Cerca de cumplir 72 años (será el próximo 31 de diciembre), Daniel Pedro Killer afirma que si volviera a vivir, recorrería muy posiblemente el mismo camino. Rudo defensor, con sobrenombres como “asesino”, “perro” o “cirujano” llegó a ser campeón mundial con la selección argentina en 1978 y se dio el lujo de muy pocos jugadores en la historia: vestir las camisetas de Rosario Central y Newell’s Old Boys.
- ¿Extraña sus tiempos de jugador?
- Es lo más lindo que le puede pasar a un ser humano. Yo me fui a probar a Rosario Central a los 16 años, en 1967. Para eso, me escapé de mi casa en bicicleta. Me enteré de que probaban gente en el predio de Argentino de Rosario. Era para las clases 1949, 1950 y 1951 y ahí estaba fichando pibes Miguel Ubaldo Ignomiriello, que tenía una voz de mando que parecía un milico (risas). Me probé como “cinco”, que es un puesto jodido porque se requiere habilidad y yo era fuerte, quería ser siempre el más guapo, ganaba en los saltos, en el juego aéreo. Me dijo que jugara en ese puesto, hice dos goles y de repente me sacó, y yo me dije “sonaste”. Recuerdo que era un sábado entre octubre y noviembre y había jugadores como Ángel Landucci, Ramón Bóveda, “Hijitus” (Alberto) Gómez, que después fueron cracks, y un muchacho que era muy buen goleador como Pellegrini. Pero quedé, aunque no pensaba que todo se iba a dar tan rápido. Me agarró “Pancho” Erauskin, de las divisiones inferiores, y me dijo “nos vamos a jugar a Calamuchita, pero como usted es menor, tiene que firmar su padre”. Y ese fue el primer lío, jaja.
- ¿Por qué lío?
- Mi papá era hincha de Newell’s. ¿Cómo decirle que había entrado a jugar en Rosario Central? Pero mi mamá lo convenció y no sólo firmó, sino que me metió en el colectivo para irme con el equipo. Y no parecía nada sencilla la tarea. Mi papá era un laburante. Se despertaba cada día a las cinco y media de la mañana para irse a la fábrica de amortiguadores. Era de origen suizo-alemán y bastaba con que te mirara fijo y listo, se acababa todo. Nunca nos faltó nada. Yo era un caradura y andaba siempre ofreciéndome para todo tipo de changas y me las iba arreglando.
- Si su papá era de Newell’s, ¿por qué se fue a probar a Rosario Central?
- Nosotros no teníamos mucho dinero y para ir a Newell’s había que tomar dos colectivos. A probarme a Central fui en bicicleta. Me fui con los muchachos de la esquina de mi casa. Había algunos que jugaban una barbaridad y que era claro que los iban a tomar, como mi hermano Mario –lateral izquierdo, al que apodaban “el colorado”-, que era una cosa de locos como jugaba.
- Usted llego a la Primera de Rosario Central en una época muy especial.
- Así es. Una gran época de Rosario Central, ya en 1970 perdimos contra Boca la final del Nacional en el Monumental después de ir ganando 1-0; en 1971 ganamos el Nacional con Ángel Labruna de director técnico, volvimos a ganar el nacional de 1973 con Carlos Griguol, fuimos subcampeones en el Metropolitano 1974 y jugamos las Copas Libertadores de 1971, 1972, 1974 y 1975. Hoy uno ve a los equipos rosarinos y dan pena en la comparación con aquel tiempo. Yo jugaba en la cuarta especial y de ahí salté a la reserva, y de ahí pasé a debutar en primera justo en 1970, cuando se perdió aquella final contra Boca. Se fue formando un gran equipo y yo jugaba mucho, nunca me lesionaba, era fuerte. Fue cuando me pusieron veinte mil apodos (risas), todos relacionados con la marca, como “asesino” (jugando también con el significado de mi apellido), “perro”, “caballo”, “cirujano”.
