El Gallego González es un pedazo de historia del fútbol argentino. Durante sus días como goleador, logró consagrarse campeón con Ferro, Vélez y San Lorenzo, pero el ex delantero también es recordado por su vida fuera de las canchas. “Hice todo lo contrario a lo que me aconsejaba Griguol: él decía que no había que comprarse el coche, y en los 16 años que jugué en Primera me compré 19 autos. Al viejo lo amaba, pero en algunas cosas no le daba bola”, reveló en diálogo con Infobae.
Su pasión por los vehículos representa un ejemplo de lo que vivió en el ambiente del fútbol. “A Maradona le compré una Nissan MX descapotable que era una locura. Cuando llegué con esa máquina a mi casa, parecía Don Johnson”, recordó entre risas. A pesar de no haber compartido ningún equipo con el Diez, su admiración hacia la leyenda internacional se forjó en las salidas nocturnas y las amistades que compartían en el selecto grupo de Los Años Locos, el punto de encuentro habitual de Costanera.
Todavía se le impone en la memoria nostálgica la vez que conoció a Diego personalmente durante una Navidad en España. Fue en la recordada anécdota que contó alguna vez Oscar Ruggeri, en la que Pelusa se encargó de cortar un pavo con la mano y Mariana Nannis salió despavorida de la mesa principal. “Yo me disfracé de Papá Noel y les repartí los regalos a Dalma, Gianinna y a los hijos del Pájaro (Caniggia). Y a eso de las tres de la mañana terminamos todos tirándonos en la nieve haciendo el avioncito, como la vez que Maradona festejó la clasificación al Mundial de Sudáfrica en el Monumental”.
El episodio en el que se disfrazó de Batman, la vez que se encerró en un baño para pelearse con Chilavert en Vélez y su heroica actuación en San Lorenzo que le permitió al Ciclón consagrarse campeón después de más de dos décadas fueron otros de los temas destacados que el Gallego abarcó sin filtro y con una naturalidad notable. Un golazo cargado de nostalgia, aventuras y humor.
—¿Cómo fue debutar con 22 años, una edad avanzada para el fútbol, y conseguir un título con un equipo de los que no es considerado grande?
—Toda mi infancia fue en Ferro. Yo llegué con 9 años y marcó una parte muy importante de mi carrera. Es algo sagrado porque fueron mis inicios. Es como la canción que dice Ahí están, ahí los ven, a los que les dimos de comer… Ferro me crió. Jugué siempre hasta que llegué a Cuarta División, donde estaba Cacho Giménez y no me tenía en cuenta. Recién en el ‘80, cuando llegó Griguol, tuve la oportunidad de subir a Primera. Me acuerdo que estaba a punto de quedar libre y el Cai Aimar, que estaba en la Reserva, le llevaba a los pibes a Timoteo para que entrenaran con los más grandes. Yo tuve la suerte de jugar un amistoso contra Huracán un día que no había delanteros. Como ganamos 3 a 0 con tres goles míos, Aimar me vio y le dijo a Griguol que me probara para que firmara el contrato.
—¿Cómo era ser dirigido por Timoteo?
—Era como tendría que ser un padre en su casa. Él te daba indicaciones para el fútbol y para la vida. Era un adelantado por cómo trabajaba. Cuando veía al Barcelona de Guardiola, uno no se sorprendía porque eso ya lo hacía Griguol en el año ‘82. Te atacaba por todos lados, y cuando el equipo no tenía la pelota presionaba en toda la cancha. Las cortinas, que en ese momento nadie las hacía, las aprendimos entrenando con los jugadores de básquet que venían a trabajar con nosotros. Él era muy amigo de León Najnudel y le pidió que (Luis María) Bonini fuera nuestro preparador físico. En las prácticas, los basquetbolistas tiraban los centros con las manos porque no sabían patear la pelota, pero nos ganaban todos los tiros cabeceando por las cortinas. Y así fuimos aprendiendo. Chocando a los rivales sin hacer faltas.
—¿Y en el aspecto personal? ¿Recordás algún consejo en particular que te haya dado Griguol?
