? ¿Qué le agrega a la gente? Absolutamente nada. Diego es increíble para transmitir, para mí Diego era el Pelu de Fiorito, el chico de barrio. Todo eso que sufrió no hizo más que acelerar el deterioro de una vida maravillosa. Yo conté siempre a ese ser maravilloso, a esa especie de duende, esa cosa inasible que andaba entre nosotros con esa magia inigualable en su pie izquierdo. Fue perfectible como todos, pero con una exposición como nadie había tenido en la historia de la humanidad, en la aldea global, el hombre más conocido del mundo. Cuántos argentinos han contado que acudieron a nombrarlo en otro país, y eso solucionaba todo. Es un personaje irrepetible, como en su momento lo fue su admirado Che Guevara. No sé si al Che le hubiese gustado ser Diego, aunque le encantaba el fútbol, pero a Diego sí le hubiese encantado ser el Che. Ninguna duda.

¿Por qué le hubiera gustado ser el Che?

-Fundamentalmente porque lo admiraba, más allá de la ideología, admiraba a quien donaba su vida por una causa. Después, por ese modo de haber vivido su vida y él también a su modo era un aventurero. En la cancha, como definía Menotti, el fútbol, como la literatura, es orden y aventura. El orden estaba a cargo del equipo y la aventura de él. Estando con la Selección, concentrados para un partido de Eliminatorias para el Mundial de Sudafrica, el periodista Alejandro Wall me llamó para ver si Diego quería conocer a Calica Ferrer, compañero del segundo viaje del Che por Latinoamérica. Diego dijo ‘encantado, que venga ya’. Y tuvimos la oportunidad de conocerlo. Diego quedó maravillado con las historias de su amigo de la infancia.

Preparador físico y atleta, en
Preparador físico y atleta, en aquellos 11 días en La Pampa, como puesta a punto para el Mundial del 94

-Si te pido que elijas un momento de todo lo que pasaste con Maradona, ¿con cuál te quedás?

-El 10 al 21 de abril del 94, esos 10 días que estuvimos en ese paraje perdido de La Pampa, a 40 km de Santa Rosa, ayudándolo a llegar a la mejor forma posible para el Mundial de Estados Unidos. Esos días fueron un privilegio. Él ya había ascendido a lo más alto de la cima, y era un tremendo desafío, porque había aumentado mucho de peso, había dejado el fútbol, estaba inmerso en el problema de adicción, eran todos interrogantes, era ver hasta dónde podía con su coraje, por su amor por la camiseta argentina y por el amor por sus hijas, que era la primera vez que iban a verlo en un Mundial. Yo le sugerí que ya estaba, pero ante lo irrebatible del argumento, decidí acompañarlo. Habían otras dos propuestas de locación, pero el enjambre de periodistas voraces lo iba a perseguir. Y le dije, además, para llegar adonde querés llegar, tenés que salir de donde empezaste, tenés que salir de Fiorito. Necesitábamos un lugar de mucha intimidad, contacto con la naturaleza. Y tuvimos una suerte descomunal, esos díez días fueron maravillosos, con frío polar a la mañana, pero hacia mediodía podíamos estar con el torso desnudo, y el paisaje era sobrecogedor; la inmensidad, la puesta del sol. Había como un pasillo que llevaba a la puesta del sol, era común que nos sentáramos con don Diego, Marcos Franchi, en absoluto silencio, mientras tomábamos mate. El tema era contemplar la puesta del sol, cuando la tierra lo serruchaba de abajo, como dice Güiraldes en su libro, Don Segundo Sombra. Eran momentos de una gran introspección. Eso buscaba, que él buscara dentro de sí mismo, era el paso crucial. Y lo logró, cuando llegó se dio cuenta que no había TV, apenas había un canal y se veía mal. “Hijo de puta, adónde me trajiste”, me dijo. Y yo le dije a Don Diego, “¿quién se cree que es, hijo de Anchorena?”. La gente en La Pampa se portó de maravillas, con una calidez... íbamos a la tarde a Santa Rosa, porque había que ocupar la mayor parte de tiempo para que su cabeza no anduviera por lugares de riesgo, íbamos al gimnasio de Miguel Ángel Campanino, y demostraba que por su coordinación neuromuscular podía copiar los movimientos de Campanino. Incluso bajó en un descanso, y dijo, menos mal que se dedicó al fútbol, porque se dedicaba al boxeo me llenaba la cara de dedos.

