Su capacidad técnica y la larga melena rubia dejando un surco por el costado derecho del campo de juego son una pintura del fútbol argentino de la segunda mitad de la década del ‘80. Apareció en Temperley, se consagró en San Lorenzo y fue requerido por los más importante equipos de Argentina y el mundo, además de haber actuando en la selección nacional. Una historia particular y para conocer. La del Ruso, Darío Andrés Siviski
“Nací en Avellaneda, pero por una cuestión familiar nos radicamos en San Clemente del Tuyú, lugar donde di mis primeros pasos en el fútbol, jugando en la selección de la ciudad, pese a que era muy chico. Las playas amplias ayudaban para que se hicieran unos lindos picados, sobre todo en verano y allí fue donde me vio un señor, que me consiguió una prueba en River, la cual pasé y los primeros días de marzo de 1978, firmé el contrato con 15 años recién cumplidos. Arranqué desde la sexta y fui subiendo con la ayuda de dos maestros como Adolfo Pedernera y Carlos Peucelle, que me hacían quedar un rato más luego de las prácticas para perfeccionarme. Lamentablemente ambos tuvieron problemas de salud y dejaron de concurrir, por lo que José Curti, quien quedó a cargo de las inferiores, me fue tapando con otros compañeros, no tanto por mis condiciones, sino por celos profesionales para con ellos y eso me dejó sin posibilidades. Igual me quedó un gran recuerdo de unas divisiones donde también se destacaban Tapia y Gordillo”.
El destino quiso que allí terminara su camino en River, aunque ya veremos como la banda roja volverá a aparecer en su vida. Pero el fútbol seguía latiendo y ese rubiecito merecía otra oportunidad y en lugar de la zona norte, la chance se abrió en el Sur.
“Mi viejo trabajaba en el correo, llevaba la correspondencia del Correo Central desde Avellaneda hasta Cañuelas a lo largo de la Avenida Yrigoyen. Como pasaba por la puerta del club Temperley, un día se metió al ver que había una práctica y les comentó a quienes estaba a cargo, si les interesaba un chico que estaba en las inferiores de River. Conseguimos el pase libre y tuve la suerte de romperla en la primera práctica. Comencé como delantero en la reserva, pero rápidamente me sumé al equipo principal, donde el entrenador era Juan Carlos Merlo, quien para 1982 armó un muy buen cuadro, pensando el ascenso. A las pocas fechas se tuvo que ir por los resultados y llegó Carlos Pachamé, con Humberto Zuccarelli como ayudante, con la idea de darle prioridad a los muchachos de mayor edad, porque lo que quedé un tanto relegado por ser un pibe. El equipo se consolidó y tuve mis oportunidades, con el orgullo de haber formado parte de aquel grupo que consiguió el histórico ascenso contra Atlanta en cancha de Huracán”.
La meteórica carrera de Siviski le permitió en menos de un año y medio, pasar de disputar los encuentros de cuarta división con Temperley, a estar codeándose con los consagrados de la máxima categoría. Al principio alternando para luego ir ganándose un lugar entre los titulares, aunque retrasándose un poco en el campo para actuar como lateral derecho hasta que llegó el momento de emigrar a préstamo hacia México
“Hice una muy buena temporada en el Toluca, donde no me influyó casi en nada la altura de la ciudad y fui elegido el mejor juvenil del año. Ellos estaban dispuestos a hacer uso de la opción y hasta arreglé un excelente contrato para continuar, pero Temperley quiso más dinero y allí se deshizo la operación, aunque me dijeron que me iban a ir a buscar un año después. Regresé a la institución, pero el cuadro ya estaba formado y debí esperar mi oportunidad, hasta que con un cambio de técnico (Figueroa por Silvero) me asenté del medio hacia arriba, casi como enganche y nos salvamos del descenso”.
Los nubarrones del promedio se despejaron y el cielo fue un poco más claro en la porción futbolera celeste del sur del Gran Buenos Aires. Era casi un hecho que el Ruso no iba a continuar con esos colores porque había varias ofertas sobre la mesa, ya que era un polifuncional que actuaba en cualquier lugar de la mitad de la cancha e incluso, en posiciones de ataque. Finalmente, sus pasos rumbearon hacia un club donde haría historia: San Lorenzo.
“Nito Veiga era el entrenador y fue el que más insistió para que compren. Me dio una gran libertad para que explotara por el costado derecho y creo que fui el primer carrilero en el fútbol argentino. El tema en San Lorenzo eran los problemas institucionales, porque hasta conseguir la indumentaria de entrenamiento era complicado, porque la utilería era un caos, con la barra permanentemente dentro del vestuario. No había ni privacidad ni seguridad, al punto que muchas veces faltó ropa y dinero, pero eso nos hizo convertirnos en un plantel de jugadores guapos. Nos pusimos de acuerdo con la hinchada, por las buenas y por las malas, que cada uno tenía que ocupar su lugar. Por personalidad y resultados, nos ganamos a la gente, convirtiéndonos en Los Camboyanos. Sabíamos que la única manera de poder sobresalir en una circunstancia tan caótica era matarnos dentro de la cancha”.
“Era muy complicado todo lo ocurría en el club, ya que no cumplía con sus compromisos. Prefería perder a los jugadores, el capital de la institución, antes que pagarles. De ese modo se fueron Perazzo, Giunta, Ortega Sánchez y Madelón, entre otros. A nosotros nos debían muchos meses de sueldo y para poder cobrar los premios, teníamos que ir a la sede en Avenida La Plata y sentarnos en el cordón de la vereda a esperar, cuando quizás teníamos que estar concentrados porque jugábamos al día siguiente. Increíble. Los solteros hacíamos una Vaquita para ayudar a los casados, que nos les alcanzaba. El Bambino fue muy importante para nosotros, pese a que a las horas de asumir tuvo su problema judicial, que lo sacó de eje y también nos influyó. Creo que por todas esas cosas que vivimos, es que nos recuerdan tanto, más de 30 años después”.
Aquellas grandes actuaciones de Siviski, lo llevaron a la selección nacional para disputar la Copa América de 1987 con sede en Argentina, acompañando en el plantel a los campeones de México y jugado al lado de Maradona: “Diego era un fuera de serie y me recomendó para ir al Nápoli, al punto que vino un enviado del club, pero Miele, el presidente de San Lorenzo, siempre salía pidiendo otra cosa de lo establecido originalmente y la operación se frustró. En mi lugar fue Alemao, pero Diego siempre me decía: “Si vos venías, éramos campeones de todo”. Un orgullo. Pero la historia no termina ahí, porque durante la disputa de esa Copa América me compró Boca, a tal punto que vinieron a la concentración Alegre y Heller, sus máximos dirigentes, para felicitarme. Pero hubo pintadas y amenazas contra Miele, que terminó dando marcha atrás y me quedé en San Lorenzo”.
Siguió en un alto nivel en la temporada 1987/88 y eso llevó a los dirigentes de River a interesarse por él. Estaba llegando Menotti como entrenador y la transferencia también incluyó a José Luis Chilavert, pasando Sergio Goycochea y Néstor Gorosito en parte de pago. Para el Ruso, era el regreso a Nuñez por la puerta grande, pero la historia se escribió de otro modo.
“San Lorenzo era un caos absoluto. Nos echaban de los lugares donde concentrábamos por falta de pago y si regalábamos una camiseta, la teníamos que ir a buscar porque no había otra en el club. Usábamos dos pares de medias, para que una tape los agujeros de la otra (risas). Pero ahí parecía que la cosa estaba encaminada: firmé el contrato con River, me hice la revisión médica y me saqué la foto con la camiseta. Marchaba todo impecable y me fui con la selección a una gira por Australia. Cuando volví dos semanas después, mi familia, que me estaba esperando en Ezeiza, me comentó que la operación entre San Lorenzo y River se había deshecho. Sinceramente, no lo podía creer, pero era así, porque Goycochea no había pasado la revisación médica por un problema en el hombro. Sin comerla ni beberla, fui el de los cuatro que se quedó sin nada, porque Goyco se fue a Colombia, Chilavert al Zaragoza, Gorosito la rompió en San Lorenzo y yo volví al club, pero sin poder jugar la Libertadores, porque no me habían anotado en la lista. San Lorenzo era mi casa, pero el pase era un progreso, porque además me iba a dirigir el Flaco Menotti, con quien compartí una semana de prácticas y me quería como un cinco adelantado, casi como enganche”.
Siviski seguía rindiendo, pese a que se sucedían, muchas veces de manera insólita, una tras otra las frustraciones de su pase. Todavía quedaba espacio para algo más en ese ‘88: “Me reuní en el Sheraton con los dirigentes y el técnico de Bayer Múnich, que me explicó en qué lugar de la cancha me quería. Nos dimos la mano y todo cerrado… Bueno, casi, porque el presidente otra vez les salió pidiendo más dinero y ellos me dijeron que con ese hombre era imposible negociar y se fueron. No tengo dudas que Miele influenció negativamente en gran parte de mi carrera. Me quedé en San Lorenzo hasta el final de la temporada 1989/90 cuando tuve dos chances de ir al exterior, que eran Leeds United y Servette de Suiza. Me incliné por éste último, porque el presidente me dijo que podía ir de allí a Italia, pero no se dio. El tema es que cuando me fui tuve que resignar el 15% que me correspondía y casi dos años que me debía. Con buena parte de ese dinero se construyó la platea Norte”.
El paso por la selección fue muy intenso, como le ocurrió a la mayoría de los futbolista que estuvieron bajo el comando de Carlos Salvador Bilardo: “Estar allí fue maravilloso, porque te llena de enseñanzas y de orgullo, por ese motivo es que Maradona en su momento o Messi ahora se toman un avión desde cualquier parte para estar. Estuve en todo el período entre los dos mundiales (86 y 90) con la mala suerte de tener una lesión en los meniscos poco antes que Carlos diese la lista. Me recuperé, volví a jugar, recuperé el nivel, pero me quedé afuera de la Copa del Mundo de Italia porque él consideró que no iba a estar al 100%. Era un persona muy especial en todo sentido, incluso allí, que llevó a algunos muchachos que tampoco estaban del todo bien, pero él los esperó. En mi lugar viajó Néstor Lorenzo, pese a que yo tenía toda la ropa lista, pero no era para mí”.
Un año más tarde, el fútbol argentino lo recuperó jugando para un Independiente donde Ricardo Bochini hizo su debut como entrenador, a tres meses de haberse retirado. Fue una temporada irregular, tanto para él como para el equipo, que nunca encontró un estilo. En la 1992/93 vistió la camiseta de Estudiantes, su último equipo en primera división en el ámbito local, antes de otra experiencia internacional
“Me retiré muy joven. Luego de un año en Japón, el regresar en 1994 la di la prioridad a San Lorenzo, pero Miele no me quería, entonces apareció Racing, pero a último momento, cuando cerraba el libro de pases, desistió. Esperé seis meses y cuando vi que no tenía chances, dejé a los 31 años. Hice el curso de técnico y apareció la posibilidad de arrancar en Temperley, pero cuando vi que no le pagan a nadie, dije chau (risas)”.
“Más adelante empecé a trabajar como asesor deportivo con Settimio Aloisio por espacio de cinco años, viajando mucho y aprovechando para desarrollar el scoutting. También tuve escuelas de fútbol, hasta que en 2014, después de haber participado de varios desarrollos, me surgió un proyecto para las escuelas en China y allí fuimos, disfrutando de una gran experiencia, ampliada a la dirección técnica de los juveniles de ese país. Un tiempo antes de la pandemia hice la estructura para un club de fútbol de Bolivia en Santa Cruz de la Sierra y por una persona que conocí allí, apareció la posibilidad de mudarnos a Brasil y aquí estoy, en la ciudad de Joao Pessoa, también con mi fundación solidaria, que me da grandes satisfacciones”.
Habla con apasionamiento de las alegrías que vive cada día con su nueva actividad, ayudando de la mano del fútbol, esa pasión que vino desde la cuna, se fortaleció en las arenas de San Clemente y vio la luz del profesionalismo poco tiempo más tarde. Sigue dejando su huella, ahora desde afuera, como la hacía desde adentro, cuando el surco del costado derecho de las canchas argentinas, tenía melena rubia y se llamaba Darío Siviski.
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