El Chanchi Estévez, íntimo: de trabajar en un cementerio tenebroso y agarrarse a trompadas en los boliches a la gloria con Racing

El ex delantero de la Academia recordó los episodios más llamativos de su vida dentro y fuera de las canchas. Desde sus días en exóticos destinos como Venezuela, Chipre y Corea del Sur hasta las jornadas violentas protagonizadas en el Ascenso

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El Chanchi Estévez fue uno
El Chanchi Estévez fue uno de los héroes que terminó con la sequía de 35 años sin títulos locales para la Academia (Foto: NA)

Maximiliano Estévez dejó una huella imborrable en el Cilindro de Avellaneda. El Chanchi fue uno de los héroes que terminó con la sequía de los 35 años y le permitió a Racing festejar con la ansiada vuelta olímpica en el José Amalfitani en la última fecha del Apertura del 2001.

El ex delantero conoció la gloria y la decadencia de una institución que logró reinventarse luego de su peor crisis económica que derivó en la quiebra, el remate de la sede de Villa del Parque y la prohibición de comenzar los torneos, entre otros dolorosos episodios. Cuando debutó en febrero de 1998, tuvo que convertirse de inmediato en el sucesor del Chelo Delgado. Y en aquel triangular de pretemporada en Mar del Plata contra Boca e Independiente confirmó su talento a fuerza de goles.

Durante sus días en la Academia atravesó los momentos más felices durante la campaña del equipo que lideró Mostaza Merlo. Pero también participó de algunos sucesos inolvidables como las polémicas peleas en cancha de Argentinos frente a un camillero de Huracán, las declaraciones contra Cardetti en el clásico frente a River y la controvertida noche en la que terminó en un calabozo por discutir con las autoridades policiales. El ex delantero siempre demostró una personalidad efusiva, y las trompadas no sólo las protagonizó en el ambiente futbolístico. “En Cocodrilo y Jobs nos hemos trenzado alguna vez. En los boliches es más difícil pelearse porque está todo oscuro y no sabés de dónde vienen las manos”, le dijo a Infobae en una nutrida charla que atravesó las situaciones más desconocidas del ídolo popular. Desde sus jornadas laborales en un cementerio tenebroso de Monte Grande hasta los destinos más exóticos donde llevó sus goles, como Corea del Sur, Venezuela o Chipre.

¿Sos consciente de que se van a cumplir 20 años del título del 2001?

—Eso me hace sentir un poco viejo (risas). Es una pena que se dé en este contexto, porque en el grupo de WhatsApp que tenemos con los que integramos ese plantel habíamos organizado un partido para festejar ese campeonato y la idea quedó trunca. Vamos a ver si lo podemos postergar para el año que viene.

Además de la gloria, te quedaron muchas amistades de ese equipo…

—Sí. Imaginate que ganar un campeonato después de 35 años con una institución tan grande fue todo un acontecimiento. Se vivió de una manera especial y creo que será difícil que se vuelva a una situación así en el fútbol argentino. Fue algo único y eso también unió mucho al grupo.

En las redes sociales muestran las reuniones que mantienen hasta el día de hoy y en los asados nunca faltan Chatruc, Pelotín Vitali y Vicente Principiano

—Sí, somos varios los que nos juntamos. A veces por un tema de distancias no podemos estar todos. Los que estamos cerca tratamos de vernos seguido, pero es difícil que podamos coincidir todos, porque además cada uno tiene sus compromisos laborales.

Ya no son las reuniones como en la época de la juventud. Alguna vez el Pepe Chatruc te expuso con una anécdota en la que terminaste dentro de un baúl con una chica…

—(Risas) El Pepe es terrible y no tiene filtro. Creo que no se entendió bien lo que quiso decir, porque yo fui muy bueno con él. Lo dejé solo con su chica en el auto para que pueda intimar, porque no daba que pasara cuando estábamos los cuatro juntos. Entonces me bajé y hacía un frío infernal. Yo soy muy bueno y todo, pero no podía aguantar más. Entonces se me ocurrió meterme en el baúl para repararme del frío, pero la realidad es que ni entraba. Fue una noche desastrosa.

