Lo veo entrar con el maletín adherido a su mano derecha, la mirada buena y el paso corto de vereda barrial. Lo recuerdo buscando con la mirada altiva la mesa del fondo, la “mesa de la casa”, donde sus amigos lo esperábamos para que ocupara la silla de la cabecera pues él era el “patriarca” tal como lo bautizara el Coco Basile, en ese irremplazable espacio de bohemia y amistad.
El doctor Roberto Paladino, alias Cacho y el restaurante La Raya transitaron juntos sus vidas durante 55 años. Que es como decir desde que el “tordo” atendía a Ringo Bonavena (1965), La Raya quedaba en la calle Pavón y vivía Don Carlos Vinagre, su fundador. Desde entonces hasta ahora, hasta llegar a los tiempos de su nieto Claudio Codina, Cacho fue un duende nocturnal de necesaria presencia que nos hizo disfrutar de sus recuerdos, de sus reflexiones, de sus miradas y de sus silencios.
En aquellas sobremesas sin tiempo de lirismo y distensión, el “tordo”, que se nos fue a los 87 el último 7 de Julio, siempre dejaba caer alguna anécdota que él mejoraba con su gracejo breve y porteño.
-Una mañana en la concentración de River –contaba en la mesa pues él era uno de los médicos del 86 cuando ganaron la “triple corona” – una de las habitaciones tenía las paredes rayadas, el marco de la puerta sacado, marcas por todos lados y les pregunté a los que dormían allí: Nene ¿qué pasó aquí, hubo un ataque aéreo…? Y entonces Ruggeri confesó que no podía dormir porque cada vez que intentaba conciliar el sueño le venía una pesadilla horrible: una mano ingresaba por la ventana de la habitación y comenzaba a ahorcarlo. Fue entonces cuando le pidió a sus compañeros de pieza que eran el Tapón Gordillo y el Negro Enrique que lo ayudaran a dar vuelta las camas, los sommiers y las mesas de luz. Hicieron un gran esfuerzo y trataron de no despertar a sus compañeros.
Fue durante el desayuno que se lo contaron a Paladino. Y éste les respondió: “¿Y no era más fácil Cabezón si cambiabas de lugar la almohada…? .”Sabés que tenés razón, tordo…”, le respondió Ruggeri.-
Paladino hizo amistad con Juan Carlos Lectoure –dueño del Luna Park- mientras atendía todas las tardes a Ringo Bonavena antes de pelear contra Goyo Peralta. Y en pocos años Lectoure, viendo su rápida empatía con los boxeadores, le confió a sus campeones. Fue así que después de ganar el título mundial contra Benvenuti, Cacho Paladino se convirtió también en el médico de Monzón.
Una noche en Paris, en vísperas del combate frente a Jean Claude Bouttier (1972), apareció de visita en el hotel Meridien, el célebre pianista, compositor y prócer del tango Don Mariano Mores. Lo acompañaba un empresario del espectáculo muy conocido que se llamaba Leonardo Barujel. El Maestro y Barujel habían viajado especialmente –como otros cien argentinos- para ver la pelea. Y le contamos a Monzón de quienes se trataba. En el lobby había un piano que el Tordo acariciaba de sobremesa y casi todos cantábamos algún tanguito a su alrededor. A Monzón le gustaba mucho ese momento, casi como que lo disfrutaba. Fue así que al ver el piano y mientras Don Mariano pedía que le sacaran una foto con el campeón, éste le dijo “dulcemente”: Oiga, ¿Por qué no toca algo?” Don Mariano le explicó que la afinación, que el teclado, que el marco, que otro día… Entonces Monzon recurrió a Paladino: “Tordo, entonces toque usted, así este señor aprende.:.”. Avergonzado, Paladino intentó persuadir a Monzón que era irrepetuoso tocar el piano delante de Mariano Mores. Pero fue inútil, pues ante la insistencia de Carlos tuvo que tocar y después de Los mareados y La Cumparsita alguien no exento de maldad le sugirió al oído a Monzón que le pidiera a viva voz “Taquito militar”. Afortunadamente, Don Mariano y Barujel tenían entradas para el teatro y cuando llegó ese momento ya se habían retirado.
Retornan a mi evocación algunos lunes, día en los cuales La Raya de Pavón solo abría para los amigos. Y veo en la mesa a Alfredo Di Stefano, a Pipo Rossi, a Adolfo Pedernera, al Tucumano Hernández ( River puro), a Osvaldo Ardizzone – exquisito periodista, escritor y poeta- al Chirola Yazalde (Premio A Bola de 1973-74,goleador en Sporting de Lisboa) “ahijado del alma” de Don Carlos Vinagre, el trompa del lugar, al Tano David –de la Cantina que quedaba en Córdoba y Jorge Newbery- a otras figuras de diferentes equipos y al Tordo que “solo podía” quedarse hasta las 18, pues tenía pacientes que lo aguardaban en su consultorio de Rivadavia 4390. Por ahí, lo esperaba un pibe flaquito llamado Diego Armando Maradona. O una nena de nombre Gabriela Sabatini con su papá que al igual que Diego requerían de un plan de alimentación y fortalecimiento vitamínico. O un tal Guillermo Vilas que necesitaría bajar entre 3 y 5 kilos para sentirse más veloz; sobre todo en esas memorables finales frente al sueco Bjorg Borg.
