“¿Qué propósito tiene contar la historia? Librarme de ella” (La muchacha de los libros usados, de Arístides Vargas)
La historia de Estefanía Lisa no es una más. Se animó a contar lo aberrante, una que devela encubrimientos, tres diferentes relatos de niñas abusadas y un club con dirigentes que actuaron de espaldas a la Justicia.
“No quiero que esto le suceda a nadie más -comienza diciendo esta cordobesa nacida en Río Cuarto hace 29 años-, ni a nenas ni a nenes. Por eso es que quiero hacerlo público, para desterrar a monstruos como éste”, así define a su abusador quien hace algo más de dos años comenzó esta travesía por el duro camino de la exposición al denunciar el abuso sufrido cuando ella aún era menor de edad.
“Me costó mucho, recién hace un par de años le pude poner nombre y apellido, ‘Abuso Sexual’, pero todavía me cuesta horrores decir acceso carnal. Es muy difícil para mí, aún viéndolo de la manera en que lo cuento, como disociada”, inicia el relato de los hechos que motivaron su denuncia y que expusieron desidia, encubrimiento y la aparición de múltiples casos similares al de ella, cometidos por el mismo denunciado: Ariel Gallero.
Todo comenzó en 2006, cuando “Stefi” aún tenía 13 años y sus padres no estaban pasando por una buena situación económica ni de pareja, “porque tenían una relación muy conflictiva entre ellos” -aclara-. “Por eso, para mí, ir a jugar al tenis era un escape, mi salida de ese universo de conflicto que era mi familia. Fue en ese momento cuando mi papá le manifestó (evita nombrarlo, pero se refiere a Gallero) que no estaba en condiciones de seguir sosteniendo los gastos de los entrenamientos, por lo que él (Gallero) se ofreció a hacerlo sin cobrar las clases. Mi papá confió en su palabra y accedió, porque mi papá sabía del amor que yo tenía por el tenis y de las condiciones que yo tenía. Además, para mis padres, el club era un lugar seguro en el que yo estaba contenida y a salvo”, relata Estefanía sobre un mundo y un concepto que estaban a punto de ser destruidos.
El profesor pareció entender rápidamente la situación y decidió hacer un cambio en el horario de los entrenamientos gratuitos que le daría a la niña, los que comenzaron a ser nocturnos. En uno de los regresos a su hogar, en el que Gallero se ofrecía a llevarla, fue cuando, según el relato de Estefanía, el profesor pasó de los comentarios sexuales y de que ella “no parecía de su edad, sino una mujer”, a los hechos. Fue el día de su cumpleaños número 14, en octubre de 2006: “Me llevaba a mi casa en su auto, tomó un desvío y paró en una rotonda. Allí se abalanzó sobre mi asiento y me besó. Me dio asco, yo siempre le dije que me daba asco. Yo sentía que él era un viejo para mí, pero él sólo decía que me amaba y que yo era todo para él”. Una semana después la ingresó escondida en su auto al hotel Moon, “para estar más tranquilos”, le dijo. “Volvió a besarme, me resistí y comenzó con los reproches y a decirme que él era la única posibilidad que yo tenía para poder jugar al tenis”.
Ese tipo de acoso y de abuso continuó hasta que, en un viaje a la ciudad de Córdoba, Gallero forzó el acceso carnal en la habitación del hotel en el que se alojaban y, de ahí en más, fue algo que se le haría cotidiano. “Los primeros dos años en que comenzó a abusar de mí, lo reiteró todos los días, de lunes a lunes”, relata una vez más, como lo hizo ante la Justicia.
De pequeña, Estefanía fue una jugadora destacada y a los 10 años la quisieron llevar a entrenar al Jockey Club de Córdoba, pero continuó en Río Cuarto. “¿Y qué pasó? Yo ganaba muchos Nacionales, hasta que empecé a entrenar en Atenas, con Gallero. A partir de allí bajé muchísimo mi rendimiento. Creo que podría haber tenido una carrera, pero siento que esta persona (Gallero) me truncó la carrera y me la arruinó”, cuenta Stefi, como le gusta escribirlo. Y continúa su relato: “Desde que empezó a entrenarme tuvo comentarios sexistas, a los que trató de ir acostumbrándome. Me hablaba de mi cola, de mis lolas, sin importar si había gente delante. O, todo lo contrario, si sucedía algo que a él no le gustaba o le parecía mal, me insultaba o me castigaba tomando represalias. Me retiraba del entrenamiento, me mandaba a la mierda o me decía que era una hija de puta. De a poco, me destruyó mi autoestima como deportista. Así, no sólo me impidió que fuera yo quien probara cuán lejos podían llegar mis sueños, sino que tampoco me permitió disfrutar de ese deporte que tanto amaba”.