El ex delantero de la Academia recordó los episodios más llamativos de su vida dentro y fuera de las canchas. Desde sus días en exóticos destinos como Venezuela, Chipre y Corea del Sur hasta las jornadas violentas protagonizadas en el Ascenso

Fue un grupo en el que no se filtró nada. Incluso la pelea del Polaco Bastia con el Pepe Chatruc se supo mucho tiempo después

—En ese momento no había tantas redes sociales. Ni me acuerdo si teníamos celulares. Además, Mostaza (Merlo) tenía la costumbre de hacer la mayoría de los entrenamientos a puertas cerradas. Sólo permitía un día de atención a la prensa por todo lo que nos estábamos jugando. Es decir que no había nadie cuando pasó la pelea del Polaco con el Pepe. Fue un cruce porque había mucho nervio y mucha tensión. Fue de esas peleas en las que se dieron durante cinco minutos y al rato volvieron a tener una gran relación. No era que se llevaban mal y se venían peleando siempre. Fue un instante de calentura y lo bueno es que no se supo nada. Estábamos todos con una carga de tensión muy elevada. Nos concentramos en un objetivo muy pesado, porque también veíamos lo que le pasaba a los hinchas en un momento muy complicado del país. Fue caótico.

¿Cómo hacían para entrenar en el Cilindro al mismo tiempo en que los hinchas hacían enormes filas para sacar las entradas para el domingo?

—Era una locura. La gente venía y nos pedía entradas porque era imposible conseguirlas. Se vendían al toque. Nos daban dos a cada uno para los jugadores, y muchos familiares no podían ir a vernos. Era difícil abstraerse de todo ese contexto, porque sentíamos una presión muy grande. Los hinchas venían y nos decían que si no salíamos campeones se iban a matar. Era complicado.

¿Fue el mejor equipo que integraste ese Racing del 2001?

—Estuve en otros que tenían más figuras, pero ese fue el más recordado por lo que se consiguió. Perdimos un solo partido (con Boca), ganamos en todos lados y demostramos que éramos un grupo con mucha dinámica y mucha valentía. Por eso se formó una gran amistad. Con algunos somos como hermanos. Eso pasa muy pocas veces en el fútbol. Si bien hubo un montón de campeones, ninguno logró la hazaña que conseguimos nosotros. Y quedamos en la retina del hincha de Racing para siempre. Tal vez el equipo de Cappa era más vistoso. O el de Ardiles, cuando quedamos afuera de la Copa Libertadores (2003), que jugaba muy bien al fútbol porque tenía la base del 2001. Pero el de Mostaza está más allá de todo porque se sacó la mochila enorme de los 35 años. Había chicos que no habían visto a Racing campeón.

Cuando surgiste de las inferiores de Racing te tocó ocupar el puesto que había dejado el Chelo Delgado, ¿te sentiste su heredero?

—Fue en un torneo de verano en Mar del Plata. En las inferiores me destacaba, pero no era goleador. Eso lo fui adquiriendo en Primera. Era habilidoso, rápido y muy rompe huevos para los defensores. Por suerte las cosas salieron bien.

El partido clave del 2001 fue con River, ¿sintieron que se le podía llegar a escapar el campeonato?

—No, porque estábamos convencidos de que era para nosotros ese título. Veníamos haciendo las cosas bien y nos tocó pelear la punta con un River que estaba lleno de figuras. Si repasás ese partido, en el primer tiempo ellos nos dominaron por momentos, pero también hubo situaciones en las que Racing fue superior. El segundo tiempo fue todo nuestro y cuando hizo el gol Bedoya explotó el estadio. Todo el mundo se acuerda de la jugada que tuvo Cardetti en el final, pero yo también me comí un gol que cuando lo vuelvo a mirar todavía me arrepiento de lo mal que definí. Tuvimos ocasiones para ganarlo, pero como el empate nos convenía, ese punto sirvió para encarar la recta final con mucha ilusión.

