Carta a Diego, el amigo ausente que se dejó morir

Ha transcurrido un año desde tu inoportuna decisión de morir y no ha habido un solo instante en que el nombre de Diego Armando Maradona se haya alejado de nuestro hoy. Tu ausencia es tan poderosa como tu recuerdo

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Pelusa murió casi un mes
Pelusa murió casi un mes después de su cumpleaños N° 60 (REUTERS/Pilar Olivares)

Diego querido:

Te seguimos buscando en la oscuridad, con el dolor de saber que tu muerte valió tanto como tu vida.

Ha transcurrido un año desde tu inoportuna decisión de morir y no ha habido un solo instante en el cual tu nombre se haya alejado de nuestro hoy. Nunca como ahora el Diego Armando Maradona resuena en todas partes cual duende que habita con indistinto estruendo lo abyecto y lo sublime.

A esta altura, querido amigo, debo decirte que tu ausencia es tan poderosa como tu recuerdo. Y es así porque el mejor jugador de fútbol de todos los tiempos, el autor del más bello gol de los mundiales, el implacable caudillo de sus compañeros, el capitán ejemplar de sus equipos y el líder de todos los grupos que integró, nos aturde con su absurdo silencio.

Muchas palabras de diverso significado convergen hacia ti: misas, litigios, miniseries, fiscales, revelaciones exclusivas, abogados, remates, tatuajes, documentales, testimonios, peritajes, videos, recuerdos, testigos, evocaciones, procesamientos, chats, tributos, denuncias, viejos compañeros, últimos discípulos, abogados, programas del corazón, show del aniversario, amantes insondables, producciones especiales… Ah querido amigo, recién ahora y al cumplirse un año de tu muerte, puedo asegurarte que millones de personas en el mundo han entendido que tú eras un todo: el genio de la cancha y el hombre imperfecto. Al cabo, la misma persona única e inexplicable que por ser así jugaba así…

En estas horas más que nunca, escritores, periodistas, filósofos, comunicadores, guionistas, ex jugadores, sociólogos, artistas, “valores y dubles”, están hablando de ti en el mundo entero. Y también yo que he preferido recordarte desde que Horacio Del Prado, a los 13 años, te hizo la primera nota para El Gráfico. Aquella mirada chispeante y vivaz a través de la cual podían verse los sueños de jugar en primera. Qué pibe tan puro y frutal. Cómo imaginar ese después: el debut en Argentinos, la Selección Juvenil campeona en Tokio 79′, Boca, Barcelona y el sosiego clamoroso en Nápoles, tu ciudad redentora. Todo fue tan vertiginoso como tu vida; todo fue tan rápido como tu muerte.

Por cierto entrañable amigo que esta misiva no intenta reivindicar lo ocioso, antes bien, pretende repasar unos pocos momentos en los cuales creí verte feliz. Recuerdo, entre tantos flashes, aquellos días de recuperación en La Habana. Eras solo de Doña Tota y de Don Diego; eras de Claudia, y de Dalma y Gianinna. Y aunque estaban tus suegros y Guillermo firmes y dispuestos a ayudarte, yo me detuve en la ternura con la cual abrazabas a tu vieja buscando alivio en su regazo. Acaso como en Fiorito, cuando aún soñabas. Era bello verte besar a tu madre y jugar con Claudia y las chicas. Y fue un milagro observar tu recuperación en el día a día.

Desde aquel momento es que recuerdo la vez que fuiste a jugar a las bochas con Don Diego o Chitoro, como le decías. Yo me quedé con Guillermo en el jardíncito del chalet que ocupabas en La Pradera y los vimos alejarse hacia una canchita de bochas, como a unos 40 metros. Iban tomados del hombro sin hablarse y cada tanto se detenían, luego se miraban frente a frente sin decirse nada, suspendidos en un espacio de silencio y emoción; no te animabas a decirle cuánto lo querías, pero sabías que él lo estaba escuchando pues lo gritaban tus ojos.

Qué dolor tan grande amigo que entre todos los errores también hayas cometido uno imperdonable: el de dejarte morir. ¿Es que creíste acaso que ya nada podría lastimarte al sentirte tan solo y abandonado en medio de la multitud? ¿Cuándo lo sentiste? ¿En la celebración de los 60 con tanta gente alrededor y ninguna mano amiga para estrechar, ninguna mejilla para besar, ningún hombro para tomar, ninguna mirada para sostener, nadie a quien decirle te quiero…?.

Diego querido, tu muerte dejó al fútbol en silencio. Cuánto nos hubieran hecho falta algunas de tus frases, de tus reflexiones, de tus sentencias. En este siglo de ausencia – un año que parecieron 100 años- el fútbol, como siempre, produjo todas sus realidades: alegría y tristeza; especulación y esperanzas, manipulación y poder y hasta una propuesta de jugar los mundiales cada dos años para industrializar al fútbol. Ningún jugador, ni aun siendo estrella dijo nada; en realidad y desde que te fuiste ningún jugador dice nada. Y algo aún más doloroso, Maestro: la policía mató a un pibe de 17 años que se llamaba Lucas González e iba en auto con otros tres amigos. Ellos salían de la villa 21-24 después de entrenarse en uno de los predios de Barracas Central. Pensé que alguna vez tú fuiste Lucas cuando venías de Fiorito a La Paternal o regresabas a Fiorito. Y también en los miles de pibes que fueron o son Lucas con la esperanza en el bolso y los sueños en los botines. Ah, si hubieras estado Diego… Te imaginé al lado de los padres del chico en la manifestación frente a los Tribunales y escuché tu voz pidiendo justicia. Pero el fútbol de las estrellas, el de los ídolos, el de los grandes jugadores no estuvo allí.

Amigo querido, desde el planeta ignorado en el que te encuentres escucharás millones de voces que habrán de recordarte en cualquier parte del mundo. No preguntes por quién doblan las campanas, están doblando por ti…

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