-El boxeo siempre fue un método de entrenamiento que le inculcaste

-Sí, en Napoli teníamos un gimnasio, para que descargara, con una luz amarilla, una roja y una verde, parecía un garito. Ponía música a todo lo que daba, él la elegía, lo disfrazaba de boxeador, calzaba los guantes y le decía, señalándole la bolsa: “Acá adentro están los que te odian, los que te critican. Cuando diga ya, hacé lo que quieras con ellos”. Y le pegaba hasta que se descargaba y llegaba a un nivel total de agotamiento. Entonces se relajaba, bajábamos la música... Era una manera de descubrir diariamente las brutales capacidades que tenía para el deporte.

-Hablando de capacidades, en el libro contás que en la clínica del doctor Dal Monte, en Italia, decían que tenía aptitudes para ser piloto de un avión de guerra, por la visión periférica.

-Otro día me dijo que la respuesta de Diego al estímulo era mejor al de los mejores sprinters a nivel mundial.

-Siempre se dijo que era difícil decirle que no a Maradona. Sin embargo, en el libro contás situaciones en las que le dijiste que no, y eso no hizo mella en la relación.

-Al contrario. Yo estaba ahí para ayudarlo. Con Diego o cualquiera de mis amigos, yo entiendo la amistad de esa manera, es así. Por eso yo siempre, cuando tenía que decirle las cosas, era de frente. Yo hablaba mal de él, si tenía que hacerlo, delante de él. Y, cuando no estaba, hablaba muy bien.

-¿Y por qué históricamente se dijo que era difícil decirle que no?

-No sé quién inventó eso. Yo hablo de mi relación. Como no estaba ahí para sacarle ninguna ventaja, a mí no me importaba que se enojara, si el deseo de jugar al mejor nivel no era mío, yo estaba para ayudarlo, era lo más natural del mundo. A veces un ‘no’ más energico, a veces tenía que gritarle para hacerlo reaccionar, y a veces un ‘no’ chiquito, de charla íntima, de escucharlo. Él no era una vasija a la que había que llenar de palabras, era una antorcha a la que había que encender, y ayudarlo.

-¿Qué te pasa cuando escuchás o leés a quienes opinan que Diego podría haber sido más si se hubiese cuidado, si no hubiera caído en las drogas?

-Él mismo lo dijo, ‘qué jugador hubiera sido si no hubiera tomado drogas’. Deberían pensar en ser un poco mejor ellos mismos y no exigirles a los demás. Así es fácil. El argentino tiene soluciones para los problemas de los demás, pero no los tiene para los propios. Los otros tienen que ser como nosotros queremos. ¡No! Los otros tienen que ser como quieran ser. Es como cuando te preguntan, ¿Diego podría haber vivido más? No. Ése era el momento, ése era el lugar, ésa era la manera. Es el destino de cada uno, listo, se acabó. Y el último día, el último segundo va a ser ese que está predestinado. Después dirán, “pero si hubiera hecho esto, lo otro”. Por qué tenemos que tener tanto preconcepto o pensar que nosotros podemos manejar... Soy absolutamente convencido del libre albedrío, porque si yo pudiera manejar todo no me enfermaría, no ocurrirían accidentes... No, no se puede. Yo pienso así, después cada uno tiene derecho de pensar distinto y es respetable.

Signorini estuvo a cargo de
Signorini estuvo a cargo de la preparación física de Maradona en La Pampa para el Mundial de Estados Unidos 1994

-Sonó fuerte esa frase. ¿Creés que no había vuelta atrás con Maradona?

-Absolutamente. Si no, no hubiera sido, pero fue. Después vienen las especulaciones... Además otra cosa: no puedo ser deshonesto ni irrespetuoso con la gente que estaba al lado. Porque era la gente que Diego quería que estuviera con él. Una vez dije, cuando todos decían que a Diego había que cambiarles los amigos, que antes de que a Diego le impusieran eso, lo despersonalizaran, prefería que se muriera. ¿Quiénes son los demás? ¿Con qué derecho hablan estos guías morales que tiene el país, que no se equivocan nunca, que solamente hacen el amor con la luz apagada? Él tenía que hacer su vida como quería, ¿quién tenía el derecho a meterse? Después sí, podría haber tenido gente que le dijera, “ya que decidís tomar cocaína, aprendé todo lo que ella puede provocar, que no te termine haciendo pedazos”. Porque para hablar de adicciones, cualquiera habla sin conocimiento. Son todos moralistas, dispuestos a juzgar a quien se equivoque, es un juego perverso. Ahora, cuando estoy con mis amigos, cualquiera, doy mi punto de vista, y si eso le sirve, mucho mejor. Pero en definitiva, que cada uno haga lo que quiera.

-Sin embargo, en muchos casos, has preferido no participar de los entornos. En la fiesta del traspaso del Barcelona al Napoli, brindaste y te fuiste a tu casa; así lo contás en el libro.

-Porque así como los otros son dueños de sus decisiones, yo también hago lo que me parece.

-O sea, jamás criticaste a un entorno, al menos en público.

-No, porque a esa gente no la conozco. Después sí he visto que se han usado horas y horas, como si saber todos los detalles de lo que pasó le mejorara la vida a alguien, pero forma parte del deterioro brutal de la cultura. ¿A quién le importa todo lo último de un jugador, que tiene una pareja y estuvo con otra? ¿Cómo puede ser que haya una sola persona que se meta en la alcoba de otro...? Hay libros fantásticos, maravillosos.

¿Cómo te gustaría que lo recuerden a Diego?

-Como lo que fue, con alegría. A mí me regaló una vida maravillosa, a otros les regaló relojes de oro, o autos de alta gama; a mí me regaló cosas que no tienen precio, momentos imborrables, muchas más valiosas que un objeto material.

¿Cómo te llevás vos con las comparaciones con Messi, con quien también trabajaste como preparador físico de la Selección?

-Es una debilidad de carácter, o algo que se presenta para generar debate y no lleva a ninguna conclusión. A los mejores no los comparo, los disfruto. Hay una forma de ser que tenía Diego, un rebelde con causa desde los primeros años, que lo obligaron desde muy pequeño a hacer uso de las mejores virtudes de los seres humanos, que es la rebeldía ante cualquier injusticia. Diego tenía ese espíritu casi universalista. Él no iba a ser el esclavo del amo, no iba a permitir que, porque le pagaba, iba a decirle qué tenía que hacer con su vida.

-¿Todas las decisiones que tomó a lo largo de su vida le pertenecieron a Diego?

-Algunas pudieron estar influenciadas por algún tipo de sugerencia o consejo, a vos te debe pasar lo mismo. Y a lo mejor tenés en cuenta lo que te dijeron tus pares o amigos, pero la decisión es tuya. No difería de una persona normal a la que le había caído, cuando era muy joven, sobre sus espaldas, hacerse cargo de las ilusiones, emociones, de 40 millones que le exigían a él lo que no se exigen. Porque mirá si la perfección que le exigen a los jugadores, si cada uno se obligara a ser tan perfecto, Argentina sería Noruega, y apenas somos los restos de un país maravilloso.

¿Quién te gustaría que lea el libro?

-A lo mejor, los guías morales, más allá de Dalma y Gianinna. Me refiero a esos guías morales que tiene el país con las soluciones para todos. Ni son periodistas, son operadores, a veces ponen cara de malos, a veces gritan... Son los que cuando falleció Diego se frotaban los ojos con cebollas, porque son insensibles.

El PF junto a Messi.
El PF junto a Messi. No le gusta las comparaciones con Diego: "A los mejores los disfruto" (Foto: Facebook/Fernando Signorini)

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