Jugó un Superclásico con el Boca de Bianchi y quedó en silla de ruedas tras un accidente: “Vi un túnel blanco, estuve muerto 40 segundos”

La historia de vida del colombiano Diego Cortés, que estuvo a punto de ser contratado por el Xeneize y quedó parapléjico en la cúspide de su carrera

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La historia de vida del colombiano Diego Cortés, que estuvo a punto de ser contratado por el Xeneize y quedó parapléjico en la cúspide de su carrera

“Usted, en silla de ruedas, camina más que muchos que están de pie”. Esa frase no solamente le quedó grabada en la cabeza a Diego Cortés sino que la aplica a la perfección a la hora de desenvolverse en una entrevista virtual. La vida de este ex futbolista colombiano cambió abruptamente en cinco años: de estar a punto de ser fichado por el Boca de Carlos Bianchi a quedar parapléjico por un increíble accidente cuando se hallaba en la cúspide de su carrera.

Por sus crudos orígenes, Cortés fue formando una coraza mental que hoy lo hace atravesar con esperanza una recuperación. No se siente inferior a nadie pese a su limitación física. Así se sintió desde 2006, cuando cayó desde un precipicio y tuvo que reconstruirse íntegramente.

El Chino se crió con su madre en Barrio Parque Uribe del municipio de Armenia, dentro del departamento colombiano de Quindío. En realidad iba a nacer en Bogotá, pero por la violencia que ejercía su padre -al cual nunca conoció- con su mamá, vio la luz en un sitio en el que enseguida le tomaría el gusto a la pelota. En pleno auge de los cárteles de drogas, nunca incursionó en el vicio y hasta llegó a encarrilar a varios parceros que desde chicos abusaban de la marihuana.

Dos cuestiones lo llevaron a emparentarse con Boca Juniors en su infancia/adolescencia: que la cancha de fútbol 5 en la que jugaba llevaba el nombre de la Bombonera y que Jorge Bermúdez era oriundo de sus pagos. Pese a no tener una figura paterna, se esmeró en mantener la disciplina. El pertenecer a una clase social de bajos recursos jamás dañó su autoestima. Soñaba a lo grande, se imaginaba siendo jugador profesional y pisando el pasto del mítico estadio argentino. Sus buenas cualidades futbolísticas lo llevaron a formar parte del seleccionado de Quindío, donde hizo Infantiles, Prejuveniles y Juvenil.

Diego Cortés en Deportes Quindío,
Diego Cortés en Deportes Quindío, donde surgió como futbolista

A los entrenamientos con su equipo de turno les sumaba algunos en forma personal: cruzaba el río cuesta arriba, saltaba en llantas de camiones y corría al lado de los buses. Ingresó a la Universidad para estudiar ingeniería electrónica por recomendación de su tía, que explotó de furia cuando se percató de que había faltado a los exámenes finales para probarse en Millonarios de Bogotá. En ese partido el ex futbolista de la selección colombiana Osman López lo lesionó y tuvo que volver a Armenia. Tampoco tuvo éxito en otra prueba en Independiente Medellín. Dejó el estudio y trabajó en la construcción.

Ni trasladando pesados ladrillos en una carretilla dejó de pensar en triunfar como jugador de fútbol. Lo convocaron otra vez para la selección de Quindío, donde fue campeón y recibió una motocicleta como regalo. Cooperamos Tolima de Ibagué iba a hacerle su primer contrato, pero un accidente de moto en el que atropelló a una persona que murió le demandó una extensa recuperación de 8 meses: se abrió el mentón, tuvo un cerclaje en la mandíbula que lo obligó a alimentarse a través de un sorbete y bajó considerablemente de peso.

Las opciones de Cortés se agotaban hasta que surgió una última prueba en Deportes Quindío. Fue seleccionado entre 400 futbolistas para integrar un once que se enfrentaría al equipo profesional del club. Jugó de mediocampista, dio una asistencia y fue apuntado junto al arquero Gabriel Bueno para firmar contrato. Tuvo que esperar bastante por su debut, que inesperadamente se dio en la posición de lateral derecho por una mala racha de lesiones sufrida por el equipo. Había arrancado como extremo por su estatura y velocidad, pero el hecho de ser ambidiestro lo llevó a poder jugar como volante o lateral por cualquier banda.

