Doña Tota, la mujer más influyente en la vida de Maradona: la señal que recibió cuando nació, los celos y los gestos que Diego jamás olvidó

Dalma Salvadora Franco Cariolichi fue la mamá del astro, pero también “mi novia, mi reina, mi todo”, al decir de Pelusa. Cómo conoció a Don Diego, la comida preferida del Diez y el momento en el que nadie la podía molestar

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Diego con Doña Tota y
Diego con Doña Tota y Don Diego

Doña Tota fue, para muchos, “la madre del fútbol” y así lo tituló un diario cuando falleció en noviembre de 2011, pero para Diego Maradona fue mucho más que quien le dio la vida. El fallecido crack argentino, que descansa con sus padres en el Jardín de Paz de Bella Vista, la definió también como “novia” y como “mi todo”, tuvo un idilio con ella y se cree que nunca pudo superar su muerte hasta caer en los últimos meses en una gran depresión por esta causa.

Desde que Diego Maradona debutó en Primera a los quince años en octubre de 1976, Dalma Salvadora Franco Cariolichi, su madre, se convirtió en un personaje que desde entonces se hizo conocida en el mundo como “Doña Tota”, y si su hijo la adoraba y prácticamente no le encontraba defectos, ella misma reconoció muchas veces que el genial futbolista era su hijo predilecto, por más que fuera el quinto de los ocho que tuvo, cinco mujeres y tres varones.

Nacida en la localidad de Esquina, provincia de Corrientes, sede de la Fiesta Nacional del Carnaval y que supo ser un puerto importante en el que los barcos naranjeros transportaban fruta en dirección del río Paraná hacia abajo, Dalma conoció allí a don Diego Maradona, conocido también como Chitoro, que trabajaba con una pequeña embarcación. Se casaron y apenas sobrevivían económicamente.

Con los años, el vínculo de su hijo Diego Maradona con Esquina nunca se detuvo. En varias oportunidades aparecían dos camiones repletos de pan dulce y bebidas para donar en barrios humildes, o jugaba un partido a beneficio para un hospital, o muchos recuerdan las largas charlas en las jornadas de pesca con jugadores de Deportivo Mandiyú cuando fue director técnico a mediados de los noventa.

La última vez que Maradona estuvo en Esquina fue en el verano de 2017, cuando disfrutó del carnaval junto a sus hermanas y aprovechó para bailar con las comparseras. “El trato que tiene el correntino, el respeto, ya lo sabía de papá y de mamá. No me sorprende en nada”, dijo aquella vez.

“Siempre recuerdo que me dijo
“Siempre recuerdo que me dijo que pase lo que pase iba a estar siempre a mi lado”, comentó Maradona muchas veces sobre la promesa de su madre

A Tota y a Chitoro los unía el amor y el apremio económico, ya casados y con dos hijas, Ana María y Elsa “Lili”, y sólo los separaba la pasión por las dos comparsas de la ciudad. Si a uno le gustaba más “Yací Berá” (Luna Brillante), la otra simpatizaba con Carú Curá (Piedra Verde).

Cuando la situación no dio para más, tomaron la decisión de que Dalma se adelantara con su hija Ana María y su madre, Salvadora Cariolichi –apellido deformado porque su padre, de origen croata, se llamaba Mateo Kriolic y era oriundo de Prapuntjak cercana a Bakar, a 150 kilómetros de Zagreb- y probara suerte en Buenos Aires, ya sea planchando o como servicio doméstico. Posteriormente se sumó su esposo junto con la segunda hija, para lo que tuvo que vender antes su barca por 3500 pesos y lloró cuando debió desprenderse de ella.

Se establecieron en Villa Fiorito, pero el primer obstáculo llegó cuando descubrieron que la casa que tenían asignada ya estaba ocupada. Diego entonces encontró otra, aunque sin luz, mientras sus hijas y su suegra esperaban afuera con una pila de colchones. Con el tiempo, Chitoro consiguió trabajo en Tritumol, una trituradora de huesos para la industria química.

