Fue el tercero de la lista. Primero cayó uno, después otra y al final fueron por el nombre más importante: Nelson Saravia. El Chivo. Fue un trabajo limpio, nada de contratar mano de obra barata en motito. Había que asegurarse que el Chivo pasara a mejor vida y no dejar ni una marca. Cuatro sicarios entraron a su casa en la madrugada del sábado y no le dieron chance de defensa. Después limpiaron la escena prolijamente y escaparon. La leyenda del Chivo no duró más de 43 años. Lo mataron dos meses después de cumplir esa edad.
La serie de asesinatos que conmocionaron Rosario el fin de semana y que reflejó Infobae, terminó con la vida del Chivo pero refleja una situación aún más compleja: fue el corolario de una guerra por el comercio de drogas, por quedarse con los negocios de la barra de Newell’s y una vendetta por un vuelto del show de L-Gante de hace 15 días en el estadio cubierto del club, donde una parte de la barra hizo fortunas y no la repartió como se esperaba. De hecho, el jueves pasado cuando el equipo rosarino empató cero a cero con Aldosivi en el Coloso, hubo una pelea en la popular entre los grupos antagónicos por este último tema. Esa pelea creció afuera, se trasladó a los territorios narcos y desencadenó la tragedia.
El Chivo no era un hombre más en la Chicago Argentina. Con una foja de antecedentes pesados que incluían cuatro antecedentes penales, su nombre comenzó a hacerse famoso en 2010, cuando Diego el Panadero Ochoa lo contrató para que lo ayudara a ganar la barra de Newell’s, en manos por entonces de una leyenda del crimen organizado alrededor del fútbol, Roberto Pimpi Caminos. El Chivo reunió gente de todo el cordón que circunda a la ciudad y le aportó el músculo y las armas a Ochoa para coronarse como nuevo jefe. Tres años después, Ochoa caía preso acusado de instigador de dos crímenes de sus rivales en la barra, entre ellos el de Caminos y terminó siendo condenado a 18 años de prisión. Fue ahí que la tribuna quedó toda para el Chivo Saravia que empezó a armar su imperio secundado por Leonardo el Gordo Fernández. El primero tenía el manejo de la popu, el segundo presuntamente de las sustancias ilegales. Pero hubo dos peleas por la repartija de dinero y en 2015, el Gordo se abrió, armó una facción nueva con uno de la vieja guardia, Norberto Al Pacino Trillar, y comenzó la guerra a balazos limpios (cuatro sufrió Saravia, tres el Gordo Leo).
Ante esto Saravia se fortaleció con grupos vinculados al narcotráfico con base en el barrio La Tablada y representados por Matías Cuatrero Franchetti, quien pasó mucho tiempo en prisión por narco y otro pesado llamado Maximiliano La Rocca. En cuestión de semanas fueron asesinados cuatro barras de ambos bandos, entre ellos el Cuatrero y La Rocca. El Parque Independencia estaba regado de sangre. Y Saravia entendió entonces que debía tener un aliado más potente y fue por la banda de René Ungaro, amo y señor del delito en Villa Gobernador Gálvez. Ellos le entregaron como secuaz a Ariel Teletubi Acosta, otro del barrio La Tablada con prontuario extenso que acababa de terminar una pena de prisión. Y así mantuvo el control de la popular. Pero al tiempo Teletubi cayó preso (hoy está cumpliendo una condena a 13 años de prisión) y Saravia empezó a tambalear. Fue cuando llegó a un arreglo con Los Monos: podía quedarse con algunos negocios fuera de la cancha, pero tenía que entregar el paravalanchas. Sin margen de maniobra, cedió la tribuna a la familia Cantero quién puso allí primero a Marcelo Pipi Arriola (ex convicto con ocho causas penales) y después a Aldo el Gatito Sosa que tenía una grande a su favor: trabajaba insólitamente en la Defensoría del Pueblo de Santa Fe, lo que le permitía todo tipo de vínculos.
Eso terminó por darle cierta paz al Coloso Marcelo Bielsa en el trienio 2017-2020. Durante esa época, Saravia tuvo un intento de volver pero en 2019 le dejaron una corona de flores en la puerta de la casa como mensaje de que no era bienvenido. Y volvió a concentrarse en los otros negocios ilegales.
Pero con el cambio de comisión directiva, hubo viejos barras que vieron la chance de regresar. Entre ellos nuevamente Saravia. El mes pasado, exactamente el martes 7 de septiembre, le volvieron a decir que no era bienvenido: le balearon el frente de la casa. Pero el Chivo esta vez fue por más sabiendo que recuperar la tribuna le permitiría ampliar el territorio para el verdadero negocio, el de las drogas. También empezaron a aparecer por el club otros barras legendarios como el Loco Demente, el Chueco Cohen y quienes se encolumnaban detrás de otro pesado, Matías Pera, condenado a ocho años de prisión por dos causas. Este grupo es el que sacó la tajada grande en el show de L-Gante, con reventa de entradas y la venta de bebidas alcohólicas. Y decidieron que no se repartía con la otra facción de la barra. Eso generó el encono y la pelea ante las cámaras de televisión del jueves pasado. Y fue un detonante: porque, como se dijo, quien gana la barra puede ampliar sus dominios en el mundo narco negociando con Los Monos desde un lugar de fuerza. Entonces Saravia creyó tener la fuerza suficiente para ir por todo el territorio de los bunkers. Y eso según los investigadores es lo que provocó el viernes por la noche el crimen de Angela Oviedo, cuñada del barra Ojitos, número dos de la facción oficial de la barra de Newell’s que mueve droga en la zona Sur.
El vuelto entonces llegó a las pocas horas. Cuatro hombres armados hicieron un trabajo limpio y Saravia pasó a ser historia. El problema, claro, sigue siendo el presente en una guerra infernal que no parece que vaya a detenerse acá.
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