No viaja a Argentina desde su prueba en Boca en 2001, pero adoptó el mate como una de sus infusiones predilectas (muestra a través de la cámara del zoom su equipo) y asegura que uno de sus platos preferidos es el asado, degustado seguido durante su estadía en Liverpool de Uruguay. Inclusive lamenta no encontrar con facilidad en Colombia el vacío, corte rioplatense tradicional.

Diego Fernando Cortés, cuarto de
Diego Fernando Cortés, cuarto de izquierda a derecha, durante uno de los entrenamientos en los que estuvo a prueba en el Boca de Carlos Bianchi a principios del año 2001

— ¿Cómo se dio tu llegada a Boca?

— El padre de Jorge Bermúdez me hizo un seguimiento en Quindío y le dijo al Patrón que había un jugador que le encantaba. Él mismo me compró al Deportes Quindío. Viajé con Serna, Córdoba y Jorge para Argentina a principios de 2001, fue para una prueba, pero con todo el ánimo de quedar en el club porque el profe Bianchi ya había visto videos míos. Estar en Casa Amarilla fue impresionante. Toda mi energía en los entrenamientos estaba centrada en aprender de esa calidad de jugadores. Uno subía su nivel futbolístico. Realmente gané en eso y como persona, fue una experiencia muy bonita. Me sentí contento; Riquelme, una gran persona, me atendió muy bien, con toda la armonía. Barijho, el Chelo Delgado, que estiraba conmigo. Los colombianos me ayudaron y protegieron.

— Te diste el lujo de jugar unos minutos del Superclásico de verano en Mendoza mientras se resolvía tu contrato... ¿Cómo fue esa experiencia?

—Impresionante. El estadio lleno, inundado con los colores azul con amarillo y rojo con blanco. Uno piensa “¡guau, quiero jugar este partido!”. Bianchi me mandó a calentar y entré en el segundo tiempo. Me preguntó cómo me sentía, le respondí que bien. Para ellos jugaba el Burrito Ortega, que estaba bailando a nuestro mediocampo. Bianchi me dijo “necesito que pare a ese jugador, corte a ese jugador”. Yo era agresivo como Chicho Serna, también. Entré como volante de marca y en una jugada el Burrito me manda para un costado porque tenía muy buena cintura, era impresionante su calidad para eludir rivales. Yo llegué y pam, lo lesioné. “Ey, boludo, no te hagas expulsar que no te pedí eso yo”, me gritó Bianchi, ja. “Bueno, profe, tranquilo”. Salió Ortega y entró Aimar. Por esa patada, Bermúdez me dijo después del partido: “Enano, no, tenga cuidado, hermano”. Cuando salió el Burrito, River, que estaba jugando muy bien, se cayó. Después tuve una opción de gol que el Chelo Delgado me la pasó atrás y le pegué mal, pasó por un lado del arquero Costanzo. Se la podría haber dado al Pelado (Omar) Pérez. Jorge (Bermúdez) después se reía y me dijo “Dios mío, si hubiera hecho ese gol lo vendíamos a Inglaterra”. Ganamos y todo el mundo estaba contento en la celebración. Fue importante salir campeón de una Copa de Verano en un campeonato tan competitivo como el argentino. Era un sueño hecho realidad. Lástima que se cortó.

— ¿Qué otra anécdota te quedó grabada de ese tiempo en Boca?

— El profe Bianchi me hizo una broma en un asado antes de viajar al Superclásico en Mendoza. Él llamaba por lista a cada uno de los jugadores y fijaba un monto para la propina para los meseros. Llamó a Diego Cortés y me tocó la más alta: 100 pesos, que eran 100 dólares. Era el último dinero que tenía en la billetera. Cuando lo empecé a sacar, todos me miraban. Vino Chicho Serna, me agarró la mano y me frenó: “no, profe, yo pago por él”. Y ahí Bianchi me dijo: “Ey, boludo, te estamos tomando el pelo”. Todo el mundo riéndose y yo todo rojo. También recuerdo que el Chelo Delgado tenía un equipito de música pequeño que sonaba durísimo en el camerino y daba mucha energía. En una práctica el Chelo me pasó una pelota, la cogí sin dejarla caer y se la puse en el ángulo a Córdoba. Óscar dijo “marica, con ese gol ya acabó el entreno”. Se fueron todos y me dejaron solo en la cancha.