Con el paso del tiempo la familia se fue agrandando con el nacimiento de Rita (Kitty) y María Rosa, y posteriormente llegaron Diego, Raúl (Lalo), Hugo y Claudia (Cali), “una familia normal a la que se le vino el mundo encima por culpa mía”, solía decir Maradona.

Ya con cuatro hijas mujeres, y al poco tiempo de estar embarazada de su quinto hijo, Dalma sabía que el bebé que esperaba sería especial. El domingo 30 de octubre de 1960, su esposo Chitoro y su cuñada Ana María la acompañaron cuando ya estaba partida de dolor por las contracciones. Caminaron las tres cuadras hasta la estación Fiorito y subieron a un tranvía hasta Lanús. Bajaron a una cuadra y media del Policlínico Evita y ella, que ya había roto bolsa, se agachó para levantar algo que brillaba en el cordón de la vereda. Era una estrella con perlas, en forma de prendedor. La apretó en un puño y se la puso en el pecho.

El parto se produjo a las 7.05 de la mañana, a los quince minutos de ingresar a la sala. “Me puse la estrella en el pecho. Al ver esa estrella que brillaba supe que me hijo iba a ser especial”, recordaba siempre “Doña Tota”, quien también destacaba que los médicos y las enfermeras se pusieron a gritar “gol” y se miraban y comentaban “este sí que es macho. Es puro músculo, la felicitamos, señora”. Se lo inscribió en el acta 1477. A los diez meses ya caminaba y le gustaba la pelota.

Diego, con la remera de
Diego, con la remera de Barcelona, tomando mates con Doña Tota

“Siempre recuerdo que me dijo que pase lo que pase iba a estar a mi lado”, comentó Maradona muchas veces. Y es que Doña Tota fue siempre incondicional, su mejor abogada, como aquella vez que Diego desobedeció al padre y se fue a jugar al fútbol con las únicas zapatillas Flecha que tenía. “Mi viejo se agarró una calentura bárbara y empezó a fajarme. Pero la Tota vino corriendo, levantó el dedo y le dijo ‘si tocás a mi hijo, esta noche, cuando duermas, te mato’”. También fue la que apaciguaba los ánimos cuando junto a su esposo eran citados cada tanto desde el colegio Remedios de Escalada de San Martín por el poco empeño de su hijo en los estudios, siempre más pendiente de la pelota.

“Cuando doña Tota decía una cosa, eso era palabra santa y nadie, ni siquiera Diego, se atrevía a discutir”, recordó el prepador físico y uno de los que más conocieron en profundidad a Maradona, Fernando Signorini, en el libro biográfico “Maradona, el pibe, el rebelde, el Dios” de Guillem Balagué, de reciente aparición.

Tota, en general, era más habladora que Don Diego, mucho más dueño de los silencios, salvo –recuerdan en su entorno- cuando se sentaba a mirar la televisión en la sala que hacía al mismo tiempo de living, comedor y cocina, fumando cigarrillos de papel blanco sin filtro. En esos instantes, todos respetaban la situación hablando en voz muy baja, incluso su madre, pipa en mano.

Guillermo Blanco, quien trabajó en Prensa con Maradona, cuenta que se encontraba mirando con algunos familiares la final del Mundial juvenil de Japón en 1979 y como la Unión Soviética le hizo el primer gol a la selección argentina, de repente Doña Tota desapareció de la cocina y se fue a acostar (era muy temprano por la mañana debido a la diferencia horaria). “Al rato, volvió y empató Argentina con el penal de Hugo Alves, y se volvió a ir. De pronto, regresó y llegó el segundo gol argentino, el de Ramón Díaz. Unos minutos después regresó justo con el tercero de Diego, de tiro libre y ahí sí, euforia total”.

