Ni siquiera llega a recorrer los 50 metros que separan el ingreso al campo de juego del banco de suplentes y ya recibe la primera ovación. El “Muñeco, Muñeco”, con la “e” bien alargada, atrona desde los cuatro costados del Monumental. Y desde el 3 de octubre, cuando River le ganó el Superclásico a Boca por 2 a 1, también retumba un canto que se parece mucho a un ruego: “Ole, lé, Ola, lá, Gallardo es de River, de River no se va”. Si Marcelo Gallardo tiene algún problema, los hinchas de River se lo deben hacer más llevadero con tantas muestras de amor cada vez que pisa el Monumental.
El “Muñeco” saluda con su brazo derecho en alto y a veces levanta los dos, girando sobre sus propios pasos para agradecer hacia las cuatro tribunas del estadio. Por lo general esboza una sonrisa tenue, en especial porque suele levantar la cabeza para observar de cerca a los plateístas de la San Martín baja y la cercanía con esa tribuna le permite divisar los rostros y los gestos de los simpatizantes, que se rinden a sus pies cada dos semanas.
Son esos mismos hinchas que tienen incluida a la posible continuidad de Gallardo en River entre los pedidos salientes de sus plegarias: el técnico tiene contrato hasta el 31 de diciembre y todavía no decidió si seguirá a partir del año próximo. En las últimas semanas surgieron señales positivas en ese sentido, pero el motivo de esta nota es otro: contar cómo vive los partidos el mejor director técnico del campeonato argentino y uno de los más respetados del mundo.
Antes del pitazo inicial, Gallardo reparte saludos: para el director técnico rival y también para los alcanzapelotas cuando el partido es en el Monumental. El último lunes, en la victoria 3 a 0 ante Argentinos Juniors, mantuvo un afectuoso diálogo con Santino, uno de sus cuatro hijos, de 15 años. Santino se ubicó como alcanzapelotas bien cerquita del banco de River y -por añadidura- de su padre.
Concentrado e inquieto, sigue el 95% de los partidos de pie, dentro del corralito habilitado para que se muevan los entrenadores. Los breves instantes en los que suele sentarse son para dialogar con Matías Biscay, su principal ayudante de campo, o para escuchar la palabra del kinesiólogo Jorge Bombicino o del médico Pedro Hansing si algún futbolista muestra alguna molestia o lesión.
Cuando habla con Biscay, los motivos casi siempre son tres: intentar corregir algún déficit futbolístico del equipo, planear algún cambio de jugadores o averiguar si alguna jugada estuvo bien sancionada por el árbitro. A través de un handy, Biscay está en contacto permanente con Hernán Buján, el otro ayudante de campo del “Muñeco”. De perfil subterráneo al igual que Biscay, Buján sigue los partidos desde algún palco o cabina. Desde arriba, le avisa a Biscay si nota algún desajuste táctico o alguna falla en los posicionamientos de los futbolistas, y les saca las dudas cuando se produce alguna jugada polémica porque siempre tiene un monitor con la transmisión televisiva del partido.
Gallardo es de interactuar bastante con el árbitro asistente que está sobre su sector y también con el cuarto árbitro, a quien por lo general tiene a no más de cuatro o cinco metros de distancia. En especial, sus diálogos con ellos se producen cuando está descontento con los fallos arbitrales y les reclama algo que cobraron el árbitro principal o los asistentes. Si Buján les avisa acerca de algún error arbitral importante, se lo hace notar al cuarto árbitro, al árbitro asistente más cercano y también al árbitro principal cuando se acerca a su zona. Por lo general, a todos los suele llamar por su nombre de pila, sin que ello signifique que no lo haga enojado.
Lejos de contemplar los partidos en silencio, la garganta del “Muñeco” es una usina de indicaciones de todo tipo: habla casi permanentemente con sus dirigidos y cada uno de sus comentarios tienen un sentido, un propósito, una idea madre: que River juegue con ambición y agresividad bien entendida.
Más que hablar, indica, ordena, pide, exige, en fin; busca a su modo que el River que se ve dentro del campo lo representen a él y a los hinchas. ¿Cuál es ese gusto? “Mi ideología futbolística es atacar, pero si no te defendés bien, perdés. Y yo no quiero perder. Quiero ganar atacando y defendiéndome bien. Defenderse no es meterse atrás. Hay momentos en que defendés con dos o tres jugadores y tenés que saber hacerlo bien, sin temor a que dejes un espacio grande. Hay que saber defenderse con la pelota y leer bien los partidos. En definitiva, me gusta atacar, pero la idea es no ser un kamikaze. “, afirma Gallardo.
Hay dos aspectos del juego en los que no negocia. Uno tiene que ver con su permanente búsqueda de un equipo voraz: quiere que los pases de sus jugadores vayan siempre hacia adelante, con la mira en el arco contrario. Por eso se fastidia cuando ve que, en lugar de orientar la recepción hacia el campo rival, un futbolista lo hace hacia su propio campo y toca hacia atrás o directamente hacia Franco Armani. No está en contra de los pases hacia atrás que buscan limpiar una jugada, pero sí de las situaciones en las que el futbolista opta por ese “facilismo” antes que por la mayor exigencia o compromiso que implica apuntar hacia el área adversaria.
Y el otro punto que lo suele poner enfático en sus pedidos está relacionado con la entrega y la predisposición física. Para Gallardo es fundamental que su equipo trate de recuperar la pelota lo más cerca posible del arco rival, al estilo del Liverpool de Jürgen Klopp o del Manchester City de Josep Guardiola. Por eso exige un despliegue físico infatigable. Dos ejemplos puntuales: en la crucial victoria 2 a 0 ante Talleres, en Córdoba, hubo una ocasión en la que Benjamín Rollheiser bajó la intensidad de su ritmo al retroceder sobre el costado izquierdo del mediocampo para ocupar posiciones defensivas y Gallardo le reclamó con un gesto más bien ampuloso que siguiera corriendo con la intensidad de las jugadas anteriores. Una indicación parecida recibió Agustín Palavecino el último lunes, cuando River le iba ganando 1 a 0 a Argentinos a los 35 minutos del primer tiempo. El mediocampista ofensivo parecía querer cambiar el aire por primera vez en el partido luego de una media hora inicial frenética de River en todo sentido y el técnico le hizo saber que de ningún modo había que bajar el ritmo.
Esa exigencia -esa manera de vivir el fútbol- es parte del ADN del River de Gallardo: un equipo que no conoce la palabra relajación, y más ahora que el tramo final del año lo encuentra peleando por una sola competencia, ese torneo local que se le negó sistemáticamente en los más de siete años que lleva como técnico del conjunto “millonario”. Parece mentira, pero el actual es el primer campeonato de liga que “su” River está cada vez más cerca de ganar: las doce vueltas olímpicas anteriores fueron siete en el ámbito internacional y cinco en el nacional, aunque con tres Copa Argentina y dos Supercopa Argentina.
Por lo general, Gallardo suele intercambiar conceptos con Biscay antes de ordenar un cambio de futbolistas. Dialogan durante algunos segundos analizando posibles situaciones y alguno de los dos pega el grito para que el suplente indicado deje de realizar los movimientos precompetitivos para saltar a la cancha. Son pocas las veces en las que decide por sí solo, sin hablarlo previamente con Biscay, aunque en algunas ocasiones ha ocurrido. Por ejemplo, el lunes ante Argentinos, cuando llamó per se a Jorge Carrascal. Ya más relajado por el 3 a 0, se permitió hacerle una broma al colombiano antes de su ingreso por Palavecino: “¿Tenés ganas de entrar?”, le preguntó, y ambos sonrieron.
En los festejos de los goles, el primero al que suele abrazar o saludar es a Biscay ya que por lo general es el que más cerca de él está. Muchas veces también se abraza con Bombicino, una de las personas de su mayor confianza, y con el resto de los integrantes del cuerpo técnico. Hay más de una foto en las que el festejo de un gol de River es un racimo con todo el cuerpo técnico: el preparador físico Pablo Dolce y Hansing apareciendo también en la celebración.
Cuando se enoja, Gallardo manifiesta ese malestar de maneras diferentes: gritándole enfáticamente al jugador que está cometiendo un error, revoleando una botellita de agua mineral o tirando una patada al aire, una reacción que -por caso- se le vio en el arranque del segundo tiempo ante Argentinos, cuando el marcador estaba 1 a 0 y su equipo no lograba sostener la pelota ante un rival que comenzaba a incomodarlo. Después, entre los 12 y los 14 minutos de la etapa final, River resolvió el partido con los goles de Julián Alvarez y Braian Romero para redondear el 3 a 0 definitivo.
¿A Gallardo se le cierra el estómago por la tensión de los partidos? No: le gusta comer gomitas dulces que le suelen servir en el vestuario en un vaso de telgopor. Y en invierno toma té o café para tratar de mitigar el frío.
Solo logra relajarse cuando los partidos terminan y su equipo consiguió los tres puntos. El gen competitivo del “Muñeco” está sobredesarrollado: no le gusta perder ni en los partidos que juega los sábados con los integrantes de su cuerpo técnico. Si River gana, se lo suele ver sonriente, en especial cuando el equipo juega en el Monumental y los hinchas le hacen sentir el cariño. Al finalizar los partidos, es de saludar a los jugadores uno por uno, incluso a los que estuvieron en el banco de suplentes y no les tocó ingresar.
Cuando un futbolista es reemplazado en pleno encuentro y cumplió una buena actuación, tiene gestos paternales: los abraza contra su pecho, los palmea, les agradece con afecto el aporte que hicieron para el equipo. Si el rendimiento del jugador que sale no fue tan bueno, el saludo es con una palmada, algo más frío. En esos momentos, a Gallardo le gusta que el jugador lo mire a los ojos. En diciembre de 2019, en la final de la Copa Argentina que River le ganó en Mendoza a Central Córdoba de Santiago del Estero, Rafael Borré le hizo saber su descontento por haberlo reemplazado eludiéndole la mirada y a Gallardo no le gustó nada. “¡Eh, Rafa, tranquilizate hermano! ¡No me agachés la cabeza, la puta madre! ¡Pensá en el equipo! ¡Pensá en el equipo!”, le gritó el técnico a modo de reprimenda al actual delantero del Eintracht Frankfurt.
Así vive los partidos Gallardo, subido a una montaña rusa de sensaciones y enfocado de principio a fin en el juego, a tono con su condición de entrenador que no puede dejar de pensar en su equipo ni siquiera cuando está viendo una película, tal como él mismo reconoció más de una vez.
SEGUIR LEYENDO: