Toda historia tiene un comienzo y en la carrera de Diego Armando Maradona su inclusión en Cebollitas es el inicio de todo. El -para muchos- semidiós que nació en Villa Fiorito fue convocado por el equipo de jóvenes promesas de Argentinos Juniors a finales de la década del ‘60 debido a un capricho de uno de sus mejores amigos, quien sin imaginarlo dio el puntapié a una leyenda que marcó para siempre a la Argentina, al mundo y su propia vida. Ese niño que hace más de 50 años le comentó a su entrenador que uno de sus compinches era mejor que él, y que por lo tanto merecía una oportunidad para probarse, se llama Gregorio Carrizo, a quien todos conocen como Goyo, el artífice accidental de la leyenda.
Un sábado de marzo de 1969 en Malvinas Argentinas el técnico Francis Cornejo encabezó una práctica para cerca de 40 muchachos de la categoría 60 que soñaban con ser futbolistas. Al término de la misma le acarició el pelo a uno de ellos y le dijo que era el único que había alcanzado las expectativas, así que por lo tanto se transformaría en un Cebollita.
- ‘Necesitaba un 10 y llegaste vos’.
- ‘Tengo un amiguito mucho mejor que yo’.
-’¿Mejor que vos?’.
-’Sí, mucho’.
- ‘Lástima que el equipo está completo con vos’.
Así fue la charla que originó todo, porque Goyo no pudo evitar hablar de Pelusa, su vecino y compañero de escuela con quien jugaba a la pelota en los ratos libres. Ambos se destacaban en los picados de Fiorito y por eso se encaprichó: “¡Si Pelu no va, yo no voy más!”, le dijo a su padre, quien tuvo que convencer a Francis de darle una oportunidad al pequeño Diego. Al sábado siguiente en Parque Saavedra, Maradona dejó asombrados a todos y de inmediato le hicieron un hueco en el equipo.
Desde ese día, compartieron casi a diario el viaje de aproximadamente una hora y media desde Fiorito hasta el predio de Argentinos Juniors para asistir a cada entrenamiento. Parte del trayecto lo hacían a pie, y el resto en tren, aunque no siempre lo pagaban porque plata no había para semejante lujo. Tampoco había dinero para el almuerzo, por lo que si ese mediodía el colegio no entregaba algún plato en el comedor, llegaban sin comer a las prácticas.
Dentro del terreno de juego, Goyo y Pelusa se entendían a la perfección: “Yo le daba el auxilio que necesitaba. Con la mirada nos entendíamos. Yo sabía cuándo iba a arrancar, cuándo se iba a frenar, cuándo iba a meter un cambio de ritmo”, recordó en El Otro Maradona, el documental estrenado hace unos años que protagoniza. Fuera de las canchas, eran inseparables. Pasaban algunas Fiestas juntos, disfrutaban del puchero y de las empanadas de su madre -pese a que las sillas no alcanzaban y a veces comían en el suelo-, seguían yendo a la escuela y así forjaron una gran amistad.
“Diego siempre fue líder y para nosotros esa palabra, líder, era muy especial porque él nos motivaba mucho antes de entrar a la cancha. Lo veías a él con alegría y eso nos dejaba tranquilos”, rememoró en diálogo con Infobae, charla en la que ejemplificó la unión de aquel equipo de Cebollitas con una anécdota: “El técnico nuestro a veces retaba a un jugador y entonces ese jugador empezaba a llorar. Y en donde empezaba a llorar uno, llorábamos todos. Éramos muy unidos, si tocaban a uno nos tocaban a todos. Eso hacía que tuviésemos éxito en la cancha. Obviamente que teníamos al más grande, que era Diego”.
Pelusa era tan bueno que a los 16 años debutó en Primera División y pasó a formar parte del primer equipo del conjunto de La Paternal. Entonces, los Cebollitas, que eran seguidos por varios hinchas y hasta por un grupo de periodistas, perdió a su emblema. Aunque la mayoría confiaba en seguir desarrollándose en el club para, un par de años más tarde, llegar a la máxima categoría y volver a encontrarse con Diego. Uno de los que más posibilidades tenía de lograrlo era Goyo.
Estando en Tercera, el presidente de Argentinos Juniors, al igual que había hecho con Maradona tiempo antes, le ofreció un departamento para abandonar Fiorito y mudarse a Capital Federal. El suyo era mucho más chico que el que había tenido su amigo, un monoambiente en el que podían vivir él y sus padres. Pero, según contó en su documental, al ver que el resto de su familia debía quedarse en el barrio, eligió desestimar la propuesta. Claro, nunca imaginó que una lesión le iba a cambiar la vida.
“La Tercera se suspendió y se jugó un miércoles. Recuerdo que salí con la 11, esa vez había llovido el domingo y cuidaban la cancha para que juegue la Primera. Recibo una pelota por izquierda y me sale el marcador de punta, desbordo, llego a la línea, engancho para atrás y en ese movimiento, que lo había pasado al marcador, siento algo que me toca en la rodilla y siento un dolor terrible. Yo dije, ‘Algo se rompió'”. Tenía razón. Tras los estudios médicos, un especialista le explicó que había sufrido una rotura de ligamentos y que necesitaba una operación.
Enterado de la situación, Maradona, que por entonces ya era una estrella de Argentinos. ayudó con los costos y la rehabilitación de Goyo. Pero éste no contaba con el apoyo psicológico y el respaldo que tienen los jugadores hoy en día o que Diego tenía en aquel entonces. Por eso, después de 20 días de asistir a los trabajos de recuperación, dejó de ir y su rodilla no sanó jamás.
Mientras su amigo brillaba en Boca Juniors y luego era vendido al Barcelona en una transferencia que rompió cualquier récord para la época, Carrizo no pudo llegar a debutar en la Primera del Bicho, aunque fue suplente en un partido. Luego pasó por Dock Sud, por una liga regional de Azul, All Boys e Independiente Rivadavia de Mendoza, aunque nunca recuperó su nivel.
Es que después de cada partido la rodilla necesitaba dos o tres días de reposo con hielo para calmar el dolor y volver a jugar al fin de semana siguiente, un sacrificio que no valía demasiado la pena para su situación deportiva. Por eso, pese a que fue ovacionado en algunas ocasiones en el conjunto mendocino, el único club que lo obligó a abandonar Fiorito por un rato, optó por retirarse.
El fútbol fue afectuoso con él y trabajó entrenando equipos infantiles y juveniles mientras se encargaba de detectar jóvenes promesas para llevar a distintos clubes de Buenos Aires, como Independiente o Huracán. Una de sus joyas en ese trabajo fue nada menos que Gonzalo Pity Martínez, a quien halló en Córdoba y llevó a Parque de los Patricios. Pero al único jugador a quien él quería ver nuevamente era a su amigo, a Pelusa.
Su reencuentro sucedió antes del Mundial de 1994, cuando Maradona se recuperaba en la estancia de Alegre con la confianza de saber que Coco Basile lo incluiría en su lista y su objetivo solamente era llegar físicamente lo mejor posibleb: “Ahí hablamos como cinco horas. Hablábamos como si fuese que él seguía viviendo en Fiorito. Yo le dije ‘Pelu, sos un boludo, ¿por qué entraste en eso?’ Y él me miro fijo y me dijo, ‘Me equivoqué'. Ahí me contó cómo pasó la primera vez. Le dije: ‘Yo me estoy muriendo de hambre y no llego a eso. Y mirá que tengo tranzas enfrente de mi casa todos los días, no seas boludo’. Y él me decía que no podía salir”, recordó en una entrevista con Doble Amarilla.
Sin embargo, sus encuentros con el Diez fueron muchos menos de lo que deseaba “Siempre era difícil llegar, sobre todo cuando sos de la villa, ya te miraban mal como si fueses a pedirle algo y yo solamente quería ver y hablar con mi amigo”, le contó angustiado a Infobae. Su amor por Maradona es tal que a su hijo lo bautizó Diego Armando, justo en el tiempo en el que el astro estaba internado en el Sanatorio Cantegril, a principios de 2000 después de haber sufrido una sobredosis en Punta del Este. Goyo intentó nuevamente llegar a él después de su recuperación, pero tampoco pudo.
La vida los llevó por caminos diferentes y no les permitió despedirse. Los recuerdos de su niñez sólo perduran en la memoria de Carrizo, quien pese a sus esfuerzos no pudo evitar que la canchita en la que tiró sus primeras paredes y marcó sus primeros goles junto a Pelusa, fuera usurpada por un grupo de familias que buscaban desesperadas un terreno para levantar sus casas precarias en Fiorito. Hoy, con 61 años, vive agradecido de haber tenido la oportunidad de haber podido ser feliz junto a Diego en la cancha cuando eran niños y de luego haber festejado el Mundial 86 gracias a los goles de su amiguito, ese con el que iba a la escuela, viajaba en tren para ir a entrenar, pasaba las Fiestas, se divertía en los carnavales y cumpleaños.
Al día de hoy, su familia le recuerda que gracias a él el mundo pudo conocer a Maradona. Es imposible saber qué hubiese pasado si ese sábado no le hubiese contado a Don Francis que existía un tal Pelusa que era mejor que él: “Yo estuve con Dios en ese momento y no entendía por qué me estaba iluminando. Hoy ya me doy cuenta por qué me iluminó”. Con aquel comentario inocente de explicación divina, Goyo le entregó al pueblo argentino a uno de sus últimos héroes, pero él perdió a un amigo y nadie puede quitarle ese sentimiento de impotencia que hoy comparte con el resto de los Cebollitas: “Se nos fue demasiado pronto”.
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