Había que llegar temprano para evitar apretujones en las filas de las boleterías y de los ingresos; también para poder alquilar un largavistas y asegurarse un lugar en la tribuna popular con la visión directa al ring. La multitud, vestida de saco y corbata, dividía sus preferencias según las historias humanas de esos gladiadores. Y la técnica o el poder de las pegadas se transformaban en factores subjetivos pues habrían de subordinarse al íntimo deseo de ver ganar a quien mejor los representaba. Todos los peleadores de esa época tenían hinchada, venían de los barrios o de los pueblos y estas convivían en distintos sectores de una misma tribuna. Los combates entonces generaban “clásicos” del ring que siempre demandaban un nuevo enfrentamiento por la razón que fuere: fallo injusto, lesión, foul o trámite parejo.
Era la época en la cual Buenos Aires vibraba los sábados por la noche pues en un radio de 15 cuadras actuaban las mejores orquestas típicas en lujosos cabarets del centro, cerca de los cines de la calle Lavalle y los teatros de Corrientes. En el final de esa avenida, la línea B del subterráneo y los colectivos que venían desde el Gran Buenos Aires por el bajo, dejaban a los ansiosos espectadores que desde muy temprano se aprestaban a conseguir un lugarcito en las populares del Luna Park.
En cambio quienes pagaban 7 u 8 veces más por una butaca en el Ring Side o en la Superpullman, tenían asegurado su lugar sin desorden ni fricciones. Por lo general los infaltables concurrentes a estos espacios caros –verdaderos “abonados” semanales- tenían una visión diferente a aquellos otros que colmaban las tribunas generales. Y estas posiciones divergentes incrementaban la vibración del estadio cuando de uno y otro sector se alentaba a viva voz.
El clásico más ilustre del siglo lo protagonizaron José María Gatica –el “Mono”- y el “Cabezón” Alfredo Prada. Comenzaron su duelo como amateurs en el año 1942 y tras 6 encarnizados combates lo finalizaron en 1953. Cada uno ganó 3 veces y era tal la excitación del público que el Luna Park abría sus puertas a las 7 de la tarde después de haber mojado las tribunas para que nadie pudiera sentarse y lograr así que entrara más público.
La gente del ring side no lo quería a Gatica, prefería a Prada aun cuando los dos eran declaradamente peronistas. Pero la personalidad atrevida y desafiante del Mono, su osadía para declarar, sus frases contra los antiperonistas, su ropa extravagante para la época, su cupé Mercury con tapizado de terciopelo, sus habanos y su galera, resultaban conductas indecentes y provocativas. Por eso los del ring side querían que Prada le ganara. Los de la popular en cambio veían en él al chico de la calle, al lustrabotas de Constitución que se hizo boxeador cobrando 15 pesos por cada pelea contra los marineros extranjeros que quisieran pelearlo en la Misión Inglesa de la avenida San Juan y Paseo Colón. Eran esos miles de Gaticas de las tribunas los que alentaban al Mono, quien según la leyenda le dijo una vez a Perón estirándole el guante desde el ring y agachándose levemente: “General, mi General, dos potencias se saludan…”.
Prada en cambio, fue boxeador por el apoyo de su familia –especialmente de su padre- que lo ayudo a superar una discapacidad producida por un accidente con la bicicleta que le afectó la cabeza del fémur. Tras 5 años de tratamiento, Alfredo quedó con su pierna izquierda más corta lo que no le impidió aprender a boxear. Las peleas entre Gatica y Prada fueron tremendas: en la tercera (1946) Prada sufrió una lesión en el maxilar y con un ojo cerrado lo tiró en el 11° asalto, pero igual ganó Gatica. Un año después (1947) Prada le provocó una triple fractura de mandíbula, le hundió 5 muelas y 3 dientes y el Mono terminó internado en el hospital Ramos Mejía obligado a alimentarse durante 6 meses con dieta líquida absorbida con bombilla. Hicieron dos más; la de 1948 la ganó Gatica y en la de 1953, cuando ya el Mono estaba liquidado físicamente, se impuso Prada.
Las discusiones entre los hinchas de ambos, las diferentes opiniones de los colegas especializados, los debates entre técnicos y ex boxeadores se prolongaron durante un tiempo infinito. La controversia entre ambos concluyó cuando Prada abrió un restaurante en la calle Paraná llamado KO y lo llevó a Gatica como relacionista público. Fue allí donde los fanáticos de uno y otro los vieron juntos tras seis cruentas batallas. El destino para los dos estaba señalado: el Mono murió a los 38 años al caerse de un colectivo un domingo de noviembre de 1963, después de vender muñequitos en el estadio de Independiente. Prada en cambio, murió en paz a los 83. Uno y otro habían regresado al lugar de su partida…
No existía un patrón determinado que pudiera en aquel tiempo generar un clásico en el boxeo. El marketing que hoy nos hace interesar por algo insospechado como ver a un youtuber (Logan Paul) contra un ex ilustre campeón mundial (Floyd Mayweather) resultaba inimaginable. Los clásicos del boxeo entonces, no se debían a la voluntad de los actores sino a la empatía que estos generaban con el público.
Es así como en la década de los 50 Ricardo Gonzalez “Gonzalito” y Alfredo Bunetta debieron pelear 7 veces –la mayoría por la corona argentina de peso Pluma- y aunque Gonzalito le ganó 6 de esos 7 combates, las peleas eran tan vibrantes, dramáticas y parejas que la siguiente versión se programaba sola pues lo demandaban el público, la prensa y los actores. Se trataba del clásico enfrentamiento entre un boxeador exquisito y guapo, que llegó a ser número 1 en el ranking mundial (Gonzalito) contra un peleador terrible y de ataque irrenunciable como lo era el rosarino Alfredo Bunetta. Aquellos combates entre ambos –inolvidables para quienes pudimos verlos- consumados entre 1955 y 1960, simbiotizaron los apellidos hasta ser uno solo; ¿como decir Gonzalito sin decir Bunetta? ; sería como nombrar a Gatica sin agregarle Prada o, como veremos, evocar a Goyo Peralta sin adherirle a Ringo Bonavena, algo asi como un Firpo sin Dempsey o un Muhammad Alí sin Joe Frazier.
Los clásicos del boxeo argentino se generaban espontáneamente; su punto de partida lo señalaba el público. No tenía que ver ni con la aspiración de terceros, ni con la intención de los protagonistas.- Veamos dos casos entre algunos más: Eduardo Jorge Lausse era un peso mediano argentino, de pegada fulmínea y posición de zurdo que triunfó en los Estados Unidos. Más aún, merecía la pelea por el título mundial pues había derrotado antes del límite a rivales de gran predicamento como Dick Tiger y Gene Fullmer –quien luego sería campeón mundial- y también a Kid Gavilan en el Luna. Resultaba claro que no querían darle la chance contra el campeón mundial Ralph Bobo Olson pues Lausse, probablemente, lo hubiese noqueado. Entonces regresó al país cuando transcurría 1956 y se fue a Bahía Blanca para mantener el estado físico. Y le tocó un rival cuasi ignoto: Andrés Selpa, el “Cacique” de Bragado. La noticia posterior causó sorpresa pues los jueces le dieron la pelea a Selpa. Y a los dos meses ya estaba programada la revancha en el Luna. Esa noche (13-10-56) pudieron ingresar al Luna 22.700 personas y una cantidad aproximada se quedó afuera. Había nacido un clásico que la extravagante personalidad de Selpa supo potenciar. El bragadense le rompió las costillas con un cruzado y el árbitro Alfonso Araujo paró la pelea en el 7° asalto declarando ganador a Selpa. Fue entonces cuando la gente, indignada por las mañas y los foules de Selpa arrojó monedas sobre el cuadrilátero que el Cacique de cabello provocativamente platinado, intentó devolver sentado sobre el ring y con los guantes puestos. Por cierto que la tercera versión la ganó Lausse (27-9-58) con récord de asistencia ya que el clásico se había consolidado bajo un clima interminable de controversias verbales, amenazas y debates de la prensa. Pero todo fue empírico, natural, espontáneo.
En cambio Ringo Bonavena fabricó su clásico con Goyo Peralta. Tomó cosas de Muhammad Alí y las aplicó a su discurso de provocación: “Que Peralta lleve la cédula para que su familia lo reconozca después de pelear conmigo”. O: “Lo único que necesito es un referí que sepa contar hasta 10…”. En el año 1965 que un deportista declarara de esta manera resultaba escandaloso. Y en ese marco se batieron todos los récords de venta de entradas en el Luna Park: 25.236 personas pagaron y otro par de miles se acomodaron en pasillos o contra verjas y paredes. El triunfo de Bonavena fue legítimo pero la pelea fue de poca calidad. Sin embargo, el enfrentamiento se eternizó como un clásico del boxeo argentino.
Estas historias de enfrentamientos y rencores concluyeron con hechos emocionantes: Prada – lo dicho- puso un restaurante y convocó a Gatica para que estuviese a su lado, Bunetta se enfermó y Gonzalito fue a Rosario para acompañar su dolencia, Selpa cayó preso por una cuestión de drogas y Lausse fue una de sus más estimulantes visitas en la cárcel. Bonavena aceptó la revancha con Goyo Peralta para ayudarlo económicamente, sabiendo que no debía pegarle fuerte.
Sigue siendo el boxeo un noble arte que comienza a los golpes y termina con abrazos sepultando odios y rencores.
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