“Tener a Maradona en el equipo es algo así como jugar al chinchón todas las manos con el comodín”. Esa frase fue pronunciada en los vestuarios del estadio José Amalfitani el domingo 9 de noviembre de 1980. La tarde caía sobre Liniers y todos los presentes sabían que habían sido testigos de jornada histórica. Argentinos Juniors acababa de ganarle a Boca por 5-3, en el ya mítico día de los cuatro goles de Diego a Gatti. El autor de la sentencia fue Carlos Kenny, quien era el preparador físico del equipo de La Paternal y ahora sonríe al recordarla, con sus jóvenes 81 años, llenos de anécdotas y recuerdos.
“Mi vinculación con el fútbol comenzó en 1963 en Defensores de Belgrano, para luego pasar por Platense, Los Andes y Chacarita. Allí decidí frenar para poder estudiar en el Círculo de Periodistas Deportivos. Soy de Junín y allí hice fútbol, básquet, pelota a paleta y atletismo. A través de la revista El Gráfico, el deporte era motivo de conocimiento permanente, desde los más difundidos hasta los menos, como esgrima o golf. Ya estaba casado y tenía tres hijos, pero me anoté para estudiar y concurría tres veces por semana. Me recibí en 1969 y me hice acreedor a la medalla de oro que entregaba todos los años el club River Plate al mejor egresado. Tuve como compañeros a Mauro Viale, Marcelo Araujo y Alberto Fernández, que se destacó en Clarín, entre otros. Tenía ganas que ese fuera mi destino, incluso llegué a trabajar en un programa de radio Continental, pero luego aparecieron en vida Maradona, Bochini y Pastoriza y la historia fue distinta”.
Aquella vocación por la información quedó relegada por otra, que era la enseñanza. El profe volvió a las escuelas durante el primer lustro de la década del ‘70, hasta que una situación especial cambiaría definitivamente el rumbo
“Yo trabajé en el cuerpo de técnico de Antonio D´Accorso en mis comienzos y a fines de 1976 me llamó una persona que había estado con nosotros como utilero en Chacarita, que era hincha de Argentinos Juniors y vivía cerca de la cancha en La Paternal, para decirme que le había propuesto mi nombre a Santiago Gallo, que era el presidente del club, ya que D´Accorso iba a asumir como entrenador. Fui solo para agradecerles el gesto, ya que me iba de vacaciones con mi familia a La Falda. Me hicieron un ofrecimiento que era bastante interesante, porque además, en enero y febrero no tenía ingresos de las escuelas. Acepté con la idea de saber que si la cosa no funcionaba, me volvía a los colegios. Cuando estábamos haciendo la lista de jugadores que iban a formar parte de la pretemporada en Tandil, un dirigente nos dijo: “¿Por qué no lo llevan también a Dieguito?”. El presidente dudó, porque el club cuidaba el mango al máximo (risas) y uno más era un gasto importante, pero se aprobó y ese tal Dieguito vino con nosotros y cambió mi historia con el fútbol”.
“Cuando lo vi en la primera práctica, no tenías que ser adivino ni un genio futbolístico para darte cuenta de que era un extraterrestre. Una tarde fuimos a la cancha de Ramón Santamarina a ver un amistoso que la selección de Tandil le ganó a Independiente por 3-1. Allí conocí a dos personas que serían muy importantes en mi profesión como Pastoriza y Bochini. Antonio D´Accorso le propuso al intendente de la ciudad hacer un partido con nosotros tres días más tarde y, si ganábamos, nos tenían que dar 5.000 dólares. Fuimos y les ganamos 3-1 con dos goles y una actuación sensacional de Diego, que ya mostró lo bien que se entendía con Carlos Bartolo Álvarez, a quien terminaría ayudando a ser el goleador del Metropolitano 1977, en un torneo donde anduvimos bastante bien”.
La varita mágica del destino se había posado sobre el profe Kenny, permitiéndole ser testigo de aquellos momentos fundacionales de un mito inabarcable. Las primeras hojas del cuento lo tuvieron como partícipe: “Podríamos decir que Diego era bastante manejable al principio. A medida que fue creciendo, como persona y en su rendimiento, se convirtió en la figura excluyente del equipo. No debe haber sido fácil para un pibe de 17 ó 18 años, que en cada viaje al interior era invitado por el gobernador, en tiempos de los militares, para sacarse fotos con él, con la familia y otros funcionarios. Recibía a cada paso un trato especial y diferente, que lo colocaba en una situación de privilegio por arriba de los demás”.
Al iniciarse 1978, D´Accorso decidió irse a Banfield. “Yo siempre lo cargué diciéndole que era el único técnico de la historia que dejó a Maradona (risas). Yo me quedé, porque estaba muy cómodo allí y me había encariñado con Diego. Llegó como DT una leyenda viva como lo era Don Victorio Spinetto, que para mí fue otro regalo. A comienzos del ‘79 me fui con él a Atlanta, pero por apenas unos meses, porque enseguida me llamaron otra vez de Argentinos, ante la llegada del Zurdo López como técnico y allí fui. Eran los tiempos donde, por el imán de Maradona, viajábamos por todos lados. Si el domingo teníamos partido del torneo en Jujuy, se armaba un amistoso en Salta para el martes. Gracias a la locura que generaba verlo a él, pude conocer gran parte de nuestro país”.
