Pintaba para campeón mundial, perdió una mano en un accidente y hoy su vida es un tormento

Rocky Flores tenía todas las condiciones para llegar a figura mundial, pero cayó bajo un tren y sufrió una amputación cuando iba a realizar su décima pelea. Tito Lectoure lo había apadrinado. Hoy vive gracias a la ayuda de amigos y da clases de boxeo en la calle por doscientos pesos

Guardar
Rocky hoy, en la puerta
Rocky hoy, en la puerta del galpón que le prestan para vivir en Carlos Spegazzini, a 40 kilómetros de Buenos Aires. (Gentileza: Rocky Flores)

La evocación martiriza mi alma pues para el periodista la memoria es el otro. Y a esa criatura yo la recuerdo de dos maneras opuestas: la primera con el patetismo de sonrisas augurando un futuro grandioso y la segunda con llantos desconsolados después que le amputaran la mano derecha.

Yo lo recuerdo así, con su sonrisa de pibe dulce al subir al ring y la impiadosa metralla de sus golpes al conjuro de la vocinglería delirante del Luna sabatino. En un año, el de 1983, metió 7 nocauts en 9 peleas. Tenía 20 años y una respetable prosapia como amateur pues realizó 91 peleas con solo 4 derrotas. O sea, había sido campeón mendocino de peso gallo (1979 y 1980), subcampeón argentino novicios en Formosa (1979), subcampeón argentino en Buenos Aires (1980) , medalla de plata en los torneos Latinoamericano y Sudamericano de Brasil (1981) , medalla de plata en Colombia (1981), seleccionado para los Juegos Simón Bolívar en Venezuela (1982) y medalla de oro en los Juegos “Cruz del Sur” en Rosario (1982).

Rocky en acción, con solo
Rocky en acción, con solo nueve peleas se había metido al Luna Park en el bolsillo. Le veían futuro y proyección mundial gracias al padrinazgo de Lectoure. (Gentileza: Rocky Flores)

El padre, Héctor Flores Barros, había nacido en Tarija, Bolivia y era un esforzado trabajador de la prodigiosa tierra mendocina. Labrando vides y olivares de sol a sol no quedaba tiempo para educar; siquiera para escuchar y comprender. Fue así que por haberse peleado con uno de sus 10 hermanos, Don Héctor lo echó de la casa y el chico, antes de los 12 años se fue con lo puesto a Tunuyán, la tierra en la cual curiosamente nacieron los campeones mundiales Nicolino Locche y Juan Pastor Corro,

Para ganarse la comida fue vendedor de diarios, lustrabotas, lavador manual de autos, ayudante de mozos en una pizzería y cortador de césped a tijera. O sea, había rendido todas las materias que exige la academia de la calle para ser boxeador. De hecho que fue un cliente suyo llamado Miguel Angel Tello -un conocido vecino que competía con la Loteria Nacional con solo un lápiz y un teléfono en un café- quien lo incentivó para que fuera a un gimnasio después de verlo pelear en la calle siendo canillita. Y fue así que Luis Alberto Olivari resultó su primer maestro.

Rocky vio por primera vez a Tito Lectoure cuando tenía 12 años y transcurría el 1974. Es que Olivari bautizó a su gimnasio –que debía algunos meses de alquiler- con el nombre del dueño del Luna Park. Y entonces Lectoure fue a la inauguración. Unos años después, otro gimnasio con su nombre fue bautizado en Godoy Cruz. En ese marco el promotor del Luna vio pelear por primera vez a Flores y le auguró un enorme futuro. Tal como ocurría cada vez que en algún lugar del país se abría un gimnasio y se lo bautizaba como " Tito Lectoure Boxing Club”, el célebre empresario asistía personalmente y donaba todo tipo de implementos: desde un ring hasta guantines para pegarle a las bolsas. Pero ese día, ese preciso dia, se encontró con un pedido inédito y sorprendente:

-Yo no quiero que me regale nada Don Tito yo solo quiero que usted sea mi padrino.-, le pidió Flores a Lectoure.-

- Y no sé, vamos a ver, ¿sabes cuantos muchachos me piden eso y yo nunca lo hice?; no sé, déjame pensarlo, déjame ver tu conducta, tu vocación-, le respondió Tito.

Rocky Flores junto a Juan
Rocky Flores junto a Juan Carlos "Tito" Lectoure, a quien le había pedido que fuera su padrino cuando lo conoció en un viaje que el promotor hizo a Mendoza.