En ese clásico tuviste un cruce con Ortega y con Cardetti. Los hinchas hasta hicieron una canción.

—(Risas) Fue buenísimo, pero me generó un quilombo enorme. Su pareja me hizo una denuncia y tuve que llegar a un arreglo económico. Después me arrepentí de lo que dije, pero me habían golpeado desde atrás y fue un momento de mucho nervio. Me salió el pibe de Villa Soldati de adentro.

Tuviste otros episodios similares. En cancha de Argentinos una vez fuiste a buscar al camillero de Huracán porque te había pisado con el carrito…

—Siempre fui al frente. Vengo de una familia en la que somos nueve hermanos varones. Yo soy el séptimo. Imaginate la de cachetazos que me comí. Si bien no soy un tipo violento y no me gusta llegar a esa instancia, si hay que pelearse, me planto. Puedo ganar o perder, es un 50 y 50, pero las veces que me fui a las manos fue por convicciones. Si estoy equivocado, pido disculpas. Pero si tengo razón y no me entendés por las buenas, no tengo problemas en resolverlo a las piñas. No me achico, ni me achiqué nunca. Y eso hizo también que pudiera llegar a Primera, porque siempre fui bajito y si le tenía miedo a las patadas o a las piñas no hubiera podido llegar a debutar.

¿Te pasó durante la etapa de formación tener algún cruce con un compañero? Muchas veces por la competencia interna se observan peleas entre los juveniles de un mismo equipo.

—Sí, claro. En muchos lados. Me ha pasado desde el comienzo hasta los últimos años de carrera, como en la cancha de Fénix.

Esa fue tremenda, pero no te defendieron mucho tus compañeros de Sacachispas…

—Fue una locura. Me pegaron cuando estaba en el piso. Vino uno que medía como dos metros que me dio un rodillazo en la cabeza y después salió corriendo. Un cobarde total. Me agarraron entre cuatro o cinco y me dieron en las costillas. Yo alguna tiré, pero tuve que cubrirme para que no me pegaran más. La saqué barata dentro de todo. No me dejó ninguna lesión grave. Y todo se armó porque salté a defender a nuestro ayudante de campo que había sido agredido por un tipo de Fénix. Salté por un compañero y se me vinieron al humo.

¿Y en la calle también te pasó de llegar a las manos?

—Dos o tres veces… Una que me acuerdo fue en Cocodrilo, antes de que me fuera a jugar a España. Había ido con unos amigos para hacer la despedida y estaba la barra de Huracán. No sé bien cómo empezó con alguna discusión con un amigo y terminamos a las piñas. Y en Jobs también. Esa vuelta habíamos ido a tomar algo con Mariano González, Leo Tambussi y otros pibes del club y nos agarramos a las trompadas con un grupo que nos empezó a cargar. Tampoco es que me peleo seguido, pero esas veces fueron terribles. Hubo piñas por todos lados hasta que nos separaron. Cuando te agarrás en un boliche es complicado, porque está todo oscuro y no sabés de dónde te vienen las manos.

Todavía está en el recuerdo colectivo de esa vez que saliste esposado en Crónica por una discusión con la policía, ¿qué pasó en realidad?

—Eran unos agentes que me acusaban de haber pasado en rojo un semáforo, cuando no había sido así. Me quisieron hacer una multa y como me hablaban en malos términos, me bajé del auto y empecé a discutir. Me llevaron preso y pasé la noche en la comisaría. Al otro día quedó en la nada porque no se presentó ningún testigo. En el informe habían puesto que transitaba en contramano y un par de mentiras más que no pudieron comprobar.

¿Cómo fue esa noche en el calabozo?