Salvo esos ratos de TV, lo más probable era encontrarla ocupada lavando platos y bandejas para que siempre hubiera posibilidad de sentarse en la mesa. “Yo me di cuenta a los trece años de que a mi vieja le dolía el estómago todas las noches porque la comida no le alcanzaba y allí lloré mucho. Para ella, comida no había. Quería que comiéramos nosotros”, se emocionó Maradona al recordarlo en un programa de TV.

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Maradona “Yo me di cuenta a los trece años que a mi vieja le dolía el estómago todas las noches porque la comida no le alcanzaba y allí lloré mucho. Para ella, comida no había. Quería que comiéramos nosotros”

En noviembre de 2020, Claudia Villafañe, la ex esposa de Maradona y madre de sus hijas Dalma y Giannina, tuvo éxito en su participación del programa “Masterchef Celebrity” con una receta que, dijo, Doña Tota preparaba en su casa: anchoa con mandioca, aunque ella la cocinó frita y destacó que en la casa de su ex suegra se hacía hervida en puchero y como reemplazo de la papa. Fue felicitada por el jurado. Ocurrió en noviembre de 2020, justo cuando se cumplían nueve años de su fallecimiento, en lo que se pareció mucho a un pequeño homenaje.

Sin embargo, hay una especialidad de Doña Tota que Maradona extrañó siempre de una manera especial: las milanesas a la napolitana que hacía cuando su marido por fin cobraba el sueldo. “De chicos comíamos carne una vez por mes, los días cuatro, que era cuando cobraba”, contaba el crack, que admitía haber sido el niño mimado de la casa y que eso “enojaba a mis hermanas. Ellas, las cuatro mayores, se volvían locas porque mi mamá me preguntaba qué quería comer y yo le respondía que lo que hubiera, y ella me reservaba siempre una porción mejor”. También comentó que la primera vez que le pagaron un salario como futbolista “me la llevé a mi vieja a comer a una pizzería en Pompeya, como novios. Cuando salimos, ya no tenía dinero”.

El idilio entre Maradona y su madre era tal que sólo en alguna ocasión ella llegó a manifestar que a su hijo varón menor, Hugo, lo veía “parecido a Diego, con el mismo orgullo y hasta a veces suele ponerse de pésimo humor como él”. “Yo –a Diego- lo dejo dormir hasta las 11 de la mañana y cuando se despierta, le llevo el mate a la cama. Y le pregunto qué quiere de comer, qué quiere que compre”, admitió.

Doña Tota también se encargó de comentar a la revista Gente lo que por años representó un enorme esfuerzo para mantener aquella casa de Azamor 523. “A veces me quedaba hasta las cinco de la mañana para lavarles a los chicos el único parcito de medias que tenían para que fueran limpios al colegio. Tenía que lavar seis guardapolvos. ¡Seis! Imagínese. A veces, cuando llovía, se los tenía que secar en el brasero. Y también me levantaba a cualquier hora para planchárselos”. Y todo aquello en una casa sin agua corriente en la que Diego era el encargado de llenar los cántaros de más de veinte litros de la fuente comunitaria (“así empecé a hacer pesas yo”, solía bromear). Con esa agua, Doña Tota cocinaba, todos bebían y se lavaban y, si hacía frío, el pelo quedaba para otro día.

Seguramente algo que marcó mucho la relación entre madre e hijo fue cuando él se cayó en un pozo ciego cuando tenía diez años. “Me caí corriendo detrás de una pelota. Quedé hundido hasta el cuello en la mierda, pero no intenté salir. Seguía buscando la pelota y me hundía”. Tenía medio cuerpo adentro y el brazo estirado, cuando lo salvó su tío. Doña Tota aseguraba que de haberse muerto Diego “me habría tirado detrás de él”.