—Cuando fui a firmar mi primer contrato profesional se sentó al lado mío. En la reunión también estaba (Ricardo) Etcheverri y (Héctor) Kriscautzky, que para mí fueron 3 personas increíbles, porque lo que hicieron en Ferro fue algo inigualable. Eran tipos muy preparados, con mucha responsabilidad y mucha capacidad para resolver cualquier quilombo. Tenía 22 años y cuando fui a la reunión con los dirigentes no entendía nada, porque también estaba Griguol. Para un pibe es muy difícil ese momento: tiene que firmar y no exigir nada; pero yo lo veía a Timoteo que me hacía señas con los ojitos como para que arrancara… y como no sabía qué hacer le dije: “¿Qué hace usted acá?” Y el me dijo que quería verme cómo defendía mi contrato, porque así me iba a tener que defender en la cancha. Pienso en ese momento y todavía se me pone la piel de gallina. Cuando me dijo así, Etcheverri me informó que mi salario iba a ser de 2.000 pesos por mes, que era lo mismo que firmaban todos los juveniles por primera vez. Entonces le pedí premios por gol, por salir campeón y por jugar cierta cantidad de partidos… Cuando Griguol asintió con la cabeza, pude arreglar eso. Me dio la mano y me felicitó. Fue él quien me dio el impulso para reclamar todos los premios, porque yo no estaba preparado para negociar nada.
—Tenía rigidez, pero también los ayudaba mucho…
—¡Imaginate! Una vez le puso a un jugador un inodoro en el vestuario. Le sacó el banco de madera donde se cambiaba habitualmente y le clavó un inodoro. Cuando le preguntaron por qué había hecho eso, le respondió: “Como usted se compró un auto, y lo deja a 5 cuadras para que yo no lo vea, ahora ponga en el baúl el inodoro así tiene dónde cagar, porque lugar para dormir todavía no tiene” ¡Era un maestro!
—Fue un plantel que tenía a figuras como Cúper, Garré, Márcico… ¿con quién tenías más relación?
—Con el Beto Márcico soy amigo hasta el día de hoy. Cuando él estaba por quedar libre de Ferro, toda la cancha lo puteaba y yo me quería matar porque sabía que nunca más iban a tener un jugador así. Se fue gratis porque no había arreglado su contrato. Un día perdíamos 2 a 0 con Instituto de Córdoba y lo pudimos dar vuelta con dos goles míos y otro del Beto. Cuando ganamos empecé a hacer gestos a las tribunas para que lo aplaudieran, pero recibí tantas puteadas que me tuve que quedar hasta las diez de la noche en el estadio porque me querían matar. Márcico se fue a la casa tranquilo en su auto y yo me tuve que bancar la bronca de todos.
—Eran jóvenes, facheros, famosos… ¿En esa época ya se podía disfrutar de la noche o Griguol no los dejaba?
—(Duda) Siempre me dediqué a entrenar y a trabajar, pero salía los fines de semana. Como jugábamos los domingos, teníamos los lunes libres y ahí aprovechaba para ir a bailar. Después en la semana iba a comer a Los Años Locos, en Costanera, donde tenía una mesa especial que me la preparaban los mozos porque ya me conocían. Había noches en las que tal vez había 100 personas esperando en la puerta, pero cuando yo llegaba, me sentaba a comer en la mesa de siempre. Incluso una vez me gané una moto en el programa de Tinelli Ritmo de la Noche, y la terminé rifando ahí. Me habían dado una a mí por ser el goleador y otra a Chilavert, porque había terminado el torneo con la valla menos vencida. Cuando me enteré de que él quería ir a buscarla, me le anticipé porque sabía que me iba a querer dormir. Agarré la más linda y tuve que hacer una rifa porque Timoteo no me iba a dejar ir al entrenamiento con la moto. Más allá de eso, toda la vida disfruté y me divertí, pero no lo hacía un jueves. Además, no había tantas cámaras, ni celulares como hoy. Los boludos de los jugadores de ahora se graban mientras están de joda, pero antes todo eso no existía. Cuando se ganaban los partidos se iba a festejar al baile.
—¿Cómo fue que se dio tu llegada a Deportivo Español?
—Porque (Oscar) López y (Oscar) Cavallero eran fieles admiradores de Griguol. Cuando no trabajaban, iban a ver los entrenamientos para adoptar todo lo que hacía Timoteo. Laburaban de la misma forma y fueron ellos los que pidieron que me compraran.
—Ahí viviste la mejor y la peor época de un club que tenía un proyecto ambicioso, pero terminó mal…
—Sí, en un momento nos dejaron de pagar. Llegamos a estar 4 o 5 meses sin cobrar después de haber peleado un campeonato. Habíamos terminado la primera rueda invictos con un equipazo muy parecido al de Ferro. Ahí jugaba con el Puma Rodríguez, que es mi compadre y hoy somos familia. Después fue un desastre porque intervinieron al club, me tuve que ir y me llevaron al Málaga.
—¿Y cómo fue esa experiencia en España?
—Apenas llegué, fui con Sebastián Viberti, que en Málaga era como Maradona para los argentinos. La gente salía a los balcones para aplaudirlo. Todo el mundo se desesperaba por él y a mí no me daba bola nadie. Le olía los pedos porque siempre andaba atrás de él y nadie me conocía. Cuando fui a firmar el contrato me dijeron que iba a ganar 110.000 pesetas el primer año, 120.000 el segundo y 130.000 el tercero. Cuando pregunté si me tenía que hacer la revisión médica me dijeron que no hacía falta porque llegaba de la mano de Sebastián Viberti… Cuando empecé a jugar me costó mucho. El equipo peleaba el descenso y pasaba lo mismo que pasa ahora: hay 4 o 5 equipos que se despegan, otros que pelean por entrar a las copas y el resto por la permanencia. Estuve 5 o 6 meses sin poder hacer un gol. Me tiraban pelotazos entre los defensores y cuando podía bajarla, se la terminaba dando a los contrarios porque no tenía con quién jugar. Era horrible. Recién en un clásico contra el Cádiz pude meterla. Me habían anulado uno por offside, pero pudimos ganar 2 a 0 con dos goles míos. Pero después me pisó un grandote y me lesioné un hombro. Tuve que estar 5 meses sin jugar y me hicieron firmar la baja porque necesitaban el cupo de extranjero. Y ahí llegó el Palomo Usuriaga.
—Y tuviste una breve convivencia con el Palomo…
—Estuvo una semana viviendo en mi casa ¡No sabés lo que era el Palomo! Si yo me quería cuidar con las salidas de noche, él salía todos los días. Lo puteaban los hinchas porque le pasaba lo mismo que a mí. Además, tenía unos rulitos en la cabeza que parecía que no podía cabecear. Medía dos metros y no saltaba. Cuando le tiraban los pelotazos, se agachaba y salía corriendo. Lo puteaban en arameo en los partidos y después lo veían sentado en los bares.
—Más allá del fútbol, ¿pudiste disfrutar de lo que te daba Andalucía?
—Fue mi lugar en el mundo. Cuando me llevaron al Málaga estaba Juanito como manager, que era el Maradona de Madrid. A los 5 minutos de conocerme me dijo que el primer año no lo iba a cobrar. Ahí pensé que tenía que arreglar una comisión con él, pero en realidad lo que me dijo es que me iba a comprar un departamento, porque sabía que no me iba a ir más de esa ciudad ¡Y tenía razón! Me compró una casa que era un sueño, pero después la tuve que vender porque me había quedado sin un peso.
—¿Qué fue lo que más te impactó?
—Estaba cerca de Marbella y Puerto Banús. Era todo playa. Como si fuera Punta Mogotes en Mar del Plata, pero mucho más grande. De punta a punta. El día más frío era de 15 grados; y con lo que me gusta tomar sol, bajaba la ventanilla del auto y sacaba la cabeza para broncearme. Llegaba negro a los entrenamientos.
—¿Hubo alguna figura de ese entonces que te haya llamado la atención? Estabas jugando en Europa…
—No era como ahora. Me acuerdo que enfrenté a Mario Husillos y vi cómo le abrió la cabeza a un defensor nuestro de un codazo. Cuando lo fui a encarar por lo que había hecho, me dijo que se tenía que jugar así. Me agarró del cuello de la camiseta y me gritó: “Si en España no jugás así, no vas a tocar la pelota ¡Aprendé!”, y me tiró una trompada en el pecho… No me lo olvido más, porque tenía razón. Era una bestia. Con él y el uruguayo Matosas formé una relación muy buena que duró por muchos años.
