“El árbitro no solo tiene que aprobar la parte física y las 17 reglas que rigen el fútbol. Lo fundamental es que tenga conducción, personalidad y gestualidad para ser entendido. La clave está ahí”. Con la misma claridad conceptual con la que dirigía los partidos, Juan Carlos Loustau sienta su posición sobre las características fundamentales de los árbitros. Y vaya si es palabra autorizada, quien estuvo 15 años en Primera División (en la gran época 1979–1994), dirigió Copas Libertadores, mundiales juveniles, Juegos Olímpicos, la final Intercontinental entre Barcelona y Sao Paulo y, sobre todo, la Copa del Mundo Italia ‘90, donde sobresalió por sus cualidades.
“A mí me apasionaba jugar al fútbol y ni se me pasaba por la cabeza la posibilidad de ser juez. Hice todas las divisiones inferiores de Temperley y a los 20 años, apenas salido del servicio militar, estaba trabajando en la General Motors y comencé con el curso de árbitro, ya que me quedaba a solo 20 minutos. Desde siempre viví en Temperley y en mis inicios no tenía auto, por lo que si un sábado me tocaba un partido en Ituzaingó, tenía que salir como a las 9 de la mañana, por lo que requería de un gran esfuerzo, ya que era mucho más el tiempo de viaje ida y vuelta que el cotejo en sí. Es muy difícil que alguien a esa edad diga que la gran pasión de su vida es el arbitraje, porque es algo que se adquiere con el tiempo. Yo quería seguir ligado al fútbol como periodista deportivo o director técnico, pero lo último era ser lo que finalmente fui”.
Atrás iban quedando los esfuerzos de los comienzos, esos sábados largos que tenían mucho de cansancio y poco de reconocimiento. Pero las actuaciones de Juan Carlos Loustau venían llamando la atención de las autoridades, hasta que llegó el día soñado: “Venía actuando en la B y había tenido una buena tarea en un choque importante entre Nueva Chicago y Almagro, pero desconocía que me estaban probando. Un martes se realizó el sorteo de la tercera fecha del Nacional y mi padre, que siempre escuchaba la radio, me dijo: “¿Sabés que dirigís el domingo Primera División?”, a lo que le respondí que no tenía idea. Efectivamente, el 16 de septiembre de 1979, debuté en la máxima categoría en Independiente Rivadavia 2 – Altos Hornos Zapla 2, enseguida fui a la cancha de Boca, en una victoria contra Chaco For Ever y dos años después me designaron como internacional”.
Eran tiempos extraordinarios del fútbol argentino, porque a excepción de unos pocos, los mejores jugadores actuaban cada domingo en nuestras canchas: Hugo Gatti, Ubaldo Fillol, Daniel Passarella, Ricardo Bochini, Beto Alonso y un chico que ya conmovía a todos: Diego Armando Maradona: “La vida te depara cosas que ni te podés imaginar, verdaderos regalos. Me tocó arbitrar Argentinos Juniors contra Boca en cancha de Velez, con un Maradona maravilloso, impecable, un chico encantador, que casi no hablaba en la cancha. Ese fue el famoso día que le hizo cuatro goles a Gatti, en uno de los partidos que él más recordó toda su vida. Tan es así que Jorge Ribolzi, un muy buen volante de Boca, ante cada magia que inventaba Diego, gritaba: “No le peguen, no le peguen”. Un gran gesto y poco habitual”.
“Para mí, a pesar de haber estado en un campo de juego con Zico, Van Basten, Matthaeus, Junior, Falcao, Alonso o Bochini, Diego fue el mejor de todos los que tuve la suerte de dirigir, y lo hice en sus tres equipos en nuestro país: Argentinos, Boca y Newell´s. También en la selección argentina, porque en aquel tiempo, FIFA te exigía por lo menos dos encuentros a nivel internacional, para que te otorgasen el escudo que te habilitaba y tuve el honor de estar presente tres veces con nuestra selección: Checoslovaquia y Bulgaria antes de España ‘82 y Hungría en 1991, en el debut de Basile como técnico”.