"La primera vez que me
"La primera vez que me pagaron un salario como futbolista me la llevé a mi vieja a comer a una pizzería en Pompeya, como novios. Cuando salimos, ya no tenía dinero”, contó Maradona

“Madre, hoy te recuerdo más que nunca y mi corazón te busca”, llegó a cantar Maradona junto con el dúo “Pimpinela”. “Para mí, mi mamá es lo más grande que Dios me dio en la vida. Ella no se equivoca nunca. Está bien lo que hace y lo que dice”, decía él. “Yo no le digo Diego ni nada, le digo ‘mi ojito’. Un Diego nace cada tantos años”, decía ella.

Celosa de las novias de su hijo, desde la primera, sabía que, por su carrera, el fútbol un día se lo arrebataría y eso trató de explicárselos a sus compañeros dirigentes del Fútbol Club Barcelona el argentino Nicolás Casaus, enviado a Buenos Aires, en un informe, cuando los catalanes comenzaron a estar interesados en el pase del entonces jugador de Argentinos Juniors. “Supongo que debe ser de una edad parecida a la de su marido, pero por su aspecto muy trabajado y castigado, es más indefinible. ‘Dios lo quiera’ es sólo lo que dice cuando le digo que su hijo podría incorporarse al Barcelona”.

“Mi mamá era muy celosa –admitió Maradona-. Tuve que esconder a Claudia un tiempo aunque ya estaba comprometido. Yo siempre dije que mi viejo llegó primero, si no, yo me casaba con ella”. Pese a todo, Diego conoció a la que luego fue su esposa, de manera indirecta, gracias a Doña Tota.

Una vez, Doña Tota tuvo problemas con el cambio para pagar en un comercio y Claudia se acercó, se presentó y le comentó que eran vecinas –ambas vivían en una casa de la calle Lescano, con un largo pasillo-, que le prestaba dinero y que podía devolverlo cuando quisiera, pero ni bien la madre de Maradona regresó a su casa tomó dinero de la caja y le dijo a su hijo que fuera a devolvérselo a la casa de la hija de los Villafañe y que no se olvidara de agradecerle.

Ya cuando era jugador del Barcelona, regresó a la Argentina para continuar con el tratamiento del tobillo tras la grave lesión que le generó el jugador del Athletic de Bilbao Andoni Goikoetxea. Fue cuando buscó recuperarse en un entorno cálido, cerca de su madre, que llegó hasta a bailar con él para acompañarlo en sus sesiones gimnásticas.

“Yo juego para vos, mamá”. La comunicación con Doña Tota la había generado José María Muñoz desde México luego de la inolvidable jornada de los dos goles a Inglaterra en los cuartos de final del Mundial de 1986. “Andá a descansar, hijo, que me hiciste la madre más feliz del mundo hoy”, le dijo ella, con la voz quebrada. “Tota, te amo”. “Mamita”, respondió ella. “Perdón, pero hablarle a mi mamá es muy difícil porque yo la quisiera tener acá al lado mío en este momento porque estamos viviendo momentos excepcionales, realmente. Yo sé lo que ella sufre cuando dicen que el nene juega mal, el nene esto o el nene lo otro. Hoy estoy seguro de que el nene la hizo feliz, entonces quiero que sepa que la adoro, que los goles que hice son para ella”, siguió un emocionado Diego, que meses más tarde le puso Dalma a su primogénita en homenaje a su madre. Años más tarde, cuando se fue a vivir a los Emiratos Árabes, se tatuó en la espalda una flor turquesa con una leyenda: “Tota, te amo”. Siempre se saludaron con picos en la boca.

Diego con Claudia, vestida de
Diego con Claudia, vestida de novia, y Doña Tota en su casamiento

“Mamita, mamita/se acercó gritando/la madre extrañada cruzó el piletón/y él dijo de lejos riendo y llorando/el club me ha mandado hoy la citación/Mamita querida ganaré dinero/seré Maradona, un Bati, un Pelé/dicen los muchachos del norte argentino/ que tengo más tiro que el gran Bernabé”, cantó en La Noche del Diez delante del crack brasileño y del goleador argentino en 2005. Era otra adaptación de El Sueño del Pibe, tango que le encantaba tararear, aunque en el original señalaba a Baldonedo, Martino y Boyé y que él reemplazaba por Maradona, Kempes y Olguín.

Ese mismo año se compró una coupé BMW 640 valuada en 80.000 dólares y en la que hizo estampar su firma en el parabrisas -ahora descansa en un depósito judicial-. En los últimos tiempos lo había dejado de usar. Fue la primera que tuvo y tenía un enorme valor sentimental y además estaba a nombre de su madre. Ese coche estuvo estacionado por cinco años, como parte de una colección de coches de la misma marca.

No fue nada casual el momento de esplendor de ese Maradona de La Noche del Diez. Se encontraba alegre, en uno de sus mejores estados físicos y entre otras razones hubo una fundamental: había regresado a vivir con sus padres por un tiempo y ocupaba el mismo cuarto de cuando era soltero antes de emigrar a Barcelona. Doña Tota lo despertaba otra vez con el desayuno y una caricia en la frente.

Cuatro años más tarde, el talentoso Rodolfo Braceli escribió en su formidable libro Perfume de Gol un cuento llamado “Recomendaciones para parir un hijo que salga Maradona”.

Doña Tota murió el 19 de noviembre de 2011 a los 81 años en la clínica Los Arcos de Palermo cuando Maradona estaba en vuelo desde Dubai, donde dirigía al Al Wasl. Alfredo Cahe, su médico por tantos años, le había advertido que tratara de viajar a la Argentina cuanto antes, pero fue quien en pleno vuelo le avisó que ya no había tiempo. Entonces aterrizó y se fue directamente al velatorio. “Se me fue mi novia, mi reina, mi todo”, dijo sin consuelo.

Pocas veces ocurre que en todos los estadios de un país haya un minuto de silencio oficial por la muerte de la madre de un futbolista, como ocurrió entonces en la Argentina en la decimoquinta fecha del Torneo Apertura. Los jugadores de Boca aparecieron con un brazalete negro como señal de luto y en el San Paolo, los hinchas del Nápoli desplegaron una bandera que decía: “Descansa en paz, Mamma”. Don Diego, su padre, fallecería en junio de 2015. En los últimos meses de su vida, en 2020, Diego llevaba un barbijo con una foto en la que él estaba entre ambos. Hoy los tres están enterrados juntos en un cementerio privado de Bella Vista.

Diego, Lalo y Hugo llevando
Diego, Lalo y Hugo llevando el cajón de Doña Tota en el cementerio de Bella Vista

“¿Quién es Dios, Diego?”, le preguntó hace casi una década Gastón Pauls. “Es el que se llevó a mi vieja. Por eso estoy enojado con él”.

“Nunca dejé de ser feliz –aclaraba Maradona en los últimos tiempos de su vida-. El tema es que se me fueron mis dos viejitos, ese es el único problema. Después, lo que me robaron, lo que me sacaron, lo que me siguen sacando, no me importa. Daría todo lo que tengo hoy por que mi vieja se aparezca por esa puerta. Yo me crié con amor. Ni con bicicletas ni con asfalto ni con patio de baldosas. Yo tenía un patio de tierra y comíamos y nos íbamos a acostar ocho en una pieza”.

“No sé si siempre estoy llegando al barrio, como decía Aníbal Troilo, pero yo siempre llego a mi mamá –afirmó Maradona a la revista “Sólo Fútbol” en 1995-. Es algo que los argentinos nunca olvidamos: el barrio, la madre, la familia. Recuerdo la frase de un director técnico y amigo como Miguel Ángel ‘Zurdo’ López, que decía que podemos ir por muchos aeropuertos pero siempre aterrizamos en uno, que es la madre. Ese es el aeropuerto de mi vida, el del verdadero amor y afecto”.

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