Una de las pocas deudas futboleras pendientes que le quedaron a Maradona debe haber sido el no poder ser campeón con Argentinos Juniors. En los dos torneos de 1980 estuvo muy cerca y el profe vivió aquellos momentos como propios: “En el Metropolitano fue el goleador dando varias fechas de ventaja, porque las últimas no las jugó por un virus. Igual recuerdo cómo festejó el hecho de haber logrado el subcampeonato. A continuación vino el Nacional, que era en cuatro zonas. El día de los 4 goles a Gatti, nos clasificamos a falta de dos jornadas, pero no pudimos contar con Diego en la fase final, porque debió concentrarse con la selección para el Mundialito de Uruguay. Nos eliminó Racing de Córdoba en los cuartos de final, pero no tengo ninguna duda que con él, éramos campeones”.
Además del amor por la número 5, Carlos Kenny y Diego Armando Maradona compartían otra pasión, que era el tango: “A él le encantaba, quizás por herencia de su papá. Yo soy fanático y en las concentraciones le cantaba un vals que se llama “Pedacito de cielo” que lo escuchaba con mucha atención. Teníamos una relación tan cercana que conocía a la perfección a su familia. Incluso hace unos 10 años, mi hija encontró casualmente a Claudia Villafañe y cuando se presentó, al escuchar el apellido, ella le dijo: “¿Sos algo del profe Kenny?”. Cuando le respondió, la ex esposa de Diego le dio el teléfono y días más tarde la llamé. Al atender, le pregunté si sabía quién era e inmediatamente arranqué a cantar ese vals y por supuesto que me reconoció. Una linda historia”.
Si hay un club con el que el profe Kenny quedó identificado ese fue Independiente, por su tarea al lado de José Omar Pastoriza. Sin embargo, su arribo fue antes de que el binomio se consolide: “Llegué de la mano del Zurdo López en 1981 y me encontré con otra maravilla del fútbol, apenas un escaloncito por debajo de Diego, que fue Bochini. Un monstruo, que hacía lo que quería dentro de la cancha. Conocerlo fue una sorpresa, porque cuando hacíamos los ejercicios de elongación, no podía tocarse la punta de los pies (risas). Pero cuando empezaba a rodar la pelota… Una cosa de otro mundo. El Zurdo se fue y en su lugar quedó Nito Veiga y se armó un gran equipo, que perdió dos torneos consecutivos contra Estudiantes por diferencias mínimas. A las pocas semanas llegó Pastoriza como técnico y enseguida le planteé que probáramos un tiempo a ver si yo le servía y por suerte arrancamos bien de entrada. El único problema es que el Pato me trataba de usted, porque con los profes se dirigía de ese modo, por un tema de tener más estudios que él, que se había diplomado en la universidad de la calle y por eso era un genio y enrome conductor de grupos. Un gran amigo que trataba de ayudar, al punto que en su mítica pizzería “La gata alegría”, siempre les tiraba una soga a los ex jugadores o árbitros que estaban en la mala. Ganamos el torneo del ‘83 y luego la Libertadores e Intercontinental del ‘84 con un cuadro fantástico. La frutilla del postre fue aquel triunfo contra Liverpool en Tokio con el gol de Percudani”.
El exitoso e irrepetible ciclo de ambos en Independiente concluyó a fines de 1987, luego de haber ganado una liguilla que lo depositó nuevamente en la Copa Libertadores, donde quedó fuera en las semifinales. En el horizonte, rápidamente, apareció un nuevo desafío.
“Cuando llegamos a Boca, en enero de 1988, nos encontramos con un grupo extraordinario. Eran muchachos que jugaban bien, pero además, con ganas de trabajar. Solo nos faltó poder coronar con un título. Quedó el recuerdo de lo que pasó entre Pastoriza y Gatti. Fue una gran polémica, pero el Pato ya le había avisado, unos meses antes, su decisión de prescindir de él, porque Hugo no lo quería reconocer, pero ya no podía seguir jugando. No teníamos los medios que hay ahora, con drones y varios avances, sino que medíamos a los futbolistas con el test de Cooper, donde había que saltar y alcanzar una marca, que para cualquier jugador era de unos 60 centímetros. Gatti apenas llegaba a 33. Claramente ya no estaba para la alta competencia y por eso llegó el Mono Navarro Montoya”.
La pasión indomable por el fútbol no se apagó, pero se alejó del profesionalismo para canalizarse junto a la otra que habita en la vida de Carlos Kenny, que es la enseñanza: “A partir de la década del ‘90 me vinculé más a las escuelas de fútbol, sobre todo en las de Claudio Marangoni, quien me honró nombrándome como director docente, más tarde con Ricardo Giusti y Nery Pumpido y luego en el Club de Amigos, que significó una etapa muy linda, utilizando al fútbol como una poderosa herramienta para las buenas costumbres. Arrancamos con 50 pibes y llegamos a tener 700. También logré aplicarlo con los adultos, donde se juega sin insultar ni protestar”.
La savia futbolera que corre por sus venas pasó también a sus hijos, que siguieron su camino de la educación física y la docencia. Uno de ellos, Claudio, es el profe que acompaña al Turco Mohamed en su cuerpo técnico e incluso se dio el gusto de estar en Independiente como su padre. Carlos disfruta de su familia, de una envidiable memoria que le permite revivir con inmensa precisión cada momento de su vida junto a los grandes de este deporte. Pero lo más importante es la frase que nos deja sobre el final: “Una de mis mayores alegrías es el hecho de mantener contacto con la mayoría de los jugadores a los que tuve en los distintos planteles. Eso no se paga con nada”.
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