—Fue simpático y bizarro. Compartí la celda con un tipo que se había peleado con un colectivero porque no había pagado el boleto y el chofer no lo quiso llevar; y con otro que lo habían agarrado con un travesti en su auto. Estuvimos los tres solos hasta que los policías se apiadaron y me dejaron salir de la celda para esperar sentado en un escritorio.

Además, vos ya tenías partidos en Primera ¿Te reconocieron en la comisaría?

—Sí, fue terrible. El calabozo era un asco. Había un olor a pis y una humedad que no se podía estar.

El ex delantero de la Academia recordó los episodios más llamativos de su vida dentro y fuera de las canchas. Desde sus días en exóticos destinos como Venezuela, Chipre y Corea del Sur hasta las jornadas violentas protagonizadas en el Ascenso

Por ser el séptimo hijo varón, te tocó ser ahijado de Jorge Rafael Videla, el Jefe de Estado de facto cuando naciste. ¿Qué te genera?

—Siempre me jodió que se me vincule con esa persona. La realidad es que muy poca gente sabe eso y la realidad es que nunca tuve una relación con él. Fue una tradición en el marco de un protocolo. Nada más. Después me enteré de que tenía muchos beneficios por ser el ahijado del Presidente, como varias becas para estudios y esas cosas, pero nunca me interesó.

Fue una casualidad, pero teniendo en cuenta la historia de nuestro país, ¿a qué Presidente hubieras preferido tener como padrino?

Ufff es una pregunta complicada. Habría que hacer un análisis profundo porque trato de no meterme mucho en política. Tengo un hermano que se llama Juan Domingo por lo que significó Perón para mi viejo. Creo que iría por ahí.

Recién mencionaste cuando fuiste a jugar al Racing de Santander, pero estuviste por muchos equipos del exterior…

—Sí, siempre me gustó experimentar porque nunca tuve problemas de adaptación. El técnico que me llevó a España era el que había quebrado a Maradona, Andoni Goikoetxea, y me quería muchísimo. Igualmente, no era como ahora. Antes tenías que estar durante dos o tres años en buen nivel en Primera para poder ir a jugar allá. Yo fui a préstamo porque Racing tenía un quilombo terrible. Fue un paso lindo, era muy pibe y cuando se gerenció Racing me propusieron volver para pelear la Promoción.

¿Cómo eran esas charlas con Goikoetxea? ¿Alguna vez le recriminaste la lesión que le provocó a Diego?

Noooo, era muy grandote y hacía las flexiones de brazos o los abdominales a la par de los jugadores. A veces me puteaba porque en los picados me quedaba arriba y no corría nada. “¿Tú crees que voy a correr más que tú?”, me decía. Y en ese momento me reía. Era grandote y no daba para pelearlo (risas), pero era un buen tipo. Conmigo se portó muy bien.

¿Cómo fue eso de vivir lo mejor y lo peor de Racing?

—En un momento el club era caótico. Yo me había criado ahí y lo quería mucho, aunque a veces no teníamos agua caliente. Después las cosas empezaron a mejorar y ahora es otra cosa. A veces comparto algunas medidas de la dirigencia actual y otras veces no, pero en líneas generales hoy Racing está a años luz de lo que padecíamos en inferiores.

Además, vos te hiciste de Racing por adopción...

—Sí. De chico era hincha de Huracán porque mi viejo me llevaba a la cancha, pero a los 9 años empecé a jugar en Racing y toda mi infancia y adolescencia fue con la Academia. Los fines de semana iba al Cilindro, porque lo sentía así. Lo quiero mucho a Huracán por mi familia, pero me siento un fanático de Racing.

El Chanchi durante los festejos
El Chanchi durante los festejos del campeonato del 2001 en la cancha de Vélez (Foto: NA)

También te tocó vivir la etapa de Fernando De Tomaso, ¿sentiste que fueron ingratos cuando te relegaron del plantel?

—Fue justo cuando él dejó el cargo. Había un interinato de Miguel Micó como entrenador y había un órgano fiduciario que empezó a hacerse cargo del club. Eran unas personas de traje que nunca había visto en el Cilindro, y fueron ellos los que me dejaron libre con el aval de Llop. Nunca me respetaron el año que tenía de contrato en ese momento. Si bien pude cumplir el sueño de jugar en Primera y no tengo ningún reproche, me hubiera gustado irme de otra manera.

Y desde ese momento estuviste recorriendo distintos destinos en el extranjero, pero en ninguno te afianzaste...

—Sí, estuve en muchos lugares. En algunos la pasé bien y en otros no. Jugué en Paraguay, Chile, México, Chipre, Corea del Sur, Venezuela… Anduve por todos lados y en la mayoría de los casos siempre me trataron muy bien. Sin embargo, hubo algunos países, como en Portugal, que a pesar de haber jugando en un equipo de primera división, de los cinco meses que estuve cobré uno solo. En Venezuela, por ejemplo, había bolívares a patadas, pero no me pude traer ni un solo dólar.

Cuando estuviste en el Estudiantes de Mérida, el presidente de Venezuela era Hugo Chávez, ¿sentiste muchas restricciones?

—Vivía muy bien. Estaba en un complejo espectacular que compartía con otros dos argentinos. El equipo había hecho una muy buena campaña, en mis primeros 4 partidos había convertido 7 goles… Era todo perfecto, pero el problema estaba en la regulación de los dólares. Si pedía bolívares, me los daban a patadas, pero realmente cuando volví a Buenos Aires no me pude traer un dólar.

¿Y cómo hiciste? ¿Invertiste allá lo que ganaste?

Nooo. Cuando me fui me agarró un dirigente y me prometió que me iban a depositar la deuda con una transferencia… ¡Nunca me depositaron nada! Si bien los hinchas siempre me trataron de maravillas, hubo directivos que no cumplieron. En México fue todo lo contrario y, aunque parezca extraño decirlo, me pagaron hasta el último centavo. Lo mismo con Olimpo de Bahía Blanca, donde la pasé espectacular.

¿Cómo fue que terminaste en Corea del Sur y Chipre?

—Fue muy loco. Todo muy raro. Cuando llegué a Asia estaba en pareja y me instalé en una casa llena de perros. Como siempre consideré que el fútbol era una parte de mi vida, quise experimentar cosas nuevas. Pero ese fue el límite. En ese momento sólo había MSN para mantener el contacto con mis amigos. Si quería hablar con alguien por teléfono, la diferencia horaria también complicaba porque a las 7 de la tarde de Argentina eran las 7 de la mañana allá. Y tampoco podía invitar a mis familiares, porque no era tan accesible. Tenían que subirse a un vuelo con 5 escalas para llegar. Entonces, un día me cambió la cabeza. “¿Qué estoy haciendo acá con los perros y los coreanos?”, me pregunté. Y terminé volviendo a los tres meses.

Después llegó el momento del Ascenso, ¿fue complicado salir de la cancha de Laferrere?

Ufff imaginate en un clásico. Cuando jugué para Sacachispas me tocó ir allá y fue peligroso. Apenas terminó el partido nos tuvimos que subir al micro sin cambiarnos porque se descontrolaba todo. Unos patrulleros intentaron custodiarnos, pero recibimos una lluvia de piedras que no me la olvido más. Creo que si no nos íbamos tan rápido, no salíamos.

Después te sumaste a Chacarita, que tampoco parecía ser Aruba.

—Pero la pasé muy bien ahí. El primer torneo me tocó jugar bastante y en el segundo tuve menos minutos. Logramos el objetivo del ascenso para volver al Nacional y la gente valoró mucho el sacrificio que tuvimos que hacer para que se den los resultados. Siempre fui muy respetuoso con ese club, porque me trataron muy bien. Cuando me fui de ahí, todavía tenía un año más de contrato, pero decidí rescindir porque el técnico no me tenía en cuenta. Siempre fui muy honesto y frontal y cobré hasta el último partido. No pedí ninguna compensación económica.

Esa fue tu segunda vez como Funebrero

—(Risas) Pero cuando laburé en el cementerio de Monte Grande era jardinero…

¿Qué recuerdos tenés de ese trabajo?

—Fue cuando con mi familia nos fuimos a vivir a Ezeiza. Como había un dirigente del fútbol amateur de Racing que tenía un cementerio privado y un supermercado, el tipo me ofreció laburo. Como en el supermercado no tenía lugar, me tocó ir al cementerio. Me pagaba con unos viáticos y mercadería. Mi vieja estaba contenta porque iba al súper y podía llenar el carrito, pero yo tenía que laburar. Fue un momento complicado, porque a las seis de la tarde en invierno se hacía de noche y mi horario de salida era a las ocho. Tenía mucho miedo. Por más que pareciera un parque, había lápidas en el piso que daban un toque tenebroso.

Encima eras muy joven, ¿qué edad tenías?

—Fue a los 16. Entrenaba a la mañana y a la tarde me tocaba ir a laburar. Así fue como terminé el secundario a las patadas. Tuve muchos cambios de colegios entre privados, públicos y técnicos hasta que me recibí en uno comercial.

¿En esa época pensabas que ibas a terminar en programas de televisión, protagonizando comerciales o dedicándote a la radio?

—Ni me lo imaginaba. Cuando fui a Pasapalabra demostré que sigo teniendo ese grado de competitividad. A mi nene de 4 años lo veo igual. A veces improvisamos carreras para ir a llamar el ascensor… En Fox también fui co-conductor con el Gato Sessa de Mariano Closs en un programa que se llamaba Locos TV. Ahora con el Pepe Chatruc estamos haciendo un programa radial de interés general para la FM 102.1 de Rosario en el que nos divertimos mucho, y también tuve la oportunidad de trabajar con la gente de Cinzano, que me permitió seguir cargando a los hinchas de Independiente. Siempre con el respeto, con humor y apelando al folclore del fútbol, me saqué las ganas de decirles que llevan casi 20 años sin pelear campeonatos y que tienen un amargor inconfundible como el aperitivo.

¿Qué me podés decir de la vez que fuiste al Equipo de Primera? Fuiste un testigo de la célebre frase “Lástima a nadie”, de Maradona

—Yo era muy chico. Me acuerdo que antes del programa había una especie de oficina en donde se juntaban todos. Había cada monstruo que yo ni hablaba. Cuando lo vi a Diego me quedé paralizado. Estaba con la vincha y los rulos… Y además eligió un gol mío como el más lindo de la fecha. Sentir los halagos de Dios fue una experiencia espectacular. Después estaba lo de las peleas, en las que un espectador podría llegar a pensar que estaba todo armado, pero cuando vi cómo se mataban, realmente notaba que se estaban peleando en serio.

Ese gol que había elegido Maradona era uno de los que le habías hecho al Chino Saja, que con el tiempo también se convirtió en ídolo de Racing...

—Es raro lo que me pasaba con él, pero le hacía goles siempre. Nunca lo hablé personalmente, pero cuando hicieron el partido de los campeones del 2001 contra los del 2014 también le pude hacer un gol. Lo tenía de hijo (risas).

¿Tu último trabajo en el cuerpo técnico de Acassuso te despertó el bichito de poder dirigir?

—Sí, estuve colaborando con los delanteros y como me recibí de entrenador, me gustaría el día de mañana poder estar al frente de un equipo. Eso te hace sentir como si fueras futbolista de nuevo. Es algo que se disfruta mucho. Cuando uno vuelve a estar dentro de una cancha, se le vienen los recuerdos de cuando pateó la pelota por primera vez. Ojalá tenga una posibilidad en el futuro.

El ex delantero de la Academia recordó los episodios más llamativos de su vida dentro y fuera de las canchas. Desde sus días en exóticos destinos como Venezuela, Chipre y Corea del Sur hasta las jornadas violentas protagonizadas en el Ascenso

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