Cortés ante Bermúdez en una
Cortés ante Bermúdez en una práctica en Casa Amarilla

— ¿Por qué finalmente no pudiste firmar tu contrato en Boca?

— Lastimosamente algunos problemas entre (Mauricio) Macri y Jorge (Bermúdez) impidieron eso. Hubo una ruptura en sus conversaciones y por esas discordias la terminé pagando yo. Me acuerdo que estábamos en la oficina (de Macri) y Jorge quería irse al Barcelona de España, pero un equipo turco (Besiktas) ofrecía más dinero y Boca quería venderlo allí. Ahí empezó el problema. Estaba llorando solo en la habitación del Hotel Intercontinental, donde me alojé durante la prueba, vino Jorge y me dijo “tranquilo, Diego, ya va a venir otra oportunidad”. Estaba bravo porque le había dicho al presidente que me dejara en el club, que ese trato debía ser diferente al suyo.

— ¿Tuviste contacto con el entrenador? ¿Qué te dijo el Bianchi en ese momento?

— Bianchi me dijo que lastimosamente por algo administrativo no iba a contar conmigo, aunque quería tenerme y apoyarme. Me quiso ubicar en Argentinos, Vélez o Independiente porque quería tenerme cerca. Eso le manifestó a Jorge y a mí, pero no se pudo lograr por el cupo de extranjeros. Bianchi era muy centrado y serio. Todo lo que decía en el entreno sucedía en el partido. Creo que de haber seguido en Boca, Carlos me hubiera usado de volante por la marca y la rapidez para pasar al ataque. O quizás de lateral derecho como (Hugo) Ibarra.

— ¿Cómo terminó todo?

— Jorge manejaba mis derechos y apareció Liverpool, que estaba en la segunda división de Uruguay. Quisieron contratarme el segundo año, pero salió la opción de venir a Millonarios, equipo de la capital que me podía llevar a jugar en la selección. No es por ser desagradecido, pero creo que hubiera sido muy importante si me quedaba en Uruguay, porque era un trampolín para Argentina o Europa. En Colombia me topé con un técnico que pensaba muy diferente el fútbol, teníamos el mejor plantel pero no pudimos ser campeones. De ahí iba a ir al Centauros con Bermúdez, pero él arregló en Newell’s, a mí me quisieron rebajar el 50% del sueldo y me fui. Pasé por Deportivo Pasto, Pereira y Pumas de Casanare, que hoy es Llaneros. En 2006 me compró el Pasto y fuimos campeones de la liga colombiana. A los 30 años, en el mejor momento de mi carrera, tuve ofertas de Argentinos Juniors, Nacional de Medellín y Peñarol de Uruguay, pero no quisieron venderme porque íbamos a jugar la Libertadores. Al día siguiente de un triunfo contra Once Caldas en el que hice un gol y fui figura, sucedió el accidente.

El 18 de septiembre de 2006, el plantel del Deportivo Pasto tuvo el día libre tras el partido del día anterior ante Once Caldas. Cortés, junto a sus compañeros Carlos Rodas, Róbinson Rojas y el argentino nacionalizado paraguayo Hugo Pablo Centurión, aprovecharon la jornada para hacer tirolesa en un sitio lugareño llamado La Macarena. El sol estaba cayendo en la ventosa tarde del departamento de Nariño y Diego quiso hacer una última pasada antes de marcharse. Los detalles en primera persona del accidente que cambió drásticamente su vida son escalofriantes.

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— ¿Qué es lo primero que se te viene a la cabeza del día del accidente?

