Sus labios dibujaron una sonrisa leve, como si una sensación aliviadora le hubiese descendido hasta el esternón. Ante el aplauso cerrado y de pie, sus pómulos parecieron sonrojarse sin saber cómo reverenciar el cuerpo para agradecer con la debida elocuencia. Sólo atinó a levantar la mano derecha y balbucear un gracias tres o cuatro veces frente a la solemnidad de esos hombres igualados en la toga negra y la peluca blanca.
Julio Grondona recuperaba la calma pues había cumplido el estresante compromiso de ir a la Cámara de los Lores de Inglaterra, tal como se lo había pedido su amigo Sir Robert Bobby Charlton, un prócer del futbol inglés a quien la Reina Isabel 1 nombró Sir (Caballero, Señor, Lord) en junio de 1994.
Charlton, considerado por la FIFA como el mejor jugador inglés de todos los tiempos, fue quien bautizó a Old Trafford –donde hay una tribuna con su nombre – como “El teatro de los sueños”. Y cuando Inglaterra se postuló como sede para organizar el Mundial del 2006, Bobby Charlton conoció a Grondona y se hicieron buenos amigos.
Esa amistad nació en 1999 en la FIFA cuando Don Julio era vicepresidente senior y Bobby simbolizaba un emblema de Inglaterra. Tenían diálogos futbolísticos extensos y amistosos pues los unían muchos hitos: el gol de Grillo de 1953 en el Monumental, la expulsión de Rattin en el 66′ –Bobby era el capitán de aquella selección inglesa campeona del mundo -, la mano de Dios y el mejor gol de la historia (Diego, México 86′). En tal ocasión Charlton invitó a Grondona para hablar en la Cámara de los Lores y también a la selección argentina a jugar un amistoso en Wembley como parte de su campaña para que Inglaterra fuera designada sede del 2006, cosa que no logró.
Según Bobby, el discurso de Grondona había sido muy futbolero y bastante “argentino” pues sutilmente no dejó de recordar la actitud del árbitro alemán Rudolph Kreitlen en aquel famoso partido entre Inglaterra y Argentina en el 66, “son cosas que pasan”, concluía Grondona y agregaba “qué va a hacer”, El “son cosas que pasan” lo utilizó como latiguillo muchas veces: “La mano de Diego, son cosas que pasan”; sobre el segundo gol de Diego aclaró: “Ve, eso no pasa, no creo que se dé nuevamente en un Mundial”, agregó. Y para quedar bien repitió: “Que Inglaterra, con todo lo que nos enseñ,ó haya ganado un solo Mundial, son cosas que pasan…”.
Charlton había invitado a todos los dirigentes de la AFA que acompañaban a Grondona a un almuerzo en el London Marriott Hotel de Grosvenor Square. Allí estaban su hijo Julio Ricardo Grondona –actual presidente de Arsenal-, el doctor Hugo Pasos –actual vice 2° de Arsenal y siempre hombre de la mayor confianza de Don Julio-, Noray Nakis –por entonces presidente de Armenio- y dos dirigentes de Independiente: Julio Comparada y Atilio " El Tano” Di Pace, fallecido en 2009.
Después de los regalos y los brindis, y ya de cara al partido amistoso en Wembley, Grondona le contó a su esposa Nelly cómo había sido su discurso y Noray le recordó amigablemente: “Muy bien eso de todo pasa…”. Fue ése el momento en que Julio simplemente les dijo a todos: “Qué gran frase, qué gran verdad, todo pasa…”
Ya de regreso en Buenos Aires, un martes de julio de 2000 y después de una reunión del Comité Ejecutivo de AFA, el presidente de Deportivo Armenio Noray Nakis - a su vez antiguo joyero de la calle Libertad - le regaló a Grondona un anillo de 14 gramos de oro de 18 kilates con el sello “Todo pasa”. Antes de colocárselo en su dedo meñique izquierdo junto a la alianza matrimonial, Don Julio ponderó el tallado lateral y el carácter potente de la leyenda. Luego, delante de otros miembros que habían asistido a la reunión del Comité Ejecutivo, les comentó: “Es la frase ideal para todos nosotros; recuerden que todo pasa, sobre todo la gloria después de los triunfos”. Y remató: “Pero también pasa el sabor amargo de las derrotas si hacemos las cosas bien, con humildad y no nos enloquecemos…”.
El anillo en la mano de Grondona se hizo famoso. Muchos dirigentes le pidieron a Nakis tener uno igual y gente del común iba a su local a averiguar cuánto costaba. Unos y otros se encontraban con la negativa de su autor quien les decía: “No puedo, es exclusivo, ejemplar único en el mundo”. Y tal negativa, acrecentaba la leyenda. No obstante, el propio Grondona con quien abordé muchas veces este tema, me contó que en una joyería muy fina y prestigiosa que queda frente al hotel Alvear, más de un turista pidió y logró que le hicieran un anillo con la inscripción “Todo Pasa”.
Cada vez que cambiamos algún párrafo sobre el tema, Don Julio recordaba anécdotas que mistificaban el origen de la frase. A unos les decía que se había inspirado en una aseveración del faraón Ramses II y frente a otros acomodaba la versión según las circunstancias. Una vez le dijo al querido Antonio Cafiero: “Tenía razón Perón, todo pasa Antonio,”. Y otra vez departiendo con el entrañable legislador radical César Jaroslavsky, le afirmó: “Chacho, como dijo Yrigoyen, todo pasa…”. Eran tantos los “autores” del refrán que hasta a su propia familia jamás le quedó clara la historia. Fue así que en todas sus apariciones públicas los fotógrafos buscaban, antes que nada, un primer plano del meñique con el famoso anillo.
Grondona solía decir distendido al final de alguna jornada intensa: “Vos mirás el anillo y te sirve para todo, para cuando perdiste y sobre todo para cuando ganaste; en el fútbol –repetía convencido-muchas veces hay que dejarla pasar…”. Y remataba: “Los jugadores juegan y nosotros pensamos, actuamos, resolvemos, para eso somos dirigentes para preveer, para que nos pase lo bueno y no nos pase lo malo; para eso tengo el anillo, para recordar que todo pasa… si no queremos ser más vivos que los demás”.
En realidad la frase que acuñó Grondona como propia y la pronunciaba cada vez que podía, era otra. Él la llamaba " las 3 P”. Y cuando se presentaba alguna situación a resolver y alguien lo iba a consultar, Grondona tomaba un pequeño papel y escribía de manera encolumnada y vertical las siguientes tres palabras:” Paz, Paciencia y Pelotas”. Luego se reprochaba: “Este es el anillo que debería llevar”.
Durante doce años Grondona vivió convencido de que alegrías y sinsabores tenían la fugacidad de un soplo, que todo era efímero, que todo pasaba. Pero el 16 de junio de 2012 un dolor insoportable se le clavó en el alma y eternizó su pena: había muerto Nelly, su amor simbiótico, la principal razón de su existencia.
Esa noche fría, oscura y cruelmente silenciosa don Julio cerró la puerta del dormitorio y lloró en soledad su desconsuelo. Unas horas después se vistió para ir al velatorio. Le restaba ponerse el sobretodo; descolgó del vestidor uno italiano color gris topo de Falconeri (Via Condotti de Roma) que le habían regalado. Se vio acongojado frente al espejo y antes de partir hacia Sarandí se quitó el anillo y lo guardó en el bolsillo derecho. Nunca más se lo puso.
Dos años después y habiendo finalizado el Mundial de Brasil, su doloroso último sueño frustrado, Grondona siguió con su costumbre de pasar los fines de semana en su campo de Brandsen. El sábado por la noche habían compartido el asado semanal su hijo Julito, su amado nieto Pablito- quien murió repentinamente mientras manejaba su auto en 2018 a los 33 años- y tres grandes amigos, pilares a su vez de su querido Arsenal: el médico Reimundo Vigo, el dirigente Alberto “Flipper” Sarsfson y el intendente del club, Gustavo Vilardo, quienes además se quedaron a dormir.
El primero en despertarse a la mañana siguiente fue el doctor Vigo, el médico de “toda la vida” de Arsenal y de los Grondona, considerado como un miembro más de la familia. Comenzaba el “Día del Amigo” (20-7-14) y el Doc estaba atento a su otra pasión: la F-1 que se corría en Hockenheim. Luego de finalizada la carrera, salieron a ver una nueva huerta de 15x10 en la cual habían sembrado unos pequeños ajíes picantes que don Julio reclamaba para sazonar algunas salsas.
Mientras regresaban a la casa, Grondona al borde del llanto, le confesó al doctor Vigo: “¡Cómo extraño a Nelly! No puedo vivir sin ella...”. El doctor Vigo intentando llevarle consuelo le respondió dulce y serenamente: “Ya pasará Julio, ya pasará”. “No, doctor, esto no pasará nunca”, balbuceó el dueño de casa. Don Julio metió la mano en el bolsillo de una guayabera colombiana y sacó el anillo que había permanecido dos años en el sobretodo. Fue entonces cuando frenó su marcha, se dio vuelta, volvió la vista hacia la huerta y lo arrojó con la fuerza y la furia de un atleta lanzando el disco.
Diez días después murió.
Sus hijos, sus nietos y algunos amigos cercanos removieron la tierra buscando el anillo en la pequeña huerta. Sin embargo, jamás apareció…
Todo pasa, menos algunos misterios.
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