Javier “Archu” Sanguinetti creció en Lomas de Zamora. Desde muy chico conoció la pasión por el fútbol y el significado de vivir en una casa teñida por dos colores: su mamá, Isabel, hincha fanática de Banfield y su papá, Jorge, en la vereda de enfrente, la del clásico rival: Lanús. Pactos de silencio, sobremesas mediadas por el trance del folklore de los equipos del Sur. La estadía de los fines de semana se dividía entre los estadios Florencio Sola y La Fortaleza. Hasta que un día llegó el momento de decidir donde plantar bandera. La historia cuenta que de chico los colores elegidos eran los del Granate, pero todo cambió en un clásico entre ambos equipos en 1982.
Ese día la familia entera fue a la cancha del Taladro a ver el partido. En la platea local se ubicaron Sanguinetti y su madre y en la popular visitante, su padre y uno de sus hermanos (son tres en total). La regla era no gritar los goles, gane quien gane, pero el trato se rompió porque ganó Lanús 2 a 0 y papá festejó. De ahí en más, Archu rompió lazos con el Granate y optó por los colores verde y blanco. “Mis viejos no se gritaban los goles, hasta que en 1982 nos ganan 2 a 0 y mi papá los gritó. Eso hizo que le haga la cruz a Lanús, era muy chico. Mi familia también es un clásico”, dijo hace un tiempo.
Hoy nadie discute su condición de ídolo de la casa. Tuvo un breve paso por Racing, pero después toda su carrera la hizo con la camiseta del Taladro. Jugó 485 partidos en la institución del Sur y fue capitán histórico del equipo. Una vez que dejó el fútbol profesional se alistó como ayudante de campo de Julio Cesar Falcioni –entrenador muy ligado al club – y comenzó a dar sus primeros pasos en el universo de la táctica y la estrategia. Durante siete años acompañó al “Emperador” y el recorrido lo llevó por Boca, All Boys, Universidad Católica (Chile), Quilmes y Banfield. Con este último, como segundo entrenador, logró coronarse campeón en 2009 y le hizo anotar una estrella en primera división. Y en el banco del Xeneixe levantó la Copa Argentina en 2012. Luego se largó en solitario y estuvo algunas temporadas en Paraguay, al mando de Sol de América y Sportivo Luqueño.
En 2019 regresó al país y nuevamente se puso el buzo de ayudante de Falcioni, hasta que le tocó ser primer entrenador del Taladro. Al principio no fue fácil la decisión, pero se la jugó y apostó por un proyecto futbolístico. Puso el ojo en las inferiores y armó un equipo dinámico, con ataque, jugadores rápidos y con muchas opciones para dejar al rival mal organizado. “Puse en juego un montón de cosas. En un fútbol tan voraz, donde muchas veces nada alcanza, hizo que tuviera que poner en juego todo lo que había conseguido. Sabía que en algún momento me iba a tocar y me parece que me preparé para que esto pasara. Pero las expectativas y la ilusión de hacer una buena campaña, superaron muchísimo lo que imaginaba y soñaba. Haber jugado una final, conformar un equipo competitivo, jugar de igual a igual, me hacen sentir que fue una buena decisión la que tomé”, cuenta a Infobae sobre este presente en la institución.
Al frente del cuerpo técnico del Taladro llegó a la final de la Copa Diego Armando Maradona, que le arrebató Boca por penales 5-3, y en la primera mitad de este 2021, con un equipo diezmado por el COVID, que encabezó los primeros brotes del fútbol argentino, llegó a terminar a cinco puntos del último campeón, Colón, y clasificó para la Copa Sudamericana 2022. Su contrato dice que se queda en el club hasta diciembre de 2022, junto a sus ayudantes de campo Adrián González, Lucas Rivas y Cristian Lovrincevich, los preparadores físicos Ramiro Loguercio y Walter Occhiato y el entrenador de arqueros, Bernardo Leyenda.
“Nos pasaron cosas muy positivas: un proyecto de club muy unido y chicos que se han afianzado y tienen un lugar en primera división. Tuvimos pocos refuerzos, pero nos sirvieron mucho: Luciano Pons y Mauricio Cuero. Y atravesamos una sangría a mitad de año, que nos dejó sin algunos jugadores muy importantes: Claudio Bravo, Jorge Rodríguez, Agustín Fontana. Producto de las muy buenas actuaciones que tuvieron se fueron. El club necesitaba esa posibilidad de venta. La poca incorporación de jugadores la tuvimos que suplir con chicos del club. El trabajo que han hecho las divisiones menores y formativas es muy bueno. Todos los chicos que propusimos para primera, han tenido un desarrollo muy importante”, dice.
-¿Qué cosas debe tener un jugador para formar parte de un plantel de primera división?
-Primero que tenga condiciones naturales para jugar al fútbol. Para llegar a una división como la reserva o la primera, hay que pasar muchos filtros. Después sostenerse dentro del proceso que implica la primera división. Muchos chicos, debido a la inmediatez que manejan, tienen ansiedad. Las cosas no las quieren ya, las quieren ayer. Pero esto es un proceso que conlleva tiempo. Un día un entrenador me dijo algo muy claro: “Acá se llega, se crece como una palmera y se cae como un coco”. Es una gran realidad. Mantenerse es mucho más difícil que llegar, porque empiezan a terciar otras cuestiones. No solamente importan las condiciones naturales de buen juego o buen pie, sino una condición psicológica y de fortaleza mental muy grande para poder competir. Este medio es muy competitivo y exige estar cien por cien desde lo físico, pero también de la cabeza. A veces no llegan los mejores, sino los más perseverantes, los más fuertes mentalmente, los que tienen posibilidad de resiliencia y pueden pasar de estar en el fondo del mar, a estar otra vez en la pelea. Y eso es un poco el ADN de este equipo: nunca se da por vencido, cada entrenamiento lo toma de manera muy seria, con buena forma, con alegría y sabiendo que le va proporcionar las mejores herramientas para enfrentar al rival.
-Mencionas inmediatez, algo inherente a estos tiempos, pero también está la exposición como marca registrada de esta era, ¿Se trabaja el vínculo que tienen los jugadores con las redes sociales? ¿Sirven como carta de presentación?
-Y como carta de despido (risas). Son muy peligrosas. Las redes sociales te encumbran y te sepultan de manera atroz. Sinceramente no es fácil poder sobrellevar todo eso, pero es la era en que vivimos y hay que tratar de acompañar a los más chicos en esos procesos. El futbolista tiene que saber cuidar su vida. No digo que sean carmelitas descalzas, porque tienen la edad y los momentos para disfrutar la vida, pero sí tener un poco menos de exposición a través de las redes sociales. Uno trata de que se expongan lo menos posible y que la única exposición sea dentro de un campo de juego. Todos sabemos que los millenials están acostumbrados a esta nueva forma de vida, que no es ni mejor ni peor, es diferente. Nosotros, a lo mejor, nos acostumbramos a la era de los mails y nuestros padres no entendían que significaba. Esta es una era que hay que entender por dónde viene, tratar de escuchar y hacerles entender que la inmediatez no es buena consejera. Que hay tiempo para todo en la vida. Y que el proceso que necesitan para poder transformarse en jugadores de primera es una cuestión de tiempo y no algo inmediato. Hay que tener esos famosos serruchos, para estar en lo alto, caer y amesetarse, como le pasa a la mayoría de los jugadores. Esa meseta debe ser importante para poder tener un desarrollo sustentado en las capacidades y la fortaleza anímica para vivir distintos momentos.
-Si tendrías que mencionar influencias, ¿Por dónde empezarías o qué destacarías de tu formación?
-Cuando uno empieza a hacer esta carrera se recopilan muchas cosas. Desde cuando era juvenil, el proceso formativo, hasta los años de profesionalismo. Las cuestiones que a uno lo van marcando como jugador son importantísimas. Después está el día a día y la posibilidad de la consulta constante que nos permite la conectividad global. Hoy se pueden ver y leer a tantísimos entrenadores en diferentes situaciones. Trato de buscar y no quedarme con lo que creo que es importante y con lo que hice.
Con todas las posibilidades y facilidades que te da la tecnología, uno trata de aggiornarse y seguir aprendiendo como abordar situaciones límites. Es una absorción constante que se conjuga con mi época de jugador y con el primer cuerpo técnico que integré. Y ahora que me toca estar al frente, sigo viendo qué cosas puedo agarrar de los entrenadores que me gustan. Qué está haciendo tal para que su equipo sea sorpresa de la Bundesliga o la liga italiana. Cuáles son los secretos.
-¿Y Falcioni?
-Fue el técnico que más tuve como jugador y durante siete años fui su ayudante de campo. Uno aprende y quedan cuestiones muy puntuales de lo que hacía. La capacidad para desarrollar un partido, para ver por dónde sí, por dónde no.
La academia
Sanguinetti, además de patear una pelota y consagrarse como zaguero central del Taladro, tuvo un paso por la universidad. Hizo tres años de la carrera de Ciencias Económicas, con la idea de tener una alternativa por si no se le daba lo de ser jugador profesional. “Ser futbolista no era mi principal aspiración, era mi principal sueño. En nuestra época jugar al fútbol era más romántico que económico. Por eso tenía que tener la posibilidad de algo que me sostuviera en el hipotético caso de que no se me diera con el fútbol”, dice.
-¿Y por qué dejaste?
-En ese momento jugaba en Racing. El día anterior le habíamos ganado un clásico a Independiente y en una clase de algebra, tenía un profe fanático de Racing que me conocía, y en vez de hablar de la materia terminamos hablando del partido. Y la facultad era mi cable a tierra, algo que utilizaba para salir de la burbuja del fútbol. Me dio tanta vergüenza lo que pasó, que dejé. Me acuerdo que llegué a casa y le dije a mi señora: pasó esto, no voy más a la facultad. Obviamente fue una mala decisión, tendría que haber seguido como si nada y terminar la carrera. Aunque sea para tener una opción más en mi vida.
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