—En esa época también te tocó enfrentar a Ruggeri, cuando el Cabezón estaba en el Real Madrid…
—Sí, pero por la lesión no pude jugar ese partido. Igualmente, el Cabezón me invitó a la famosa cena de fin de año que Maradona terminó cortando el pavo con la mano y Mariana Nannis se fue asustada (risas).
—¿Qué detalles te acordás de esa reunión?
—Yo a Ruggeri lo había visto dos veces en mi vida. Y con Maradona nunca había tenido un encuentro personal. El Cabezón me invitó, pero también estaban el Pájaro Caniggia, Mariana Nannis, el Puma Rodríguez, Fantaguzzi, Pumpido, el hermano de Diego… Éramos 19 jugadores con sus parejas y sus hijos; y yo había llevado a mi papá y a mi mamá, que estaban viviendo conmigo en España. Era una casa hermosa en Majadahonda y fuimos a pasar la Navidad…
—¿Es decir que conociste personalmente a Maradona en una cena familiar de fin de año?
—Fue la primera vez que hablé con él. Apenas lo vi, le di un abrazo y un beso. Imaginate lo que fue esa noche… ¡Completa, completa eh! Cuando trajeron el pavo no había cubiertos para todos, y como los cuchillos eran de plástico, Diego se paró en la mesa, agarró el pavo y lo entró a cortar con la mano. Mi viejo estaba sentado al lado y yo le decía: “¿Sabés a quién tenés sentado al lado, no?” Y mi papá me tiró: “A mí dejame comer tranquilo ¡Dejame de hinchar las pelotas!”. Era un vasco cabeza de termo que tenía mucha hambre (risas). Mientras Diego destrozaba a tirones al pavo, Mariana Nannis se levantó de la mesa y se fue asustada a la cocina… Del pavo no quedó nada, pero yo me lo quería comer entero porque lo había tocado Maradona…
—Y después de la cena, me imagino que siguieron con el brindis…
—Terminamos a las tres de la mañana todos tirándonos a la nieve haciendo el avioncito como la vez que se tiró Diego en el Monumental cuando era técnico de la Selección. Coppola nos había preguntado cómo íbamos a ir vestidos, porque estaban todos muy elegantes. La Nannis parecía que iba a ir a un casamiento, con vestido largo y joyas. Muchos estaban de saco y corbata. Y Guillermo llevó una bolsa con 200 juguetes para las nenas. Imaginate quién terminó disfrazado de Papá Noel…
—De ese grupo pudo ser cualquiera ¿A quién le tocó?
—¡Yo! Terminé vestido de Papá Noel repartiendo los regalos a Dalma, Giannina y a los hijos del Pájaro. Hacía un frío tremendo y me tuve que cambiar en medio de la nieve. Cuando quise entrar para darles los juguetes a los chicos, los hijos de puta me querían dejar afuera y tardaron en abrirme. Me dejaron entrar cuando agarré una piedra y los amenacé con que iba a romper un vidrio. Era un Papá Noel bravo (risas). Cuando me vieron Dalma y Giannina no lo podían creer. Fue un momento inolvidable que me regaló el fútbol, aunque a los pocos meses tuve que volver a Buenos Aires porque me había quedado sin club.
—En esa etapa fue cuando llegaste a Vélez, pero también tuviste la posibilidad de jugar en Argentinos ¿Qué pasó?