En 1983 a Loustau le tocó atravesar un momento tan injusto como duro e inesperado al concluir un partido: “Fue lo peor que me pasó en mi carrera por una simple razón: me pegaron. Era algo lejano, pero que sabías que en alguna circunstancia podía darse, conmigo o con cualquiera, porque el árbitro es una persona poco grata para el ambiente del fútbol. Me tocó dirigir en Tucumán San Martín de esa provincia contra Argentinos Juniors y el ambiente se fue poniendo pesado, porque los hinchas locales no estaban conformes con mis fallos. Argentinos perdía 1-0 y tuvo a favor un tiro de esquina en los minutos finales y el zaguero Pavoni empató de cabeza. Del estadio fui al hotel y desde allí una persona me llevó en auto hasta el aeropuerto. En el camino se nos cruzaron 3 ó 4 autos y empezaron a bajar varias personas y apenas atiné a abrir una puerta y parapetarme allí. Me pegaron para el campeonato (esbozando una sonrisa al recordar algo tan lamentable) y apenas logré zafar. Me llevó mucho tiempo poder recuperarme anímicamente, aunque enseguida volví a dirigir”.
Sin embargo, en el reverso de la moneda del ‘83 estaba la posibilidad de dirigir la final entre los dos mejores equipos del momento: Estudiantes e Independiente: “Era el que todos queríamos. Basta la mención de los dos medio campos para tener dimensión: Trobbiani, Russo, Ponce y Sabella contra Giusti, Marangoni, Bochini y Burruchaga. Fue un partido enorme, con estadio colmado. Ganó Estudiantes 2-0 y recuerdo que invalidé un gol lícito de Gottardi, habilitado como por dos metros, porque a espaldas mías no detecté que estaba Marangoni. Fui desde casa solo, manejando mi Taunus y como había hecho la conscripción en City Bell, pasé por el cuartel a saludar. Retomando el camino, me iba dando ánimo y pensaba que era mi primera final en poco tiempo de ser árbitro”.
La carrera del Pichi, como era conocido en el ambiente, estaba en permanente ascenso. Pudo ser el representante argentino en México ‘86, pero el lugar recayó en un colega de mayor trayectoria como Carlos Espósito. Ya tendría tiempo de codearse con la elite mundial. Mientras, en el torneo local, era designado para los mejores choques: “Argentinos Juniors tenía un equipazo, con la premisa del balón al ras del piso y le había hecho un partidazo a la Juventus en Tokio por la final la Copa Intercontinental. Al regreso enfrentó a San Lorenzo, que venía muy bien. Sobre el final hubo un saque de banda en medio de la cancha, yo estaba justo ahí, como correspondía y observé como Walter Perazzo tomó el balón, se sacó de encima una marca y al ver adelantado al arquero Vidallé le marcó un golazo como de 40 metros. Lo tenía al lado y me salió del alma darle la mano y felicitarlo, porque debajo de la camiseta de árbitro, siempre tuve la de jugador. Era algo que no se acostumbraba y por ello me sancionaron unas fechas”.
Su participación en Italia ‘90 era lógica y así se dio. Dirigió el Mundial juvenil Chile ‘87 y los Juegos Olímpicos Seúl ‘88, además de cotejos relevantes de Copa Libertadores y eliminatorias, como antesala del gran evento: “En la primera fecha me tocó Escocia vs Costa Rica, luego quedé libre en la segunda y para el cierre de la zona de grupos estuve en Bélgica vs España. Quedaban un par de días libres antes del inicio de la segunda fase y por ello nos invitaron a todos los árbitros a un paseo para tener un poco de distracción, porque llevábamos 20 días concentrados. Conocimos el Lago di Como y la hermosa frontera con Suiza. FIFA había reservado un restaurant en la zona y cuando estábamos almorzado, llegó por fax, ya que no había internet, WhatsApp ni nada (risas) la lista para los octavos. Las autoridades pidieron silencio para dar a conocer los designados. Nombraron al francés Joel Quiniou para Argentina vs Brasil, él se agarró la cabeza dando a entender que era una desgracia, no quería estar al frente de un choque de sudamericanos. Yo no lo podía creer. Cuando mencionaron Juan Carlos Loustau para Alemania vs Holanda, me corrió un frío por la espalda tremendo, mientras pensaba que no podía ser que me tocara a mí semejante clásico (risas). Saltaba de la alegría”.
Aquel domingo 24 de junio de 1990 se instaló para siempre en el selecto grupo de los recuerdos más gratos y dulces del hincha argentino. Cuando en todo el territorio nacional los relojes marcaban el mediodía, comenzaba en Turín el match ante Brasil, que tras un increíble padecimiento, dos horas más tarde sería fiesta por el pase de Diego y el gol de Caniggia. Juan Carlos Loustau estaba en Italia, pero en otra ciudad: “Después de Argentina y Brasil, el segundo partido del día era el mío. Salimos desde el hotel rumbo al estadio de Milan y en el auto estaba puesta la radio, pero yo no entendía nada (risas), pero quería saber cómo iba la Selección. Podía deducir por el relato que había chances de gol, pero no sabía que eran todas de Brasil (risas). Cuando llegamos al Giuseppe Meazza fuimos con mis asistentes a recorrer el campo para ver el estado y allí detecté que en una pantalla gigante estaban dando los instantes finales de Argentina. Inmediatamente terminó, vi al Cabezón Ruggeri corriendo desaforado y me di cuenta que habíamos ganado, cuando hasta ese momento no sabía nada. También eso significaba que por reglamento, yo debía irme del Mundial, al clasificarse para los cuartos la selección de tu país. Entonces me dije: “Tenés que dar todo lo que tenés, más que cualquiera que hayas dirigido hasta ahora, porque después de acá, te tenés que ir.
“Me tocaba nada menos que esa verdadera final anticipada, no solo por la calidad de los dos equipos, sino porque se disputaba en esa ciudad, donde las tres figuras máximas de Holanda eran del Milan (Van Basten, Gullit y Rijkaard) y las tres de Alemania del Inter (Klinsmann, Brehme y Matthaues). Además estaban Augenthaler, Koeman, Voeller, etc. Y como si fuera poco, había un condimento extra: se habían enfrentado dos años antes por Eurocopa, donde Voeller le había fisurado una costilla a Rijkaard, pero eso me lo enteré después. Cuando iban aproximadamente 15 minutos, ya había dado varias ventajas para agilizar el juego y estaba disfrutando, hasta que Rijkaard le cometió una falta temeraria a Voeller y le saqué tarjeta amarilla. Allí detecté un cambio en su rostro, del estilo: ‘Vos me amonestás pero esto no va a quedar acá'. Observo un diálogo poco amistoso entre ambos y decido también amonestar al alemán, para cortar la historia y seguir jugando. Pero tengo la mala suerte que el tiro libre cayó al área un poco pasado, el arquero holandés salió con la rodilla hacia adelante y el 9 de Alemania fue a disputarle el balón sin necesidad y armó un lío tremendo que yo ya había encauzado. Cuando vi que Rijkaard se acercó, dije chau, se va a todo al demonio y decidí expulsarlos a ambos, con el agregado que el holandés lo escupió. Fue una pena que se haya desvirtuado así semejante espectáculo. Además, en mis dos partidos anteriores del Mundial, no había sacado ni una amarilla”.
La cita mundialista ubicó a Loustau donde su enorme capacidad merecía: entre los mejores del planeta. Pero también le trajo aparejadas satisfacciones fuera de los campos de juego: “La FIFA había planificado una visita de los árbitros al Vaticano para conocer a Juan Pablo II. Para que no haya problemas, se ordenó en forma alfabética a los países y me tocó primero por Argentina. El Papa me entregó en mano un rosario bendecido y para mí fue conmovedor y me quedó grabado para toda la vida. Cuando supo cuál era mi origen, me dijo: “Uh, Argentina. Un país maravilloso, lástima que tiene algunos problemas sociales”. Ya en esa época… Mi hijo menor nació en ese momento, estando yo en el Mundial. Recuerdo que nos daban tres minutos día por medio, para hablar por teléfono con nuestras familias, desde la concentración donde estábamos alojados los árbitros. Al comunicarme ese mismo día con mi esposa, le conté lo que había vivido, la emoción que todavía sentía y le pregunté si le parecía ponerle de nombre Juan Pablo si nacía varón, a lo que Cristina me contestó que sí en forma automática y así fue”.
Aquel sendero que se inició casi de casualidad en los albores de la década del ‘70 lo desandó dejando todo hasta el momento del retiro en 1994. Quedó como un abanderado histórico de propulsar un juego ágil y sin baches, además de un inmenso respeto de sus dirigidos, hasta el día de hoy. Aquella pasión germinó en la familia, ya que su hijo Patricio siguió sus pasos, destacándose entre sus pares hace ya más de 10 años: “Él comenzó la carrera de publicidad en la facultad y en paralelo me comentó que quería hacer el curso de árbitro con 19 años. Con mi esposa les dimos la libertad total a los tres hijos para que siguieran sus gustos. El tema arbitraje es complejo, pero como es lógico a mi no me disgustó porque lo conocía, pero en cambio la madre tenía sus reservas, porque desde que éramos novios que yo estaba en esto y varias cosas de las que me pasaron en la profesión no le gustaron. Como es natural, no siguió con tanta atención mi carrera como la del hijo y creo que lo llevó de la mejor manera posible, teniendo en cuenta que siempre para ella está latente la posibilidad de que Patricio pueda sufrir algún hecho de inseguridad dentro de la cancha. Lo terminó aceptando, aunque aclaro que Cristina no ve por televisión los partidos que él dirige, así como yo jamás lo fui a ver a ninguna cancha. Nosotros charlamos muchísimo, pero no solo de arbitraje, porque en el medio tengo tres nietas que son hijas de Patricio (risas). La comunicación es permanente y coincidimos en que es vital la agilización del juego, algo básico en mi época y ahora. El fútbol es un juego de contacto y no se puede estar parando en forma permanente”.
“Uno de mis grandes orgullos es que a Patricio se lo reconoce en la comunidad futbolística, ya sean jugadores, técnicos, dirigentes o periodistas, por su identidad propia, no por ser el hijo de Juan Carlos Loustau. Con el paso del tiempo ha logrado tener un estilo personal, que nada tiene que ver con el mío, ni como resultado de la suma de varios colegas. Esa impronta no se compra en ningún lado. Y algo muy importante: largamente me superó como árbitro, porque yo no dirigí tres Copas Américas, ni la final de la Copa Libertadores en el Maracaná entre dos equipos brasileños, ni finales entre Boca y River, entre otros grandes momentos. Lamentablemente no tuvo la misma carrera en el ámbito FIFA, porque no fue considerado para los mundiales, por quienes hacen las designaciones, que sí lo han puesto en encuentros decisivos de Eliminatorias. Yo no conozco los motivos, pero me hace reconocer más a mi hijo, porque yo estoy más orgulloso de su dignidad para afrontar esa situación, que por lo bueno que es dentro de un campo de juego”.
Tras una carrera extensa y destacada, Juan Carlos sigue disfrutando del fútbol a través de la televisión y a la hora del balance, deja una sentencia que lo pinta a la perfección: “El arbitraje es una profesión de una nobleza muy importante, pero que está demasiado bastardeada. Hay que entender una cosa: el referí de fútbol juega con el sentimiento del hincha. Recién con el correr del tiempo me di cuenta que el arbitraje podía ser algo importante en mi vida, porque entendía el juego. Hay muchas maneras de colaborar desde nuestro lugar y a mí me gustaba dar permanentemente ventaja, porque de ese modo el futbolista protesta menos y se agilizan las jugadas. Creo que ese fue mi aporte”.
SEGUIR LEYENDO: