Era una promesa en la Selección, debutó en San Lorenzo y lo dirigió Maradona, pero murió a los 23 años tras un accidente con su moto

Rubén Bernuncio tenía todo para brillar en el fútbol. Pero un día perdió el control de su moto y fue atropellado por un colectivo. Las secuelas fueron tremendas y no pudo gambetear a la muerte

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Rubén Bernuncio fue uno de
Rubén Bernuncio fue uno de los jugadores mas jóvenes en debutar en San Lorenzo con apenas 16 años, y ya jugaba en el seleccionado juvenil

La velocidad, el vértigo y la gambeta. Esas eran tres de las características más sobresalientes que mostraba Rubén Bernuncio dentro de la cancha. Lo fue desde el momento en que formó parte de la selección juvenil y luego en su temprano debut en la primera de San Lorenzo, cuando apenas le faltaba un mes para cumplir 17 años, allá por diciembre del ‘92.

Una vida llena de sueños y esperanzas que se truncó a partir de un trágico accidente ocurrido en noviembre del ‘96, que lo llevó a pelear por su vida y el posterior intento de recuperación a lo largo de dos años y medio, hasta el doloroso adiós en julio del ‘99. La velocidad y el vértigo lo llevaron a manejar esa moto, de la que perdió el control y fue atropellado por un colectivo. Las secuelas fueron tremendas y no pudo gambetear a la muerte.

Su hermano Ángel fue su gran espejo. Unos años mayor, era futbolista profesional desde mediados de la década del ‘80 y era su guía en los inicios. Luego fueron compañeros en Deportivo Mandiyú, nada menos que con Diego Armando Maradona como entrenador. Su palabra es la más autorizada para recordar a quien fue bautizado como Rubén, pero su familia siempre llamó por su segundo nombre, Alejandro, comenzando por aquel triste momento que marcó la vida de la familia.

Junto a su hermano Ángel
Junto a su hermano Ángel cuando compartieron equipo en Mandiyú de Corrientes con Maradona como técnico

“Cuando ocurrió el accidente yo había vuelto de México hacía poco tiempo y estaba en Bahía Blanca jugando en Olimpo por unos meses, porque la idea era regresar a ese país, pero junto con mi hermano. Y ese día… (La voz se le quiebra con todo el sentimiento a flor de piel) llamé por teléfono a mi casa, porque no había celulares, me atendió mi hermana y le dije: ‘Contame que pasó, porque yo sé que pasó algo’. Tenía la presunción interior de una cosa fea. Y allí me contó lo del accidente. No te podés imaginar lo que fue eso. En medio del dolor y la desesperación, me volví inmediatamente para la Capital. Dejé Olimpo, con un presidente bastante especial, para bien y para mal. En realidad dejé todo y me quedé en Buenos Aires, acompañándolo a él, que nos necesitaba porque no podía caminar. A mediados de 1998 me apareció la posibilidad de Juventud Antoniana de Salta, que estaba armando un gran equipo en la B Nacional para ascender a Primera. Fui a la pretemporada, pero no podía aguantar. Retorné para mi casa, pero al tiempo me sumé nuevamente al plantel, donde pasé un gran año, rodeado de unos compañeros impresionantes. Se hizo una campaña excelente, llegando a la final que perdimos con Chacarita, que no pude jugar, porque justo allí, fue el desenlace fatal, donde perdí a mi hermano. Era un grupo tan unido, que lo ocurrido con Ale también fue un detonante para que los muchachos no estuvieran del todo bien para esos partidos decisivos”. Ángel se emociona tanto por el recuerdo de su hermano, como por el apoyo de un plantel, con el que sigue en contacto hasta el día de hoy y al que le estará eternamente agradecido. “Sin ellos no sé si hubiese podido salir adelante”.

Hoy, Ángel tiene 56 años. Está a la espera de una oferta para volver a trabajar, mientras da clases en dos escuelas de técnicos. Hasta comienzos de 2020 estaba en el cuerpo técnico de la selección de Perú, pero regresó a Buenos Aires con el inicio de la pandemia. Casi toda su carrera como entrenador fue en el exterior (México, Chile, Ecuador) como ayudante de campo, manager deportivo y en las formativas.

El 29 de noviembre de 1996 fue el accidente en la localidad de San Justo. Rubén, que se encontraba en ese momento sin club, había salvado su vida de forma casi milagrosa, pero las consecuencias eran brutales, ya que había quedado cuadripléjico, sin sentir las piernas, justo alguien que allí tenía la magia de su arte dentro de una cancha de fútbol. Esto ocurrió justo cuando su hermano Ángel ya planeaba llevarlo a jugar a México. Angel atravesó una cantidad infinita de operaciones, donde alentaba la posibilidad de un viaje a Cuba para intentar la quimera de volver a caminar. Apoyado por su familia y amigos, destilaba el mismo optimismo que regalaba dentro de la cancha para encarar a los rivales, hasta que una infección complicó su cuadro en julio de 1999. Luchó una vez más, pero el corazón dijo basta el día 19, dejando esa sensación de injusticia y desencanto, cuando un pibe de apenas 23 años, dice adiós.

En la selección juvenil sub
En la selección juvenil sub 17. Parados: Rafael Sánchez, Raúl Sanzotti, Ricardo Castellani, Rodolfo Arruabarrena, Gustavo Lombardi y Silvio Rivero. Agachados: Luciano Olivieri, Claudio Husaín, Rubén Bernuncio, Norberto Alonso (hijo) y Juan Sebastián Verón

La vida de Rubén vinculada al fútbol había comenzado el mismo día de su nacimiento, el 19 de enero de 1976, porque llegó a una casa que latía al ritmo de la número cinco, como lo evoca Ángel: “Tanto mi papá como mi mamá eran de mirar muchos partidos, algo atípico en esos tiempos, donde la mujer no estaba tan metida en el tema. Pero mi vieja hasta el día de hoy me llama para decirme qué torneo dan por televisión (risas). El hecho de llevarle 10 años a mi hermano nunca fue impedimento para que compartiéramos muchas cosas, sobre todo el amor a la pelota, porque me acompañaba a todos lados. Desde chico nos dimos cuenta que tenía una técnica importante y un carácter especial, que lo podía ayudar a llegar a primera división. Mi viejo era un obrero, un laburante de toda la vida, que madrugaba mucho y regresaba a las dos de la tarde a casa. Prácticamente no lo dejábamos ni descansar, porque a eso de las tres y media ya estaban los chicos del barrio en la puerta de casa y él nos llevaba a patear, donde los más chicos se mezclaban con los grandes, sin diferencias de edad. Ese fue otro punto a favor de Ale, desde que se mezclaba con nosotros en los picados en nuestra zona: Villa Luzuriaga en San Justo”.

Se destacó enseguida en el equipo de Villa Constructora, donde estaban los hermanos Husaín. Eran durísimos y por mucho tiempo fueron los únicos capaces de ganarle a Parque, el líder absoluto en el baby fútbol: “Recuerdo un encuentro que hubo posterior a un partido, donde también estuvieron Gallardo, Riquelme, Placente y varios más que llegaron a destacarse en Primera. Eran camadas muy buenas”.

En 1985, con apenas 9 años, Rubén llegó a las infantiles de San Lorenzo, donde su hermano ya comenzaba a alternar las prácticas con el plantel profesional y debutaría un par de temporadas más tarde: “Yo estaba allí y me hizo muy feliz que él también entrenara y jugara en el mismo lugar. Era un pibe, pero ya avasallaba con su personalidad y su técnica, a tal punto que lo convocaron para la Sub 17 con solo 15 años. Era un fenómeno que hacía goles todos los partidos y hasta se daba el lujo de patear penales de rabona”.

Eran tiempos de cambios en la selección argentina. Tras el exitoso ciclo de 8 años, Carlos Bilardo había dejado su cargo y lo reemplazaba Alfio Basile, quien designó a Reinaldo Merlo a cargo de los juveniles. Y fue Mostaza quien rápidamente se dio cuenta de las cualidades de ese pibe, que aún dando dos años de ventaja, fue titular en un gran equipo, donde entre otros estaban Juan Sebastián Verón, Marcelo Gallardo, Rodolfo Arruabarrena, Gustavo Lomabrdi y Claudio Husaín. Se atravesó el Sudamericano consiguiendo la clasificación al Mundial, donde obtuvieron un excelente tercer puesto. El certamen se vio en Argentina por las pantallas de Canal 9, donde Juan Manuel Bambino Pons fue el relator y así recuerda a Bernuncio: “Era como un toro, un delantero que arreaba a los defensores, del estilo del Búfalo Funes, aunque con menos físico. Siempre me impactó su muy buena técnica, el manejo y las ganas de ir a disputar cada pelota con todo. Era guapo y realmente tenía muchas condiciones para llegar alto. En ese Mundial quizás tuvo menos minutos que en el Sudamericano, pero igual se vieron los destellos de su calidad. Argentina hizo un gran torneo y se escapó por poco la chance de disputar la final, porque se perdió la semi con España 1-0 y luego se quedaron con el tercer puesto superando por penales a Qatar”.