Al regresar de aquel viaje, ya cerca de los años ochenta, después de una pelea en el Luna y tal como lo hacíamos todos los sábados, estábamos cenando en el restaurante Cosa Nostra, junto al doctor Cacho Paladino –(médico de los más famosos boxeadores), Jorge Morales (presentador del Luna), Horacio Accavallo (ex campeón mundial) y Norberto Bianchi (administrador de todas las propiedades de los Lectoure), Tito, conmovido nos contó:

-Ayer en Mendoza conocí a un pibe que me pidió que lo apadrine; yo medio como lo desalenté, pero cuando me despedía me dijo algo terrible.-. Y frente a la ansiedad de todos nosotros, agregó conmovido:

-El padre lo echó a los 12, nunca vio a su madre y no sabe siquiera como se llama…Parece que una mujer dio su nombre para figurar su como madre y así poder poder inscribirlo; algo cruel se hace por dinero. Y es un pibe simpático, vivaz, entrador..-

- ¿Y cómo boxea? ¿Tiene condiciones…?, preguntó alguien de la mesa con interés.

-Sí, tiene unas condiciones bárbaras; es veloz, pega fuerte, se mueve bien en el ring, se ve inteligente A ver, le falta un montón, pero eso es aprendizaje, trabajo y cuidado. Ojalá se le dé, parece un buen pibe, un chico que busca quien lo quiera...

Por cierto que en menos de un año -1982- Rocky llegó a Buenos Aires. Primero estuvo un tiempo en José C.Paz y entrenó bajo las órdenes de German Luc – un mosca chileno, buen amigo - y su socio Rodolfo Casse, ambos promotores. Y luego, ellos mismos, lo llevaron al Luna Park. Después de verlo pegar a la bolsa y rodeado por las estrellas del momento (Palma, Sacco, Galíndez ), Tito Lectoure lo llevó a su oficina, le regaló ropa deportiva de última generación, lo “habilitó” económicamente para que no le faltara nada y le designó como único entrenador al entrañable maestro Oscar Rodríguez. De tal manera Oscar Flores se convertiría en Rocky sería el primer y único boxeador auspiciado y conducido por el dueño del Luna Park.

Rocky con Mano de Piedra
Rocky con Mano de Piedra Durán y Monzón, en la tapa de la revista El Gráfico. Tras el accidente, Lectoure lo hizo conocer el mundo que hubiera conocido por su carrera como boxeador (Gentileza: Rocky Flores)

Rocky Flores debutó como profesional el miércoles 18 de diciembre de 1982 y le ganó por puntos en 6 rounds a Ismael Villalba. Ocho meses después, el sábado 20 de agosto, hizo su novena pelea como profesional, derrotando por puntos a Armando Romero y actuando como estelarista en el Luna Park. Su primera esposa - Lidia - estaba embarazada de cuatro meses, esperando un hermano –Juan Oscar- para la pequeña Pamela, quien por entonces tenía un año y medio y hoy transita los 40. Sus vidas estaban llenas de ilusiones pues la “cátedra” del boxeo veía a Rocky en Las Vegas o en el Madison subiendo al ring para disputar la corona mundial de peso gallo o pluma en menos de dos años, con Lectoure en su rincón.

Cruel fue el destino que mató este sueño pues un mes después de su última pelea y una semana antes de que realizara el combate número 10 Rocky perdió su mano derecha. La crónica de entonces – Carlos Irusta en El Gráfico - nos recuerda algunos tristes párrafos sobre la tragedia ocurrida en la estación José C. Paz del Ferrocarril San Martín:

“… Disculpen pero nos vamos: me están esperando en ‘El Quincho’ para que sea el padrino y no quiero que se haga más tarde”, dijo Flores. Había baile, una elección de Miss Primavera, ambiente juvenil que hacía olvidar la negrura húmeda de afuera. Por fin, un poco asombrado por la trasnochada, Flores tomó la campera de Oscar Mendieta –el amigo con quien había partido desde la Capital a las 8 de la noche del sábado- y fue a buscarlo: “Ya son las cinco menos cinco, mejor nos vamos.” A las dos cuadras estaba la estación José C. Paz. Caminaron apresurados, las menos en los bolsillos, buscando el dinero para comprar los boletos. “Yo tengo 50 mangos”, dijo Mendieta. “Dejá que pago yo…”, le repondió Rocky. Ahí está el tren! ¡Metele que ahí está el tren!”, insistió. Mendieta estaba en la ventanilla, esperando el vuelto de sus 50 pesos, cuando “Rocky” tomó los boletos y corrió…En el andén de enfrente a donde se hallaban estaba por salir el tren que iba hacia Retiro. Entonces, el boxeador cruzó por el camino peatonal que atraviesa perpendicularmente las vías y conecta ambos andenes. Pero se detuvo a mitad de camino, petrificado. Parado sobre la vía libre. Por la misma en la que, a doscientos metros de donde él estaba, y viniendo desde San Miguel a Pilar, apareció otro convoy. Se quedó quieto (“Todavía no sé lo que pasó: no me podía mover”, es lo único que recuerda) mientras el inesperado tren de acercaba y Mendieta, corriendo hacia él, le advertía del peligro. Dicen que la bocina del tren sonó insistentemente. La formación avanzaba lentamente -la velocidad promedio calculada es de 20 o 30 kilómetros por hora- y cuando Flores reaccionó e intentó tirarse hacia el andén que terminaba de abandonar, era tarde; el miriñaque de la locomotora– elemento metálico que sobresale a modo de paragolpes, justamente para prevenir consecuencias mayores ante el impacto de un objeto extraño – lo tomó y lo despidió hacia abajo y adentro, tirándolo debajo del andén, junto a las vías. Cayó boca arriba e intentó refugiarse adoptando una posición fetal, mientras Mendieta, inútilmente, trataba de socorrerlo. Fue entonces cuando Flores fue impactado por un boguie –tapa del eje de las ruedas del tren, que sobresale unos 30 centímetros por fuera de los vagones, habiendo cuatro por cada vagón – que lo impulsó hacia adelante, en el mismo sentido que llevaba el tren. De inmediato, boca arriba, con el brazo derecho hacia las vías, Flores perdió el conocimiento. El espanto. La impotencia. Los gritos. Mendieta, aturdido, corrió hacia el lugar adonde apenas un cuarto de hora antes habían estado riendo. Buscaba auxilio de gente conocida. Corrió, enloquecido. Cuando regresó a la estación ya no había nadie. Entonces lloró”.-

