Salió de Boca, le hizo un gol al Real Madrid en la Bombonera, jugó al tenis con Maradona y se vistió de “traductor” para ayudar a Caniggia

El ex mediocampista Beto Naveda irrumpió en los 90 en un Boca repleto de estrellas y tuvo pocos minutos, aunque grabó una perla soñada: anotarle un tanto al Merengue. Pasó por la MLS, Israel y Escocia, donde estrechó su vínculo con Caniggia. Años más tarde, forjó una gran amistad con Diego

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Alberto Naveda años atrás con
Alberto Naveda años atrás con Diego Maradona, con quien forjó una amistad (Foto: @BetoNaveda)

Beto Naveda puede decir que cumplió el sueño del pibe. O varios de los sueños. Ya con 14 años era todo una celebridad en su ciudad, mucho más por el peso del apellido que su padre llevó a lo alto que por haber debutado en la primera de San Martín de San Juan tan joven. Alberto, su viejo, además de ser un comisario reconocido de la zona, fue uno de los grandes ídolos de los 60 del Verdinegro. Por eso no sonaba ilógico que cuando algunos lo vieron iniciarse en la primera de San Martín al mismo tiempo que arrancaba a patear la adolescencia, apostaron a que era un acomodado. Demoró poco en embelesar a todos, en cambiar murmullos por elogios.

“Era muy chiquito cuando debuté en la primera local de San Martín, me pegaban fuerte”, se ríe sobre su arranque en el fútbol con 14 años. “El campeón local jugaba el regional en esa época. Jugué pocos partidos, pero pude jugar con algunos que habían jugado con mi viejo. Él tiene 30 años mayor que yo, así que imaginate. Mi viejo fue un grande acá en San Juan, uno de los grandes ídolos. Estuvo en Newell’s un año en el 64, pero se volvió. Él era volante creativo, era un ídolo. ¡Me decían acá que jugaba porque era su hijo!”.

El calor golpea fuerte a la provincia de San Juan y, aunque es día de semana, la actividad laboral parece detenerse por unas horas en el centro. El tiempo pasa más lento y Naveda, ya en su rol dentro de la secretaría de deportes local, abre las puertas de su oficina a Infobae para revivir aquellos años veloces. Todo pasó demasiado rápido para él: debut doméstico con 14 años, la escala previa en Córdoba para estudiar abogacía y el salto definitivo a la pensión de La Candela para sentir en carne propia lo que es la varita mágica de Boca Juniors, con una galería de nombres que son parte de la historia grande: Diego Maradona, Beto Márcico, Claudio Paul Caniggia, César Luis Menotti...

“Me fui a los 17 años a Boca. Estudiaba a la noche abogacía en la facultad de Morón y durante el día entrenaba en La Candela. Me había probado con el Cai Aimar cuando estaba con Griguol en River, así que cuando se fue el Cai a Boca me fui a probar de vuelta. En esas inferiores tenía de compañeros al Colo Farías y a Claudio Benetti, de los que después pudieron jugar en primera. Era una época difícil. Era la época que había 40 profesionales y eran 40 figuras. Era muy difícil ganarse un lugar en primera”, repasa sus años de azul y oro.

Naveda durante su paso por
Naveda durante su paso por Boca a mediados de los 90

Debutó poco antes de cumplir 22 años en una derrota 1-0 ante Argentinos Juniors por la desaparecida Copa Centenario en una formación que tenía, entre otros, a Juan Simón, Carlos Mac Allister, Claudio Saturno o Márcico, por citar sólo algunos apellidos de renombre. En un año, apenas pudo colarse en cinco partidos pero el Beto quedó marcado a un hecho singular: le anotó un gol al Real Madrid en la Copa Iberoamericana que se jugó en 1994, como propuesta de los patrocinadores que tenían ambos clubes en el centro de la casaca.