- ¿Cirujano? Es muy fuerte…
- Jaja, ese apodo me lo puso el “Negro” Jota Jota López. El “Mono” (Alfredo) Obberti, al que adoraba, aquel delantero de Newell’s, cuando jugábamos me miraba como a un cuco. Era un tipazo. Los delanteros me tenían miedo.
- ¿Cómo fue la experiencia de tener a Labruna como director técnico?
- Don Ángel puso a todos los jóvenes: Carlos Aimar, Mario (mi hermano), Hugo Zavagno, Eduardo Solari, Bóveda, “Hijitus” Gómez. Nos quería de una manera muy particular porque éramos de la misma edad de su hijo Daniel, que había fallecido hacía poco. A mí me puso de stopper y, sinceramente, la rompí.
- Dos años después fueron campeones otra vez pero con Griguol.
- Con Carlos era correr, correr y correr. Muy buena persona, muy trabajador. Él nos aconsejaba mucho sobre qué hacer fuera del fútbol, porque no se cobraba tanto como ahora. Los sueldos no eran tan grandes. Nos aconsejaba mucho, incluso sobre sexo, porque diferenciaba entre los que tenían pareja estable, los solteros, los que ya estaban casados. Estaba en todos los detalles.
- En ese tiempo usted llegó a la selección argentina de César Luis Menotti.
- Sí, fui uno de los pocos junto a Aldo Pedro Poy y el “guaso” Mario Kempes. Integramos lo que se llamó “la selección del interior”. Jugamos la Copa América de 1975 con un equipo integrado casi todo por jugadores de los clubes santafesinos. Le hice tres goles a Venezuela y le ganamos 11-0, pero después nos ganó Brasil por un error del “Loco” Gatti. Jugué 34 partidos en la selección argentina, pero me lesioné los meniscos al trabar contra Arsenio Ribecca de Newell’s en la Copa Libertadores, y hasta sentí el ruido. Me costó muchísimo recuperarme y de hecho, jugué diez años infiltrado. En aquel tiempo me operó el doctor Fernández Schnorr, que trabajaba en Independiente. En esew entonces te sacaban el menisco entero y ya te quedabas sin la protección que necesitaba la rodilla. Me llegaron a sacar siete jeringas de sangre y líquido sinovial pero seguía jugando igual, con la rodilla hecha pelota, porque era un animal.
- Y así y todo formó parte del ciclo hasta el final, y fue campeón del mundo.
- Sí, el Flaco Menotti sabía, incluso el doctor (Rubén) Oliva me infiltraba para jugar. Como en la previa del Mundial me dolía, trajeron a Luis Galván en mi puesto.
- ¿Y usted lo aceptó? ¿No pensó en no jugar el Mundial?
- Hubo una reunión entre nosotros. Estaban los tres capitanes, Daniel Passarella, Leopoldo Luque y Ubaldo Fillol. Recuerdo que me llamó para que habláramos mi compadre Américo Gallego. Y Passarella me dijo “tío –porque él me llamaba así- tengo una mala y una buena noticia” y me dijo que Menotti le preguntó con quién quería hacer dupla defensiva y que él respondió que con Galván, porque se llevaba mejor en el campo de juego, pero que todos querían que yo me quedara igual en el equipo. Para colmo, en uno de los últimos entrenamientos, Menotti me pidió que le pegara tres dedos en un tiro libre y yo le dije “¿Qué quiere?¿Que me rompa el tobillo?”. En cambio, vino el “gaucho”, como le decíamos a Passarella, y la colgó de un ángulo. “Estoy muy conforme, pero usted es un stopper, y necesito a Galván y a Gallego para que le cubran las espaldas a Passarella cuando se lance al ataque”, me dijo el Flaco. Yo no quise ir al banco, quería jugar. Era muy nervioso, ansioso, me volvía loco. Y entonces fue al banco el “Cata” (Miguel) Oviedo, un gran jugador.
- Se dice que cuando entró (Dick) Nanninga e hizo el gol de cabeza con el que Holanda empató en la final, Menotti lo miró a (Roberto) Saporiti, que era su asistente, y que le había sugerido que fuera al banco Oviedo porque el delantero no estaría por una lesión. ¿Cómo se sintió usted por no estar en la cancha?