Los viajes y la competencia se transformaron en un suplicio: “Fuimos a la COSAT en Chile, a jugar los G1, pero perdía en primera o segunda ronda y a eso lo transformaba en una humillación constante hacia mi persona”. Esa humillación se verbalizaba en frases como “sos una pija, no le podés ganar ni a tu vieja”, “sos una verga jugando al tenis”, “qué gorda estás” o directamente pasaba al hecho, como cuando la sacó de una cancha de tenis “tirándome de los pelos”, recuerda Estefanía sobre aquella pequeña que no encontraba la manera de alejarse de esa situación. “Yo sentía, porque él me lo había hecho creer y sentir, con toda esa manipulación que ejercía a diario, que yo jugaba al tenis gracias a él y que yo respiraba gracias a él. Y, lamentablemente, por la inocencia de mi edad creía que mis posibilidades de ser tenista profesional dependían absolutamente de él”, reconoce.
“Cuando yo era chica, no comprendía que eso era un abuso. Como decía mi terapeuta, yo no tenía la madurez psíquica para darme cuenta de que lo que me estaba ocurriendo era un abuso sexual y mucho menos de ponerlo en palabras. Me dijeron que la manipulación que él había ejercido sobre mí me había hecho creer que eso era lo que yo tenía que hacer para poder continuar jugando al tenis”.
Una larga pausa antecede al recuerdo de esas noches, cuando media vida atrás, su cabeza quedaba a solas con la almohada. “¡Qué difícil! (suspira) Yo vivía con miedo, todos los días tenía terror de que me hiciera algo a mí o a mi familia, porque me había amenazado con matarme y hasta un día sacó un arma de la guantera del auto, para demostrarme. O que incendiara mi casa con mis padres adentro, como me había dicho. Era el temor de que si se terminaba esa relación no sólo se me terminaba el tenis, sino que se terminaba la vida, la mía o la de mis padres”, rememora esas noches de horror que culminaban una jornada abusos, pero que sabía que precedían a otra igual a la anterior. Sin embargo, hoy, se la nota firme en su dicción, segura en sus gestos, armada en su discurso. El actual contexto social le presenta un escenario diferente y le permite una comprensión que en los tiempos en que padeció estos abusos no tenía, una apertura que mejoró, también, la aceptación en los Tribunales.
Con 16 años cumplidos, Stefi pensó que enamorarse o comenzar una relación con un chico de su edad podría ponerle punto final a la continuidad de los abusos. Fue así como empezó a verse con un jugador de fútbol de las inferiores de Atenas, si bien esto frenó la frecuencia del asedio, provocó las represalias de Gallero, separándola de los entrenamientos. Para lo único que le permitía ir al club era para dar clases, algo que hacía a modo de compensar su entrenamiento gratis. “Ahí vi cómo Sofi dejó de saludarme y tuvo un cambio de actitud para conmigo”, rememora sobre la relación con la hija del médico (N de la R: se resguarda el apellido) que también era entrenada por Gallero y agrega: “Como él ya no tenía acceso a mí, buscó a otra nena y esa fue Sofi. Pero, a raíz de mi denuncia, después me enteré de que no éramos dos, sino tres las que estábamos siendo abusadas en ese momento”.
Ese mismo año, Estefanía intentó denunciarlo. “Mi papá me acompañó a la Comisaría Banda Norte (ubicada en esa orientación del río que divide la ciudad), y cuando conté todo, el policía que me atendió me dijo que si yo lo denunciaba él me pegaría un tiro o bien yo volvería con él en dos meses. Un desamparo total”, describió. Y es por eso que, para cubrir las apariencias, ella prosiguió diciendo que era su novio: “Porque era la única manera en que yo sentía que podía seguir jugando tenis. Pero me ponía mal, me incomodaba. Hasta el día de hoy les digo a mis padres cómo no lo sentaron al tipo éste y le dijeron que, con esa diferencia de edad, siendo yo menor y él de 30 años, no podía ser mi novio”.
Hasta un mes antes de cumplir los 18 años había continuado sufriendo los abusos sexuales, pero las amenazas de muerte y el acoso prosiguieron hasta 2011, año en el que las consecuencias del abuso comenzaron a aparecer en el comportamiento y la vida de la ya joven Estefanía. Dejó de dar clases, se alejó del tenis y de los amigos que había generado durante toda su vida en ese deporte. La anorexia fue otra de las secuelas de ese maltrato. “No comía nada, estaba muy delgada. Mi peso normal debía ser de 55 kilos y yo pesaba 49”.
Menos de año después, el abusador tomó contacto con ella a través de las redes. “Yo tenía una máquina de encordar raquetas y la puse en venta, fue cuando recibí su mensaje en Facebook: ‘Hola Stefi. ¿Cuánto pedís por la máquina?’. Obviamente, no le respondí, no quería bloquearlo ni tener algún contacto, nada”, recuerda sobre ese intento y una estrategia que le dio resultado. Pero, seis años después, cuando ya Estefanía se había recibido de kinesióloga, Gallero volvió a intentarlo: “Fue pasada la medianoche de un sábado en Semana Santa, cuando me escribió: ‘Hola Stefi, tanto tiempo. ¿Cómo estás? Quería saber si tenés un turno para mí, porque ando mal del codo’. Muy raro”. De acuerdo a la declaración que figura en el expediente, realizada por el propio Gallero, el denunciado ya había formado una familia, para ese momento, la que hoy se completa con tres hijos.
Por su historia en Atenas, Gallero parecía ser el consentido de la dirigencia del club y, en 2011, lo sostuvieron por sobre un proyecto de una escuela de tenis. Pero un año más tarde, este profesor, debió dejar Río Cuarto y exiliarse en Arroyito, cuando un médico se acercó al club a denunciarlo por hechos de abuso contra su hija. Según la información a la que accedió Infobae, Gallero habría reconocido a las autoridades del club estos hechos cometidos contra Sofía. “Me voy porque me mandé una cagada con una chica”, les habría dicho, además, a algunos integrantes de Atenas, antes de marcharse.
En ese momento, varios integrantes de la comisión del club dejaron su cargo y fueron reemplazados por otros dirigentes que permitieron, dos años más tarde, el reingreso de Gallero al club, a pesar de que entrenadores, profesores, jugadores y autoridades de diferentes clubes coincidían en los rumores sobre su accionar con las niñas, por eso “toda la gente a la que le preguntabas quién era Ariel Gallero, te respondía: ‘es un pajero’. Pero no es un pajero, es un perverso”, suelta con indignación Estefanía.
Sin embargo, nadie tomaba ningún compromiso al respecto, porque “todo quedaba en rumores y nadie hablaba directamente”. Eran tiempos en los que las denuncias se perdían en los cajones o se convertían en un boomerang para las víctimas.
- ¿Vos sentís que lo encubrieron?
- Sí, obvio. El Rata Tosco, que era el presidente de ese momento, y Nancy Pérez Rama eran dos “lame bolas” de Gallero. No sé la razón, pero tengo indicios de que eso sucedía.
Estefanía intentó volver al tenis, pero le traía recuerdos muy desagradables. Fue tal el daño psicológico que le habían producido los años de abuso, que regresó al tenis recién después de ocho años, “porque no podía tener contacto con este deporte, ni mirarlo por televisión”. En marzo de 2019 volvió a tomar clases con un profesor. “Ya lo conocía y le conté, sin detalles, lo que me había ocurrido, pero ya lo sabía, todo Río Cuarto lo sabía. Y a mí me avergonzaba mucho entrar a un club y que me preguntaran”, reconoce sin pretextos.
- ¿Y qué pasó en ese momento?
- Me largué a llorar. Estaba muy nerviosa, me temblaban las manos, me latía muy fuerte el corazón. Me agarró una crisis de angustia, de pánico. Tenía terror a enfrentarme con lo que me pasó y tomarlo como propio. Una negación tremenda.
El 12 de diciembre de 2019, Estefanía Lisa dejó radicada la denuncia penal contra Gallero en la Unidad Judicial N°1, pero unos días antes lo había hecho ante la Subsecretaría de Niñez y Adolescencia, de Río Cuarto. Le tomó cinco horas asentar la denuncia e invirtió otras tres para realizar la ampliación y la presentación en fiscalía. No hizo hace falta que llegara la pregunta por el tiempo transcurrido, la respuesta apareció sola: “Lo denuncié cuando me sentí realmente preparada para hacerlo, porque antes tenía pánico. Temía que cumpliera alguna de las amenazas, tenía arma de fuego, era mi palabra contra la de él. Todo se me volvía en contra y pensaba: callate, ya pasó, no lo denuncies”, dice de manera convincente.
Ana Medina, hoy funcionaria en la ciudad, confirmó que fue la encargada de llevar la notificación a las autoridades del club de que Gallero había sido denunciado por abuso sexual a una menor. A pesar de ello, nada cambió en Atenas y continuó siendo el director de la escuela de tenis.
El 30 de septiembre de este año, Ariel Gallero fue imputado bajo los cargos por los que fuera denunciado. El 2 de noviembre se le puso en conocimiento a la parte denunciante y días después establecieron una medida cautelar de proximidad a Gallero por un año: “Me dieron un botón antipánico”, dice Estefanía. Estas medidas cautelares se renuevan sólo si el denunciado hace intentos de establecer contacto con la víctima.
