Tras aquel legendario partido de Old Trafford, cuando Estudiantes de La Plata se consagró campeón intercontinental ante el Manchester United en 1968, un periodista le consultó sobre el mote de “animals” que recibió el equipo argentino en Inglaterra y el entonces el marcador central Raúl Madero se dirigió a un piano que había cerca y ejecutó una pieza y le preguntó a su interlocutor sobre el autor. La respuesta inmediata fue “Chopin”. El médico tocó otra melodía pero la respuesta fue que no la conocía. Entonces el argentino respondió con otra pregunta: “Si yo hablo su lengua y usted no habla la mía, si yo toco el piano y usted no, si yo sé de su música y usted no conoce la mía, si yo tengo un título universitario y usted no, ¿quién es más animal de los dos?”.
Madero, quien falleció ayer a los 82 años de causas que aún no se conocen, además de haber sido un gran jugador, fue un humanista, un caballero del fútbol, con una gran base cultural y una enorme solidaridad, que se retiró muy joven de la actividad para dedicarse a su otra pasión, la medicina, luego de ser campeón argentino, de América y del mundo con el legendario estudiantes de Osvaldo Zubeldía, y que ya como facultativo, volvió a acariciar la gloria integrando el plantel de la selección argentina que obtuvo la Copa del Mundo en México 1986 y fue finalista en Italia 1990.
Madero nació el 21 de mayo de 1939 en Buenos Aires, se crio en el seno de una familia tradicional, y que tuvo que sufrir la muerte de su madre cuando sólo tenía catorce años, al mismo tiempo que varios de sus tíos, por lo que cinco primos vinieron a vivir a su casa para ayudarlo junto con su padre y contribuyó a la economía de su casa puliendo y plastificando pisos, mientras alternaba los estudios del colegio secundario y para profesor de piano. A los 17 años se había graduado tanto en la escuela como en el conservatorio.
“Mi madre era una andaluza llena de vida –le contó en una oportunidad a la revista El Gráfico-. Estaba embarazada. Iba a nacer mi primer hermano. Le di un beso, me fui al colegio y un rato después el director vino a decirme que me fuera a casa porque mi madre había tenido familia. Llegué a casa, me puse a tocar el piano, porque siempre lo hacía en momento de nervios o de alegría, y mi tío me tomó del hombro y me dijo ‘Hubo un problema, tu mamá falleció’. Lo digo hoy y me corre un hielo por el cuerpo. Estuve un año sin hablar, no lo podía superar. Un mazazo increíble”.
Comenzó a alternar entre fútbol y básquetbol, al que terminó dedicándose más, primero en Boca y luego en Racing “porque mi padre era muy hincha de La Academia y me pidió que fuera allí para darle el gusto”. Allí fue campeón argentino en la categoría Cadetes.
Pero su verdadera pasión era el fútbol y su referente era Federico Sacchi, gran zaguero de Racing al que veía con su padre. “Le gritábamos ‘sacate la galera, tirá el bastón’. De grande, vino a verme al consultorio y cuando mi secretaria me preguntó cuánto le tenía que cobrar, le respondí ‘No, a ese no hay que cobrarle, a ese hay que pagarle’”. Y destaca que si bien su padre era hincha de Racing “me llevaba a ver buen fútbol en general, por ejemplo a River, y me decía ‘mirá cómo juega el nueve’ (por Walter Gómez)”.
Finalmente, Madero acabó decantándose por el fútbol. “Tenía 17 años y un día bajé del tranvía en Montes de Oca y Suárez, y me metí en el café ‘La Banderita’. En esa época yo hacía de todo. Estudiaba en el secundario, plastificaba pisos, estudiaba las 32 sonatas de Beethoven para recibirme de profesor de piano y me preparaba para dar el examen de ingreso a la Facultad de medicina. Unos conocidos del barrio, mayores que yo y que fueron los que me enseñaron a jugar al básquetbol, me dijeron ‘¿Vos jugabas bien al fútbol de chico. ¿Por qué no intentás volver?’, ¿No querés ir a Boca?’”.
Madero contó entonces que justo en ese momento, en las divisiones inferiores de Boca trabajaba una ex gloria del club, Bernardo “Nano” Gandulla. “Fue un padre para mí. Me enseñó todo: a parar la pelota de pecho, a dejarla muerta. En 1986, durante un viaje de la Selección a Portugal, tuve la gracia de que me regalaran un trofeo por mi función de médico, que se llamaba ‘Premio Gandulla’ y se me caían las lágrimas y pensaba qué diría si estuviera el Nano. No sabe lo que era ese hombre, bueno y con carácter a la vez”.
“A Boca le estaré siempre agradecido porque enseguida entendieron que estaba estudiando. Gandulla me esperaba con el ‘mono’ Ayala y con el ‘canario’ Pérez, dos tipos excepcionales, para que pudiera entrenarme con alguien y me enseñaron qué es la humildad. En esa época estudiaba como una bestia hasta la madrugada y a las seis me esperaba Gandulla, me ponía las bolsas de utilería con las camisetas adentro, en un costado, para que me tirara ahí a dormir un rato, me despertaba con una ducha y un tazón de café con leche y salía a jugar con la Tercera. Me iba muy bien, nos venían a ver muchos xeneizes, los genoveses, que me gritaban ‘Nene, fai la franchula, fai la mosqueta’, que significaba que hiciera una jugada del engaño, o también cuando hacía algo que les gustaba me decían ‘bravo, bambino, bravo’”.
Su debut en la Primera se produjo el 12 de octubre de 1959 en un Boca 2 Lanús 2. “Fue tremendo. Una mañana miraba desde el palco a mis compañeros de la Tercera y siento que me apoyan la mano en el hombro. ‘Seguro te vas a poner nervioso pero no te preocupes, que te va a apoyar mucho Federico Edwards. Ya hablé con él, también Pancho Lombardo. Hoy vas a jugar en la primera de Boca porque no podré estar”. Era Eliseo Mourinho, que era el capitán de Boca y de la Selección. Un tipo noble, más bueno que el pan. ¡Qué nervios, por Dios! Bajé para los vestuarios de la Bombonera y en uno de los pasillos había un piano y entonces me puse a tocar un poco de Chopin, para calmarme y me vino bárbaro. Uno preguntó quién tocaba el piano y le respondieron ‘es el chico que hoy debuta en Primera’ y escuché que dijeron ‘¿cómo va a tocar el piano este en la cancha de Boca?’ Y sí, pude”.
Tenía un gran recuerdo de ese partido: “Hice un segundo tiempo espectacular, hasta pegué un tiro en el palo, la cancha se venía abajo, y me pasó algo curioso. Cuando yo era chiquito, jugaba en el patio de mi casa, y volaba con mis pelotazos las macetas y los malvones y mi abuela andaluza gritaba ‘anda ya, mira, me has roto las plantas, si al menos esto te sirviera de algo’. Después de mi debut, vino un periodista de radio y al preguntarme lo que sentí, dije que por primera vez le podía decir a mi abuela que valía la pena”.
Finalmente, se fue de Boca en 1961 ante la imposibilidad de jugar seguido y pasó a Huracán, donde debutó el 8 de julio de 1962 ante Argentinos Juniors con el triunfo 3-0. Otra vez tuvo poca regularidad (apenas quince partidos) y entonces prefirió cambiar nuevamente de camiseta y se fue a Estudiantes en 1963, y su estreno fue el 28 de abril ante Banfield como visitante, en tiempos en los que el equipo de La Plata generalmente estaba alejado de la pelea por el título aunque ese día ganaron 2-0. Dos años más tarde estuvo cerca de irse transferido a Peñarol de Montevideo, aunque él no aceptó salir aunque los uruguayos jugaran la Copa Libertadores de América y él jugaba a veces en la Reserva. “Y si Real Madrid me llamara mañana, también diría que no”, contó unos años después, ya en tiempos de gloria, “porque La Plata me abrió sus casas, las familias Calandra y Silvestrini me dieron su amistad andando mal o bien, siempre tuve un respaldo. Sólo me iría de Estudiantes si el presidente me lo pidiera. Lo de hoy no vale porque en la buena todas son flores. Lo que importa es la otra, la actitud de mano abierta que tuvieron cuando nadie me nombrara, cuando sólo era un jugador del montón, casi olvidado”.
En Estudiantes llegó a jugar 179 partidos, con 9 goles entre 1963 y su temprano retiro en 1969 y por años cobrara los sueldos de un cheque privado que le entregaba mensualmente el presidente Mariano Mangano porque el club no tenía dinero. “De esas cosas uno no se olvida, son actitudes que no sé si se verán hoy”, afirmó.
Todo cambió en 1967, cuando Estudiantes consiguió el campeonato metropolitano de 1967, el primero del profesionalismo no ganado por un club considerado “grande”. “Se armó un grupo espectacular. En la semana estaba el director técnico (Osvaldo Zubeldía) y los jugadores, nadie más, y el que tenía que decir algo, lo decía ahí. Nos hemos agarrado fiero. “Pacha” (Carlos Pachamé) con el “Bocha” (Eduardo Flores). Yo también. El único que no se metía era Juan (Verón). Éramos tipos con carácter y si uno no corría o no dejaba todo por el compañero, se armaban peleas, pero todo quedaba ahí. Zubeldía fue un genio y tuvo al lado a un profe de lujo como Jorge Kistenmacher, que nos mataba en los médanos de Necochea. Nadie hacía esas pretemporadas”.
Madero contó cómo fue que terminó jugando como segundo marcador central pese a tantos años de carrera como volante. “Zubeldía tenía todas las variantes para los tiros libres: al primer palo, al medio o al segundo. Con la Ley del Offside, que nadie la hacía. A mí me agarró un día y me dijo: ‘Raúl, no me puedo dar el lujo de tener dos números cinco, así que lo dejo a pacha en el medio y lo mando a usted a la cueva’. Yo no quería saber nada. ‘vamos a practicar’, me dijo. Y me terminó convenciendo”.
Madero desmintió que Zubeldía les recomendara hablarles a los rivales. “Nunca nos dijo que hiciéramos eso. Hablarle al rival era normal en todos los equipos. Yo nunca me metí con nadie. Una vez, contra Independiente, vino (Osvaldo) Mura y me dijo ‘Tordo, no te calentés más, si tu mujer está acostada con mi hermano’. Y yo, en vez de hablar con Mura, me di vuelta y le dije a Savoy y a Artime ‘Raúl, Luis, ¿quién es este pelotudo que me dice esto?’ Los dos lo encararon a Mura: ‘justo te metiste con el tipo que no se mete con nadie. ¿Sos boludo vos? Era común eso de hablar”.
Para Madero, el antifútbol con el que se calificaba a aquel Estudiantes que ganó tres Copas Libertadores, una Interamericana y una vez la Intercontinental “fue una parte de (Carlos) Bilardo, y porque los cinco grandes no nos podían ganar”, le dijo a El Gráfico en una entrevista, en la que de alguna manera aceptó que fue él quien le enseñó a su director técnico a tratar a los periodistas. “Me llevaba muy bien con Osvaldo. Hablábamos mucho, porque cuando vino a Estudiantes nos fuimos adaptando unos a otros”.
Reconoce que si bien él no era de pegar “si en los cruces coperos no ponías la pierna fuerte, te pasaban por arriba”. Un partido clave para Estudiantes fue la semifinal del Metropolitano 1967 ante Platense, que dirigía Ángel Labruna, cuando perdían 3-1 y acabaron ganando 4-3 y él marcó el gol decisivo, de penal, clavándola al ángulo. “Se nos había lesionado (Henry) Barale y no existían los cambios, estábamos con un jugador menos. Nos pusimos 3-3 pero el empate no alcanzaba El arquero de ellos, (Juan Carlos) Hurst, atajó una pelota y Bilardo le dijo algo y a cambio recibió una patada y el árbitro cobró penal. Todos nos vinimos para nuestro arco porque nadie quería patearlo, pero Zubeldía le dijo a Verón que me diga que lo pateara yo. Caminé desde la mitad de la cancha con la cabeza gacha, con la visión periférica, sin mirar al arquero y dije ‘palo izquierdo’. Cuando vi que la pelota entró por ahí, no me podían agarrar. En los otros ocho goles que hice con esa camiseta sólo agité un puño (también marcó el primer gol, de tiro libre, en la final ganada 3-0 ante Racing). Ahí nació el apodo de Los Leones”.
También fue Madero quien tiró el centro para el gol de cabeza de Verón en Old Trafford, que le dio a Estudiantes el título intercontinental al año siguiente. Fue cuando se hizo amigo de uno de los más ilustres rivales, sir Bobby Charlton. “Tenemos una gran relación. En esa final me pegaron una patada. Él era el capitán y se aceró, me levantó y me dijo ‘Sorry, doctor’. Sabía que era médico. Después hicimos relación durante los Mundiales, donde lo vi varias veces por nuestros cargos en la FIFA. Y a veces recordamos aquella final. ‘¡Qué duro fue todo!’, me decía”.
Pese a haber vivido uno de los momentos más gloriosos de la historia de Estudiantes, también afirma que vivió en Manchester situaciones de tristeza. “A las 23.30 estábamos sentados en el suelo de la habitación de la utilería en el hotel, fundidos. Nuestro utilero cepillaba los botines porque se había jugado con mucho barro. Estábamos en la cumbre, lejos de nuestro país, de la familia, de los amigos, sin poder abrazar a nuestros afectos ni a los que ya no estaban. Eso es la fama. La fama es puro cuento. Se te escapa como arena entre los dedos. Estoy agradecido de haber tenido ese privilegio inolvidable de estar en ese tiempo, en ese lugar y con esa gente”.
Decidió retirarse con apenas treinta años, en 1969, para dedicarse a la medicina. Su último partidos fue un 30 de diciembre en el viejo estadio de 1 y 57 por la última fecha de la Supercopa, un torneo en el que participaban los hasta entonces campeones intercontinentales sudamericanos y en el que Estudiantes enfrentaba a Peñarol (a la postre campeón).
“Una vez terminado el partido, la postal lo muestra llevado en andas por sus compañeros, vitoreado desde la tribuna. Ese hombre conmovido por tanto afecto es contenido como un padre por don Osvaldo y sólo puede atinar a levantar los brazos como signo inequívoco de agradecimiento hacia la hinchada antes de desaparecer por el túnel”, describió con elegancia “Pichuko” en el capítulo “El Renunciamiento” dentro del libro “Yo conocí a Pincharrata”, de Dickie Randrup, uno de los mayores conocedores de aquel equipo que hizo historia en los sesenta.
También llegó a vestir la camiseta de la selección argentina en cinco partidos entre 1964 y 1969 desde que debutó en un 8-1 a Paraguay en el Monumental por la Copa Chevallier Boutell, dirigido por José María Minella, cuando reemplazó a José Rafael Albrecht.
Posteriormente ya como médico, integró los planteles de Estudiantes, Argentinos Juniors y el Boca de Diego Maradona y Miguel Brindisi que fue campeón metropolitano en 1981. “Cuando jugamos contra Estudiantes en La Plata, salí al estadio como médico y todos se pusieron de pie. Fue una gran emoción”.
Pero su gran experiencia como médico de un plantel llegó cuando su ex compañero Bilardo asumió como director técnico de la selección argentina en 1982.
“‘Me van a ofrecer ser el técnico de la selección y necesito gente que me responda’, me dijo Bilardo. Yo estaba en Boca, ganaba cinco lucas verdes y Grondona me dio 2500 –relató-. ‘Usted se va a arrepentir’, le dije. Pasaron cuatro años, fuimos campeones del mundo y cuando todos renovaron, yo me negaba. Entonces me mandó a la mujer para solucionar el problema. Yo la había operado de la cadera. Ella era un encanto de mujer. Me preguntó por qué no quería renovar y le expliqué: ‘ahora quiero que me reconozcan estos cuatro años’. ‘¿Cómo?’, me preguntó. ‘En vez de 5000 de sueldo, dándome 8000′. ‘Perfecto, ya está’, me dijo. Y arreglé todo con ella”.
Madero contó a El Gráfico la razón por la que Maradona llegó en tan buen estado al Mundial de México. “Fue una decisión de Diego. Recuerdo un día que el Narigón dio unas horas libres, y me quedé solo en la concentración. Me di un baño, les escribí una carta a mis hijos. ‘Por fin solo, nadie me pide nada’, pensé. Igual, yo tenía a mi pajarito guardián, con su walkie talkie, y estaba al tanto de todo. Diego andaba con una actriz mexicana. Me puse a comer algo y de golpe cayó Diego, solito. ‘Ey, qué pasa’, le pregunté. Me consultó si podía comer conmigo. Le dije que sí, claro. ‘Diego, ¿por qué se volvió?’, le pregunté. “Bueno, podría estar con una mujer preciosa, pero en situaciones así uno toma una cervecita o whisky y la verdad, lo que yo quiero es ser campeón del mundo”. Cuando escuché eso dije: “Ya está, no le van a sacar la pelota”.
La relación entre los dos se hizo tan estrecha que Madero era el único que tenía acceso a su habitación durante el Mundial. “Mi habitación estaba al lado de la de Diego, yo salía y lo veía. Diego andaba con problemas en la columna, entonces le daba un analgésico con un pinchacito. Eso hice la mañana del partido con Inglaterra. Ahí le dije: ‘¿Sabe que soñé que va a ganar Argentina por dos goles y los dos goles los va a meter usted?’. Diego entonces me respondió ‘Yo soñé lo mismo, Tordo’. Cuando terminó el partido, estaban todos los periodistas, me quedé a un costado y cuando me estaba metiendo en el túnel viene esta bestia al grito de ‘Tordo, tordo, el sueño, ¿se acuerda?’ y se me trepó encima’.
Madero no sólo atendía a los jugadores o deleitaba al planteo y a los enviados especiales con sus conciertos de piano sino que muchas veces aceptó consultas y evacuó dificultades de los periodistas, como quien esto escribe que se quedó completamente afónico durante el Mundial.
Uno de los temas más espinosos de ese torneo fue lo ocurrido con Daniel Passarella, quien quedó marginado del equipo por un virus, cuando se conocía que la relación con el cuerpo técnico no era la ideal y se generó una gran polémica alrededor de su ausencia.
“Pará, pará, pará. Passarella fumaba y tomaba whisky por las noches y pensó que los cubitos de hielo no le iban a hacer nada. Claro, por el hielito del whisky. Cuando agarró el virus lo llevé al Humana, un hospital recién abierto, con los mejores especialistas en gastroenterología. Le dieron unas pastillas muy fuertes para que se recuperara. Mejoró bastante rápido, pero como había perdido 3 kilos, al otro día me fui con él y le pasé el suero con proteínas licuadas. Le faltaba recuperar un kilo y medio, pero Bilardo le dijo que la camiseta titular era de él”, le manifestó a El Gráfico.
“Eso fue antes de Italia –insistió-. ‘Mirá, acá está tu camiseta, vos sos profesional, si te sentís bien, me decís y jugás’, le dijo Bilardo. ‘No, con los italianos hacés una macana y te pintan la cara, espero otro partido’, le contestó Passarella. Después del 1-1 con Italia, trabajaron los que no habían jugado. Fue un entrenamiento intenso, con calor y sofocación y él se quería meter. ‘No jodás, porque vas a tener problemas’, le dije. ‘Usted está cagado’, me dijo él. ‘Yo te voy a romper una botella en la cabeza, me tenés podrido, si te digo que no lo hagas, no lo hagas’, le dije. No me dio bola, fue a hablar con Bilardo, se metió y terminó desgarrándose el gemelo”.
Después volvió a recuperarse para la semifinal y Bilardo le dijo otra vez: ‘Si te sentís bien, te pongo con Bélgica, eh’, y no quiso saber nada. Salimos campeones y no pasó ni a saludar. Un tipo muy jodido. Empezó a declarar que yo le había dado algo a propósito. ‘Seguí jodiendo, que yo tengo todos los papeles, un cierto prestigio, y si seguís hablando, te voy a hacer un juicio que no te va a alcanzar toda la guita que ganaste en la Fiorentina para pagarme’. No jodió más”.
También desmintió que quisiera sacar de la cancha a José Luis Brown por su lesión en la final. “Al contrario: le hice el agujero en la camiseta para que pudiera meter el pulgar y descansar el hombro. Lo que hice fue gritarle a Bilardo, y quizás es lo que escuchó el Tata: ‘¡Ojo que no está entero’. Entonces ahí el Narigón le gritó a Brown: ‘Tata, morite ahí adentro, eh’. Ese es Bilardo”.
Madero reveló que fue suya la idea de ir de preparación a Tilcara. “Lo hice porque eran condiciones similares a las del Mundial, que se iba a jugar al mediodía, con smog y en la altura. Eran condiciones similares, para que los jugadores se dieran cuenta con qué se iban a encontrar. Llevé un fisiólogo, hicimos estudios y resultó muy útil para lo que vivimos después en México”.
Siguió luego como médico en la selección argentina para el Mundial de Italia 1990 y cuenta que una vez se cruzó con el árbitro de la final, el mexicano Edgardo Codesal, en la sede de la FIFA. “Lo vi una sola vez, me vino a saludar, y no le di bola. ‘Chau, andá, hacé lo que quieras’”. Tras ese torneo, la relación de tantos años con Bilardo se quebró. “Este tipo ha hecho muchas cagadas –explicó-, cagó a muchos compañeros míos. Los cagó a Pacha y al profesor (Ricardo) Echevarría, el tipo más bueno que conocí. Después de Italia 90, Carlos anunció que se iba, yo también, y Pacha y el Profe necesitaban laburo, que se los dejara en cualquier lado y no les dio bola, tal es así que cuando el Profe hizo un cáncer de cabeza de páncreas, estaba con todos los caños conectados y no quiso recibir a Bilardo. No sé todavía cómo hice para aguantarlo ocho años porque es un histérico. Yo me fui dos veces de la concentración, Pacha otro tanto, el Profe, lo mismo. Entonces nos íbamos a buscar entre nosotros cuando uno se iba”.
Seis años después del Mundial de Italia fue convocado para integrar la Comisión Médica de la FIFA. “Viajaba dos veces por año a Zurich. El que me llevó fue un alemán que era director médico del Mundial 1986. Me vio trabajar y me dijo: ‘Me parece que vos sabés más que todos nosotros juntos’. Y empezó las gestiones”.
Sin embargo, Madero volvió al ruedo en 2006, con la selección argentina de Alfio Basile. “Grondona me llamó y me dijo: ‘Quiero firmar un contrato con vos hasta que te mueras’. Yo me había retirado en 1990 y él me convenció para volver, esa es la verdad. Pero no vuelvo más”, afirmó. Y cumplió. Tanto, que ni siquiera regresó a las canchas por muchos años. “Me pone muy mal que se insulte a jugadores que han dado tanto a un club, o que se insulte al árbitro, al técnico. No hay respeto, la sociedad nuestra perdió totalmente el respeto”, explicó.
“Con dolor, despedimos a un campeón del mundo. Respetado, admirado y referente. ¡Hasta siempre, Raúl Madero!”, expresó con tristeza el comunicado de Estudiantes de La Plata al conocerse la noticia de su fallecimiento.
Madero, un Señor, fue expulsado sólo una vez en toda su carrera. “Fue por ‘Rasputín’, que siempre hacía quilombo. Al Pacha yo le decía ‘Rasputín’. Le dieron una patada una vez, quedó en el piso y le pisaron la mano, así que cuando reanudaron el juego, este señor que le pisó la mano la recibió en el pecho y ahí mismo le puse los tapones, en el pecho. Me fui solo, antes de que me mostraran la roja”, relató.
“¿Quién es Raúl Madero? Un tipo que tuvo que aprender muchas cosas y que pudo hacerlo”, resumió, a modo de balance de su vida.
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