Argentina y la hora de los desafíos que no admiten el trabajo a reglamento

El sábado, ante Ecuador en Goiánia, el equipo albiceleste jugará uno de los tres partidos que lo separan de la gloria que espera desde hace 28 años. Para lograrlo, debe conseguir que sus tramos de dominio a lo largo de los partidos sean más duraderos

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Messi mostró pinceladas de su mejor nivel ante, sobre todo ante Uruguay, Chile y Bolivia
Messi mostró pinceladas de su mejor nivel ante, sobre todo ante Uruguay, Chile y Bolivia

Si la primera fase de la Copa América fue como rendir exámenes parciales, Argentina comenzará con los finales desde este sábado.

Ante Ecuador, en Goiánia, no habrá margen para pasos en falsos. Lo mismo si llega a una de las semifinales ante el ganador del cruce que jugarán Uruguay y Colombia. Y ni hablar en caso de arribar a la final del sábado 10 en el Maracaná, con Brasil como posible rival para potenciar la expectativa y también el morbo. Al seleccionado argentino le quedan tres de esas finales si quiere cortar con el lastre de las casi tres décadas de sequía: ya son 28 los años sin títulos tras aquella consagración en la Copa América de Ecuador 1993.

Llegó el tramo de la competencia en el que no habrá lugar para titubeos y Argentina tiene dos desafíos por delante: lograr que sus tramos de dominio a lo largo de los partidos sean más duraderos y evitar que la presión por la larga racha sin vueltas olímpicas se vuelva una carga que le impida jugar con soltura.

En la primera fase, Argentina fue hasta la última fecha como un empleado que trabaja a reglamento: ofreció lo justo y necesario en el 1 a 1 ante Chile y en las victorias por 1 a 0 frente a Uruguay y Paraguay. La mejor versión del equipo se vio el último lunes, en la goleada 4 a 1 sobre la endeble Bolivia. Paradójicamente, fue el partido en el que Lionel Scaloni puso a una menor cantidad de jugadores titulares: solo Lionel Messi, y tal vez Marcos Acuña, Guido Rodríguez y Alejandro Gómez estarán de entrada el sábado a las 22 ante Ecuador.

El desafío, ahora, será sostener el crecimiento futbolístico que se vio ante Bolivia en un duelo a priori más exigente como el del sábado, más allá de que Ecuador genera respeto antes que temor. En otras palabras: en cuartos de final, Argentina se medirá ante uno de los rivales menos poderosos del continente. Si Brasil y Argentina cuentan con los mejores futbolistas, en un segundo escalón vienen Uruguay, Chile y Colombia. Recién después vienen Paraguay, Perú y Ecuador. Y Venezuela y Bolivia, que procuran levantar, siguen en el umbral más bajo.

Argentina transmite la sensación de que la gloria es posible cuando tiene la pelota y se predispone en situación ofensiva; cuando intenta imponer condiciones a través de la búsqueda y del dominio territorial; y cuando sus futbolistas se conectan con justeza y velocidad, con Messi como amenaza permanente para los rivales.

Lo contrario ocurre cuando resigna la posesión del balón y se vuelve un equipo más bien pasivo, sin agresividad. La falta de la pelota le provoca incomodidad, la transforma en un conjunto del montón antes que la formación temible que asoma cada vez que está lista para atacar, con uno de los laterales proyectados al ataque, los mediocampistas predispuestos para esos toques dañinos que rompen líneas y la peligrosa movilidad de los de arriba.

Dice Scaloni -no sin razón- que es imposible dominar los partidos los 90 minutos. No es eso lo que se le reclama a la Selección, sino una versión que le permita brindar más garantías, que la haga confiable, que provoque buenas sensaciones durante al menos 60 minutos. Y que, durante esa hora de predominio en el juego, el equipo consiga esa imprescindible efectividad que suele necesitarse para ganar. Eso seguramente la acercará a la victoria en la mayoría de sus partidos.

El éxito garantizado es un intangible que no existe en el fútbol: un equipo puede jugar mejor que su rival y perder. Pero siempre es más saludable buscar un rendimiento confiable, el camino más apropiado para ir por las grandes conquistas.

Dicho esto, a la Selección la envuelve la sensación de que Scaloni dispone de un plantel muy parejo en todos los puestos salvo la inigualable excepción que siempre representa Messi, líder del equipo como nunca antes. Cada futbolista que tiene la chance de mostrarse suele aprovechar la oportunidad, lo que redunda en una competencia interna que no hace más que potenciar el aspecto colectivo. ¿Quién es el lateral derecho titular? ¿Nahuel Molina o Gonzalo Montiel? Da la sensación que Molina. ¿Y el izquierdo? ¿Marcos Acuña o Nicolás Tagliafico? Hoy no conviene ser terminante porque el cuerpo técnico observa una lucha muy pareja por ese puesto. ¿El mediocampista central ideal hoy es Guido Rodríguez o Leandro Paredes? Pareciera que hoy Scaloni está más conforme con el nivel del ex River. ¿Y Alejandro “Papu” Gómez, que era un suplente absolutamente relegado y en los últimos dos partidos convirtió goles, volviéndose una alternativa ofensiva más que potable? Hoy sería temerario afirmar que no tiene chances de jugar de entrada ante Ecuador. Así es en la mayoría de los puestos, más allá de que algunos jugadores, como Emiliano Martínez, Cristian Romero, Nicolás Otamendi, Lautaro Martínez y Nicolás González sí parecen tener un lugar asegurado en la formación ideal del técnico.

Argentina exhibe algunas buenas señales y ostenta un invicto de diecisiete partidos con Scaloni como entrenador, pero todavía no dejó atrás su condición de equipo en formación. Ahora necesita convicción para sostener sus fortalezas durante el mayor tiempo posible y para salir a rendir los tres finales que le quedan con el paso firme de los campeones.

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