Rubén Bernuncio con la selección
Rubén Bernuncio con la selección Argentina en un partido contra Perú

El 20 de diciembre de 1992 se disputó la última fecha del Apertura. Quedó en el recuerdo del futbolero, porque Boca empató con San Martín de Tucumán en la Bombonera y se consagró campeón de un torneo local luego de 11 años. A pocas cuadras de allí, en el estadio de Huracán donde San Lorenzo hacía de local, llegó el momento soñado para Rubén Bernuncio, ya que debutó en forma oficial en primera división. El Bambino Veira lo mandó a la cancha reemplazando a Roberto Oste, cuando el Ciclón ya goleaba por 4-0. Le faltaban pocos días para cumplir 17 años.

Sin embargo, fueron apenas un puñado de partidos con la azul grana en el pecho, en inversa proporción a sus grandes condiciones. Su hermano Ángel razona así lo ocurrido: “Quizás haya tenido que ver con el vértigo con que vivía y con que no fue acompañado como debía, tanto él como la gran mayoría de los chicos que llegaban a primera. En mi caso particular, cuando me ha tocado trabajar en formación de futbolistas, siempre hice hincapié en ese aspecto, para respaldar a quienes llegan. En definitiva, son patrimonios de los clubes y en muchas ocasiones no se los cuidaba como debían. Incluso ahora también pasa, con personas que no están a la altura para el manejo de determinadas situaciones”.

Las carreras de los hermanos Bernuncio tuvieron distintos caminos por diferentes países, pero a mediados de 1994, lo que no se había podido dar en San Lorenzo, se produjo en Deportivo Mandiyú de Corrientes: se dieron el gusto de compartir plantel. Pocos meses más tarde, con el agregado de ser dirigidos por Diego Maradona: “Fue algo maravilloso, que solo te puede regalar el fútbol. Siempre había soñado con poder tener a Ale en el mismo equipo y allí se dio. Sin dudas que yo estaba más aplomado al llevarle 10 años, pero me daba la impresión que él iba muy rápido en todo. Sinceramente la pasamos muy bien y encima luego llego Maradona como técnico, que fue un plus increíble, que nos llevó a compartir muchas cosas inolvidables. Convivir ese año con mi hermano fue lo mejor que nos pudo haber pasado”.

Rubén Bernuncio en las inferiores
Rubén Bernuncio en las inferiores de San Lorenzo

Los latentes recuerdos de Ángel se instalan con emoción en aquella temporada 1994/95 vivida en el cuadro correntino, pero al culminar el certamen, nuevamente los senderos de los Bernuncio se bifurcaron. Él pasó a Platense y Rubén a Argentinos Juniors, pero apenas por seis meses, porque al comenzar 1996 regresó a San Lorenzo, que iba a disputar la Copa Libertadores. Gracias a su habilidad logró hacerse un lugar en el equipo que venía de ser campeón del fútbol local y hasta convirtió un gol ante Caracas en Venezuela. El 12 de julio, en la victoria ante Belgrano por 1-0, fue la última vez que se lo vio como jugador. Nadie podía imaginar que pocos meses más tarde, la fatalidad se cruzaría en su vida, para cambiar por siempre la suya y la de todos los seres que lo querían.

Sobre el final, Ángel nos deja una anécdota que pinta en un trazo la personalidad de su hermano: “Era chiquito y jugaba en cuanto partidos se armara, sea en un club o en un picado del barrio. Una vez, en uno, él no corría y mi viejo, que lo estaba mirando le empezó a gritar que se moviera más. A cada rato se daba vuelta y se reía. Mi papá, que no era de hablar mucho, estaba como loco (risas). ¿Sabés que hizo Ale? Le dijo al árbitro: “Ese señor me está molestando”. En baby fútbol, automáticamente te sacan del predio y él mientras se retiraba le gritaba: “Cuando vayamos para casa ya vas a ver (risas)”.

Con esa alegría, Ángel Bernuncio cierra la evocación de su hermano, aquel al que la vida se le escapó con la misma velocidad y vértigo con la que transcurrieron cada uno de sus días. Sus gambetas dentro de la cancha y sus sonrisas fuera, fueron su marca distintiva. Y lo seguirán siendo por siempre.

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