La derrota 3-1 en el Santiago Bernabéu la vivió a la distancia, pero Menotti decidió darle la pilcha de titular en la Bombonera y Beto no defraudó: triunfaron 2-1 y marcó un auténtico golazo. “Cuando se cumple el aniversario del gol, los mismos hinchas de Boca me mandan el video. Fue una jugada hermosa que corté la pelota en mitad de cancha. Betito Carranza la llevó, se la dio a Polilla Da Silva en el área grande. Y éste, que era un genio, la paró, giró y me vio venir: me la dejó servida para que pateara al arco”. Da Silva había gritado el otro gol contra un Merengue dirigido por Vicente del Bosque y plagado de figuras: Paco Buyo, Míchel, Martín Vázquez y Prosinecki, entre otros.

“En ese momento no dimensionaba al Real Madrid. Me había costado tanto lograr esa chance de poder jugar en Boca y demostrar que podía jugar, que ni lo pensaba. Es más, en una jugada le hice un caño a Michel, pero ni lo había visto. Me apareció de repente por atrás y mi reacción fue tocarla entre las piernas; y pasó... Termina el partido y me dice: ‘Tío, no me puedes hacer ese caño´. Me pidió cambiar la camiseta y le dije: ‘Perdón, pero esta no la cambio más, con esta le hice el gol al Real Madrid y no la cambio con nadie’. Esa camiseta la tengo en mi casa, en un bolso guardada”, recrea.

El gol de Beto Naveda al Real Madrid

El arribo de Menotti le había dado esperanzas. Su buena técnica iba en sintonía con las pretensiones del Flaco. Naveda, que previamente había quedado en la puerta de integrar la lista del ya histórico Mundial Sub 20 de 1991 que terminó con las escandalosas trompadas contra Portugal, estaba empezando a ganarse un lugar después de años de pelear por minutos.

“El Flaco me decía: ‘Jugá de volante por derecha porque vos tenés la posibilidad y de diez...”. Estaban el Beto Márcico, el Chino Tapia, Neffa, Cabañas, Polilla Da Silva, Betito Carranza... Teníamos una cantidad y aparte todos fenómenos. No había uno que vos decías: ‘A este capaz que le compito y le gano’. Tuve la suerte de jugar por derecha porque al Flaco, cuando le gustaba un jugador, le buscaba la posición. Cuando me rompí el quinto metatarsiano, justo me iba a poner de cuatro. Imaginate, de ser 10, pasé a jugar de 8 e iba a terminar jugando de 4″, analiza.

La operación y los cambios vertiginosos del mundo Boca lo pusieron con un pie afuera del club: “Cuando volví estaba Marzolini, ya habían llegado Diego, Caniggia. Y me dijo que no iba a tener posibilidades. Me fui seis meses a préstamo a Quilmes que dirigían Villa y Larrosa, tengo un recuerdo hermoso. En ese plantel estaba Insúa, Chocho Llop, el Polaquito Franco, Colombo, Quattrocchi, Tuzzio, Galarza que vino de Racing, el Mudo López... No jugábamos para nada mal. Pero al quinto partido lo limpiaron a Villa”.

Para entonces, previo a convertirse en un trotamundos de destinos que para entonces eran exóticos, había compartido vestuario en Boca con un Maradona que volvía de la suspensión listo para pintarse la famosa franja amarilla: “Era un fenómeno. Aparte verlo jugar ya era increíble. Venía con los botines desatados, ni entraba en calor y no erraba un pase. Un fuera de serie de los que no existen. Esos tipos que vos decís, lo tocó algo a este hombre. No salió como yo de mi vieja, ¡parecía extraterrestre! Él te trataba de lo mejor, te preguntaba, una humildad tenía. Diego dentro del fútbol fue un tipazo y por eso lo quieren todos los jugadores. Vos no escuchás o escuchás muy poca gente que hable mal de él dentro del fútbol”.

Todavía faltaban unos años para que Boca transitara la gloriosa era de Carlos Bianchi y para Beto era un tiempo de arrancar nuevas aventuras: lo fichó el New England Revolution de la recién nacida MLS de Estados Unidos. “De acá fue Chiche Soñora y llevaron figuras importantes como el Pibe Valderrama, el Diablo Etcheverry, Donadoni de Italia o Branco de Brasil. Fuimos a un draft con varios jugadores, me acuerdo que estaba el hijo del Beto Alonso, el Cabezón Allegue de Racing y estaba Bruno Marioni, que todavía era Bruno Giménez. Era un draft como el de NBA, pero la diferencia es que vos jugabas tres o cuatro partidos en una semana. Nosotros éramos jugadores de primera de Argentina, híper entrenados y sacábamos una ventaja abismal. Me contrataron el primer año a préstamo y el segundo compraron mi pase. Bruno menos mal que no se quedó porque volvió, ese año fue goleador en Newell’s, e hizo una carrera espectacular”.