El jueves 2 de diciembre le llevaron al club Atenas el certificado que cambiaba el status de Gallero en la causa, por el que pasaba de ser denunciado a estar imputado. Recién ocho días más tarde, y luego de apariciones públicas de Estefanía, que movilizaron a la sociedad de Río Cuarto, los dirigentes del club decidieron desvincular al director de tenis. “El presidente de Atenas me llamó y me dijo que él no tenía ni idea de los hechos que yo había relatado, cuando en el club se conocían muchas cosas, así que no me puede venir a decir que no estaba al tanto”, revelaba Stefi.
Pero éste no es el primer hecho que empaña la transparencia de la dirigencia de Atenas. El club tuvo trabajando como kinesiólogo de las inferiores de fútbol a Duilio Rodolfo Bertone, a pesar de que éste se encontraba imputado en dos causas penales por abusar de dos niños de 3 y 4 años, cuando él fue profesor de educación física en dos jardines de infantes (Pueblito Mágico y Nuestra Señora de La Merced). Continuó trabajando, fue declarado culpable y, hoy, se encuentra en prisión, cumpliendo una condena de 10 años. El juez Emilio Andruet lo encontró responsable a Bertone del delito de abuso sexual gravemente ultrajante, agravado por su calidad de educador.
El 6 de diciembre, Gallero fue llamado a declaratoria, pero se abstuvo de declarar. Sin embargo, entre los pedidos de datos y preguntas de rigor que se le efectuaron, él respondió “no conocer a Estefanía Lisa”.
Ante el avance de la causa judicial, los miembros de la unión de profesores de tenis de Río Cuarto decidieron separarlo de manera preventiva, hasta que “la Justicia se expida”. “Es un tema grave y muy delicado que toca de lleno a los profesores de tenis -manifiestan desde dicha unión-. No es agradable que haya pasado con un profesor de tenis y nosotros no apoyamos este tipo de situaciones”.
Estefanía, de a poco, se va reconstruyendo y desde hace cinco años está en pareja con Juan Manuel, en lo que considera un logro por haber podido generar un vínculo sano. “Una relación así me ha ayudado mucho y creo que, a partir de eso, yo también empecé a sanar.”
- Hacés mención a lo que perdiste como deportista y a tu relación con el tenis. ¿Y como persona?
- ¡Sí, claro!
- ¿Y quién perdió más, la persona o la deportista?
- (Corre la vista, piensa, le lleva tres segundos y emerge la respuesta) La persona, porque lo primero que tuve que recuperar fue ‘mí autoestima’ (vuelve a enfatizar) personal, como mujer, como hija, como estudiante. Porque yo siempre sentía que no era capaz de lograr nada. Primero tuve que reconstruirme como persona para después construirme como deportista.
La Asociación Argentina de Tenis (AAT) se enteró de la situación y Estefanía pudo tomar contacto con Agustín Calleri y Mariano Zabaleta (presidente y vice), quienes se pusieron a disposición y le comunicaron que cuentan con todo el soporte que la institución pueda brindarle.
“A las autoridades de Río Cuarto y a las de la AAT les pedí que pusieran más énfasis en resguardar a los chicos que van a los clubes. No puede ser que a un alumno universitario se le pida un certificado de antecedentes penales y a cualquier profe que se presente no le piden nada”, reclama con autoridad.
Después de haberlo hecho público, Estefanía volvió a reencontrarse con gente de la cual se había alejado, se siente más liviana, pudo sacarse una pesada carga que la hundía en las baldosas de Río Cuarto. “Volví a ser yo, me siento más libre. Encontrarme con gente que ahora me mira y me comprende, que me dice ‘yo te apoyo’, ‘vamos para adelante’ y que es mucha. Tanta, que no me alcanzan los pelos de mi cabeza para contarla. Y siento que, al hablar, lo hago por un montón de chicas y chicos que no se animan a hacerlo, porque el abuso no distingue sexo. Tal vez, las mujeres seamos más vulnerables, pero existen muchos casos de varones abusados.”
“Hay una frase que compartimos en un grupo de chicas abusadas que dice: ‘Nunca más tendrán la comodidad de nuestro silencio’. ¡Del mío, nunca! Y sé que con esto muchas otras chicas van a sentirse motivadas a liberarse de ese peso a denunciar. Es difícil y es traumático, pero es necesario para sanar. Evitando el tema sólo vamos acumulando dolor que luego se manifiesta en síntomas de salud. Si bien el género femenino es el más vulnerado, el masculino también sufre violencia y abuso. No hablar es suicidarse”, intenta dejar como mensaje Estefanía, casi como implorando evitar el mismo final de La muchacha de los libros usados: “Te suicidaste lanzándote al vacío que hay de la boca para adentro”.
SEGUIR LEYENDO: