Una bandera con el escudo del Partido Justicialista en tamaño gigante. Otra con el rostro de Néstor Kirchner que se visualiza cada vez que hay un córner sobre la tribuna habitual de la barra. En el centro de esa popular, los nuevos trapos: Los pibes de Racing, Villa Corina, Berazategui, Claypole, José C. Paz y La Vieja Escuela. La imagen lo dice todo: después de una cruenta batalla de más de cinco años que dejó innumerables heridos de bala y armas blancas, finalmente la facción disidente de La Guardia Imperial ganó y hubo cambio de mando en el Cilindro. ¿Por qué recién ahora y no antes? Son las primeras banderas las que explican todo, las que vuelven a demostrar la connivencia entre los violentos del fútbol y la política con ramificaciones en los sindicatos y venia policial. Porque todo ese cóctel se verifica una vez más en esta historia atravesada por delincuentes comunes que se apoderaron del fútbol desde hace ya mucho tiempo.
Desde 2016 que la facción de Villa Corina venía intentando desbancar a la oficial. Su líder es Leandro Paredes, que pisa fuerte en la zona de Avellaneda, Domínico y Lanús y fue herido de bala en marzo de este año por sus rivales de La Guardia Imperial, cuyo jefe es José Repetto, hoy con prisión domiciliaria, y que había delegado la tribuna en su sobrino Facundo, empleado del municipio y que también terminó en prisión. Aún así, mientras los jefes de la oficial estaban detenidos, la facción de Corina no lograba ganar una interna que tiene mucho dinero en juego por dos motivos: el negocio que se genera con la venta de la indumentaria de Racing más, en un año político, ser los que negocian las pintadas de las campañas de los partidos y hacen la seguridad para los candidatos. Y a eso hay que sumarle la posibilidad de que en septiembre si continuan las bajas de los contagios de COVID-19, el fútbol vuelva a tener público con un aforo del 30 por ciento, lo que va a poner a la reventa y al alquiler de carnets al rojo vivo. Un banquete demasiado sabroso que nadie se quiere perder.
Dadas esas circunstancias, el grupo de Corina sumó gente con pasado en Racing. Primero Enrique el Loco Rulet, un boxeador que tiene una condena a 12 años de prisión por el crimen del periodista partidario de la Academia, Nicolás Pacheco, producido en enero de 2013. Rulet está en libertad porque aún cuando la Cámara confirmó su condena en 2019, presentó un recurso de queja a la Corte Suprema, que aún no definió su situación. Rulet es de los que creen que ganar la tribuna puede darle un manto de impunidad a su caso. La historia no lo desmiente, aunque su caso parece harto complicado. También se sumaron los grupos del Oeste, cuyo referente histórico fue Darío Cariatti, quién en su momento patentó el logo de La Guardia Imperial, y los Racing Stones, facción que supo tener poder en la tribuna. Pero aún así, no lograban desbancar a la oficial, que había heredado todas las mañas y los negocios de Raúl Huevo Escobar, quien manejó con mano de hierro la tribuna por década y media.
Entonces fue cuando la política metió la cola. Desde hace un par de meses quienes transitan por esa zona del Sur del Conurbano pueden ver las paredes pintadas con la leyenda Los Pibes de Racing y un logo colorado con el número 13. Hace referencia a la Corriente Peronista 13 de Abril, cuyo referente es el diputado nacional del Frente de Todos y secretario general de la Federación del Cuero y del gremio de obreros curtidores, Walter Correa, y que en la Tercera Sección electoral tiene como hombre fuerte al concejal y dirigente del gremio de la televisión, Federico García. Coincidencia o no, desde ese momento las aguas comenzaron a agitarse aún más cerca del Cilindro de Avellaneda. Y si bien la vieja guardia había jugado en su momento para Unidad Ciudadana dejándose ver en los actos proselitistas de aquel frente en 2017 en Racing, tenían un yunque colgado en el cuello: la quema en mayo de 2008 de la bandera que lucía en la popular con la leyenda Néstor Kirchner 2007/11. Y esa carta también fue jugada por la disidente para que un sector de la política se inclinara por ellos.
Con esta nueva realidad, ambos grupos quisieron ganar la calle organizando sendos banderazos en las últimas horas y presionando a la dirigencia. Pero ocurrió algo muy llamativo: cuando la oficial hizo el suyo, la Policía actuó y les labró un acta por contravenir las reglas de prevenciones contra el COVID-19, les sacó las banderas y demoró a la cúpula en la Comisaría Primera de Avellaneda. Dos días después, el banderazo de la disidente previo al partido con San Pablo se desarrolló como si no hubiera pandemia. La batalla estaba decidida, algo que aceptó la propia dirigencia y el organismo de seguridad deportivo, que hizo la vista gorda. Así, apenas un rato antes del comienzo del partido, la nueva barra llegó en caravana desde Corina. Cantaron, tiraron cohetes e ingresaron sin ningún problema a vestir el estadio con sus nuevas banderas. Las que certifican el cambio de mando. Y como para que no queden dudas del apoyo, colgaron los trapos políticos. Porque no hay barras sin complicidad de un Estado que, esté quién esté al frente, mira con cariño y devoción a los delincuentes del tablón.
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