—Cuando llegué me puse a entrenar con el Nano Areán en Argentinos. Me agarró el profe Valdecantos y me hizo entrenar en doble turno durante varias semanas. Me llevaba a la General Paz a correr y tenía que levantar pesas con la cabeza… Al poco tiempo, mi cuello era más ancho que el de Tyson. Parecía un animal. Era una bestia físicamente y me llevaba a hacer fútbol a los intercountries. Cuando me vio el Nano, me puso a practicar con los titulares de Argentinos. En el primer amistoso con Atlanta la rompí con dos goles. Era la base del equipo campeón de América y yo quería firmar, pero pasaban los días y no me llamaban para arreglar el contrato. Cuando faltaban 10 días para que cerrara el libro de pases, me planté y le comenté que también me querían de Vélez. Era una mentira para presionar, porque tenía 29 años y si no firmaba me iba a quedar sin club. Justo cuando le dije eso, el Nano me dijo que al otro día había un amistoso con Vélez. Me quise matar. Además, ahí ya estaban Ruggeri y Gareca, que eran amigos. Cuando fui a jugar, a los 15 minutos ya ganábamos 2 a 0 con dos goles míos. Ahí me fui de la práctica sabiendo que ya tenía equipo, porque mejor no podía haber hecho las cosas. Sin embargo, me fui a mi casa con un odio terrible porque seguía sin arreglar con Argentinos. Cuando llegué a la noche, en la puerta tenía una tarjeta de Daniel Comba (productor teatral) que decía: “Te espero mañana a las 9:30 en la cancha de Vélez” y un número de teléfono. Lo llamé al toque y me dijo que fuera al estadio, que tenía todo arreglado porque me querían ahí. A la mañana siguiente fui con la idea de cerrar por 22.500 dólares por el préstamo, que fue lo que tenía apalabrado con Argentinos, pero cuando me agarró (Raúl) Gámez me dijo que me iban a pagar 32.500. Cerramos todo en ese momento y me pagaron en efectivo lo que habíamos acordado. Volví a mi casa con toda la plata y al otro día empecé a entrenar. Me sirvió para pagar la casa que había comprado, porque todavía no había cobrado la que había vendido en Málaga. Después tuve que dar una nota con José María Muñoz para aclarar que todo había sido una decisión mía y que Vélez no tenía nada que ver, porque en Argentinos estaban re calientes y me querían comprar el pase por 150.000 dólares.
—Y en Vélez agarraste un gran equipo, con el que volviste a ser campeón…
—Fue una etapa brillante. Metí 40 goles en 80 partidos. Sentí que fueron los mejores años de mi carrera, porque metía goles de todos los colores, hasta con el culo y la rodilla. Los hinchas de Gimnasia me deben odiar, porque se quisieron matar cuando festejé mis 100 goles contra ellos y después tuve la chance de hacer otro decisivo para salir campeón y cagarles el campeonato.
—¿Cómo era ese vestuario plagado de figuras?
—Cuando llegué estaban el Pato Fillol, Gareca, Ruggeri; después vinieron Chilavert, Trotta, Sotomayor, Basualdo… Cuando se fueron los más grandes, quedé como referente y se armó un buen grupo. Nunca fui amigo de Chilavert, pero en la cancha éramos compañeros. Una vez discutimos fuerte porque él me reprochaba que me trepaba a los alambrados y la gente cantaba Los goles del Gallego que ya van a venir. Antes de cada partido había ovación para Trotta, para Chilavert, para Pico y para el Gallego González, pero conmigo explotaban las populares y ahí aparecían los celos. Y como a mí me chupaba un huevo, un día le dije que si quería pelear conmigo y nos encerráramos en un baño.
—¿Se llegaron a ir a las manos?
—No, no pasó nada. Estuvimos charlando y me dijo que no quería pelear conmigo. En ese momento le comenté que cada vez que nos pateaban al arco, yo ni miraba porque sabía que las sacaba. Yo tenía que estar atento a los contragolpes, porque cuando sacaba te ponía todas las pelotas en el pecho. Esa vez nos abrazamos y quedó todo ahí. Hoy no somos amigos, no tengo relación, pero si me lo llego a cruzar no tendría ningún problema en saludarlo. Todo se solucionaba en el vestuario. No había chamullo como ahora, que cuando se pelean dos tipos, se enteran antes los periodistas que los jugadores.