- ¡Sí! Lo reputeé (risas)… Creo que Saporiti no me quería, pero Menotti me agarró en los días previos y me dijo “mire que por ahí en la final juega usted” por si jugaba Naninga y me necesitaría como stopper. ¡Para qué! No pude pegar un ojo, no dormía pensando en la chance de jugar la final. Y me dio una bronca bárbara cuando empató el partido y yo no estaba ahí para marcarlo.
- Más allá de eso, usted es uno de los 43 futbolistas argentinos que fueron campeones del mundo.
- Sí, y formé parte de un gran grupo. Nos motivábamos y nos hablábamos permanentemente. Y era difícil llegar a la Selección. Yo hice como 28 goles en Rosario Central e iba al frente como loco. Hoy están arruinando el fútbol, me da vergüenza lo que por ejemplo hacen en los equipos rosarinos. No sé cómo hace “Kily” González para bancarse, y en Newells cambian a cada rato de director técnico. Está lleno de gente de afuera, de otros países, no se entiende. Antes, no era necesario nada de todo esto. Se jugaba diferente.
- ¿Vivían la tensión de jugar un Mundial?
- Sí, pero éramos muy unidos. Poníamos música en el micro, temas de Palito Ortega, cumbias, pero no esas de ahora de revólver, escopeta o “te voy a matar”. Era otra clase de cumbia. Lo pasábamos re bien. Con (Héctor) Baley y con (Rubén) Pagnanini nos íbamos a pescar y nadie nos molestaba, porque los militares no dejaban pasar a nadie.
- Antes del Mundial usted habrá sido testigo de cuando Menoti dejó afuera de los 22 jugadores de la lista definitiva a Diego Maradona…
- Sí, claro. Él se sentaba sobre la pelota y lloraba. Tanto Víctor Bottaniz como Humberto Bravo, los otros dos que se quedaron afuera, se quedaron, pero él se fue y dijo “no vengo más”. Diego en ese tiempo era como (Lionel) Messi en Alemania 2006, muy chico. Pero claro, ya estaba (como yo) en la lista de intransferibles para poder prepararse para el Mundial y se había ilusionado. Después, fui con él a la despedida de (José Daniel) Valencia. Se lo extraña. Le dio de comer a mucha gente. Tenía un corazón de oro y hoy, nadie se acuerda de los ex jugadores que andan mal. Él fue siempre muy solidario.
- Una vez que terminó el Mundial 1978, ¿ya no tuvo más contacto con la Selección?
- Ya no quise seguir. Entre lo del menisco y que no me habían tenido demasiado en cuenta, ya no quise saber más nada con la Selección pensando en España 1982. Y eso que me iba muy bien en los clubes. Jugué en Racing, Vélez, Bucaramanga de Colombia, en Newell’s, en Estudiantes de Río Cuarto y hasta en Casilda.
- ¿Llegó a ser compañero de Jorge Sampaoli?
- Sí, en ese entonces él era muy joven. Era volante y muy rompe pelotas (risas), pero buen tipo. Me vinieron a buscar a Estudiantes de Río Cuarto y luego Reinaldo Volken me llevó a Unión. Yo ya era muy veterano y con muchos problemas en la rodilla. Jugué en el Aprendices Casildenses y no cobré, porque jugué allí para ponerme en condiciones. Fui a Río Cuarto con el “Chocho” (Juan Manuel) Llop, que ya había sido compañero mío en Newell’s y yo lo llevaba en mi BMW rojo. Recuerdo que jugamos un Nacional en el que nos dejó afuera River. Después de Unión había decidido no volver a jugar, pero apareció San Jorge, de Santa Fe, y participé de una liga espectacular y hasta me pagaban en dólares. Y terminé en Argentino de Rosario, cerca de mi casa. Me llevó el “Mono” Obberti y los directores técnicos eran Oscar Craiyacich y Salvador Capitano. Jugaba de “cinco” y pegaba patadas. Después terminé integrando un equipo de “Súper Ocho” que iba de gira por todo el mundo.
