—¿Andás con miedo, Mostaza?
—¿Cómo? ¿Con miedo de qué?
—Con miedo de que se caigan.
—No, para nada. Vamos a salir campeones. Ahora me enojé, ¡vamos a salir campeones!
El diálogo entre Mostaza Merlo y Tití Fernández en la cancha de Huracán representó el presagio que quisieron escuchar los hinchas de Racing después de tantos años de espera. Aquel 9 de diciembre del 2001, el técnico de la Academia tiró por la borda la mesura del Paso a Paso que lo había acompañado durante toda la campaña y confirmó lo que el pueblo albiceleste más anhelaba. Su enojo se justificó por los dos goles que le habían anulado al Chanchi Estévez en el duelo con el Taladro, que hubieran significado la posible consagración en el Cilindro. “Yo quería ganarle a Banfield para festejar el campeonato de local contra Lanús”, explicó el DT en reiteradas ocasiones. Faltaban dos fechas y el objetivo estaba cada vez más cerca.
Para esas alturas, Gerardo Bedoya ya había explotado el arco de Ángel David Comizzo en Avellaneda, que evitó la derrota con River que hubiera convertido el sueño en pesadilla. Fue uno de los goles que más se gritó en la historia del club, ya que la conquista del colombiano instaló la felicidad colectiva. Hasta un juez de línea festejó el agónico tanto del cafetero. En aquella jornada, Alberto Barrientos estaba a cargo de marcar el ataque local cuando explotó el Presidente Perón. “La adrenalina de esa tarde fue terrible, como árbitro y como hincha. Porque pensé que Racing perdía el campeonato”, explicó tiempo después el ex asistente de Héctor Baldassi en el libro Academia Carajo de Alejandro Wall.
Fue Gabriel Brazenas el que tuvo que calmar a Barrientos en el entretiempo del clásico. “Vas a ver que en el segundo tiempo Racing lo pasa por arriba y lo empata”, le dijo el cuarto árbitro, quien llamativamente estuvo a cargo del último compromiso con Vélez en el José Amalfitani.
Por esas curiosidades del destino, cuando Bedoya selló el 1 a 1 salió corriendo hacia el sector de Barrientos como si fuera a abrazarlo. La euforia que derivó en una montaña de cuerpos académicos quedó enmarcada como el cierre de un sueño cumplido. El éxtasis generalizado también invadió el cuerpo del lineman, quien se acercó a los jugadores y les gritó: “Vamos muchachos, levántense rápido que Baldassi va a adicionar y por ahí nos ganan”... Y el mano a mano que desperdició Martín Cardetti en la última jugada paralizó los corazones de Avellaneda. En ese momento, Argentina todavía era presidida por Fernando de la Rúa.
El 16 de diciembre, con goles de Rafael Macerateci y José Chatruc, Racing le ganó sin inconvenientes a Lanús en su estadio y dio otro paso hacia la gloria. Para esas alturas, cada arbolito navideño tenía a sus pies el sueño académico y la inestabilidad social, política y económica que acechaba al país parecía quedar en segundo plano para los hinchas.
Fueron horas caóticas. Mientras miles de fanáticos se amontonaban en el estadio para adquirir los boletos para el último partido con Vélez, en las calles se registraban saqueos, piquetes, manifestaciones y reclamos contra el Gobierno Nacional. “Era una locura. La gente venía y nos pedía entradas porque era imposible conseguirlas. Se vendían al toque. Nos daban dos a cada uno para los jugadores, y muchos familiares no podían ir a vernos. Era difícil abstraerse de todo ese contexto, porque sentíamos una presión muy grande. Los hinchas venían y nos decían que si no salíamos campeones se iban a matar. Era complicado”, recordó en diálogo con Infobae Maximiliano Estévez, una de las figuras del equipo.
La última fecha del Apertura del 2001 estaba programada para el fin de semana del 22 y 23 de diciembre. El pueblo académico esperaba brindar en las fiestas con el ansiado título, pero dos días antes se produjo el estallido social que derivó en una de las crisis más significativas de la historia nacional.
Cuando De la Rúa decretó el estado de sitio, el pueblo volvió a salir a las calles. Los cacerolazos que exigieron su renuncia fueron reprimidos con violencia y la muerte de manifestantes completó la trágica escena de una Argentina desbordada.
El aroma a la pirotecnia que se percibía en las tribunas que lideraba la Guardia Imperial se convirtió en el olor a los gases lacrimógenos que se lanzaron frente a la Casa Rosada. Y la partida del Jefe de Estado en helicóptero cargó de tensión a la esperanza albiceleste: la gloría debía esperar.
Cuando Ramón Puerta asumió la presidencia se encontró con un país devastado. Y en su agenda también se encontraba la definición del campeonato. En una reunión ideada por Mauricio Macri (por entonces presidente de Boca), en la que participaron Julio Grondona (titular de AFA), Fernando Marín (propietario de Blanquiceleste SA que gerenciaba a Racing), Eduardo Mousseaud (presidente de Vélez), Miguel Ángel Toma (Ministro de Seguridad), Humberto Schiavino (Jefe de Gabinete) y el propio Puerta se resolvió ponerle punto final al Apertura después de la Navidad con sólo dos partidos: La Academia frente al Fortín en Liniers y River contra Rosario Central en el Monumental, “porque la gente necesitaba festejar”.
Los nervios también se trasladaron al plantel que lideraba Reinaldo Merlo. No fue casualidad la pelea que protagonizaron el Polaco Bastía y el Pepe Chatruc en un entrenamiento, mientras los hinchas continuaban luchando por un ticket a la vera del Presidente Perón. “No se había enterado nadie de eso. Después de varios años lo contó José en un programa de ESPN. Eso hablaba de cómo cuidábamos al grupo, que era lo que más nos pedía Mostaza. Normalmente los periodistas se enteran de inmediato, pero esa información no se filtró para nada. Fue una muestra de las ganas que teníamos de cumplir el objetivo. Además, estaba la gente haciendo la cola para sacar las entradas para el domingo y no se enteraron. Fue una locura”, recordó Claudio Úbeda en diálogo con Infobae antes de partir hacia Arabia Saudita, donde integrará el cuerpo técnico de Miguel Ángel Russo en el Al-Nassr.
Lo llamativo fue que para el 27 de diciembre, el que ocupaba el sillón de Rivadavia era Adolfo Rodríguez Saá, quien había sido elegido por la Asamblea Legislativa para ocupar el cargo 4 días antes.
Aquella tarde en el José Amalfitani pasó de todo. La lluvia que estropeó a muchos molinetes del estadio habilitó un ingreso superior al permitido. En Avellaneda, los simpatizantes también invadieron al Cilindro para seguir las acciones a través de una pantalla gigante. Y en los televisores de los hogares y los bares sólo se escuchaba el relato de Marcelo Araujo.
A los 8 minutos del segundo tiempo, Gabriel Brazenas sancionó una falta en ataque a favor de Racing que despertó la locura. “Fue un tiro libre por la derecha. Bedoya ejecutó con pierna cambiada cuando yo tenía a los jugadores en la misma línea. Cuando miré a Bedoya, Loeschbor intentó meterse para quedar habilitado. Quiso entrar a la última línea. Pero cuando se metió, Bedoya ya le había pegado a la pelota. Y Loeschbor cabeceó medio de costado. En esa décima de segundo tuve la duda, pero me dije: Ma sí, me voy al medio”…
Alberto Barrientos fue el primero en festejar el gol del campeonato. Lo hizo en silencio y sin importarle su trabajo. El juez de línea mantuvo su banderín abajo mientras se dirigía hacía la mitad de la cancha, dándole la derecha a Brazenas para que otorgara el tanto de Racing.
El grito comenzó en Liniers, donde el 75% del público era de la Academia, y continuó hasta llegar a Avellaneda, donde otros miles de fanáticos habían copado al Cilindro. Y todos juntos sufrieron cuando Chirumbolo le puso cifras definitivas al empate que cerró la campaña. Todavía algunos recuerdan al Gato Sessa yendo a buscar el cabezazo milagroso que le diera al Fortín el triunfo para evitar el título de su rival ¿Incentivo? A nadie le importaba.
El punto fue suficiente para terminar con la sequía de los 35 años. “Tuvimos planteles más vistosos y con jugadores de mayor jerarquía en el club, porque el equipo que armamos en 2001 fue para ganar un colchón de puntos y esquivar el descenso. Después del primer partido con Argentinos el hincha se empezó a ilusionar. Conseguimos un empate muy importante con el gol sobre el final del Flaco Loeschbor contra Independiente (segunda fecha) y ahí empezamos a ganar en confianza”, analizó Úbeda.
“Estuve en otros equipos que tenían más figuras, pero ese fue el más recordado por lo que se consiguió. Perdimos un solo partido (con Boca), ganamos en todos lados y demostramos que éramos un grupo con mucha dinámica y mucha valentía. Por eso se formó una gran amistad. Con algunos somos como hermanos. Eso pasa muy pocas veces en el fútbol. Si bien hubo un montón de campeones, ninguno logró la hazaña que conseguimos nosotros. Y quedamos en la retina del hincha de Racing para siempre. Tal vez el equipo de Cappa era más vistoso. O el de Ardiles, cuando quedamos afuera de la Copa Libertadores (2003), que jugaba muy bien al fútbol y tenía la base del 2001. Pero el de Mostaza está más allá de todo porque se sacó la mochila enorme de los 35 años. Había chicos que no habían visto a Racing campeón”, completó el Chanchi Estévez.
Pasaron dos décadas de uno de los sucesos deportivos más recordados por el complejo contexto social que lo acuñó. Propio de un guion de cine, la Academia festejó cuando el país atravesaba uno de los peores momentos de su historia. Con dos canchas llenas y un Obelisco desbordado (de bronca en un principio y de felicidad después), Racing terminó con la sequía de los 35 años. Y lo hizo Paso a Paso.
SEGUIR LEYENDO