— Me fui a descansar después del partido con el Once Caldas. Yo no quería ir, pero Róbinson Rojas y los muchachos me convencieron para que fuera a hacer tarabita con ellos. Nos lanzamos de montaña a montaña. Ya nos volvíamos y decidí tirarme por sexta y última vez. En Pasto, Nariño, hay mucho viento. Se me frenó el cable, pero sabía cómo deslizarme. Me empecé a cansar los tríceps y subí las piernas para arrastrarme como un gusano. Faltaban 10 metros nada más, el señor que me esperaba en el otro lado me decía “vamos Chino que ya llegás”. Me empezaron a dar calambres en los isquiotibiales y no me di cuenta de que con el movimiento que yo hacía se había zafado el arnés. Caí de espaldas 20 metros y me partí en dos. En el suelo vi mis piernas en la cara. Solo veía un poco, no quedé inconsciente. En un segundo de la caída dije estas palabras: “Dios mío, mi hijo”. Ahí empezó una historia diferente en mi vida.

— ¿Cómo llevaste esas horas críticas posteriores al accidente?

— No me operaron en la clínica a la que me llevaron porque el club no estaba pagando, me llevaron a otra y tampoco quisieron. Un hincha que era gerente de una empresa de salud auspició mi cirugía, que costó entre 30 y 40 mil dólares. Vi un túnel blanco en la cirugía. Dicen las enfermeras y el anestesiólogo que me dio un paro respiratorio y estuve más de 40 segundos muerto. Me revivieron. Me revivió el anestesiólogo del quirófano 2. Ya habían salido todos llorando diciendo “se nos murió el Chino”. Él me entubó, me sacó líquidos y empezó con la reanimación. A la cuarta vez, sintió el pulso muy bajito y me inyectaron adrenalina al corazón. Llamaron tres veces a un padre para santificarme porque tenía fiebres de 44 ó 45 grados y no detectaban por qué eran. Me abrieron las venas de las manos y me colocaron un catéter en el cuello para meterme antibiótico y controlarme la temperatura. Una radióloga me hizo hacer una resonancia y descubrió que en la caída se me había partido una costilla que perforó un pulmón. Me la sacaron, pero habían quedado unos coágulos de sangre que eran el origen de la fiebre. Me succionaron 800 mililitros de sangre color café, sin anestesia ni nada, con una jeringa del tamaño de un dedo. Gracias a Dios estoy aquí vivo.

Cortés junto a su hijo
Cortés junto a su hijo Juan Diego, que tiene 22 años y es futbolista

— Imagino que tuviste que tener una fortaleza mental muy grande para sobrellevar el hecho de no poder volver a caminar...

— Le dije al médico que no sentía las piernas y me dijo que iba a quedar en silla de ruedas. Llorando, le respondí que me creyera, que yo iba a volver a caminar. No aceptaba la idea de no poder volver a caminar. El primer paso era que aceptara mi condición y el segundo, que estudiara algo. Yo dije que mi plan A, B y C era caminar. Estaba muy delicado después de ese trance y me visitó mi hijo, que tenía 6 ó 7 años. Me pasó un carrito de juguete por las piernas, me dio la mano y me dijo “papá, te amo; quiero jugar al fútbol contigo”. Cuando me dijo eso, se me aceleró el corazón y los enfermeros lo hicieron salir porque me estuvo por dar otro paro, dijeron que no podía tener más visitas para prevenir emociones altas. Mi hijo, delante mío, no soltó ni una lágrima. Después me contaron que cuando salió de la UCI empezó a llorar y golpearse contra las paredes al enterarse de que yo no volvería a caminar. Así y todo no quise psicólogos, estaba bien de la cabeza. Le fui demostrando a mi familia que estaba fuerte. Sabía que la vida ya me iba a decir si estudiaba, era técnico, y si volvería a caminar. Hay mucha gente que por falta de dinero o porque lo dejó su pareja se suicida, pero la vida es muy linda. Hoy en pandemia nos damos cuenta de cuánto vale. La clave es poder administrar la vida y adaptarla a lo que se tiene. De eso se trata.

— Te emocionás cada vez que hablás de tu hijo...

— Mi hijo vale todo, siempre ha sido el motor de mi vida. A mí me faltó un papá y por eso quise ser el mejor del mundo con él. Al margen de lo material, siempre traté de inculcarle amor, respeto, disciplina, perseverancia e inteligencia en la toma de decisiones. Esos son los valores que más le enseñé. Es respetuoso, disciplinado, deportista y muy educado. Es el orgullo de lo que yo nunca tuve. Siempre he luchado por él. A los 7 años gané su custodia, peleé por mi hijo ante un tribunal. Desde ahí Juan Diego Cortés siempre vivió conmigo.

— Y salió futbolista como vos, ¿no?

— Sí. Empezó de pequeño en Uruguay cuando yo estaba en Liverpool e hizo el proceso de inferiores en el Pasto. Él es más técnico, de pase y toque. Yo era más encarador y chocador. Sacó rasgos del futbolista actual, muy táctico, sin tantas libertades. Pero yo le digo que no pierda esa magia de la gambeta y la espontaneidad, que no sea tan mecanizado como piden muchos ahora. Tiene 22 años, juega de mediocampista o extremo, maneja ambas piernas y está buscando equipo en Colombia o el exterior. Jugó cuatro partidos en Deportivo Pasto, pero hubo algunas complicaciones internas por su contrato. Como soy socio del club y aspiro a llegar a la presidencia, creo que eso afectó a mi hijo.

El Chino sueña con volver
El Chino sueña con volver a insertarse en el mundo del fútbol como entrenador o directivo de algún club

— ¿A qué te dedicaste después del accidente, obligado a abandonar tu carrera como futbolista?

— A leer. Sobre todo las normativas de discapacidad. Empecé a orientar y ayudar a las personas con capacidad que se querían suicidar. Los visito y les cuento de lo importante que es hacer deporte. Empecé en la selección de baloncesto y ahora estoy en la selección de tenis de campo en silla de ruedas. Estudié entrenamiento deportivo, metodologías, planes de estructuras, soy administrador de empresas y tengo una alta gerencia en administración deportiva. Más títulos que Boca, ja. Me dedico a metodología de entrenamiento deportivo para personas con discapacidad. Fui diputado, pero cuando busqué la reelección perdí todas las propiedades y el dinero que me había dejado el fútbol. Quedé en cero. Hice muchas cosas a favor de las personas con discapacidad y de la tercera edad. Un hospital, un estadio, cupos gratis en la universidad. Tenía mucha gente apoyándome y me lancé. Un banco me prestó mucha plata para la campaña y mi contador nunca paró la inyección de dinero. Cuando me di cuenta, tenía todo embargado.

— ¿Qué sueño perseguís en tu vida?

— Quisiera estudiar en España para ser entrenador UEFA y quiero ver triunfar a mi hijo como futbolista profesional. Lo tercero es buscar mi recuperación, que no la dejé de lado. Estoy tratando de armar un gimnasio en una habitación de la casa de mi abuela y viendo la parte económica para conseguir aparatos que me ayuden a ponerme de pie. Sé del entrenamiento que debo hacer para fortalecer los músculos y aprendí cosas que tengo que poner en práctica. Todo va en base a la preparación física y la fuerza mental. Y yo tengo esas cosas. Quiero llegar al fútbol, porque creo tener buena madera. Tengo manejo de grupo. He aprendido de Bianchi, un maestro en ese tema. También del profe Oscar Quintabani y del hermano de Andrés Escobar. Al jugador hay que darle libertad en la cancha pero con las instrucciones claras para atacar y defender. Ser entrenador no es solo dar un dibujo táctico, hay que manejar el camerino, saber leer los partidos, que son todos diferentes... Que los jugadores tengan soluciones para llegar al resultado. Por otro lado, me gustaría cambiar la parte administrativa del fútbol de Colombia, hacer un buen proceso para que lo capitalice un equipo y se consigan los objetivos de llegar a una Libertadores o ser campeón. Admiro a Independiente del Valle de Ecuador, que tiene una gran estructura. Hay que luchar por las cosas y en eso tengo toda la energía. Como el árbol de roble, fino y duro, aferrado a la raíz.

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