Diez contra diez: Valderrama (Tampa
Diez contra diez: Valderrama (Tampa Bay Mutiny) contra Naveda en un duelo de 1997 (Foto: Getty Images)

Vivió en Israel varios años entre los pasos por Maccabi Acre, Maccabi Ironi Ashdod y Hapoel Jerusalem mientras las lesiones comenzaban a azotarlo. Pegó el salto a Escocia para repartirse entre el Dundee United y el Dundee, rivales clásicos que se asemejan al Independiente-Racing argentino. Allí lo esperaban un núcleo grande de argentinos entre los que se destacaba su ex compañero Claudio Paul Caniggia: “Llegué para ir al Dundee United, que se estaba yendo al descenso. Lo salvamos y al año siguiente pasé al equipo que estaba Caniggia, el Beto Carranza. Había varios argentinos. Yo era el único que hablaba inglés perfecto, porque venía de Boston, así que era el traductor de todos los chicos”.

“Cani me tenía para todo, ¡hasta un contrato le tuve que traducir con Rangers porque no se entendía con el abogado! Él me contó que iba a firmar con el Rangers. Y le dije: ‘Llevá a un traductor’. ‘No... Si ya arreglé con el abogado, no sé qué'. Después llamándome, 800 llamadas perdidas que tenía que ir. Así que me fui a Glasgow a ayudar con el contrato al Cani. Llegué y me estaban esperando, le solucioné todo. Le traducía lo que el Cani quería y lo que el presidente del club le decía. Hasta de traductor hice por el Cani”, relata entre risas sobre aquel grupo de argentinos que se armó y para el que Beto fue clave como “traductor” para hacer “hasta todos los trámites del banco”.

Aquel Caniggia era el que había cambiado Boca por un nuevo paso por Atalanta, pero que decidió relanzar su carrera en tierras escocesas a punto tal que Marcelo Bielsa lo citó al Mundial 2002: “Cani es un crack, una persona excelente. Era un superdotado físicamente. Una bestia. Y futbolísticamente era indiscutido. Nosotros no nos sorprendimos con lo del Mundial. Al contrario, nosotros pedíamos que lo llamaran porque lo veíamos jugar todos los domingos y volaba. No lo podían parar. Físicamente estaba muy fuerte y con la pelota a esa altura te imaginás lo que era, sabía todo”.

Mientras tanto, el físico castigado empujó a Naveda afuera del fútbol tempranamente, aunque para comienzos del 2000 tuvo una última intención de seguir en el Sanremese Calcio del ascenso italiano: “Estaba muy roto ya en Escocia. Tobillo, rodilla, pubalgia. Fui a Italia y les dije: ‘Estoy roto, hago lo que puedo’. Estuve seis meses intentando jugar, pero apenas jugaba 15 minutos los segundos tiempos y no podía ni caminar. Hasta que le ofrecí al presidente del club devolverle la plata que me había pagado. Volví a operarme a Buenos Aires, me operé de pubalgia y la rodilla. El médico me dijo ‘si vos querés seguir teniendo una vida, ya estás’. Tenía las dos rótulas desgastadas, un clavo en la rodilla desde chiquito que me habían operado en San Juan como se operaba en esa época. Hasta ahí llegué”.

Pensó en vivir en Boston, pero recaló en Parque Leloir, donde vivió algunas de las horas mágicas que le regaló el fútbol y estrechó su vínculo con Diego Armando Maradona. “Diego estaba complicado de salud y Mancuso lo estaba representando. Entonces yo jugaba al tenis con Mancuso y algunos ex jugadores. Entonces lo sumábamos a él. Fuimos varias veces porque le gustaba mucho jugar a todo. Te imaginás lo que era comer un asado con él, que te cuente las anécdotas”, revive de aquellos días ya más cercanos a los finales del dos mil.

“Había varios chicos que jugaban bien. Betito Carranza, Cacho Borelli, Pipo Gorosito, Pipa Gancedo, el Ratón Zárate... Una banda. Gancedo era de los buenos eh, me van a matar cuando vean esto, pero yo estaba entre los que les ganaba a casi todos. Nos enseñaba un profe a jugar y con el tiempo nos fuimos perfeccionando porque a los que nos gustaba seguimos tomando clases. Cuando venía Diego, nos veía jugar y nos decía: ‘¡Pero ustedes están para jugar una Davis!’. Era divertido porque al tenis le encantaba jugar. Tenía ahí el slice, pero jugando al tenis era humano, pasa que nunca tomó muchas clases como para aprender golpes y en el tenis si no tenés la técnica específica era difícil. Pero se re calentaba, jugábamos dobles y quería ganar o ganar. Un día fuimos a comer un asado y a jugar con Los Piojos. Nos decía: ‘Muchachos, acá ganamos o ganamos eh’. Después lo que fue, dos horas escuchándolo a él todos en silencio. Fue una experiencia hermosa conocerlo más de cerca al crack”, celebra haber tenido esa bendición.

No fue todo deporte blanco, hubo picados de fútbol de alto voltaje: “Jugábamos al fútbol también en las canchitas que tenia Mancuso. Jugaba él y no le gustaba perder ni a la bolita. Se ponían picantes los partidos, él quería ganar. Si se tenía que tirar de tijera, se tiraba. ¿Pero sabés lo que era tirar una pared con él? Bah, ni tirar una pared, verlo patear”.

“Él tenía un corazón enorme, tenía un montón de gestos silenciosos. Un día habíamos llevado a dos chicos de San Juan a probarse y nos invitó a un asado con 50 personas. Hacía frío, sacó 50 camperas y dijo ‘muchachos, llévensela’. No tenía problemas. Era un apasionado para todo y soy un defensor de ese Diego, el que nos dio alegrías. Me quedó con el amor y el cariño con el que trataba a mis hijas. Era un tipo difícil de llegar por la magnitud de su figura, pero cuando estabas ahí era humilde y con un corazón enorme”.

El mundo lo devolvió, casi dos décadas después, a la tierra que abandonó de adolescente. Entre Parque Leloir y la chance de Boston, prefirió asentarse en San Juan. Dirigió a algunos equipos de la zona, pero su vida se rumbeó para otro lado: se convirtió en subsecretario de deportes de San Juan y actualmente es asesor del área que comanda el Coqui Chica, el secretario de deportes que ostenta en su carrera futbolística un paso por River. “Empezó a tirar la familia, teníamos un departamento en San Juan y probamos porque siempre veníamos de vacaciones. Compré una quinta para hacer eventos y ya nos quedamos. Acá se vive más tranquilo. Con Coqui somos amigos de la infancia y yo trabajaba para una empresa de él. Cuando lo llamaron para decirle que iban a revolucionar el deporte de la provincia me sumé porque el deporte es una herramienta de transformación social”.

Ya sin los cortos y con un look oficinista preparado para combatir el calor, Naveda sale a la puerta de su oficina y rápidamente dos personas que lo identifican se acercan a saludarlo. Ya no es aquel pibito prometedor de San Martín ni la joya sanjuanina de las inferiores de Boca. Las camisetas que documentan ese pasado descansan en un bolso arrumbadas entre algunas firmadas de Maradona, otra de Batistuta y una gema de Valderrama. Son para él un reflejo que está escondido en los rincones de su casa. Todavía, eso sí, sostiene un orgullo: “Han sido pocos los sanjuaninos que pudieron jugar en la Primera de Boca. Fue todo a pulmón, con mucho esfuerzo. No hay que bajar los brazos nunca”. Dice y se pierde con el brazo alzado pero esta vez para despedirse con una sonrisa.

Naveda en su rol dentro
Naveda en su rol dentro de la secretaría de deportes de su provincia

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