Cuatro anécdotas de Signorini sobre su vida con Maradona: cuando le hizo dedo a un avión y la única vez que lo invitó a tomar cocaína

El histórico preparador físico del Diez, a quien acompañó como jugador y luego también como entrenador en la Selección, contó sus memorias junto al astro en un libro sin concesiones

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Signorini junto a Diego, en
Signorini junto a Diego, en su experiencia al frente de la Selección en el proceso que terminó en el Mundial de Sudáfrica 2010 (AFP)

“Diego desde adentro”, se llama el libro que Fernando Signorini, histórico preparador físico de Maradona, escribió en colaboración con Luciano Wernicke y Fernando Molina (ex jefe de prensa de Pelusa) contando sus vivencias junto al ídolo. “No es una nueva biografía de Maradona. Tampoco es un relato sobre Maradona, sino sobre Diego, el ser cálido, generoso y humano que brillaba dentro y fuera de la cancha, basado en las experiencias que vivió con el hombre que lo conoció más profundamente: su preparador físico personal Fernando Signorini”, reza la reseña de la obra, que explica su espíritu. En ese contexto, el Ciego, tal como cariñosamente llamaba el Diez a su amigo, cuenta con gran nivel de detalle desde el día que lo conoció en Barcelona, pasando por la sociedad inédita entre ambos (entonces no se estilaba que los futbolistas tuvieran un PF personal), los particulares métodos de motivación, y las luces y sombras del astro, incluyendo su ingreso en el mundo de la droga, que el narrador ubica en Cataluña: “Yo estoy convencido de que el idilio se originó la noche en la que se celebró su traspaso al Napoli”. Aquí, cuatro anécdotas que forman parte de la imperdible publicación.

EL DÍA QUE HIZO UN MILAGRO CON UNA FOTO

Una vez, un compañero del Napoli, Pietro Puzone, le pidió que participara de un partido a beneficio de un chico de Acerra -una localidad situada a pocos kilómetros de Nápoles- que debía operarse con urgencia el paladar y no contaba con los medios económicos suficientes. Él aceptó, pero los dirigentes del club se enteraron y le pidieron que no lo hiciera, porque conocían el stadio comunale donde se realizaría el encuentro - un campo de tierra que se había convertido en un lodazal a causa de una fuerte lluvia la noche anterior- y temían que su estrella se lesionara. A Diego no le importó. A él le encantaba ayudar a todo el mundo... y también jugar en el barro. Para él, una cancha embarrada era mejor que Wembley. Representaba volver a las fuentes, a Villa Fiorito. Jugar a la pelota y no al fútbol. El gusto por lo simple, lo auténtico. Fuimos hasta Acerra y Diego disfrutó en ese terreno fangoso y resbaladizo, del que salió todo marrón y con agua chorreándole de los rulos. Pero lo más importante fue que se reunió el dinero para pagar la operación del chico.

Volvimos a Nápoles por un camino angosto y serpenteante. El auto de Diego encabezaba una caravana que incluía los vehículos de otros muchachos que habían participado del encuentro a beneficio. En una curva hacia la izquierda, vimos que un coche que circulaba unos metros delante de nosotros, en la misma dirección, perdió el control y volcó. Diego frenó y se bajó a prestar ayuda a los accidentados: tres muchachos que habían escapado de su automóvil con magullones y cortes provocados por el porrazo. Pero, en cuanto vieron quién estaba parado a su lado, ¡se recuperaron de inmediato!

-Diego, ¡Mamma mía! Cosa ci fai qui? -gritaban los pibes. Se pusieron tan contentos que se olvidaron de los golpes y los dolores y le pidieron a su ídolo que posaran con ellos para una fotografía. Diego los había curado milagrosamente.

CÓMO DIEGO PRACTICÓ EN SU INFANCIA EL “ENGAÑO” EN LOS GOLES A LOS INGLESES

Diego también estaba acostumbrado a hacer trampa porque, a lo mejor, sin esa ayuda muchas veces no comía. Ese primer gol contra los ingleses lo practicó desde que era chiquito: iba a la estación de trenes de Fiorito, donde había un puesto para la venta de fruta. Él había estudiado que el tren llegaba, frenaba en el andén, se abrían las puertas, bajaban y subían pasajeros, las puertas se cerraban a los 30 segundos, y la formación reemprendía su marcha. Diego se paseaba por la plataforma y, cuando el convoy se detenía y se abrían las puertas, ya había elegido la manzana, o la banana, o la naranja. Pegaba el manotazo, subía al vagón por una puerta y bajaba por la otra. Cuando el puestero reaccionaba, Diego ya estaba a un par de cuadras de la estación disfrutando de su merienda.

En el segundo gol de Inglaterra, el que alentó al relator Víctor Hugo Morales a calificarlo de “barrilete cósmico”, Diego también hizo uso del engaño. Desde que tomó la pelota que le pasó el Negro Héctor Enrique hasta la definición, demoró 12 segundos para correr 55 metros. No tengo dudas de que, en una carrera sobre la misma distancia en una carrera de atletismo, Diego habría quedado detrás de los cinco ingleses a los que dejó en el camino. Pero los superó a todos gracias a su picardía. el engaño hace fuertes a los débiles y veloces a los lentos. Es el recurso más importante del fútbol: amagar con hacer algo e inventar otra cosa.

El libro en el que
El libro en el que el preparador físico volcó sus vivencias con Pelusa, al que conoció en Barcelona

EL DÍA QUE DIEGO LE HIZO DEDO A UN AVIÓN

Luego de que Napoli empatara sin goles con AC Milan en el Giuseppe Meazza, sucedió una anécdota insólita: Diego aprovechó el viaje hasta la capital de Lombardía para visitar una tienda de ropa, si mal no recuerdo de la marca Versace. Terminó el partido y él se fue del estadio al centro de la ciudad. Yo me dirigí con el director deportivo del club, Luciano Moggi, al aeropuerto, donde el equipo debía abordar un vuelo regular. Esperamos al capitano hasta el último segundo y, como no llegó a tiempo, nos fuimos sin él. ¿Cómo regresó Diego a Nápoles? Cuando llegó al aeropuerto, tardísimo, ya no quedaban vuelos comerciales por salir y el lugar estaba a punto de cerrar. El hall estaba casi vacío. De pronto, un nene se acercó a Diego para pedirle un autógrafo. Él, aunque había quedado varado por su demora, se encontraba de excelente humor: tomó el papel y la lapicera de las manos del chico y estampó su firma. Luego se los devolvió y le acarició la cabeza. El pibe se alejó, feliz. Mientras Diego se debatía qué hacer para volver a Nápoles, se le acercó un señor muy elegante, impecablemente vestido. El hombre se presentó como el padre del nene del autógrafo y le agradeció el gesto que había tenido con su hijo.

-¿Qué está haciendo acá, a esta hora? - le preguntó.

-Vine a tomar un vuelo, pero llegué tarde y el avión se fue sin mí.

-¿Viajaba a Nápoles?

-Sí.

-¿Quiere llegar a Nápoles esta noche?

-Sí, pero no hay vuelos...

-Espere un momento, por favor.

El tipo se alejó para hacer un llamado telefónico y regresó con Diego.

-Si quiere, yo lo llevo. Voy hacia el sur en un avión privado. Lo puedo dejar en Nápoles y, después, yo sigo viaje.

Diego aceptó y retornó esa misma noche a su casa. Es la primera persona que conozco que le hizo dedo a un avión.

LA ÚNICA VEZ QUE MARADONA LO INVITÓ A TOMAR DROGA (Y LO RECHAZÓ)

Una tarde me llamó Mary, su hermana.

-Profe, dice Diego si puede venir a casa, porque quiere hablar con usted.

Subí a un taxi y fui hasta la vivienda donde vivía Mary, que quedaba en un condominio vecino al Parco della Rimembranza. cuando llegué, me recibió ella misma y me mandó a su habitación. La puerta estaba cerrada, golpeé y me abrió el cuñado de diego, a quien todos conocíamos como El Morsa. Adentro había unas cinco personas, y Diego estaba sentado sobre la cama matrimonial, apoyado contra el respaldo. Saludé y él les pidió a los demás que nos dejaran solos.

-Tengo que hablar con el Profe -les explicó.

Salieron todos y me senté en el borde de la cama.

-¿Qué pasa, Die?

Empezó a hablar, sin un rumbo claro, dando vueltas, hasta que finalmente fue al grano: me invitó a tomar merca.

-Esto nos hace hablar -me aseguró. Sin embargo, noté que enseguida comenzó a costarle encontrar las palabras adecuadas que quería expresar. Es más, de pronto se quedó mudo. Yo lo miraba sin decir ni pío.

-¿Y? ¿Qué decís?

-Digo que no.

-¿Por que?

-Porque cuando yo estoy contento, quiero saber por qué; y cuando estoy triste, también quiero saber por qué. Cuando necesito hablar, hablo, no me hace falta nada.

-Bueno, está bien...

-¿Eso era todo?

-Sí.

-Bueno, chau. Mañana nos vemos.

Salí de la habitación, saludé a los demás y me fui para mi casa. Fue la única vez que me propuso algo así. Nunca más lo intentó.

Diego con Signorini, en la
Diego con Signorini, en la famosa puesta a punto en La Pampa

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