En su casa de la calle Venezuela y cuando aún vivía su mamá Doña Victoria, el Tordo Paladino lograba juntar a la hora de la leche a jugadores de Huracán y San Lorenzo cual hecho natural generando amistades para siempre como las del Bambino Veira con Ringo Bonavena y los pibes del Globo con el Coco Basile, quien resultó desde que trabajaron juntos en Racing en 1977 y hasta el instante final de su vida, uno de sus mejores amigos.
Un repaso a mano alzada de su trayectoria nos sorprende. Coincidió en Racing con Coco Basile, en River con Alfredo Di Stefano (1981), Angelito Labruna (1979-80) con el Bambino Veira (todos campeones de AFA más la Libertadores y la Intercontinental del 86). En el boxeo atendió a casi todos los campeones mundiales argentinos: Accavallo, Locche, Monzón, Galíndez, Palma, Castellini, Ballas, Coggi y otros tantos que no llegaron como Saldaño, Martillo Roldán, Campanino, Carlos María Giménez, Víctor Echegaray, Juan Aguilar, Manuel González y obviamente Ringo Bonavena entre otros… Más aún, su fama de médico con mucha experiencia en el boxeo y su destreza única para infiltrar los nudillos, lo llevó hasta Mano de Piedra Durán a quien asistió la histórica noche del 24-2-89 cuando épicamente ganó el título mediano de peso mediano frente a Iron Barkley a los 38 años y con 93 peleas.
Su idioma era simple y breve. Una vez Beto Alonso entró al consultorio de River y le describió:
-Tordo, cuando hago así (levantando la rodilla hacia el pecho), así (rotando la misma pierna hacia el costado) y así (impulsándola hacia atrás), me duele. ¿Qué hago…?.-
-No lo hagas más y listo.-le respondió.
Era cómplice en las bromas de los jugadores. Fue así como participó del arrojo de la corbata de Angelito a la banquina llegando a Santa Fe para jugar contra Unión en el 75′. La idea que tanto les gusto a Mostaza Merlo, J.J. López y Fillol, también contó con su participación. Y cuando Labruna preguntó por su cabalística corbata y le confesaron que la habían tirado por la ventana, Cacho, quien fue también ideólogo de la broma, bajó del micro a rescatarla entre los yuyos silvestres crecidos al costado del camino.
Estuvo en mil peleas y en otros mil partidos de fútbol. Sin embargo, vio muy pocos pues prefería salir a caminar o quedarse en el vestuario y guiarse por los gritos de los estadios. Decía que sufría mucho ver los acontecimientos en pleno desarrollo, no lo soportaba. El día que River salió campeón contra Ferro en Caballito (20-12-81) con el gol de Kempes, salí del estadio volando para ir a escribir a El Grafico y evitar la multitud. Tomé por Avellaneda hacia Donato Alvarez y de pronto vi al único peatón que venía de contramano desde Donato Alvarez hacia Martín de Gainza. Era Cacho Paladino que se había ido del estadio al comienzo del segundo tiempo, caminó 20 minutos hacia Flores y pegó la vuelta para coincidir con la finalización del encuentro.
-¿ Como salimos?, me preguntó.
.Te felicito sos campeón, ganaron 1 a 0.- le respondí
-¿Entró el Beto?, me requirió ansioso.
-No, entraron Mostaza (Merlo) por Tevez (Jorge) y el Pelado (Diaz) por el Colorado Vieta.
-¿Y quién hizo el gol?
-Kempes lo hizo, fue un golazo.-
Entonces comenzó a correr para sumarse a los festejos junto a los jugadores.
En las peleas pasaba lo mismo con la excepción de las de Nicolino por cuanto decía que era el único que no lo hacía sufrir, que no lo ponía nervioso. Cacho Paladino, el médico de las estrellas del boxeo, no vio en vivo ninguna pelea de Monzón, ni de Galíndez ni de nadie. Cuando Ringo peleó en Nueva York frente a Muhammad Alí (1970) se quedó en el camarín fumando – en esa época fumaba- hasta el final. Y al escuchar que la gente gritaba, supo que Bonavena había perdido en el último round…Entonces se acercó al ring, lo acompañó hasta acostarlo en la camilla y comenzó a medirle todos los parámetros.
Te estoy viendo llegar Tordo querido. Más débil, más enjuto, más triste, más chiquito.
Estamos en la mesa del fondo con nuestros propios dolores, sin haber aprendido a ser viejos ni tener lágrimas nuevas para tantas perdidas. Vení a conocer el nuevo local que no conociste, el de San Martín 1157
Sentate aquí a mi lado Cacho querido, como siempre... En esta mesa del fondo estamos tus amigos: Claudito Codina, el Coco, Pagani, Mostaza, el Bambi, Daniel, Carolo, el tordo Caridi, el Sapo, el Ruso, Ezequiel, Milo, Bonavita, Leandro, el Cabeza, Oscar, Carlitos Gaziglia, el Tano, Pochito, el Inglés, Chicho, Cachito, Marcelino, Mario y el Chino…
Quiero verte entrar con el saco azul enhiesto y la camisa blanca recién planchada. Y dentro del portafolio las muestras gratis y el recetario para que todos te manguemos…Seguí hablándonos de la Máquina y de Horacio Salgan; de Alfredo Di Stéfano y de Pichuco Troilo; de Mano de Piedra Durán y del Polaco Goyeneche.
Qué pena tan enorme es la de tu ausencia. Tu silla vacía la ocuparan los duendes que nos recordaran por siempre que en La Raya estarás dentro del corazón de cada uno de nosotros.
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