—Cuando llegó Bianchi, empezaste a tener menos minutos…
—Sí, había sido dirigido por (Eduardo) Manera, (Roberto) Rogel, el Bambino (Veira), pero cuando llegó Carlos puso al Turco Asad y al Turu Flores que eran dos animales. A mí me daba bronca, pero me la banqué. Además, había tenido varias lesiones y no pude hacer la pretemporada. Me acuerdo que en ese verano me desgarré jugando un picado con el Turco García y toda la banda en el Balneario 12. Me estalló la pierna y cuando volví, el pelado no me ponía nunca. Incluso cuando estaba al 100% seguía en el banco y la gente me pedía. Estaba sentado con los suplentes y escuchaba Olele, olala el Gallego es de Vélez y tiene que jugar… Yo no quería discutir con Bianchi, aunque él en ese momento no había ganado nada. Después ganó todo como técnico, pero en ese momento la gente lo conocía por su etapa como futbolista. En el 93 pude jugar los últimos 10 partidos, en los que hice 9 goles. Y le di el penal del campeonato a Chilavert, porque sentía que lo iba a errar. Ese día me sentí mal y preferí salir campeón y no salir en la foto. Y mirá que me gustaba salir en la tapa del diario. Pero prioricé al grupo.
—¿Te dolió haberte ido en medio de esa Copa Libertadores que terminó ganando Vélez?
—No, estuve hasta los octavos de final, pero como sentía que ya no tenía lugar me fui a San Lorenzo.
—¿Nunca te reclamaron el hecho de haber pasado de Ferro a Vélez y de Liniers a San Lorenzo? Había (y hay) mucha rivalidad entre esos equipos…
—Sí, una vez jugando para la Reserva me putearon en la cancha de Ferro, porque me había besado la camiseta de Vélez. Fui un boludo y un desubicado. Estuve mal, porque no lo tenía que haber hecho. Alguna vez pensé cómo hubiera reaccionado si me hubiese tocado hacerle un gol a San Lorenzo, seguramente no lo hubiese gritado. En este caso fue lo mismo: siempre fui muy respetuoso en los equipos en los que jugué y jamás hubiese festejado un gol bajándome los pantalones o haciendo cortes de mangas. Así como Mauro Zárate se equivocó cuando estaba en Boca y dijo que por primera vez había llegado a un club grande, esa vez estuve mal. Igualmente, yo gritaba los goles hasta en los entrenamientos. Sin faltarle el respeto a nadie, creo que hay que gritar los goles más allá de la Ley del ex. Además, esa vez me putearon porque había defendido al Beto Márcico, pero siempre me manejé bien y hoy vivo en Caballito y veo a gente de Ferro todos los días. No tengo problemas en sacarme fotos con todos ellos. Lo mismo si voy a la platea de Vélez. Si bien terminé identificado con San Lorenzo, los hinchas tienen memoria.
—Y en San Lorenzo viviste una película con el título del ‘95
—Sí, hasta hubo una caminata a Luján a la que terminé yendo solo. Todos los jugadores habían dicho que iban a ir, pero no me acompañó nadie.
—Fue la que había organizado Tinelli en VideoMatch...
—La verdad que prefiero no nombrarlo. Me quedo con el grupo que estuvo enfocado desde la pretemporada hasta el último partido en Rosario. También tuvimos unas lindas noches, cuando necesitábamos despejarnos (risas).
—¿El Bambino Veira era más permisivo que Griguol para las salidas?
—Un crack. En la pretemporada ponía un cono en Pinamar, otro en Necochea y otro en Mar del Plata; y pretendía que hiciéramos el circuito en 5 minutos (risas). Él sabía la responsabilidad que teníamos. Si llegábamos un martes un poco tocados porque el lunes a la noche habíamos tenido alguna escapada con vino incluído, había que decirle la verdad y él nos mandaba a las duchas y a los masajes. Pero al otro día tenías que ser el primero de la fila. En la cancha tenías que levantar el pasto. Se hablaban todos los problemas. Ruggeri a cada rato gritaba “Reuniooooooon” y había que juntarse. Arreglábamos todo: desde los premios hasta las calenturas de cada uno. Si uno se hacía el vivo, se resolvía en esas reuniones. Se hablaba todo en las concentraciones después de las cenas. Hasta llegamos a organizar las pelotas paradas en esas charlas. Como estábamos Ruggeri, Arévalo, el Pampa Biaggio, el Conde Galetto y yo, que teníamos buen juego aéreo, nos poníamos de acuerdo para ver quién se llevaba las marcas y dónde iban a tirar los centros para sacar provecho. Era todo un conjunto. Y el suplente sabía que tenía ese rol y alentaba a los titulares. No había nadie fastidioso con cara de culo.
—Cuando te retiraste seguiste ligado a San Lorenzo, ¿te molestó cómo se dio tu salida del club?
—Sí, porque lo del campeonato fue algo brillante. El día que murió mi viejo tuve la suerte de hacer un gol y que 35.000 hinchas gritaran Gallego querido Boedo está contigo. Eso me quedó grabado en la piel y nunca más escuché una canción tan linda como esa. Fue la mejor despedida que le pude hacer a mi padre con ese gol de cabeza a Belgrano. Me acuerdo que para la última fecha el Bambino me llamó antes del partido en Rosario y me llevó al Nuevo Gasómetro la noche anterior. Estuvimos los dos solos en el círculo central y me dijo que no iba a jugar. No lo podía creer ¡¿Cómo me iba a perder la final?! El me quería explicar sus razones y lo paré y le dije que quería estar. Él quería poner al Perro Arbarello, porque era más rápido y podía asociarse mejor con el Pampa (Biaggio). Y yo tenía una calentura terrible. Cuando fui a la habitación, concentraba con Ruggeri y el Cabezón me cagaba a pedos. Me pedía que apagara la tele, que bajara el aire acondicionado, que no hiciera ruido… Como no podía dormir, lo llamé al hijo de Miele (Gustavo), y le pedí que me acompañara a tomar un café. Me fui con él a un bar y nos quedamos hasta las 2 y media de la mañana. Al otro día me senté en el banco a apoyar a mis compañeros, y cuando entré tuve la suerte de hacer el gol de cabeza. Fueron los dos goles más importantes de mi vida y los dos fueron de cabeza. Y los hice porque salté más alto que todos, porque alguien me ayudó. Y ese alguien fue mi viejo. No tengo dudas.
—Para darle un cierre a la novela, le ganaste el campeonato a Timoteo…
—Eso me dio un poco de pena. Cuando le hicieron la estatua en Ferro, lo fui a ver y lo tengo siempre presente. Cuando me preguntan quién fue el mejor técnico que tuve, contesto sin dudarlo que fue Griguol, pero al que más quiero es a Veira. Con gran diferencia, el que me educó fue Carlos. Fue mi segundo papá. El viejo la peleó hasta el final.
—Tu paso por Quilmes fue como ese capítulo que pocos recuerdan…
—Es que mi cuerpo ya no respondía a lo que la mente producía. Los pibes más jóvenes me anticipaban y me sentía una carreta. Un familiar me propuso ir a Quilmes para ascender. Me convenció, pero la pasé mal. La barra me apretó y tuvimos un presidente que ni quiero nombrar. Les pedía a los hinchas que nos insultaran y no nos pagaban nunca. Sufrí mucho, porque también había muchos pibes en el plantel. Un día llevé a Agremiados a todo el plantel y pedí que se pongan al día con todos ellos. Les pagaron a todos, menos a mí. Después de eso, vinieron los de la barra a apretarme y me tuvo que sacar en su auto el Chicha Velazquez. A partir de ahí no volví nunca más y me retiré.
—¿Te costó el retiro?
—Al principio no me di cuenta, pero cuando empezás a notar que no tenés nada para hacer empiezan los problemas. Además, tampoco había hecho mucho dinero. Cuando tuve plata la disfruté. Hice todo lo contrario a lo que me decía Griguol: él decía que no había que comprarse el coche y en los 16 años que jugué en Primera me compré 19 autos. Al viejo lo amaba, pero en algunas cosas no le daba bola. A Maradona le compré una Nissan MX descapotable que era una locura. Cuando llegué con esa máquina a mi casa parecía Don Johnson.
—¿En cuál de todos esos autos guardabas los disfraces en el baúl?
—Noooo (risas) Esa fue una noche extraordinaria. Me había invitado el representante de Verón. Fuimos todos disfrazados desde casa hasta el boliche. Después apareció un periodista que dijo que le había pegado, pero era todo mentira. Lo que pasó es que le había sacado una foto a un jugador y yo le fui a pedir que guardara la cámara. Después no pasó nada. En las noticias salió que el Gallego vestido de Batman había agredido a un fotógrafo, pero no pasó nada. De vez en cuando me gustaba divertirme. Siempre respetando a mi familia y sin esconder nada.
—Recién me mencionaste Don Johnson, pero algo de actuación estuviste haciendo en el último tiempo…
—Sí, me llamaron de Cinzano y no lo dudé porque tiene los colores de San Lorenzo. El año pasado estuve en la publicidad con el Turco García y este año me volvieron a llamar. En principio lo iban a convocar a Ortigoza, pero una de las autoridades es fanático del Ciclón y quería que la haga yo de nuevo. Pero también estoy con el programa de radio en La Red con el Bambino y el Pato Fillol o haciendo otros comerciales. Hoy necesito trabajar, porque hay que llenar la heladera. El fútbol se acabó y ahora hay que laburar.
—A lo largo de tu carrera tuviste compañeros como Gareca, Pellegrino, Falcioni, Cúper… ¿Nunca se te dio por dirigir?
—Sí, soy el más ganador en San Lorenzo: dirigí un partido y ganamos por Copa Argentina. También estuve 2 años en la Cuarta División y pudimos hacer crecer a Kannemann, Esparza, Correa… En un año logramos que 17 chicos firmaran su primer contrato profesional. Cuando Kannemann fue campeón de América, dijo que por el Gallego González iba a trabar con la cabeza. El pibe me llena de emoción. Hasta el día de hoy, cada vez que lo veo le doy un abrazo enorme. Me acuerdo que cuando estaban jugando la Promoción, Caruso (Lombardi) me preguntó a quién poner y le dije que lo ponga a Kannemann porque es un gringo que se lleva puesto a todos. Y ese día hizo el gol que sirvió para evitar el descenso.
—¿Algún día te gustaría volver a las inferiores de San Lorenzo?
—No tengas dudas. Me gusta más trabajar con los pibes, que con los de Primera. Me siento muy cómodo y me llevo muy bien con los juveniles. En su momento, los chicos cobraban entre 100 y 200 pesos por viáticos en la pensión y yo les daba 100 pesos por gol y 50 por asistencia. Ahora no es nada, pero hace 10 años era un buen incentivo. Hasta llevaba bolsas con alimento balanceado para darle de comer a los perros que andaban por el club. Siento que San Lorenzo es mi casa. Creo que se portaron muy mal conmigo, porque me echaron después de una invitación que había recibido para ir a una peña y se quejaron que había cobrado 15.000 pesos. Como fue en Semana Santa, yo había pedido un viático para quedarme esos 4 días. Y a ellos le servía porque vendieron entradas porque sabían que iba a ir, pero los dirigentes se enojaron por esa plata que me habían pagado. En mi contrato no decía nada que no podía cobrar. Pedí perdón, porque no sabía que estaba prohibido y ofrecí donar ese dinero para las inferiores. Pedí disculpas y quise donar la plata. Otra cosa no podía hacer. Me despidieron sin que nadie pusiera la cara. Nadie aparecía por el club. Con el único que hablé como 20 veces fue con Romeo, pero no hubo caso. Lamentablemente están haciendo las cosas mal, y quedó demostrado con todos los técnicos que echaron en el último tiempo. Hoy espero que se solucione todo esto que está viviendo San Lorenzo. Ya se borraron 10.000 socios y los resultados no acompañan. Además, se deben 90 millones de dólares que no sabemos quién los va a pagar ¿Quién se va hacer cargo de esa deuda? En el próximo mercado de pases el club va a quedar muy expuesto, porque no se van a poder incorporar jugadores. Van a tener que vender el estadio. No sé cómo se llegó a este presente. Fueron 12 técnicos en 7 años… todavía se están pagando contratos de entrenadores que ya no están trabajando. No puede ser que ningún técnico haya podido estar más de 55 partidos; y el tipo que más puntos sacó fue Biaggio y no está en el club. Hay problemas que se generaron y fueron por esta propia dirigencia. Sin embargo, lo mismo que le dije a Lammens en su momento te lo digo a vos ahora: si hace falta, me pongo el buzo y me pongo a pintar la cancha. Y si hace falta un delantero, me pongo los botines y salgo a la cancha. Yo por San Lorenzo doy todo.
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