- Usted también jugó en Racing
- Sí en 1977. Me convenció el “Coco” (Alfio) Basile, al que ya había tenido en Rosario Central. El año anterior había estado a punto de irse al descenso y, si bien teníamos un equipazo, otra vez casi nos vamos y nos salvamos con un gol mío a Platense en la última fecha. Y estaban Agustín Cejas, el “Panadero” (Rubén) Díaz, Pablo de las Mercedes Cárdenas. Y nos tocó sufrir.
- Y luego fue a Newell’s, algo raro siendo que a usted lo identificaban con Rosario Central.
- Antes de eso, me quería el Tottenham, pero yo no me quería ir del país. Nunca me gustó alejarme mucho y de hecho, cuando me fui al Bucaramanga me volví enseguida porque no me adapté. Entonces Gallego, Héctor Yazalde y Santiago Santamaría le hablaron al “Piojo” (José) Yudica para que me llevara a Newell’s. Lo que pasó es que con Racing fuimos a jugar un cuadrangular en Rosario y yo le pedí al entonces DT, Enrique Omar Sívori, que me dejara ir a saludar a mi hijo y a mi mujer, que estaba embarazada. Me dijo “usted es el capitán, si se va, no regrese más”. Me fui igual y me comunicaron que me desafectaban. Yo quería ir a Rosario Central, pero Víctor Vesco, el presidente, me dijo que no tenían plata. Cuando le decía que podía ir a Newell’s, él no me creía.
- ¿En serio que no quiso ir a jugar al fútbol inglés?
- No, mucho frío, neblina, qué se yo… Piense que yo tenía un departamento en Buenos Aires pero ni allí me quedaba. Ni bien podía, me iba a Rosario. Siempre fui muy casero, estoy todo el tiempo arreglando algo en mi casa.
- En Vélez tuvo como entrenador al “Toto” Juan Carlos Lorenzo.
- Sí, estuvimos cerca de ser campeones porque el arquero era (Jorge) Bartero y no Nery Pumpido. Yo le decía “las pelotas que van afuera, dejalas pasar”. Era un equipazo. Jugadores como Jorge Bujedo, Pedro Larraquy, Vicente Pernía, Norberto Alonso, Claudio Cabrera. Yo hacía dupla central con Omar Jorge.
- ¿Cómo convivían Pernía y Alonso después de haber jugado tantos años en Boca y River?
- Muy mal, se agarraban todo el tiempo en el vestuario. Yo era el gendarme, el que los separaba.
- En ese equipo también estaba Carlos Bianchi.
- Sí, no veía nada, pero hacía goles.
- Y Lorenzo, un personaje.
- Hizo un disparate en Vélez. Tenía alcahuetes en todos lados. Sabía todo de nosotros y eso no servía para nada. Teníamos grandes jugadores y yo era muy querido, como lo fui en todos los planteles, porque nunca fui un tipo agrandado.
- ¿Cómo lleva su vida ahora?
- Tengo 71 años y pese a que es bravo retirarse, no me llegó a pasar lo de (Rubén) Suñé –que intentó suicidarse al dejar el fútbol-. Es difícil, pero por eso me gusta mucho cuando los jugadores siguen vinculados a un club. No soy director técnico porque para estar al frente de un plantel hay que saber. Sí estoy vinculado con los muchachos que salimos campeones del mundo en 1978 y 1986, y ahora recuperamos una prepaga porque después de la muerte de Julio Grondona se había perdido un salario que cobrábamos mensualmente. Llegamos a cobrar dos mil dólares por mes y al menos ahora cobramos dos sueldos mínimos.
- ¿Qué cobró por ganar el Mundial 1978?
- 26 mil dólares, un Fiat 133 y la medalla, que algunos compañeros míos ya vendieron. No era como ahora, ¿verdad?
SEGUIR LEYENDO: