En vísperas a un nuevo Superclásico en la historia del futbol argentino, hay varios encuentros que dejaron una huella imborrable. Pero, en especial, existió uno que quedará para siempre en la retinade los boquenses y los riverplatenses. Fue el 6 de abril de 1986, cuando Boca y River se enfrentaron con una pelota color naranja en la Bombonera y ganó 2-0 el equipo conducido por Héctor Veira, con goles de Norberto Alonso. Tras la victoria, la visita terminó dando la vuelta olímpica en el campo de juego del estadio.
Aquel famoso clásico de hace 35 años fue el primero en la carrera de Juan Amador Sánchez, un marcador central que jugó una temporada en el Xeneize (1986) y dos en el Millonario (1992/94), siendo parte de la lista de los 99 futbolistas que vistieron ambas camisetas. “Boca tiene más presión por lo sucedido en los últimos años. No puede perderlo, porque cada vez que River le gana, le hace mucho daño”, sentenció el defensor en la previa al choque en La Plata.
Sánchez tiene una dilatada trayectoria. Debutó en Huracán. Pasó por Platense, Atlético de Rafaela, Unión de Santa Fe, Atlético y San Martín de Tucumán; además de Nueva Chicago y Deportivo Morón. Como entrenador, arrancó en San Telmo. Siguió por Instituto, Almagro, la Crema, el Calamar, Defensores de Belgrano, el Ciruja, el Globo y Chaco For Ever. En tanto, fue ayudante de campo del Tolo Gallego en Independiente y, en el exterior, dirigió al Aucas y Olmedo de Ecuador, entre otros. También comandó al seleccionado de Haití.
“Fue una experiencia hermosa en Haití, es el país más pobre del mundo. Por ende, se observa mucho cómo la gente se muere de hambre y sufre muerte súbita. No te entra en la cabeza cómo un ser humano puede subsistir en las condiciones que vive un haitiano”, sentenció el oriundo de Totoras, Santa Fe.
En diálogo con Infobae, el actual manager de Platense recordó, además, a su amigo Diego Maradona. Como nació su amistad con él, el ritual que lleva a cabo para evocarlo en los partidos, el día que lo llevó a su pueblo para disputar un amistoso, y el museo que tiene en su casa con material que le regaló Pelusa.
-¿Cómo palpitas el Superclásico ya que jugaste en ambos clubes?
-Con la misma atención que pongo siempre. Me encanta ver los clásicos porque cada vez que se está por disputar uno que me lleno de recuerdos. Es algo que no es de todos los días. Vine a Buenos Aires a jugar a la pelota y me encontré jugando al fútbol. Y, siendo profesional, pude jugar en ambos clubes. Formar parte de esos dos clubes gigantes me encanta. Disfruto mucho dos cosas: los partidos del seleccionado argentino y los Superclásicos.
-¿Cuál es el equipo que más presión tiene?
-Boca tiene más presión por lo sucedido en los últimos años, después de la final en Madrid por la Copa Libertadores 2018. No puede perderlo porque cada vez que River le gana, le hace mucho daño.
-Vos jugaste primero en Boca que en River
-Sí, debuté en Huracán en 1981 y me quedé 5 años. Después, pasé a Boca. Jugué poco y, como necesitaba tener mas rodaje, Platense me contrató y me dio la posibilidad de jugar un poco más. En el Calamar fueron mis mejores años como futbolista. Tanto es así que me compra River Plate por el juego que había desarrollado. Luego, me tocó ser el director técnico del conjunto de Saavedra y, ahora, manager. Siempre con responsabilidad, porque cuando te abren las puertas de esa forma no hay otra forma de trabajar.
-¿Por qué jugaste poco en el Xeneize?
-Son momentos que tienen los futbolistas. Yo en Huracán mantuve un buen rendimiento y eso me llevó a que Boca me contratara. En el inicio, tuve la desgracia de perder a mi papá por una enfermedad muy fea y, cuando me reincorporé al plantel, pasaron muchos días, perdí mi lugar y después había compañeros que lo hacían muy bien; me costó la vuelta. Fui citado a casi todos los partidos del campeonato local, jugué la Copa Libertadores, pero me faltó continuidad para poder afirmarme. Estaba de suplente, era joven y quería jugar. Apareció la chance de Platense. Lo vi con buenos ojos para seguir jugando y tomé una muy buena decisión.
-¿La muerte de tu papá te afectó en tu carrera?
-Sí, me afectó porque esas cosas no se superan. Él estaba muy enfermo, entonces me tuve que ir a mi pueblo para acompañarlo. De esta manera, me perdí la pretemporada con Boca, donde Mario Zanabria armó el equipo. A partir de ahí, repitió ese 11 en la mayoría de los encuentros. Empezamos a tener buenos resultados. Clasificamos a la Preliguilla de la Libertadores. Yo era suplente y alternaba en algunos partidos, porque no tenía la continuidad que tuve en el Globo de Parque Patricios, y decidí irme al Marrón. Las cosas se dan cuando se tienen que dar y en los momentos justos.
-¿Boca te dio la posibilidad de jugar tu primer Superclásico, el día de la pelota naranja?
-Sí, exactamente. Tuve la posibilidad de estar esa día, que es histórico por la pelota y los dos goles del Beto Alonso, es un Superclásico muy recordado. Nosotros estábamos ajenos a la vuelta olímpica de los de River en nuestra casa, porque teníamos la cabeza puesta en el partido. No me di cuenta de que la visita dio la vuelta olímpica en la Bombonera. Luego, viene un compañero que me dice: “Mirá lo que están haciendo. Nos dieron la vuelta olímpica en la cara”. Pero a mí no me significó nada, porque era mi primer Superclásico.
-Hoy, ¿cómo tomarías el hecho de que tu clásico rival dé la vuelta en tu casa?
-Soy un tipo especial, de mucho Fair Play. Estoy educado en el campo y me gusta todo eso. No me pareció malo que den la vuelta en la Bombonera, soy antiviolencia. Siempre me pregunto: “¿Si juego en Boca y debo dar la vuelta en El Monumental, por qué no hacerlo?”. Si un equipo sale campeón tiene que festejar donde sea, siempre que sea con respeto. Tuve la suerte de jugar en Boca y en River, además de Atlético de Tucumán y San Martin. Todos me preguntan ¿Como hago para que no me pase nada? Porque cuando lo hice, jugaba con mucho respeto y no hacia declaraciones contra el rival.
-¿Qué recordas de tu paso por River?
-Hermoso, porque tuve la posibilidad de salir campeón por primera vez. Llegué con 30 años al club, con más experiencia, que me permitió jugar con más tranquilidad los partidos, siendo el último hombre. Tuve la suerte de que me recibiera Daniel Passarella, que me ayudó bastante. Aprendí a esa edad a desayunar, a descansar, a entrenar bien y a cuidarme, especialmente. La experiencia es un peine que te dan cuando te quedas pelado.
-¿En Boca no fue igual?
-No, no pude aprender esas cosas por los errores que cometí. Era muy joven y creía que me llevaba el mundo por delante. No descansaba bien, no me dedicaba al fútbol en su plenitud. Pasar de Huracán a Boca siendo tan joven, me llevaba a pensar que tocaba el cielo con las manos, pero no era así. Recién llegaba y debía demostrar. Cuando llegué a River no quise que me pasara lo de mismo y me comporté de otra manera.
-Tuviste a Passarella en River, un entrenador más riguroso. ¿Qué aprendiste de él?
-Primero, tuve la suerte de tener en Platense a José Ramos Delgado y a Eduardo Anzarda. Son dos entrenadores importantísimos en mi carrera que me prepararon muy bien desde lo futbolístico, táctico y físicamente para llegar al Millonario. Cuando tuve a Passarella, me enseñó muchísimas cosas. Un técnico extraordinario, que venía de Europa. Te hablaba y aconsejaba mucho. Antes de irte a dormir, pasaba pieza por pieza en la concentración para chequear cómo estabas. Se ponía a conversar con los jugadores. Te decía cómo debería manejarse un profesional. Era exigente al 100 por ciento. Nunca entrené tan fuerte en otro lado como en River. Por algo, después vinieron los resultados y salimos campeones.
-Con el correr de los años, con Pasarella como presidente del club, ¿qué pasó que no pudiste sumarte al cuerpo técnico de Almeyda en el 2011?
-Matías me llama para que me sumara a su cuerpo técnico pero tuve una oportunidad de dirigir a Huracán en la B, que había descendido con el Millonario, y acepté. Yo venía de Boca Unidos de Corrientes, con una buena campaña. Quería dirigir al Globo porque era una deuda pendiente por haber salido de ese club, aunque no me fue bien. Duré poco como técnico y a Almeyda le fue bárbaro, hoy estaría viviendo en Estados Unidos (risas). Pero son decisiones que uno toma y no me arrepiento de nada.
-No fuiste compañero de Maradona ni en Boca ni en la selección argentina. ¿Donde nació tu amistad con él?
-A Diego lo conozco en 1986 cuando Lalo, su hermano, jugaba conmigo en Boca. Después, en el 94, cuando a Pelusa lo suspenden en el Mundial de Estados Unidos, hace su primera aparición pública en el Mundial de Fútbol Soccer en Toluca (México), donde nos invitaron a los dos. En su regreso al fútbol profesional, Diego me vio entrenando en Palermo y me preguntó qué hacía. Le dije: “Estoy entrenando para ver si encuentro club”. Entonces, me invitó a que fuera su sparring, porque volvía a jugar y se iba a preparar en el CENARD. A partir de ese día, estuvimos trabajando durante seis meses, en doble turno. Él y yo, acompañados de un grupo de doctores y preparadores físicos. Hasta el día que se fue, mantuve una amistad con Diego y fue lo mas lindo que me pasó como profesional.
-¿Tenían diálogo antes de su fallecimiento?
-No, él me invito a su despedida en la Bombonera y a la fiesta privada. Vino a mi casa varias veces a comer. Armamos una amistad muy linda pero, lamentablemente, desde que se fue a dirigir a Dorados de Sinaloa no tuve contacto con él porque no te pasaban su teléfono, no había forma de llegar, te cortaban el vínculo. Cuando dirigía a Gimnasia y Esgrima La Plata quedamos en hacer un amistoso con Platense que se terminó suspendiendo. Un día quise ir a la cancha de Huracán y tampoco me dejaron verlo, era imposible llegarle aunque fuera para darle un abrazo y desearle éxitos.
-¿Estás muy dolido por no haber podido estar con él?
-Sí, la verdad que sí. No me entra en la cabeza cómo Maradona vivió los últimos años de su vida de la manera que lo hizo. No merecía irse así. Fue un tipo que nos dio muchas alegrías a los amigos y allegados. Había un hermetismo alrededor suyo, nos prohibían acercarnos. Eso es lo que más me duele. Lo único que quería era darle un abrazo y su entorno nunca me lo permitió.
-A partir del vínculo que formaron, ¿pudiste llevarlo a tu pueblo a jugar un amistoso?
-Sí, pero me tuvo tres horas esperando en la Panamericana y General Paz. Habíamos quedado en juntarnos a las 8 y cayó a las 11. Yo me quería morir porque en Totoras (Santa Fe) estaba todo revolucionado con que iba Diego y se había hecho público en todos lados. Era una locura la provincia y si no iba no iba a poder pisar nunca más mi localidad.
-Se hizo desear. Tardó pero llegó…
-Se portó de 10. Jugó todo el partido. La gente, muy feliz. Todos se llevaron de Diego una camiseta firmada, fotos y autógrafos. Recuerdo que, cuando terminó el partido, Maradona se acercó a un chico en silla de ruedas, lo abrazó y le dijo: “Mis piernas son tus piernas”. Esa es la parte de la que no se habla, del corazón que tenía. Después, la historia dirá que un día Maradona jugó en el Unión Fútbol Club de Totoras de Santa Fe. Este año, se inauguró un mural muy grande con la imagen del astro en una de las plateas del estadio con un descripción que dice: “Dios estuvo en Totoras. Gracias Juan Amador Sánchez”. Para mí es un orgullo enorme que lo hayan homenajeado de esa manera.
-¿Tenés un museo en su quincho con material de Diego?
-Sí, en el quincho de mi casa tengo muchísimas cosas porque soy maradoniano al 100 por ciento. Una remera de Diego, un sombrerito de casamiento, del carnaval carioca. También una camiseta y una pelota firmada de cuando jugó en Totoras. Pero lo más grande que tengo es la amistad.
-¿Es verdad que fue el primer futbolista que conociste al llegar a Buenos Aires?
-Sí, porque me lo crucé en el predio donde se entrenaba el seleccionado argentino juvenil que manejaba Cesar Luis Menotti, en 1979. Me llevó el Flaco a probarme. Me quedé esperando en la puerta del predio para poder ingresar. Llegó Diego, que fue el primero en llegar, y nos encontramos en la puerta. Yo no quedé. El seleccionado se fue a Japón y ganó el Mundial Juvenil.
-¿Cuál es el ritual que tenés como manager de Platense, que tiene que ver con Maradona y te sirvió en la final contra Estudiantes de Rio Cuarto?
-Tengo una foto con Diego que la llevé a la final por el ascenso a Primera en el Estadio Marcelo Bielsa. Fue un partido muy cerrado que terminó empatado. Entonces, me fui al baño, saqué de mi bolsillo la foto que tenía con Maradona y dije en voz alta: “Gordo, dame una mano que necesitamos subir a primera”. Y me la dio, porque Platense terminó ganando el encuentro. Son creencias que llevo adelante. Él escucho lo que le pedí y cumplió.
-¿Cómo estás llevando adelante tu función de manager en Platense?
-Estoy muy bien. Voy a cumplir 5 años. Estoy contento y feliz. Se nos han dado dos ascensos en poco tiempo y fueron muy lindos, sobre todo el de Primera División. Después de tantos años, volver a la Liga fue una alegría enorme. Disfrutando y con el compromiso de seguir trabajando y haciendo bien las cosas como para asentarnos en la categoría.
-¿Le costó a Platense adaptarse a la máxima categoría, tras varios años de ausencia?
-A todos los equipos que le cuesta luego de estar tanto tiempo en el Ascenso. El primer año siempre cuesta y es difícil. Venimos de otro fútbol. El juego es distinto, la organización también. Tuvimos que profesionalizarnos en muchas áreas. Cuando agarré esta función me asesoré con amigos que pasaron por este mismo cargo. Además, nuestros dirigentes nos facilitan mucho el trabajo de hacerlo en grupo. Hoy en día, el fútbol argentino y elmundial se basan mucho en los grupos humanos. Nosotros lo hemos formado. Estamos bien y siempre hay cosas para mejorar y aprender.
-¿Tenés una relación particular con Platense porque a lo largo de los años varias puntos te fueron uniendo?
-Sí, claro. Tengo cosas en común con Platense y mi familia. Hace 20 años que estoy ligado al Calamar. Primero, como jugador, luego como entrenador y hoy, como manager. Mi hijo fue futbolista y en la actualidad, es integrante de la Secretaria Técnica. Llegué en el 86, son muchos años trabajando en el club en distintas funciones y es una ligazón que tengo con el club que es muy importante.
-Fuiste entrenador del seleccionado de Haití. ¿Cómo se vive el futbol allá?
-No es muy competitivo, pero a nivel selección fue muy importante, ya que tuve la posibilidad de enfrentar a selecciones de diferentes países. Fue mi tercera etapa de trabajo, porque venía de estar en San Telmo y Patronato. Salió la chance de ir a dirigir a Haití y la acepté. Viví en Puerto Príncipe, cuando el resto de los entrenadores extranjeros lo hacían en Miami, Estados Unidos. Trabajaba de lunes a miércoles. Un día después, les cedía los jugadores a sus clubes. Haber vivido en Puerto Príncipe fue de un valor enorme, fue especial y Dios me regaló esa posibilidad.
-¿Qué tuvo de especial Haití?
-Es el país más pobre del mundo. Fue una experiencia hermosa, más allá de lo deportivo. Se observa mucho cómo la gente se muere de hambre y sufre de muerte súbita. No te entra en la cabeza cómo un ser humano puede subsistir en las condiciones que lo hace un haitiano. Después del nacimiento de mis tres hijos, fue lo mas fuerte que me pasó en mi vida.
-¿Por qué en Puerto Príncipe se cortaba la luz a las 19?
-Para ahorrar energía. Pero hace 40 grados de calor y el ciudadano vive en casas muy precarias, sin aire acondicionado ni ventilador. Sin luz, se hacía dificilísimo vivir en esas condiciones. No hay recolección de basura. No tenés agua potable y tener que ir a la bomba comunitaria. Debés hacer una larga cola para llevarte un bidón de agua. Es la realidad de un pueblo que sufre mucho. Después, padecieron el huracán Katrina y el terremoto que devastaron la ciudad y murió muchísima gente. Es un pueblo muy golpeado. Son muy tranquilos, viven en el día a día y tratando de sobrevivir. No existe el rico en Puerto Príncipe, el que más tiene posee una casa que es normalita en nuestro país.
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