Rocky Flores junto a Marcelo
Rocky Flores junto a Marcelo Gallardo, Tito Lectoure y Ariel Ortega, en una imagen que juntó al fútbol de entonces con mayor proyección y al boxeo.

“Se corría contra el reloj, la sangre que se iba, el temor a las complicaciones. Del hospital San Miguel, de la misma localidad al José María Ramos Mejía, en el barrio Once. Llegó a las 10.30 del sábado 24 y a las 11.35 entró al quirófano. “No hubo nada que hacer, no se podía haber salvado el miembro de ningún modo”, fue la frase que se escuchó de Lectoure quien llegó al hospital en la madrugada. Luego, rápidamente, el médico dejó que las palabras salieran rápido, lo más rápido posible: “Hubo que amputar la mano derecha”.

Fue desde ese día y hasta su muerte, ocurrida el 2 de Marzo de 2002, que Tito Lectoure y su tía Ernestina se convirtieron en algo más que padrinos de Rocky y su familia. Le dieron el kiosko de la vereda del Luna Park, vivieron en un departamento de la calle Juncal y Scalabrini Ortiz. Ademas Rocky viajó a ver peleas en Las Vegas, conocieron Disney World, fueron privilegiados concurrentes a sus casas de la Avenida Del Libertador y al campo de Pilar. Más aún, los chicos de Lidia y Rocky – Pamela y Juan Oscar- llamaban tíos a Ernestina –a quien le encantaba- y a Tito. Y estos siempre estaban atentos a la marcha de los estudios y a la salud.

También ese mundo se le vino abajo a Rocky quien tuvo una segunda pareja con Silvia y otra hija – Yanina – quien disfruta de sus 20 años. La tercera de sus tres hijos a los que le gustaría volver a verlos. Pero no siempre las imperfecciones de la personalidad o el temperamento son perdonadas. Rocky sigue pagando con su menesterosidad aquellas facturas sin vencimiento de la humillación: después de haber regresado a Mendoza, de haber ido luego a probar en Mar del Plata y vivir en la casa de Sergio Victor Palma, de haber transitado gimnasios para enseñar a boxear incluyendo el de la Federación, no halla un lugar, un espacio. Su presente lo muestra dando clases por 200 pesos en las calles, las plazas, los parques, las plazoletas o algún jardín de casa particular y cuando se puede, en el Tanque Box de Armando Romero.

Flores hoy, en la habitación
Flores hoy, en la habitación que le prestó Roy Alegre, el hijo de un boxeador de los '80, para que no viva en la calle. (Gentileza: Rocky Flores)

A Rocky le amputaron la mano y los sueños. Cuando no tiene dinero porque no puede dar clases callejeras, concurre a los comedores comunitarios de Caritas del Once o al Santa Rita que encabeza Ana Tolosa. Afortunadamente Gerardo Angarami –gerente general de Ortopedia Alemana- le mantiene gratuitamente la prótesis; las demás necesidades las va resolviendo día a día pues está muy lúcido, muy vital, muy claro y acaso muy arrepentido.

Esta noche Rocky Flores echará su cuerpo sobre una módica y desvencijada camita dentro del galpón que está en Spegazzini y que le ofreció generosamente Roy, el hijo del ex boxeador Omar Alegre. Luego apoyará su cabeza en la almohada y pensará cuán corta es la distancia que media entre el infierno y la gloria. Y pensar que estuviste tan cerca…

Archivo: Maximiliano Roldán

SEGUIR LEYENDO:

Guardar